A 76 años de la masacre y la resistencia del
gueto de Varsovia: una inmortal gesta contra la
barbarie nazi y por la dignidad humana
Los prisioneros judíos se batieron hasta la última gota de sangre sin renunciar a su identidad aun sabiendo que
la muerte era inevitable
Cuando todo ha terminado. Cuando ese infierno en la tierra que fue el gueto de Varsovia es solo ruinas y sombras… en la alta noche se oye sonar un piano. Bella música.
Y de pronto, una invencible verdad se impone a la masacre nazi. Apenas 88 teclas tocadas con arte, sabiduría, altivez, y sin resignación. Pero ya llegaremos a esa historia…
Entre octubre y noviembre de 1940, a poco de que las tropas nazis aplastaran a Polonia –primero de septiembre de 1939– y mostraran las garras y fauces de la Segunda Gran Guerra –60 a 80 millones de muertos–, todos los judíos de Varsovia, la capital, y de otras regiones, fueron confinados a lo que sería el gueto de Varsovia. Pleno centro y sobre las ya invisibles ruinas de un gueto similar, pero de la Edad Media.
Entre sus muros grises de cuatro metros de altura, levantados a todo vapor, quedaron atrapados en un rectángulo de 8 kilómetros cuadrados 300 mil judíos, que llegarían a 500 mil en el apogeo de la guerra.
La vigilancia era tan estricta como cruel. Y el asesinato, sangre cotidiana. Custodiados por soldados de la SS y la policía polaca, todos los cautivos debían llevar de manera visible la Estrella de David en colores azul y blanco.
Desalojados de sus casas a palos y privados de toda libertad, debieron soportar burlas y humillaciones: desde lo alto de una carretera, crueles y estúpidos turistas los fotografiaban como animales en un zoológico…
El hambre no tardó en retorcer de dolor los estómagos. Además del hacinamiento (72 habitantes por habitación de 10 metros cuadrados), mientras los soldados del ejército alemán y de la SS consumían 2.130 calorías diarias…, los judíos apenas 920 gramos de pan, 295 de azúcar, 103 de mermelada y 60 de grasas… ¡por semana!
Una papa, un pescado, un bocado de carne, una fruta, un puñado de verdura que lograba eludir el cerco era una fiesta inolvidable…
Desde luego, las enfermedades se propagaron. Una epidemia de tifus sembró el gueto de cadáveres. Registro oficial promedio: 5.500 judíos muertos por hambre cada mes. Y el episodio límite de horror: una madre famélica comió una nalga de su propio hijo, muerto el día anterior.
Pero el espíritu humano suele ser invencible. Y en los judíos del gueto se multiplicó hasta el asombro. Decidieron, perdido por perdido, continuar con su vida. Con sus costumbres. Con sus oficios, más allá de los brutales castigos, los culatazos, los arreos en masa hacia la muerte, la aniquilación a golpes sin distinción: también mujeres y niños.
Establecieron un mercado negro en las orillas para conseguir comida. Los emisarios y repartidores eran los niños. Que, pequeños, ágiles, escurridizos, cavaban los cimientos, conseguían comida del otro lado del muro, y la llevaban a destino. Desde el cementerio judío, sin vigilancia, un día lograron pasar 23 vacas…
No cesaron sus ritos religiosos. Nadie interrumpió la lectura de la Torá. Sólo tenían luz y gas desde las diez de la noche hasta las nueve de la mañana, pero lograron que los niños tomaran clases en escuelas hebreas. Y de la nada urdieron mínimas industrias: lámparas hechas con papel de cigarrillos, y preservativos con chupetes en desuso…
El correo estaba prohibido para ellos, pero no el ingenio: cruzaron cartas con parientes británicos, soviéticos, palestinos. Publicaron, entre gallos y medianoche, pequeños diarios y revistas en hebrero y en yiddish. Fundaron una biblioteca. No renunciaron al milagro de la música: los conciertos de violín se abrieron las puertas de la barbarie nazi.
Eso, a pesar de los apaleos porque sí, por el perverso placer de herir, y del diezmo en zloty (la moneda polaca) que exigía el dueño de un árbol… para que un judío pudiera sentarse un rato a la sombra. O el caso del guardia SS al que llamaban "Frankestein", porque su rutina exigía matar a un judío cada día, por simple diversión.
En 1942, los conatos de rebeldía, las filtraciones y las fisuras parciales del telón de acero nazi obligaron a construir una cárcel (dentro del gueto, por supuesto) para 350 prisioneros. Pero en pocas semanas la atestaron casi 1.300 almas. No conformes, los monstruos construyeron otra… ¡para 500 niños!
Iniciado el mayor crimen contra la Humanidad (la Solución Final – acabar con todo el pueblo judío de Europa, 22 de julio de 1942) – el general SS Herman Höffle ordenó el vaciamiento del gueto de Varsovia "para el reasentamiento": sinónimo de muerte segura en los campos.
El alcalde se negó. Respuesta: cayeron sobre los judíos, en horda y de noche, tropas SS, polacos de la Policía Azul, milicianos y mercenarios de Ucrania, Lituania, Letonia, Estonia, más brutales que todo lo imaginado. Además de los apaleos y los fusilamientos, 5 mil judíos fueron subidos a vagones de ganado, deportados a Treblinka, y gaseados hasta morir.
Hasta nacer agosto, los exterminados sumaban 66.700. Cifra aterradora. De los iniciales 500 mil judíos, en el gueto quedaban apenas 70 mil.
La hora de la rebelión había llegado. Era preferir morir luchando que asesinados día a día por el Tercer Reich.
Reunieron un pequeño ejército de resistencia: 1000 guerrilleros en 22 grupos de 30 partisanos en dos cuarteles generales –calles Mila y Zamenhofa–, más almacenes de armas: pistolas, fusiles, ametralladoras, mil litros de gasolina y una carga explosiva de clorato de potasio.
El Día LM (Libertad o Muerte) fue el 18 de abril de 1943. Soldados SS que llevaban a una columna de judíos a la estación para ser deportados…recibieron una lluvia de balas.Otro grupo corrió hasta la plaza Muranowska e izó la bandera de Polonia y la Azul de Israel.
En su cuartel general, el monstruo Heinrich Himmler, jefe de las SS, ordenó aplastar la resistencia judía con 2.100 hombres entre granaderos alemanes, colaboracionistas polacos de la Policía Azul, soldados letones, un tanque francés, dos vehículos blindados, un cañón y dos piezas de artillería aérea.
Un día después, el 19 de abril, centenares de soldados entraron en el gueto disparando cañones y morteros, mientras aviones Stuka de la Lutwaffe demolía los edificios con bombas.
Pero la resistencia no levantó bandera blanca. Desde huecos y trampas, los judíos disparaban con furia. Algunas mujeres se ataron con cuerdas a las chimeneas, se impulsaban, y arrojaban cócteles Molotov contra los verdugos…
Las bajas judías fueron enormes: más de 6 mil muertos. Las tropas nazis no lograron ocupar un solo edificio de la resistencia. Cuatro días después… ¡ordenaron retirada!
La lucha siguió durante 27 días: del 19 de abril al 16 de mayo de 1943. Los verdugos fracasaron: no hubo tabla rasa. Avanzaron calle por calle, piso por piso, pero fueron burlados: los judíos darían su último grito de libertad desde sótanos, bodegas, alcantarillas y todo rincón que los mantuviera a salvo y a favor del factor sorpresa.
Pero los nazis eran más y tenían, además de sus órdenes y su vocación criminal, armas ineludibles: válvulas de agua a presión, gases lacrimógenos y perros adiestrados para matar a todo judío que lograra eludir esas trampas.
Los últimos reductos fueron pulverizados con lanzallamas y explosivos. Muy pocos fugitivos alcanzaron a refugiarse en los bosques polacos, mientras entre el 4 y el 8 fueron capturados 4 mil en un refugio subterráneo. El 15, dinamitada una sinagoga. Y el 26, desgarrador recuento: 70 mil judíos muertos, 13 mil caídos en combate, 56 mil prisioneros (7 mil fusilados en el acto y el resto muertos en las cámaras de gas de Treblinka). La última capturada: una niña, el 13 de diciembre.
El gueto quedó vacío y en escombros. Allí donde la vida se había abierto paso con la sola fuerza del espíritu, y después con armas desiguales (conmovedoramente desiguales y bravías).
En el invierno de 1945, ya perdida la guerra y destrozado el delirio de un Reich para mil años, los alemanes demolieron las ruinas, cubrieron esos restos con tierra, y sobre los cimientos urdieron un verde parque.
Olvido inútil. La gesta jamás será olvidada.
Pero antes, en los estertores de la tragedia, un hombre vivió la más extraña, peligrosa y casi irreal de la aventura.
Era Wladyslaw Szpilman, un pianista polaco de origen judío que el primer día de septiembre de 1939, invasión nazi de Polonia y principio de la guerra, tocaba con excepcional talento en la radio más importante de Varsovia. La radio fue bombardeada.
Szpilman se entera de que el Reino Unido y Francia han declarado la guerra a Alemania, y se celebra la noticia con una gran cena en su casa. Se salva de la deportación gracias a un policía judío amigo de la familia. Lo confinan como esclavo obrero en unidades de reconstrucción alemanas. Amigos no judíos lo protegen: conocen su talento.
Se esconde en un departamento prestado. Pasa un año. Su edificio está en ruinas. Los nazis aún lo buscan. Al borde de morir de hambre, encuentra una lata de pepinillos… pero no tiene con qué abrirla. Encuentra unas herramientas sobre una chimenea… pero lo sorprende un capitán alemán: Wilm Hosenfeld.
Hablan. El nazi descubre que el fugitivo es pianista. Melómano, lo lleva hasta u piano abandonado:
–Toque.
Aterrado, con las manos endurecidas por el trabajo brutal, la vigilia, el miedo, acomete con la primera balada Opus 23 en sol menor, y gana el corazón del enemigo.
No lo delata. Le consigue comida y un abrelatas. Y al ver que la guerra está perdida, le regala su capa militar:
–Espero escucharlo en la radio.
En la calle, esa capa casi le resulta fatal: los soviéticos lo confunden con un nazi, lo balean, le lanzan una granada, pero el pianista logra convencerlos:
–Soy polaco, y uso capa por el frío.
En esos días, el capitán Hosenfeld y otros alemanes son capturados. El salvador del pianista le pide a un ex prisionero judío que pasa por allí:
–Llame a Spilzman. Él me salvará.
Demasiado tarde. Cuando el pianista llega hasta la alambrada, los prisioneros han sido deportados.
Szpilman escribe su historia: El pianista del gueto de Varsovia. Román Polanski la filma. Obra memorable: Palma de Oro en Cannes, Tres Oscar (director, actor, guión adaptado, siete premios César –cine francés–, y dos premios BAFTA).
El pianista murió en 2010. Hosenfeld en 1952, en un campo de prisioneros de guerra soviéticos.
Sobre los muertos. Sobre la masacre. Sobre la luminosa resistencia. Sobre ese encuentro cerca de un piano abandonado. Sobre cada nota de ese piano. Sobre la extraña historia de esos dos hombres en ese sangriento entramado… hay algo invencible: el espíritu humano.
La dignidad. La libertad.
De la que Cervantes escribió: "Es uno de los más preciosos dones que los hombres dieron los cielos: con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar que encubre. Por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida".