domingo, 29 de julio de 2018

Shalom - Educando a educadores


Descubrimos cada semana los elementos esenciales que crean la causa y base de la existencia del Pueblo de Israel y su existencia a pesar de las circunstancias adversas. Estos elementos no dependen de la tierra, el lenguaje, la cultura, la raza o la herencia genética. El único factor constante que preservó al Pueblo judío de todas las vicisitudes es la tenacidad con la cual se adhieren a su herencia espiritual. Y es esta herencia la que Shalom nos descubre cada domingo a través del análisis sobre temas de actualidad como ciencia, educación, festividades, cocina medicina, mística…

                       

   
   

       
       
       
       
            Educando a educadores






sábado, 28 de julio de 2018

Ludwig van Beethoven. Sinfonía Nº 9 en Re Menor Op. 125. Vasily Petrenko.


A continuación, de Ludwig van Beethoven, la Sinfonía Nº 9 en Re Menor Op. 125, en la versión de los solistas: Ailish Tynan, Jennifer Johnston, Toby Spence, Gerald Finley, junto al Coro de Cámara de Jóvenes de Irlanda, el Coro Nacional de Jóvenes, y la Orquesta Nacional Juvenil de Gran Bretaña, dirigidos por Vasily Petrenko.




viernes, 27 de julio de 2018

Murió María Concepción César: adiós a una actriz esplendorosa

El Diario La Nación, en su edición digital, publicó este recordatorio firmado por Marcelo Stiletano

Murió María Concepción César: adiós a una actriz esplendorosa
La artista, de 91 años, se destacó en radio, cine, televisión y teatro Fuente: Archivo

26 de julio de 2018  • 19:37

María Concepción César llegó en plenitud al final de su larga y fecunda vida, que acaba de apagarse definitivamente. Le faltaban apenas tres meses para cumplir 92 años. En 2014 confesó que se sentía "espléndida" y atribuyó ese estado de ánimo al camino elegido para llevar adelante un recorrido artístico que jamás supo de pausas o de obstáculos visibles. "Mi vida intelectual y emocional es muy intensa. Cuido mucho mi carrera y mi espíritu. Para vivir pasivamente como un vegetal es mejor irse antes", dijo por entonces.
Tenía mucho por hacer, por dar y por compartir. Lo hacía a través de entrevistas televisivas, homenajes y reconocimientos que nos ayudaron a construir el retrato de una de las mujeres más esplendorosas que tuvo el espectáculo argentino en toda su historia. Supo lucir en su apogeo una figura de admirable y voluptuosa belleza natural que se hizo imposible de alcanzar hasta para algunas de las más famosas vedettes que fueron contemporáneas suyas. Pero a pesar de ese perfil escultural, destacado sobre todo en la perfección de sus piernas, no fue el teatro de revistas el lugar en el que más se destacó. María Concepción César fue una estrella completa, pero el teatro era su lugar preferido en el mundo. "Del teatro no me fui nunca, nunca me bajé", le dijo a LA NACION en 2008, mientras estaba a punto de estrenar en el Payró Interviú, retrato de una gran diva del espectáculo que decide retirarse de un día para el otro de la actividad.

Parecía un papel escrito a primera vista para ella, pero solo en la ficción artística. En la vida real, según le reconoció a Alejandro Cruz en esa entrevista, su existencia estaba en las antípodas de esa suerte de símil de Greta Garbo. Se sentía bendecida por una vida plena e intensa de actividad constante en la radio, el teatro, el cine y la televisión. "Nunca quise quedarme en mis veinte años. La vida pasa. Soy una mujer que ama lo que hace, amo al teatro, amo todo lo que sea la expresión. Hce cosas muy hermosas en televisión, hice musicales, muchas comedias, cine. Ahora vivo mis momentos muy tranquilamente", contó. Aunque se detenía para aclarar que esa tranquilidad era relativa. "Ninguna actriz puede vivir tranquilamente si no trabaja", admitió.
Había nacido en el barrio porteño de Floresta el 25 de octubre de 1926 como Concepción María Cesarano. Estudió en el Conservatorio Nacional de Arte Escénico de esta ciudad, con la guía de Antonio Cunill Cabanellas, y debutó veinteañera en el cine con un breve papel en Pampa bárbara (1945), de Lucas Demare. Después llegaron, entre las décadas del 50 y del 70, El crimen de Oribe, Rosaura a las diez, La madrastra, La barra de la esquina, María Magdalena, Hotel alojamiento y Los chantas, en la que se animó a un desnudo completo con casi 50 años.

María Concepción repasa su carrera en el ciclo En Foco - Fuente: YouTube

Le sobraba talento como actriz, cantante y bailarina, y supo ganarle siempre al tiempo entregando todas esas facetas, juntas o por separado, en personajes que atravesaron varias generaciones de su trayectoria. Pasó por obras clásicas de autores argentinos y extranjeros (De Seis personajes en busca de autor, de Pirandello, a Un guapo del 900, de Eichelbaum y de El enfermo imaginario, de Moliére, a El conventillo de la paloma, de Vaccarezza) y triunfó en comedias musicales tradicionales ( Can CanTodos en París) y modernas como el Houdini que dirigió Ricky Pashkus en 2005.
Tuvo una destacada presencia radiofónica, cuando las emisoras porteñas se aseguraban la exclusividad de sus grandes figuras, como le ocurrió a ella con Splendid. Y conquistó buena parte de su enorme popularidad gracias a una presencia constante en la televisión, sobre todo de la mano de Alejandro Romay. Sus primeros pasos en la pantalla chica fueron a comienzos de la década del 60 con Esquina de tango, junto a Enrique Dumas, y tuvo en esa década su primer gran éxito como estrella de Tropicana Club, un musical convertido ya en clásico histórico de nuestra historia televisiva junto a Chico Novarro y Marty Cosens. Después llegaron innumerables participaciones en programas ómnibus y shows ( Sábados de la Bondad, Grandes valores del tango), especiales ( Alta comedia) y ficciones muy recordadas en clave de comedia ( Todo el año es navidad) o telenovela ( Vos y yo toda la vida, Amo y señor). Cada aparición de María Concepción César como figura permanente u ocasional era una nueva muestra de talento y versatilidad interpretativa. Ningún papel le quedaba chico, ningún personaje le parecía ajeno, distante, forzado o artificioso.
Sin embargo, con tanto prestigio ganado y tantos reconocimientos cosechados sin pausas, nunca quiso conservar en su hogar más que una pequeña muestra de ellos. "¿Sabés por qué está así la casa sin fotos ni premios? Porque quiero que cuando vienen mis hijos a visitarme vean a su mamá, que no vean a la figura. Quiero eso, porque bastante habré no estado con ellos. Querido mío: yo era una esplendorosa muchacha que salía de un contrato y se metía en otro. En un momento de mi vida tuve que trabajar mucho. Era para marcar pautas a mis hijos. Quedé viuda muy joven y no había otra posibilidad. En algún momento era una máquina más, no paraba", sostuvo en aquélla conversación con LA NACION.
Después de disfrutar de toda clase de éxitos, eligió consagrar la vida a sus dos hijos y a sus nietos, pero sin perder de vista nunca su identidad y su vocación. Alcanzó ese raro equilibrio que tantos artistas anhelan y no pueden alcanzar. Darse el gusto de seguir con la actuación mientras no dejaba de recibir premios (ganó el Konex, el Quinquela Martín, el Pablo Podestá, el Susini y un reconocimiento otorgado por el Congreso Nacional en 1999) y a la vez dedicar todo el tiempo que quiso a su familia y a otras cosas seguramente más personales y más sencillas. Allí debe haber encontrado el secreto que le permitió llegar al final sin perder nada de su admirable esplendor. Alcanzaba con verla en todas sus fotografías, las de su juventud y las de tiempos recientes, para comprobarlo: en cada una de ellas nunca dejaba de sonreír.


miércoles, 25 de julio de 2018

Nathan Milstein


Nathan Mirónovich Milstein nació en Odessa, entonces Imperio Ruso,  el 31 de diciembre de 1903 y murió en Londres, Inglaterra, el 21 de diciembre de 1992. Violinista.

Dijo el realizador Christopher Nupen sobre la película:
"Esta película en dos partes sobre uno de los mejores intérpretes del siglo XX, un artista cuya carrera duró 73 años, que se ganó la admiración y el respeto de prácticamente todos los músicos internacionales de su época, y el cariño de la inmensa mayoría de ellos. Su nombre, Nathan Mironovich Milstein. Su instrumento, el violín.

A lo largo de su carrera, la habilidad de Nathan Milstein para inventar nuevas formas de tocar el violín impresionó constantemente por igual a músicos, críticos y público.
Este músico tan profesional, modesto y sincero habla sobre su vida, su carrera, su música y sus amigos, sobre todo sobre Auer, Glazounov, Rachmaninov, Horowitz y Piatigorsky. También tiene una divertida conversación sobre música con Pinchas Zukerman, un amigo y violinista más joven que él.

En la película, Pinchas Zukerman pregunta: 'Sé que tu sencillez es maravillosa, y que todo lo que haces tiene una sencillez maravillosa, pero quiero saber por qué es tan sencillo". Nathan Milstein le responde: "Si eres complicado, te echas a perder".

Jamás he conocido a un músico que llevara a la práctica esa verdad de una forma tan admirable como Nathan Milstein."

A continuación, Nathan Milstein: El maestro de la inventiva - Algunas memorias de un mago discreto, del realizador Christopher Nupen.


domingo, 22 de julio de 2018

Shalom - 9 de Av: 2.000 años sin templo


Descubrimos cada semana los elementos esenciales que crean la causa y base de la existencia del Pueblo de Israel y su existencia a pesar de las circunstancias adversas. Estos elementos no dependen de la tierra, el lenguaje, la cultura, la raza o la herencia genética. El único factor constante que preservó al Pueblo judío de todas las vicisitudes es la tenacidad con la cual se adhieren a su herencia espiritual. Y es esta herencia la que Shalom nos descubre cada domingo a través del análisis sobre temas de actualidad como ciencia, educación, festividades, cocina medicina, mística…

                       

   
   

       
       
       
       
            9 de Av: 2.000 años sin templo




sábado, 21 de julio de 2018

Ludwig van Beethoven. Sinfonía Nº 9 en Re Menor Op. 125. Ferenc Fricsay.


A continuación, de Ludwig van Beethoven, la Sinfonía Nº 9 en Re Menor Op. 125, en la versión de los solistas: Irmgard Seefried, Maureen Forrester, Ernst Haefliger, Dietrich Fischer-Dieskau, junto al Coro de la Catedral de Santa Eduviges, y la Orquesta Filarmónica de Berlín, todos dirigidos por Ferenc Fricsay.




miércoles, 18 de julio de 2018

Franz Peter Schubert


Franz Peter Schubert nació en Viena, Austria, el 31 de enero de 1797 y murió en su ciudad, el 19 de noviembre de 1828. Compositor.

Dijo el realizador Christopher Nupen sobre la película:

"Schubert murió joven, y para su devoto e íntimo círculo de amigos estuvo subestimado durante su vida, y durante al menos un siglo después, porque no consiguió el reconocimiento público ni el éxito económico. Fue el primer gran compositor en la música occidental que vivió exclusivamente de su arte, sin mecenazgo, y que solo pudo ofrecer su música en un concierto público durante toda su vida. Cuando murió a los 31 años, su amigo, Franz Grillparzer, triste y con buena intención, aunque equivocado, escribió su epitafio: La música ha enterrado aquí grandes riquezas, pero mucho más justas esperanzas'

Esas palabras permanecen en la lápida de Schubert y perpetúan lo que yo veo como un asombroso y duradero error: que Schubert nunca llegó a la madurez completa porque murió joven y no alcanzó el nivel de los grandes maestros. En mi opinión, estas dos ideas son claramente falsas.

La película comienza con el funeral de Beethoven, en el que Schubert portó una antorcha, y la historia se cuenta casi al completo con la música compuesta por Schubert en los 20 meses que le quedaban después de esa fecha, además de citas de sus cartas y diarios y las palabras que eligió incorporar a sus canciones.


Nuestro título, El amor más grande y la pena más grande, está sacado de un sueño que Schubert escribió el 3 de julio de 1822 y que se cita al completo en la película."

A continuación, Franz Schubert: El amor más grande y la pena más grande, del realizador Christopher Nupen.


domingo, 15 de julio de 2018

Shalom - El colegio judío de Barcelona


Descubrimos cada semana los elementos esenciales que crean la causa y base de la existencia del Pueblo de Israel y su existencia a pesar de las circunstancias adversas. Estos elementos no dependen de la tierra, el lenguaje, la cultura, la raza o la herencia genética. El único factor constante que preservó al Pueblo judío de todas las vicisitudes es la tenacidad con la cual se adhieren a su herencia espiritual. Y es esta herencia la que Shalom nos descubre cada domingo a través del análisis sobre temas de actualidad como ciencia, educación, festividades, cocina medicina, mística…

       
                                            El colegio judío de Barcelona



sábado, 14 de julio de 2018

Ludwig van Beethoven. Sinfonía Nº 9 en Re Menor Op. 125. Evgeny Svetlanov.


A continuación, de Ludwig van Beethoven, la Sinfonía Nº 9 en Re Menor Op. 125, en la versión de los solistas: Shinobu Sato, Kazuko Nagai, Taro Ichihara, Michio Tatara, junto al Coro del Colegio de Música Kunitachi, y la Orquesta Sinfónica de la NHK, dirigida por Evgeny Svetlanov.





miércoles, 11 de julio de 2018

Piotr IllichTchaikovski


Piotr Ilich Tchaikovski nació en Vótkinsk, Rusia, el 7 de mayo de 1840 y murió en San Petersburgo, Rusia, el 6 de noviembre de 1893. Compositor.
El realizador Christopher Nupen dijo sobre sobre la película:
“Tras trabajar en ello durante más de un año, nos dimos cuenta de que era demasiado para una sola película de televisión, y acabamos haciendo dos. La primera, "Las mujeres de Chaikovski", observa el destino de las mujeres en su vida privada y su música. También trata de la influencia de unas sobre otras. La segunda narra la relación de Tchaikovsky con Nadezhda von Meck y su creciente preocupación con la idea del destino como una influencia que controla su propia vida y como poder de motivación para sus últimas sinfonías”.

A continuación los telefilms del realizador Christopher Nupen.



martes, 10 de julio de 2018

“Shoah”, el desgarrador documental sobre el Holocausto, narrado por sus sobrevivientes y victimarios

El Diario Infobae, en su edici`n digital, publicó este recordatorio

CULTURA

“Shoah”, el desgarrador documental sobre el Holocausto, narrado por sus sobrevivientes y victimarios

Rodada durante 11 años, en 14 países y con más de 9 horas de duración, el film, del recientemente fallecido director francés Claude Lanzmann, presenta testimonios sobre participantes del Holocausto: supervivientes, pero también verdugos, testigos, y hasta partícipes secundarios, sin utilizar ninguna imagen de archivo














Por Gustavo Noriega 10 de julio de 2018



Murió la semana pasada a los 92 años el director de cine francés Claude Lanzmann. En estos días se recordó largamente su monumental obra Shoah. Rodada en la década del 80 durante varios años, allí entrevista a lo largo de más de nueve horas a participantes del Holocausto: sobrevivientes, pero también victimarios, testigos, y hasta partícipes secundarios, como el maquinista de uno de los trenes que llevaba el cargamento infernal a Auschwitz.

A menudo se habla de "la película o el libro que cambió mi vida". Es, obviamente, una exageración: que alguien atraviese un cambio trascendental por algo tan efímero habla mal de su vida y no bien de ese libro o película. Sin embargo, hay que decir que es difícil traspasar la experiencia de Shoah sin que algo se adhiera para siempre. No solo información o datos, sino la pesadumbre oscura derivada de haberse asomado a la forma más lacerante de narrar el Holocausto.

Lanzmann se impuso la restricción de que Shoah no contenga ni un solo fotograma con imágenes de archivo. No se trataba de una decisión puramente formal, una elección estética entre tantas otras. Lanzmann -un intelectual duro, sucesor de Sartre en la dirección de la revista Les temps modernes, resistente del nazismo y partidario del Estado de Israel en su versión más beligerante- rechazó toda forma de representación visual del Holocausto. Su posición iba mucho más allá del rechazo al clásico edulcoramiento hollywoodense representado –en mi opinión, injustamente- por Spielberg.

Simone De Beauvoir y Claude Lanzmann
Simplificando brutalmente sus ideas, podemos decir que para él inscribir el genocidio sufrido por los judíos en la Segunda Guerra Mundial en un relato clásico era banalizarlo, convertirlo en uno entre muchos, clausurarlo. Consideraba que la herida abierta en la humanidad con el exterminio de los judíos de Europa era una herida que no debía cerrarse. Comprender, entender, racionalizar, fueron malas palabras para Lanzmann. Refiriéndose al registro fotográfico dijo una vez: "No existe una imagen de la Shoah. Y si existiera, yo la quemaría".

La obsesión de Lanzmann no solo se expresaba durante la realización de su obra, sino también en su forma de exhibición. Entrevisté a Lanzmann en 2000, en una de sus visitas a la Argentina. Fui preparado: había estudiado el tema y sabía cuáles eran las cosas que le molestaban. Mientras esperaba mi turno, escuchaba como maltrataba a sus entrevistadores anteriores, un grupo de esforzados miembros del Museo del Holocausto de Buenos Aires. Para Lanzmann, no existía nada peor que un museo: un lugar donde uno camina 45 minutos y cree entender sobradamente el tema en exposición. De alguna áspera manera, se los hizo saber. Cuando me llegó el turno, criticó a los anteriores, hizo una pausa, me clavó sus ojos azules y helados y me espetó: "¿Usted vio Shoah?". "Sí", le contesté. "¿Dónde?". "En Hebraica", mentí.


En ese momento, antes de la universalización del download, había tres forma de haber visto Shoah en la Argentina. Una era en el cine de la Sociedad Hebraica Argentina, emitida en tres partes. Otra era en un video editado comercialmente, también en tres volúmenes. Y la tercera era una emisión hecha por el canal 7, en varias partes. Yo había visto el video, sabiendo que era una de las peores blasfemias posibles. El editor, para ahorrar material, lo había reordenado de manera de que los cuatro cassettes originales se convirtieran en tres, sin cortar escenas pero cambiando el orden de algunas de ellas.
"Bien", me dijo Lanzmann. "Es la única forma de ver Shoah en Argentina", refiriéndose a la proyección en tres días en la SHA que yo no había presenciado. "En video, no. Si tuviera en mis manos a X (el editor del VHS que no nombraremos) lo mataría con mis propias manos. Y lo de canal 7 fue criminal". Sabía perfectamente cómo se había exhibido su película en la Argentina y no daba la sensación de que se tratara de un caso particular, parecía que lo mismo podría haber sucedido en Chile o en Australia o en cualquier otro país que visitara.

Escena de “Shoah”
Su inflexibilidad y su dureza se reflejan en la película. Una escena famosa muestra a un sobreviviente, Abraham Bomba, cuyo trabajo en Auschwitz era cortarle el pelo a quienes estaban a punto de entrar en las cámaras de gas, contando su experiencia mientras simula realizar la misma tarea con un cliente en una peluquería de Jerusalem. El relato de Bomba es tremendo y al llegar a un punto de dramatismo insoportable, se quiebra y le pide a Lanzmann que detenga el interrogatorio. Lanzmann es inflexible, "Debemos hacerlo, Abe, usted lo sabe".

La agonía del peluquero es registrada en un plano secuencia, sin cortes, mostrando en un solo plano lo que se quiere contar y, paradójicamente, la imposibilidad de ponerlo en palabras. De alguna manera, esa escena resume la idea de Lanzmann acerca de lo indecible, lo único e irrepetible que encierra el Holocausto, su novedad radical, que resiste y excede la capacidad de las palabras. Lanzmann estaba más interesado en representar el momento del horror que en buscar explicaciones o causales. La escena de la peluquería es su método condensado en una toma.

(AFP)
Dijo el crítico español Vicente Sánchez-Biosca: "Muy pocos autores han cuestionado su método: la renuncia al esfuerzo de comprensión que es, al fin y al cabo, la tarea del historiador y del intelectual mismo. Tal vez sea esta actitud la que haya aproximado Shoah a la reflexión de los psicoanalistas, en especial, los miembros de la escuela lacaniana. Lanzmann parece alinearse con aquellos que defienden el carácter incomparable, único, ahistórico, del exterminio nazi, pero procediendo con una coherencia diabólica, convierte ese principio en poética de su filme".

Los métodos de Lanzmann desplegados en Shoah son ciertamente cuestionables. La presión implacable a los testimoniantes, aunque ellos sean sobrevivientes que sufren al recordar su martirio, la cámara oculta a un oficial nazi y la idea subyacente de que ninguna representación del Holocausto que no fuera similar a la instaurada por él no podría ser sino pornografía generan una idea ciertamente incómoda: la de que la memoria de la Shoah era más importante que la de los individuos que la atravesaron.

(AFP)
El que lo expresó de manera clara fue el filósofo búlgaro Tzevan Todorov: "La lección que Lanzmann transmite a sus espectadores a través de estas escenas es, poco más o menos, la siguiente: usted no debe tener en cuenta la voluntad del individuo si ella le impide alcanzar su objetivo. En cualesquiera otras circunstancias, semejante procedimiento podría haber pasado desapercibido al envolvernos en su eficacia; pero, tratándose de la representación de un universo en el que uno de los rasgos sobresalientes era el rechazo de la voluntad individual, uno acaba deseando que Lanzmann hubiera sido un poco más circunspecto en la elección de sus medios."

Sin embargo, un Lanzmann más circunspecto, más respetuoso de la voluntad de los entrevistados, más tolerante con las opiniones ajenas, no hubiera hecho la película inolvidable que Shoah es. Para asomarse al peor horror del siglo XX, tuvo que renunciar a algunas de las conquistas humanistas que el propio nazismo había barrido. O, en palabras de Nietzsche, "cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti". En cualquier caso, sumergirse de cualquier manera en Shoah, incluso en formatos que al director le hubieran resultado inadmisibles, será para el espectador una experiencia transformadora.

*Shoah, 1985, 9 hs 26', dirigida por Claude Lanzmann, está disponible en múltiples formatos, incluso en YouTube, subtitulada.

A continuación la película Shoah, con subtítulos en español. Se puede seleccionar otro idioma ingresando en configuración.




domingo, 8 de julio de 2018

Shalom - Rhoda Henelde: Yidish al alcance de todos


Descubrimos cada semana los elementos esenciales que crean la causa y base de la existencia del Pueblo de Israel y su existencia a pesar de las circunstancias adversas. Estos elementos no dependen de la tierra, el lenguaje, la cultura, la raza o la herencia genética. El único factor constante que preservó al Pueblo judío de todas las vicisitudes es la tenacidad con la cual se adhieren a su herencia espiritual. Y es esta herencia la que Shalom nos descubre cada domingo a través del análisis sobre temas de actualidad como ciencia, educación, festividades, cocina medicina, mística…

   
                                            Rhoda Henelde: Yidish al alcance de todos


sábado, 7 de julio de 2018

Mundos íntimos. La niña judía que en la Segunda Guerra estuvo escondida en una casa que los nazis usaban como cuartel


El Diario Clarín, en su edición digital, publicó este artículo

Tenía 11 años

Mundos íntimos. La niña judía que en la Segunda Guerra estuvo escondida en una casa que los nazis usaban como cuartel

El mismo aire. Cuando comenzaron las deportaciones en Budapest, fueron refugiados por una familia aristócrata en su importante casa de campo. Al poco tiempo, allí también se asentó un batallón de las SS.

Valores. Marion destaca el coraje de la familia húngara católica que los alojó, arriesgándose a ser fusilada si la descubrían. Foto: Néstor García.
Marion Eppinger

Corría el año 1944 y los nazis ya casi perdían la guerra. Pero aun camino a la derrota, en marzo de ese año, las tropas alemanas ingresaron a Hungría, mi país, con el plan de completar lo que llamaban la solución final. Traducido a lengua humana o inhumana ese plan consistía pura y simplemente en la aniquilación total de la comunidad judía en Europa.

Cuando en Budapest empezaron las deportaciones masivas hacia Auschwitz y otros campos de exterminio, mis padres tomaron la sabia decisión de escapar, llevándome a mí –para entonces una nena de 11 años– y a mi hermano de 9. Mi papá consiguió un pasaporte falsificado a nombre de un tal señor Sipos, supuesto jugador de fútbol yugoslavo, con la idea de cruzar la frontera y escondernos los cuatro en algún lugar de Eslovaquia.

La fuga no fue fácil y apenas tocamos la frontera sentimos la proximidad de la muerte. Estábamos los cuatro sentados en un vagón de tren. Mi papá tenía facha de cualquier cosa menos de jugador de fútbol. Para colmo, tenía la calva llena de gotas de transpiración originadas no por el calor sino por el miedo. El guardia fronterizo alemán se quedó media hora afuera con el pasaporte en la mano mirándolo del derecho y el revés y escrutándolo con ojos de felino. Pasado ese tiempo se acercó en silencio y, con pocas palabras, dijo que podíamos seguir.

 La autora y su hermano. Una imagen poco antes de que debieran huir de Budapest.

El proyecto inicial de mis padres era alojarnos en un hotelito de provincia manteniendo una falsa identidad. Pero eso no fue posible. A los pocos días unos oficiales nazis alojados en el hotel sospecharon de nosotros. Nos quisieron hacer hablar, simulaban que eran húngaros y judíos, nos provocaban ostensiblemente mientras yo agarraba fuerte a mi hermanito del brazo para que no abriera la boca.

Mi padre no dudó en buscar otra solución. Se le ocurrió entonces llamar a unos amigos que eran húngaros católicos –Maria y Gustav Mariassy–, vivían allá y provenían de una extracción social muy distinta a la nuestra. Eran terratenientes acaudalados y residían en un caserón que parecía un castillo. Era un edificio del siglo XVII, muy grande y ubicado en el centro de una propiedad agroforestal.

Nosotros éramos una familia de clase media judía, industrial y urbana. Lo cierto es que ante la urgencia de la situación, el padre de esa familia, que incluía a su mujer y a cinco chicos, no dudó en invitarnos a vivir en un cuarto al fondo aun sabiendo el riesgo que corrían. Ellos eran antinazis por principios éticos y humanitarios aunque no eran militantes de ningún partido. Al ofrecernos un lugar, fueron muy generosos con nosotros en un momento verdaderamente crítico. Por esa razón mi familia está y estará eternamente agradecida. Era gente de primera, con una nobleza interior pocas veces vista.

En la casa también vivía una institutriz inglesa –nosotros la llamábamos la miss– y un guardabosques. La vida era muy organizada. Jugábamos con los chicos, hacíamos una especie de escuela con la institutriz, vestíamos traje marinero azul a rayas durante la semana y los domingos otro traje de marinero pero blanco. Podíamos salir, nadie sospechaba todavía de nosotros. Para el vecindario éramos una familia húngara y católica, amiga de los patrones.

Pero muy pronto la diversión se acabó en medio del contexto bélico. Primero avanzó el frente ruso hasta el lugar donde estábamos y los soviéticos dudaron de nosotros llegando a pensar que la familia que nos había alojado era nazi. Mi padre intercedió contando la historia de cómo habíamos sido salvados por los aristócratas que nos habían dado alojamiento aun sabiendo que éramos judíos.

Pero como parte de los vaivenes caprichosos de toda guerra, el frente ruso se vio obligado a retroceder y entró a nuestro pueblo un batallón alemán importante, varios de cuyos integrantes ocuparon toda la planta baja del caserón en el que vivíamos. Fue entonces que nuestros amigos le pidieron al guardabosques que nos llevara ocultos durante la noche a la cima de un monte, el Ostra, a vivir en unas casas precarias de barro y piedra junto a unos campesinos que trabajaban para ellos.

Ahí estuvimos viviendo en condiciones muy primitivas durante dos o tres semanas. La casa era en realidad un rancho con piso de tierra, dos piezas y una letrina que estaba afuera. Sentarse en esa letrina congelada resultaba una tortura. Estábamos en pleno invierno y la temperatura era de veinte grados bajo cero. La casa tenía ventanas chicas y hasta la mitad estaba cubierta de nieve. En una pieza dormía el matrimonio de campesinos, en la otra vivía una hija con el marido y un bebé cuyo colchoncito colgaba del techo en una hamaquita. Cuando el bebé lloraba ellos tiraban de una soga para hamacarlo. El resto consistía en una cocina donde dormíamos los cuatro. El ambiente ahí era irrespirable. Ocurre que en esos tiempos lo único que se comía era cerdo. Lo faenaban, y luego cocinaban la piel para extraer la grasa que se utilizaba en la cocina, como es costumbre en esa parte de Europa. Eso hacía irrespirable el ambiente.

Por si fuera poco, días después llegaron al lugar unos ocho o nueve guerrilleros antifascistas –los famosos partisanos– que también se alojaron en ese rancho que a esa altura parecía un refugio de montaña. O sea que a la noche dormíamos todos juntos –el pastor, su mujer, la pareja con el bebé, y nosotros cuatro con los guerrilleros– sobre el suelo de paja. Mi papá, muy celoso, se ocupaba de que mi mamá no durmiera demasiado cerca de los partisanos. Fue algo gracioso en medio de la tragedia.

Todas las mañanas mi madre calentaba agua y nos paraba desnuditos en una palangana para bañarnos. Luego nos vestía y nos mandaba a la nieve con unas papas para cocinar haciendo fuego con unas ramitas. Era una especie de entretenimiento. En eso estábamos cuando llegó al lugar una patrulla alemana, dos de cuyos integrantes fueron matados de inmediato por los guerrilleros. La situación se complicó de pronto para todos los que estábamos ahí. 

Los partisanos se fueron llevándose ropa y alimentos y nosotros sabíamos que después de eso vendría la tropa alemana para buscar y vengar a sus soldados. Mis padres mandaron la noticia a nuestros amigos –los que nos alojaron inicialmente– quienes de inmediato se ocuparon de nosotros enviando al guardabosques que nos llevó de regreso al caserón para entonces ocupado, en toda la planta baja y el hall de entrada, por una especie de cuartel que primero fue de la Wehrmacht –fuerzas armadas unificadas de la Alemania nazi– y luego de las SS, es decir, el cuerpo de combate y terror creado por Hitler. Ahí empezó para nosotros la etapa clandestina y de miedo constante.

Entramos a la casa sigilosamente y nos escondimos arriba. Por suerte los alemanes nunca investigaron bien el lugar donde nos guarecíamos. Es más, los sirvientes y cocineros que cocinaban para ellos también se ocupaban de mandar comida todos los días para los doce que vivíamos arriba. El 15 de enero de 1945, cumpleaños de uno de los hijos de la familia que nos hospedaba, subió el cocinero de abajo con una torta de cinco pisos. Cuando hizo entrega de la torta aprovechó para informarnos en secreto que mi hermanito hacía ruido correteando y podría levantar sospechas de las SS. Fue un buen gesto de su parte. De ese modo mostró y demostró que sabiendo quiénes éramos estaba de nuestro lado.

Su advertencia convenció a mis padres de que realmente estábamos en peligro. Como para confirmarlo, en esos días apareció en el piso de arriba un oficial alemán de alto rango, uniformado, diciendo que ellos necesitaban una habitación más. El hombre recorrió todos los cuartos y nosotros temblábamos. En el último cuarto estaban la institutriz inglesa y el señor de la casa. El alemán lo encaró, casi agarrándolo del cuello, y le preguntó si sabía que había un premio muy grande para denunciar judíos. El hombre respondió en voz baja que sí, que estaba informado al respecto. De inmediato el oficial le preguntó si también sabía que cuando ellos encontraban a judíos los mataban y mataban también a quienes los habían escondido. El aire se cortaba con un cuchillo. Mi amiga, una de las hijas de la casa, todavía tiembla cuando lo recuerda.

El dueño de casa se animó a preguntarle al oficial por qué hacían eso a lo cual el nazi respondió diciendo que los judíos eran el origen de todos los males del mundo y que también debían ser matados los niños porque cuando fueran grandes serían como sus padres. En ese momento el SS sacó del morral una granada y se la puso en las manos al hijo mayor de la familia. ¿Sabés que es esto?, le preguntó de manera sarcástica. Es una granada. Puede explotar todo el caserón en pocos segundos. Se hizo un silencio de muerte y el hombre dio media vuelta y se fue. Milagrosamente no pasó nada. Lo del oficial fue evidentemente una bravuconada sádica que, por suerte, terminó ahí.

La guerra poco a poco estaba llegando a su fin. El ejército ruso se acercaba. A fines de enero de 1945 los soviéticos llegaron al lugar y los alemanes ordenaron la evacuación de todos sus efectivos. Mi madre nos ordenó recoger nuestras pertenencias. Podíamos por fin salir a la calle donde nos esperaba un carro tirado por caballos.

¿Pero cómo?, pregunté yo. ¿Y si nos ven? No te preocupes –dijo mi madre–. Ahora son ellos los que tendrán que esconderse. No tienen tiempo ya de ocuparse de nosotros.

En el próximo pueblo nos alojamos en la casa de amigos de nuestros salvadores y unos días después vimos ingresar los tanques con los soldados rusos. Los oficiales, igual que los alemanes en su momento, se instalaron en la casa que ocupábamos sin pedir permiso. Pero esta vez éramos amigos. Me sentaban en sus rodillas y con los ojos llorosos mostraban fotos de su familia así como las cicatrices, las heridas de bala, los pies congelados, y sus muñones, donde antes había dedos o brazos. Yo, a los 11 años, miraba con fascinación este mundo de adultos rudos y sentimentales y percibía los recuerdos de sus propios niños que yo les evocaba.

Así fue que emprendimos el viaje hacia Budapest por los bosques nevados, sobre un suelo congelado, todos envueltos en mantas y llevando colchones en el carro. Yo esperaba el regreso a Budapest con una gran ansiedad. Recordaba a esa ciudad llena de árboles y luz. Pensé que me reencontraría con amigos y familiares. El fin de la guerra era una gran ilusión para mí.

Pero lo que encontré fue horrible y muy diferente a lo esperado. La ciudad estaba en ruinas. Al llegar a la estación de tren en las afueras lo primero que vi fueron montañas de tierra, escombros, basura y una mujer con el pelo rapado y un pañuelo en la cabeza empujando una carretilla con sus escasos bienes. Todo parecía una ruina gris y polvorienta. Las calles estaban llenas de soldados rusos.

Después de mucho andar llegamos a nuestro departamento donde nos encontramos con algunos miembros de la familia que habían sobrevivido al Holocausto. Luego de los besos y los abrazos yo me senté en un rincón y me puse a llorar. Mi mamá se acercó y me preguntó ¿qué te pasa? ¿justo ahora te ponés a llorar? Yo no encontraba palabras para explicarle que para mí era el llanto final, una descarga, el paso de la frialdad inicial a la sensación de que ahora podía llorar, portarme mal, sentirme libre después de tanto horror, tanta muerte y ocultamiento.

Y aquí estoy ahora setenta y tres años después. Tras el paso del tiempo supe que a nuestros héroes salvadores los stalinistas les hicieron pagar caro sus orígenes aristocráticos. Vivieron los 45 años siguientes sometidos a malos tratos, trabajando en minas de carbón y en otras ocupaciones perniciosas para su salud. Hoy sus descendientes, con los que sigo en contacto, aún muestran la misma nobleza y bondad que tuvo su familia durante la Guerra.
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Marion Eppinger nació en Budapest, Hungría, hace 84 años y se instaló en la Argentina en 1947, cuando tenía catorce. Ya adulta, se casó y tuvo tres hijos. Es oncohematóloga, es decir, médica especializada en el diagnóstico, tratamiento y prevención de los distintos tipos de cáncer en la sangre. Se ha destacado también como una refinada coleccionista de arte argentino y universal. Además es activa participante de Generaciones de la Shoá, reconocida entidad dedicada a mantener viva la memoria sobre lo ocurrido en el Holocausto bajo el imperio del nazismo en Alemania y otros países. Con ese objetivo, suele brindar charlas en escuelas y universidades, colabora con publicaciones y organiza exposiciones alusivas.


Ludwig van Beethoven. Sinfonía Nº 9 en Re Menor Op. 125. Georg Solti.


A continuación, de Ludwig van Beethoven, la Sinfonía Nº 9 en Re Menor Op. 125, en la versión de los solistas: Jessye Norman, Sarah Walker, Reiner Goldberg, Hans Sotin, junto al Coro y la Orquesta Filarmónica de Londres, dirigida por Georg Solti.



jueves, 5 de julio de 2018

Murió Claude Lanzmann, el director del célebre documental "Shoah"

El Diario Infobae, en su edición digital, publicó este recordatorio

CULTURA

Murió Claude Lanzmann, el director del célebre documental "Shoah"


El cineasta y escritor falleció en París a los 92 años. Fue parte de la resistencia francesa y mantuvo una larga relación con la escritora feminista Simone de Beauvoir. Será recordado por su monumental obra de más de nueve horas sobre el Holocausto

“Me habita una conciencia orgullosa de lo que he logrado”, había dicho Lanzmann sobre su obra mayor, “Shoah” (AFP)
“Me habita una conciencia orgullosa de lo que he logrado”, había dicho Lanzmann sobre su obra mayor, “Shoah” (AFP)
El cineasta, escritor y periodista francés Claude Lanzmann, relator clave del Holocausto a través de su monumental documental Shoah, murió este jueves a los 92 años, anunció la editorial Gallimard.
"Me habita una conciencia orgullosa de lo que he logrado", había afirmado el director sobre esta obra de más de 9 horas de duración estrenada en 1985 sobre el exterminio de los judíos durante el nazismo, como recuerda la agencia AFP, y que fue vista por decenas de millones de espectadores en todo el mundo.
Nieto de inmigrantes judíos bielorrusos, Lanzmann nació el 27 de noviembre de 1925 al norte de París, de padre decorador y madre anticuaria, y vivió en carne propia la persecución nazi tras la caída en Francia en junio de 1940.
En ese año, su padre lo llevó a ciudad de Brioude (centro-sur) junto a su hermano menor Jacques y su hermana Evelyne, que sería actriz y luego se suicidaría.
El cineasta y escritor vivía en París (AFP)
El cineasta y escritor vivía en París (AFP)
Allí, se vieron obligados a desaparecer sin dejar rastro, hechos que fueron narrados tiempos después en su libro La liebre de la Patagonia (2009).
Con 18 años, Lanzmann ingresó en la Resistencia y participó con los "maquis" en la lucha contra los nazis.
Después de la guerra, estudió filosofía en Tubinga, Alemania, antes de convertirse en lector de literatura francesa y filosofía en la Freie Universität Berlin (Universidad Libre de Berlín).
A su regreso a Francia, durante años se ganó la vida como redactor en varios periódicos.
Claude Lanzmann junto a la filósofa Simone De Beauvoir, con quien tuvo una relación
Claude Lanzmann junto a la filósofa Simone De Beauvoir, con quien tuvo una relación
La vida con Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre
En 1952, Lanzmann conoció a Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, convirtiéndose en su amigo y entrando en el comité de redacción de la revista Les Temps Modernes, fundada por la pareja.
Vivió una historia de amor de 7 años con la filósofa feminista y con el conocimiento y aceptación del pensador existencialista, su pareja.
La primera vez que vio a Sartre tras haber pasado la noche con Simone, sintió "un poco de aprensión". Pero Sartre "bendecía esta unión, se alegraba de la visible felicidad de 'Castor' [apodo de Simone de Beauvoir], mostrándome una amistad alegre y verdadera", escribió.
Tras la ruptura de la pareja, Lanzmann y Simone siguieron manteniendo una excelente relación. En 1986, tras la muerte de ella, Lanzmann se convirtió en director de la prestigiosa revista.
Simone De Beauvoir y Claude Lanzmann junto con Jean-Paul Sartre
Simone De Beauvoir y Claude Lanzmann junto con Jean-Paul Sartre
Paralelamente, en los años 1960, y tras una estancia en Corea, adhirió a las luchas anticolonialistas y formó parte de los firmantes del Manifiesto de los 121, que denunció la represión en Argelia.
La monumental Shoah
Como cineasta, debutó con Por qué Israel (1972). Se lanzó luego en la epopeya de la Shoah, con un rodaje de 12 años. "Dominaba el tiempo", explicó respecto a esta obra maestra, realizada sin imágenes de archivo.
Con una duración de 9 horas y 30 minutos, mezclando filmaciones de los lugares donde ocurrió, testimonios de sobrevivientes y reconstrucciones dramáticas, Shoah fue el intento de Lanzmann de abarcar el Holocausto creando una forma nueva ante la imposibilidad de representar el horror.
Realizó además, entre otros, filmes Tsahal (1994), Sobibor, 14 de octubre de 1943, 16 horas (1997), El informe Karski (2010), El último de los injustos (2013) y Napalm (2017): varias de estas obras fueron realizadas  a partir de las 340 horas de grabación no utilizadas en Shoah.
Una escena de “Shoah”, documental de más de nueve horas sobre el Holocausto
Una escena de “Shoah”, documental de más de nueve horas sobre el Holocausto
Su último filme, estrenado el miércoles en Francia, Les quatre soeurs (Las cuatro hermanas) constituido precisamente a partir de algunas de estas imágenes, recoge los testimonios de cuatro mujeres judías, sobrevivientes del Holocausto.
Durante su carrera, Lanzmann se mostró siempre muy crítico de representaciones ficcionales que llegaron posteriormente a Shoah y que mostaron al Holocausto de una forma espectacular, como La lista de Schindler y La Vida es Bella.
Sobre la obra de Steven Spielberg estrenada en 1993, Lanzmann dijo en 2010 al New York Times que era "sentimental" y "falsa" por mostrar un final optimista y basar su historia en 1.300 judíos salvados por un alemán, cuando la vasta mayoría no escapó con vida de los campos de exterminio.
Lanzmann era muy crítico de representaciones ficcionales del Holocausto, como “La lista de Schindler” o “La vida es bella”
Lanzmann era muy crítico de representaciones ficcionales del Holocausto, como “La lista de Schindler” o “La vida es bella”
Aunque se declaraba un admirador del director de cine estadounidense, Lanzmann destacó las limitaciones de la actuación y la narrativa a la hora de representar el Holocausto. "La Lista de Schindler es una historia imposible", aseguró.
Sobre la obra de Roberto Benigni de 1999, Lanzmann fue sencillamente despreciativo.
"El Holocausto erige un circulo de fuego sobre sí mismo que no puede ser cruzado, porque hay un cierto grado de horror que no se puede transmitir. La ficción es una transgresión", consideró ante la BBC.
Recordando de esta manera a la célebre frase del filósofo Theodor Adorno: "Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie".