Dijo el pintor francés Georges Braque: "El jarrón le da forma al vacío, al igual que la música le da forma al silencio."
En la inmensidad del silencio del desierto, se escucha por primera vez el proyecto de una melodía. En el Libro de los Números (10:1) se le ordena a Moisés: "Harás dos trompetas de plata, batidas a martillo, y serán para convocar a la congregación y para hacer desplazar a los campamentos" .
El rabino Iosef Soloveichik, en su ensayo Kol Dodi Dofek, enseña que la diferencia entre "campamento" y "congregación" se basa en dos formas que tienen las personas de asociarse, y así generar un grupo, una sociedad, o una nación.
La primera, la del campamento, se origina en el temor ante una amenaza. El grupo se une para la autodefensa. El principal objetivo, es sobrevivir. Aprender a enfrentarse a un destino no esperado. Donde lo que no estaba en la agenda nos cruza y nos sabemos atravesados por la angustia, la desolación y el temor. Cuando la incertidumbre del futuro nos abraza fuerte a las convicciones del pasado. Donde el destino está marcado por la fatalidad del presente que nos choca de frente. El campamento es el refugio donde encontrar fortaleza.
La segunda es completamente diferente. El código que une a ese grupo no es el temor, sino una visión. Es un motivo aspiracional. Un mundo de ideas e ideales a conquistar y a lograr. Esa es una congregación. Aquí el destino no nos atropella. El destino es forjado, soñado y diseñado. Un proyecto compartido de realización.
No son solamente dos formas de agruparse como personas, sino de comprender la vida y el mundo. En la primera somos definidos desde afuera, con un peligro que viene del exterior. En la segunda con una decisión que viene desde lo interior. La primera es reactiva, la segunda proactiva. La primera responde instintivamente con códigos aprendidos en la vida del ayer, la segunda pregunta y busca respuestas en los mañanas que quiere vivir. Incluso los animales saben agruparse en la primer forma, en campamento. Pero sólo los seres humanos podemos decidir transformarnos en una congregación.
Nos enseña Soloveichik que los judíos en su historia vivieron las dos formas de agruparse. Ya en Egipto estaban agrupados como campamento. Eran esclavos porque así lo determinaban otros. Y en el devenir de la historia fueron estereotipados por las diversas formas en que mutó el antisemitismo, como los desterrados, los paria, los desclasados, los culpables de todo. Y esa continua amenaza, unió a ese pueblo en un lazo indestructible. Los judíos diseminados por el mundo, parlantes de todos los idiomas, parte de la sociedad y la cultura de oriente a occidente, siempre siguieron siendo un pueblo, con un solo corazón.
Pero fue en el Sinaí donde se transformaron en congregación. Inspirados en la palabra revelada, emprendieron una misión: la de refinar el espíritu, la de elevar el alma y construir una sociedad basada en los valores de la justicia social, la integración, la contención, el estudio, el diálogo fraterno y la paz. Guiados por los ideales proféticos, después de soñar durante milenios vuelven a construir una sociedad pujante, vibrante y en crecimiento continuo en su Tierra milenaria. El milagro se daría, sólo si se transformaban en congregación.
Un campamento, una congregación, incluso en sus diferencias. Las diferencias ideológicas dentro del judaísmo existieron siempre. Desde las doce tribus, al reino del norte de Israel y el reino del sur de Judea. Ya en el exilio escribieron un Talmud en Babilonia y otro Talmud en Jerusalem. Y dentro del Talmud Hilel y Shamai, Rabbah y Abbaieh. Y en Europa Sefaradim y Ashkenazim, Jasidim y Mitnagdim. Pero siempre todos ellos dentro de un mismo libro. Diferencias ideológicas profundas. Pero todos dentro del mismo libro. El mismo campamento, la misma congregación.
En este nuevo tiempo, dentro del judaísmo existen nuevas diversidades ideológicas.Las diferencias entre ortodoxia, conservadorismo y reformismo tienen apenas cien años. Ninguna de las tres denominaciones existían en el Siglo XIX. Había otros movimientos religiosos, diferentes. Ante el resurgimiento de nuevos y xenófobos brotes de antisemitismo en Europa, y el sistemático castigo mediático y boycot económico que sufre el moderno Estado de Israel, seguimos sabiéndonos un solo campamento desde la denominación religiosa, laica, social, cultural, deportiva o educativa que sea.
Como desafío, nos queda seguir siendo también una congregación. No solamente sabernos uno ante la amenaza exterior, sino también ser uno en el pacto del destino que queremos diseñar para nuestro mañana. Diseñar el judaísmo que viviremos en el milenio que viene. Arraigado a su historia, raíces y tradiciones, con los pies en el mundo de hoy, y la mirada puesta en el mañana. Vibrante, unido, integrador, democrático y respetuoso. Sin diluirse en la asimilación contínua, ni desvirtuándose en fanatismo sectario. Orgullosos de nuestro pasado, apasionados por nuestro presente, y convencidos de nuestro futuro.
Así también con nuestra Argentina. Como la mayoría de las naciones, la Nación Argentina se constituyó desde el primer concepto de agrupación, el campamento. Un enemigo externo, una soberanía a conseguir, una independencia a lograr. Terminar con el Virreynato del Río de la Plata, expulsar a los españoles y evitar las invasiones inglesas.
Lo que nos falta a los argentinos es pasar de ser campamento, a sentirnos congregación. Permanecemos empantanados en el pasado, atrapados en la discusión estéril de los ayeres y en la coyuntura de elegir candidatos por un término, en vez de proyectos para una nación.
Tenemos que honrar nuestro pasado. Pero no podemos vivir del o en el pasado. Constituirnos en un modelo congregacional, nos llama a congregar a todas las partes. Todos los sectores, todos los partidos para dejar de estar partidos, políticos y votantes, sindicalistas y obreros, docentes y alumnos, mujeres y hombres, religiosos y laicos, empresarios y trabajadores, para rediseñar la Argentina. En un mundo que será dramáticamente distinto en pocos años al que conocemos, el diseño que nos congregue a ser uno para soñar la Argentina de mañana, tiene que comenzar hoy.
Por último, la dimensión individual. La de cada alma.
Podemos estar atravesados por una pena, por un dolor, una pérdida, una crisis, una distancia. Buscamos entonces contención y abrazo en los de que nos quieren bien, en nuestros campamentos, en la familia, en el círculo de amigos y hasta dentro nuestro. Sin embargo, quedarnos refugiados sólo allí, lleva al peligro de auto convencernos que ese es nuestro único y último lugar. A ser eso que nos pasó. A transformarnos en lo que nos haya sucedido.
Hay otra salida, otra música. Eran dos las trompetas. Lo que haya traído el destino, no es el único destino. Lo que haya sucedido, existió y pasó. Y aquél abrazo ayudó a sobrevivir. Pero la vida no se trata de sobrevivirla. Sino de volver a pelearla. No podemos estar sólo definidos por lo que llueva desde afuera, sino por lo que nazca desde dentro.
Porque así como hay cosas que no están en nuestras manos, hay cosas que solamente están en nuestras manos.
Una historia real como cierre.
Tyler Butler-Figueroa vive en Raleigh, Carolina del Norte, y tiene 11 años. A los 5 años fue diagnosticado con cáncer. Tyler tuvo leucemia y estuvo al borde de la muerte varias veces. Como consecuencia de su tratamiento de quimioterapia, perdió el pelo. La transformación de su apariencia lo avergonzaba. El sufrimiento no sólo estaba en su cuerpo que mutaba, sino también afuera. Fue motivo de bullying entre sus compañeros de escuela. Inmensamente triste y solo, escuchaba los rumores que se esparcían a sus espaldas acerca de su enfermedad, que seguramente era contagiosa, que lo mejor era alejarse de él.
Tiempo más tarde, Tyler vio un panfleto en la escuela que ofrecía clases de violín gratis. Enseguida corrió a su mamá insistiendo en que quería comenzar a tocar violín.
La madre se sorprendió y le dijo que nadie tocaba el violín en la familia y que era un instrumento raro, difícil y complicado. Entonces Tyler le respondió: "Quiero dejar de ser el chico del cáncer. Yo quiero ser el chico del violín". Empezó a estudiar y practicar apasionadamente. Tenía una visión acerca de quién quería ser. Hoy es un virtuoso del violín. Una inspiración dentro de una canción. Una bocanada de aire fresco en melodía. Una apuesta a la esperanza, a la renovación y a la fe en la música. Fe en su historia. En su manera de reinventarse.
De campamento para enfrentar el destino implacable, a generar congregaciones de almas ávidas por escucharlo. Hoy, es el chico del violín.
Amigos queridos, amigos todos.
En palabras de Nietzsche: "Sin música la vida sería un error".
Podamos encontrar cada uno ese instrumento que nos haga honrar y recordar aquello que hemos vivido. Y por sobre todas las cosas, que nos ayude a escribir y diseñar una melodía, que cante todos los mañanas que queremos vivir.
El autor es Rabino de la Comunidad Amijai y Presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti.