viernes, 7 de marzo de 2014

Gurruchaga entre Izmir y Sefarad Por Carlos Szwarcer


El periodista e investigador Carlos Szwarcer, nos ha cedido gentilmente este artículo que fue publicado en la revista cultural Raíces Nº 62, Sefarad Editores, Madrid, España, correspondiente a marzo de 2005 y que reproducimos en tres entregas.



Gurruchaga entre Izmir y Sefarad  Por Carlos Szwarcer

Una calle de Villa Crespo que enriqueció la diversidad propia del Buenos Aires cosmopolita

Durante el periodo 1890 a 1930 las dársenas del puerto de Buenos Aires fueron testigo de la llegada de animosos sefaradíes del antiguo Imperio Otomano. Los pioneros de este movimiento de masas fueron pequeños grupos llegados a fines del siglo XIX desde el norte de África y luego acudirían cantidades crecientes del Mediterráneo Oriental.
 
Muchísimos de ellos ingresaron con pasaporte de Turquía, lo que dio lugar a que denominaran “turcos” a minorías étnicas de muy diferentes orígenes: sefaradíes, griegos, armenios, sirio-libaneses, etcétera, que además profesaban distintas religiones: islamismo, cristianismo o judaísmo. Si analizamos a los sefaradíes, de acuerdo a los censos, el mayor volumen de inmigrantes corresponde a los que partieron de dos regiones: Asia Menor, especialmente de Esmirna, de habla djudezmo (denominado  indistintamente ladino, judeoespañol, castellano antiguo, espanyol, españolit, etc.) y de Siria: Damasco y Alepo, de habla árabe. 

Pasaporte del Sr. José León
Villa Crespo y la diversidad cultural

Estos “turcos” prontamente se ubicaron en un rectángulo adyacente al puerto de Buenos Aires conformado por varias manzanas a lo largo de las calles Reconquista y 25 de Mayo y delimitado, aproximadamente, por las calles Corrientes y Paraguay, a pocas cuadras de Plaza de Mayo donde se levanta la Casa Rosada, sede del Gobierno Nacional, y en barriadas periféricas no muy lejos del Riachuelo (1) . Los sefaradíes de habla española tuvieron sus primeras instituciones en el sector céntrico y en 1905 fundaron su primer Templo en la calle 25 de Mayo; tres años después crearon La Comisión de Damas “El Socorro”, de ayuda a los más necesitados.

La evolución del área céntrica provocaría el encarecimiento de las propiedades y alquileres, razón por la cual se hizo necesario buscar sitios más económicos. Interesa aquí destacar que una de las características de la comunidad judeo-española fue que, aún teniendo en común el idioma, se agruparon por barrios de acuerdo a las regiones de las que provenían. 

En general, los emigrados de Turquía y los Balcanes se fueron concentrando en Villa Crespo, distante unos cinco o seis kilómetros del centro, dentro de la misma ciudad, donde ya había un conglomerado importante de judíos asquenazíes conviviendo con los primeros pobladores criollos, italianos y españoles. También se establecieron en los barrios de Constitución, Once, Flores, Floresta, Colegiales, Belgrano, etcétera.
Villa Crespo pertenecía en sus inicios al ámbito del arrabal; hacia 1880 existía como extensos pastizales anegadizos que incluían unas pocas y dispersas quintas. 


A mediados de esa década llegaría la Fábrica Nacional de Calzado que originalmente estuvo ubicada en el centro de la ciudad y vio conveniente la adquisición de unas 30 hectáreas en esta zona prácticamente despoblada, con terrenos baratos y un arroyo próximo, el Maldonado, útil para arrojar los deshechos industriales. Su gerente, Salvador Benedit, daría impulso al lugar con esta industria en franca expansión que respondía a la formidable demanda de calzado derivada del vertiginoso aumento de población. 

 
Este significativo “polo de atracción” para quienes buscaban empleo favoreció y caracterizó la conformación del nuevo barrio cuya denominación proviene del apellido del Intendente (alcalde) de la Ciudad de Buenos Aires, Antonio Crespo, quien en 1887 apadrinó la inauguración de la mencionada empresa participando en la colocación de la piedra fundamental.
Primero alojaron a los empleados en sus edificios, luego en una gran casa de inquilinato construida a tal fin, conocida como conventillo El Nacional (2) a metros de sus oficinas centrales, y en la medida que fue haciéndose necesario se impulsaron loteos para la compra a crédito de pequeños terrenos para la edificación de casas obreras. Sin embargo, en los años siguientes este proceso derivó en la aparición, en torno al núcleo fabril fundacional, de pequeños inquilinatos que albergaron a varias familias.



De tal forma el barrio fue creciendo y afianzándose con una variada población que llegaba ansiosa buscando un mejor futuro.

Alberto Vacarezza se inspiraría en el conventillo El Nacional de Villa Crespo para su célebre sainete “El Conventillo de La Paloma” que, estrenado en 1929 y con un éxito inusitado –más de mil representaciones–, exhibió en escena los nuevos arquetipos que en él coexistían: el tano (italiano), el gallego (español), el ruso (judío asquenazí), el turco (judío sefardí y otras etnias procedentes del Imperio Otomano), etc.

 
Según el censo de 1936 de los 2.415.142 habitantes de la Capital Federal 120.000 eran de origen judío (5%) y de éstos unos treinta mil (25%) vivían en Villa Crespo. Esta inmigración provenía en un 87% de Europa Oriental y en menor medida de Europa  Central (judíos asquenazíes de habla idish). El resto (13% aproximadamente), llamados sefaradíes, llegaron sobre todo de Siria y Líbano (habla: árabe) y Turquía (habla:“djudezmo”); otros grupos de menor proporción arribaron de Palestina, Egipto, Grecia, Bulgaria, Marruecos, España y Portugal, que hablaban tanto árabe y djudezmo como español moderno.
A la luz de estos guarismos es claro que, luego de la etapa fundacional, la barriada pasó a un segundo momento enmarcado por un sostenido crecimiento poblacional, coincidente con la llegada de las migraciones señaladas y que, una vez pasado este   período, quedó consolidada una importante presencia judía. No obstante, estuvo muy lejos de conformarse un gueto por cuanto la diversidad fue construyendo un singular espacio de riqueza cultural poco frecuente en otros lados. Aún así, Villa Crespo ha sido mencionado como “barrio hebreo”.      

Familia Chemaya 1929 - 1930
A la etapa inicial del arrabal, las casas humildes, el tango y los “compadritos” (3), se le sumó el aporte judío que hizo más heterogéneo el espacio social, cambios que lamentaron algunos sectores, pese a que estas transformaciones, por inevitables, finalmente no fueron resistidas. Una de las estrofas de un tango de Alfredo Tagle Lara se hizo eco del tránsito hacia lo diverso y la nostalgia por los tiempos idos poniendo en boca del “guapo Requena”, un personaje que por sus fechorías estuvo largo tiempo en la cárcel y vuelve a su hogar:

Ya no sos el Villa Crespo de otros tiempos
cuando el Títere, Olegario, Pata ‘e Palo y Almanzor
te bordaron de delitos un pañuelo que hoy un pueblo de judíos te ha arrancado sin temor.

Leopoldo Marechal, escritor que, tal vez, escuchó el susurro de musas diferentes, describió en su obra La batalla de José Luna: “Entre las mil ciudades que abajo (en la tierra) perfuman el éter con el humo de sus chimeneas existe una: se llama Buenos Aires. ¿Es mejor o peor que otras? Ni mejor ni peor. Sin embargo, los hombres han construido allí un barrio inefable, que responde al nombre de Villa Crespo”(4).


Notas

1 Denominación que recibe el curso inferior del río La Matanza en el tramo que establece el límite sur de la Capital Federal hasta su desembocadura en el Río de la Plata.
2 Un conventillo es un edificio estructurado a partir de un pasillo abierto donde se alinean unidades de vivienda. Sus dos entradas son por las calles Thames 139/147 y Serrano 148/156. El conventillo el    Nacional debe su denominación a que fue construido por la Fábrica Nacional de Calzado.
3 Persona provocativa y pendenciera, afectada en sus maneras y su vestir.
4 Marechal, Leopoldo. La batalla de José Luna. Editorial Universitaria. Santiago de Chile. 1970.



Carlos Szwarcer
Publicado en: Raíces Nº 62. Año XIX. Marzo de 2005. Sefarad Editores. Madrid, España.


Fotos: Google y www.sefaraires.com.ar