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Foto de portada: Magdalena Viggiani.
El Mirador Nocturno – Radio / Sopranos y Tenores – Kiri Te
Kanawa y Fritz Wunderlich.
Hoy les presento el 5º programa de La Música de Todos Los
Tiempos, dedicado a Sopranos y Tenores.
Kiri Te Kanawa: Bester Jüngling, del
singspiel El empresario teatral, de Wolfgang Amadeus Mozart, Porgi Amor, y
Susanna Or Via Sortite, del segundo acto de la ópera Las bodas de Figaro, de
Wolfgang Amadeus Mozart, Ecco: respiro appena. Io son l’umile ancella, del
primer acto de la ópera Adriana Lecouvreur, de Franceso Cilea, Elle a fui, la
tourterelle!, del segundo acto de la ópera Los cuentos de Hoffman, de Jacques
Offenbach, Klänge der Heimat, del segundo acto de la opereta Die Fledermaus, de
Johann Strauss II, selección de canciones de George Gershwin: Some body Loves
Me, Someone to Watch Over Me, The Man I Love, Love Is Here to Stay.
Fritz Wunderlich: Dies Bildnis ist bezaubernd schön, del primer acto del
singspiel La flauta mágica, de Wolfgang Amadeus Mozart, Il mio tesoro
intanto, del segundo acto de la ópera Don Giovanni, de Wolfgang Amadeus Mozart, Lunge da lei - De' miei bollenti spiriti, del segundo acto de la ópera La
traviata, de Giuseppe Verdi, Selección de Lieder de Franz Schubert: Die liebe
Farbe D. 795, An die Musik D. 547, Im Abendrot D. 799, Die Forelle D. 550,
Frühlingsglaube D. 686, Ständchen "Leise flehen meine Lieder" D. 957,
Dein ist mein ganzes Herz, del segundo acto de la opereta El país de las
sonrisas, de Franz Lehár, Ein Lied geht um die Welt.
Hacé click en el reproductor para escuchar el programa.
Isham Jones nació en Coalton, Ohio, Estados Unidos, el 31 de
enero de 1894, y murió en Hollywood, Florida, Estados Unidos, el 19 de octubre
de 1956. Saxofonista, contrabajista, compositor y director de orquesta.
Isham Jones (Coalton, Ohio, Estados Unidos, 31 de enero de
1894 - Hollywood (Florida), 19 de octubre de 1956) fue un músico estadounidense
de jazz, saxofonista tenor, contrabajista, compositor y director de big band.
A los dieciocho años, Isham ya dirige orquestas en Míchigan.
Se traslada después a Chicago, donde permanece un tiempo tocando el saxo tenor,
antes de dirigir la orquesta del Hotel Sherman, entre 1920 y 1924. Isham
mantendrá esta orquesta en funcionamiento durante más de doce años, obteniendo
un gran éxito. En 1936 disuelve la formación, que se reorganiza inmediatamente
alrededor de Woody Herman, convirtiéndose así en la primera big band de éste. A
partir de ahí, se dedica a la composición, actuando sólo ocasionalmente al
frente de bandas hasta 1940, año en que pone en marcha un negocio comercial en
Colorado. Trasladado a Florida en 1955, enfermo de cáncer, fallecerá pocos
meses más tarde.
Estilo
Aunque la big band de Isham Jones era, básicamente, una
orquesta de baile, tuvo una decisiva importancia en el desarrollo de un gran
número de músicos de jazz, incluidos Herman y Benny Goodman. Fue una orquesta
muy popular y alguno de sus discos (Wabash blues) vendió gran cantidad de
copias, más de dos millones. También obtuvieron gran popularidad los discos
Aunt Hagar's Children Blues (1922) y Memphis Blues (1923). Como compositor, un
gran número de sus obras han entrado en el Great American Songbook y han
quedado como estándares en el repertorio jazzístico: The One I Love, It had to
be you, There's No Greater Love, On the Alamo, etc.
A continuación, lo recordamos en el día de su nacimiento,
con un Corto completo de Vitaphone de 1933, con Isham Jones y su orquesta, con
Gypsy Nina y The Boylans como bailarines.
1. Eres solo un sueño hecho realidad
2. ¿Por qué esta noche no puede continuar para siempre? (Joe
Martín, voz)
3. El soldado de madera y la muñeca china (Eddie Stone, voz)
4. Estás bien
5. Siboney (Gypsy Nina en acordeón y canto)
6. Interpretación de Jones del Preludio de Rachmaninoff en
do menor.
Los fanáticos nazis celebran la noche del 30 de enero de 1933 el nombramiento de Hitler como canciller alemán. Después de una década de búsqueda, Hitler llegaba al poder (Getty)
Hoy se cumplen 90 años del día que cambió la historia contemporánea. Fue el primer gran paso hacia el horror. El 30 de enero de 1933, Adolf Hitler fue nombrado Canciller. Después de más de una década de búsqueda, el líder del partido Nazi llegaba al poder.
Ya nada volvería a ser igual.
La noche del 30 de enero de 1933 Berlín se llenó de gente. Marchaban con aire marcial pero en el filo del desborde. Vociferaban y cantaban. Llevaban antorchas que blandían en el aire y encendían la oscuridad. Algunos estaban de negro, otros de uniforme. Estaban celebrando la llegada al poder de su líder. Hitler miraba a la muchedumbre autoiluminada desde un balcón. Se lo veía satisfecho y feliz. Y decidido. Pero no sólo se trataba de festejos. Esa masa era un aviso del futuro. Era la manifestación que profetizaba la llegada del autoritarismo y del horror. De lo que le esperaba a los alemanes que no pensaran como ellos y al resto del mundo.
A veces los grandes movimientos históricos, aquellos que van a alterar la vida de millones de personas, que van a marcar las décadas futuras, no son fruto de una gran preparación, de un movimiento estratégico brillante y del cálculo sofisticado. En ocasiones lo que más influye es la inconcebible ambición personal de uno o dos, la vejez de otro, las cuestiones personales, el egoísmo, el azar, y hasta un mal cálculo: subestimar al demente, creer que esa locura lo hace débil, en vez de fortalecerlo.
Las consecuencias de la Primera Guerra Mundial
Después de la Primera Guerra Mundial y del Tratado de Versalles, Alemania debió atravesar la derrota, la escasez y la humillación. La derrota tuvo altos costos humanos, económicos y morales. De a poco el país pareció salir del pozo. En 1925 fue nombrado presidente Paul von Hindenburg, un héroe del conflicto bélico, alguien respetado por la población y por el resto de la clase política, casi la única esperanza.
Adolf Hitler ingresó al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) al poco tiempo de su creación. Avanzó muy rápido en su estructura. Se hizo conocer a fuerza de ansias de figuración, su oratoria vivaz y convincente, y su audacia que alcanzaba muchas veces la categoría de temeridad. La gente lo seguía. Hablaba en actos públicos y en las cervecerías. En 1923 encabezó un intento de golpe de estado fallido. Fue detenido y condenado a prisión. Lo que para otro hubiera significado el ocaso de su carrera política, para él constituyó un trampolín. El poco tiempo que pasó en prisión lo utilizó para escribir (y dictar) Mi Lucha.
En 1925 fue amnistiado. A partir de ese momento intentó acercarse al poder. El Partido Nazi era una fracción minoritaria del electorado. Muy minoritaria. En las elecciones legislativas de 1928 consiguió sólo 12 escaños, obtuvo 800.000 votos. Pero al año siguiente todo cambiaría. El Crack del 29 arrasó a la clase trabajadora alemana, como a la de otras partes del mundo. La crisis económica fue feroz. En pocos meses el desempleo se convirtió en una pandemia. Millones de desocupados tratando de subsistir, de conseguir de alguna manera el alimento diario para su familia. Ante ese panorama, la clase política tradicional quedó desautorizada. Los que ganaron espacio fueron los que encarnaron los discursos radicalizados, los extremos del arco político, los que prometían medidas enérgicas, cambios abruptos y que encontraban enemigos tangibles a los que apuntaban y deseaban destruir: el Partido Nazi y el Partido Comunista. Las dos propuestas multiplicaron por veinte sus votos previos.
El comunismo llegó a tener el 30% del electorado. El partido nazi de la mano de Hitler creció en forma exponencial. Fue el partido que más votos sacó en las elecciones legislativas 1932. Llegó al 37% de los votos. Sin embargo no pudo alcanzar la mayoría necesaria para formar gobierno. Y en la elección presidencial fue vencido en segunda vuelta por Hindenburg, que ya anciano con 83 años, no pudo, según deseaba, retirarse: le pidieron que se presentara porque era el único capaz de frenar a Hitler.
Hitler y Hindenburg se saludan en público. Hitler tomó el poder y rápidamente dejó de lado a los aliados que lo habían hecho llegar hasta ahí y abandonó la institucionalidad (Getty)
La maquinaria de propaganda nazi
Hitler y Goebbels pusieron en marcha un nuevo sistema proselitista. Subidos a lo que producía esa oratoria histérica y siempre asertiva, que eludía los giros formales con los que los políticos se solían expresar y ahondando en las heridas, en las llagas, de la desesperante situación económica no sólo utilizaron panfletos y carteles con sus propuestas e invectivas contra los oponentes. Hitler, gracias al novedoso esquema diseñado por Goebbels, llegó hasta cada gran ciudad y distrito importante alemán. Con un avión viajaba a las poblaciones y entraba en contacto directo con el electorado. Era el único que lo hacía.
El historiador Henry Ashby Turner en su libro A Treinta Días del Poder narra cómo fueron los movimientos, las negociaciones y hasta los equívocos que pusieron a Hitler frente a la cancillería a principios de 1933. Y aclara que Hitler no tomó el poder, en el sentido de haber forzado las instituciones, sino que le fueron abiertas las puertas del gobierno. Y él aprovechó la ocasión.
Los gobiernos alemanes eran muy inestables. Nadie conseguía los apoyos legislativos necesarios y la situación económica atroz añadía incertidumbre. Había elecciones cada pocos meses y los gobernantes duraban muy poco en el poder. Esa insatisfacción fue aprovechada por Hitler que era muy mal mirado por el resto de la clase política. Si quería acceder a un puesto de decisión debía tejer algún tipo de alianza. Pero eso parecía, la menos durante gran parte de 1932, como algo imposible. Él no era partidario al diálogo y no había ningún contrincante político que lo respetara o que confiara en él. Pero esa situación varió.
A finales de 1932 Franz von Pappen es desplazado de la cancillería. Podía tratarse de otra víctima de su tiempo, alguien que no pudo resistir por las turbulencias de esos días. Pero von Pappen jugaría un papel crucial. Su reemplazante, y principal causante de su caída, fue Kurt Von Scheilcher. No se trató de una intriga palaciega más: fue una traición en la que los sentimientos estuvieron involucrados.
Scheilcher había sido el mentor, el impulsor de la carrera de Von Pappen: el maestro derrocó al discípulo. A partir de ese momento, Von Pappen –conocido por ser un maestro de la rosca política, de la intriga: lo llamaban “El diablo con sombrero de copa”-, cegado por el odio de y el afán de revancha, de venganza, empezó a confabular para que Scheilcher tuviera el mismo destino que él. Así se reunió con Hitler y le propuso apoyarlo a cambio de conservar varios cotos de poder.
Para Von Pappen parecía un plan perfecto. Se ganaba el favor de quien tenía la base electoral más amplia, el que manejaba un lenguaje público moderno, y al mismo tiempo ejecutaba su venganza contra su flamante enemigo. Von Pappen confiaba en su experiencia política y en sus contactos para ser el poder en las sombras, para ser el que manejara a Hitler una vez que asumiera. Y, eventualmente, se quedaría más adelante, cuando las aguas se aquietaran, con el puesto de canciller. O, tal vez, con el de presidente cuando von Hinderburg muriera. Von Pappen y el resto de los políticos conservadores fueron contra sus principios, y hasta casi contra su intuición, empujados por sus errores: el afán de venganza y la subestimación de su rival, el menosprecio de la ambición insaciable de Hitler.
Hindenburg y Hitler en un desfile. El presidente alemán debió aceptar nombrar canciller a su enemigo político pese a que se resistió durante un largo tiempo (Photo by Culture Club/Getty Images) *** Local Caption ***
Mientras esto sucedía, Hitler presionaba. Von Hinderburg evitaba a toda costa ceder a los radicalizados, pero tampoco podía continuar cambiando de canciller y de gabinete cada pocos meses. Necesitaban previsibilidad. Y eso, se creía, sólo podía darse a través de un acuerdo político ante tantas fuerzas fragmentadas.
Hitler llega al poder
Una reunión del 22 de enero fue decisiva, el último paso. Varios hombres del presidente decidieron traicionarlo. Se daban vuelta y apoyarían a Hitler. Von Hindeburg, que hasta ese momento resistía las presiones para permitir el acceso de Hitler al poder, quedaba solo y casi sin salida. Scheilcher perdía el poco sustento que le quedaba, sus pies estaba en el aire. Su final era cuestión de días.
Hitler tenía el camino allanado. Pero debía soportar restricciones. Al no conseguir llegar al poder sólo con sus votos, por sus propios medios, hacía que tuviera que aceptar los condicionamientos que le imponían sus socios ocasionales. Sólo tenía dos ministros que le respondían totalmente (uno de ellos, Goebbels, sin cartera fija) y se promulgó una ley que determinaba que el canciller no podía ocupar el cargo de presidente, una manera de proteger la figura y la influencia de Von Hinderburg y de limitar a Hitler.
Von Hinderburg lo nombró canciller al confirmarse el apoyo de los conservadores pese a su resistencia. Suele haber un equívoco en la interpretación o en el recuerdo de estos hechos. Se suele decir que Hitler llegó al poder a través de los votos. Esto no es estrictamente cierto. Su partido era el más votado en ese momento pero fue elegido canciller por von Hinderburg. Pero tampoco accedió a través de un golpe de estado ni ilegalmente. La manera en que fue nombrado respetaba los preceptos constitucionales de Alemania. Ya a partir de 1934, a través de leyes que le daban el poder absoluto y que aniquilaban derechos sociales y a grupos étnicos, se convirtió en un gobierno autoritario y criminal.
La jerarquía nazi: Hitler, Goering, Goebbels (en el centro) y Hess (National Archives and Records Administration/Wikimedia Commons)
El 30 de enero los partidarios nazis salieron a festejar a las calles. Marcharon con antorchas, celebrando y hasta atemorizando al resto. Ese fue el primer aviso de que lo que vendría sería diferente a lo que se había vivido hasta el momento. Los gobiernos que se sucedían no habían provocado ese entusiasmo.
En los meses siguientes Hitler les demostró el error que habían cometido. Aquellas promesas de campaña, que hablaban de grandeza, de recuperar el territorio perdido en la guerra anterior, de limpieza racial, de regresar a lo germánico y que se referían a la eliminación de lo distinto, estaba dispuesto a cumplirlas. El incendio al Reichstag, la Noche de los Cuchillos Largos, la Ley Habilitante, la eliminación y proscripción de los opositores, las medidas antisemitas, el desarrollo de las fuerzas paramilitares y su incorporación a la estructura formal del estado, las leyes arbitrarias que sólo estaban destinadas a darle más poder.
En menos de un año, Hitler ya estaba asentado en el poder y el Tercer Reich y la matanza atroz se habían puesto en marcha.
José Hipólito Basso nació en Pergamino, Provincia de Buenos
Aires, Argentina, el 30 de enero de 1919, y murió en Buenos Aires, Argentina,
el 14 de agosto de 1993. Director de orquesta, compositor y pianista.
El sitio www.todotango.com
publicó este recordatorio firmado por Jorge Palacio.
José Basso
Por Jorge Palacio (Faruk)
Su calidad profesional, su interior tanguero y febril, esas
manos que se deslizaban sobre el piano, sin dudas, las palabras devuelven la
figura de José Basso; Pepe para los amigos. El hombre que caló profundo en las
sintonías tangueras que emocionaron hasta las fibras más íntimas de los amantes
de nuestra música ciudadana.
Según la voz de aquellos que todo lo saben, es uno de los
directores de más garra y raigambre tanguera de los últimos tiempos y que,
junto a Osvaldo Pugliese y Alfredo De Angelis, siguió al frente de su orquesta
sin parar por más de cincuenta años.
Basso nació en Pergamino, ciudad a 200 km al oeste de la
ciudad de Buenos Aires. Su primera aventura musical fue con un cuarteto de
pibes. En 1936, con apenas 17 años, ingresa en la orquesta de los hermanos
Emilio y José De Caro, reemplazando al pianista Héctor Grané. Al año siguiente,
pasó a integrar la agrupación del bandoneonista Francisco Grillo y luego, la de
su colega José Tinelli.
Una vez cumplido el servicio militar, en 1938, formó parte
del Trío Gallardo-Ayala-Basso, pasando luego a tocar en las orquestas de
Antonio Bonavena, Anselmo Aieta y Alberto Soifer. Es interesante hacer un alto
aquí.
Cuando era pianista de la orquesta de Alberto Soifer, éste
excelente músico dirigía la Orquesta Estable del programa radial Ronda de ases,
lo mejor que hubo en su género. La ya mitológica audición se empezó a
transmitir en 1942, desde el enorme estudio A de LR1 Radio El Mundo. Pero fue
tal la afluencia de público que más de la mitad se quedaba en la calle. Por ese
motivo se continuó irradiando desde el Teatro Casino.
Por aquella audición tanguera, semana a semana, desfilaban
los más importantes directores de la época: Aníbal Troilo, Osvaldo Fresedo,
Carlos Di Sarli, Ricardo Tanturi, Julio De Caro, Edgardo Donato, Ángel
D'Agostino y Juan D'Arienzo, entre otros. Además se organizaban concursos de
tangos y de orquestas. Soifer, aparte de dirigir su orquesta, para interpretar
sus tangos ganadores, hacía los arreglos musicales cuando las cuatro agrupaciones
de moda actuaban juntas. En cada audición interpretaban un tema y el gigante
conjunto era dirigido por un diferente maestro.
En aquella orquesta de Soifer cantaba Roberto Quiroga. Como
hecho curioso, grabó para la RCA-Victor un disco que tenía de un lado “Mi
Buenos Aires querido” en tiempo de tango y del otro, el mismo tema en tiempo de
vals. Lo mismo con el tango “Alondras”.
El ojo clínico de Aníbal Troilo, no dejó pasar por alto el
estilo y la calidad de Pepe Basso cuando lo veía tocar en la formación de
Soifer. Andaba en busca de un pianista porque Orlando Goñi (El Pulpo), ya le
había comunicado su decisión de formar rancho aparte.
Y fue así nomás; en septiembre de 1943, se incorporó a las
filas de Pichuco. La primera grabación del pianista con la orquesta fue la del
tango de los hermanos Expósito “Farol”, realizado el 30 de septiembre de ese
año.
José Basso permaneció con Troilo hasta 1947, y en ese lapso
intervino en 88 registros discográficos, el último de ellos un disco que tenía
de un lado “Flor de lino”, cantado por Floreal Ruiz y en el acople, “El
milagro”, con la voz de Edmundo Rivero, del 29 de abril de 1947.
Por tenerlo a Troilo como director durante tanto tiempo, por
haberse lucido ampliamente en sus solos y con tanta discografía encima, José
Basso ya estaba en óptimas condiciones de dirigir su propia agrupación. Para
reemplazarlo, Pichuco convocó a otro gran pianista, Carlos Figari.
Para formar su orquesta, Pepe se rodeó de los mejores
músicos del momento y cuando la agrupación estuvo a punto la dio a conocer al
público. En la fila de bandoneones estaban Julio Ahumada, Eduardo Rovira,
Adolfo Francia y Andrés Natale; los violines eran Mauricio Mise, Francisco
Oréfice, Rodolfo Fernández y Domingo Serra; el violoncello a cargo de Leopoldo Marafiotti
y el contrabajo de Rafael Del Bagno. Más tarde pasaron por su orquesta,
elementos de gran valor como el violinista Hugo Baralis, el bandoneonista Juan
Carlos Bera y el contrabajista Omar Murtagh.
De más está decir que la expectativa provocada superó todo
lo imaginable. Basso debutó matando y haciendo triplete: Radio Belgrano, el
café Marzotto de la calle Corrientes el Ocean Dancing, cabaret ubicado en la
avenida Leandro N. Alem.
La primera dupla de cantores estuvo formada por Ortega Del
Cerro y Ricardo Ruiz. La base del estilo musical de la flamante orquesta fue de
característica troileana, pero paulatinamente logró cobrar una fisonomía
propia, de incuestionable calidad en arreglos como el ejemplo de “Se han
sentado las carretas”, “Guardia Vieja”, “El estagiario” y “Ahí va el dulce”, su
caballito de batalla.
Además, fue uno de los directores que mejor interpretó los
tangos de avanzada de Astor Piazzolla, haciendo que éstos se pudieran bailar.
Son impecables los registros de “Para lucirse”, “Prepárense”, “Triunfal”,
“Contratiempo” y “Nonino”.
En aquella época, es bien sabido, no cualquiera accedía a
los estudios de grabación. Antes de que los ejecutivos discográficos se
decidieran por contratar a determinado artista, éste tenía que haber trajinado
mucho y demostrar que realmente contaba con el apoyo del público, potencial
comprador de los discos.
Durante dos años de llevar multitudes a los bailes, de
presentarse por los micrófonos y de ser figura descollante en la desaparecida
confitería Ruca, recién tuvo la oportunidad de grabar. Ello ocurrió a comienzos
de 1949 con cuatro registros en RCA-Victor, que no tuvieron finalidad
comercial, sino que fueron a modo de prueba. Ya no estaba Ortega Del Cerro
quien fue reemplazado por Francisco Fiorentino. Esos temas que no salieron a la
venta fueron: “Mi noche triste (Lita)”, cantado por Fiorentino; “Sentimiento
gaucho” con Ricardo Ruiz; “Se han sentado las carretas”, instrumental y “Dos
que se aman”, por el dúo Fiorentino-Ruiz.
Pepe no tuvo tiempo para desanimarse por la poca suerte en
la grabadora, porque a la semana fue llamado por el sello Odeon con el que
firmó contrato.
El primer disco que salió a la venta fue “Claveles blancos”
cantado por Floreal Ruiz y “El bulín de la calle Ayacucho”, en la voz de
Fiorentino, que como todos saben había sido uno de los grandes éxitos del Tano
en la orquesta de Troilo. Sus grabaciones ascienden a 257 registros
comerciales.
José Basso realizó una gran trayecoria en Radio Belgrano,
alternando esta labor con bailes de clubes, presentaciones en confiterías,
giras por el interior, actuaciones en la boite Sans Souci, etc. Al poco tiempo
de comenzar con las grabaciones, se separaron Fiorentino y Ricardo Ruiz. El
primero para cantar con la orquesta de Alberto Mancione y Ruiz, para hacerlo
con la de Ángel D'Agostino. Para reemplazarlos, llamó a dos muy buenos
cantores: Jorge Durán y Oscar Ferrari.
Los otros vocalistas que pasaron por su orquesta fueron:
Rodolfo Galé, Floreal Ruiz, Alfredo Belusi, Roberto Florio, Alfredo Del Río,
Héctor De Rosas, Carlos Rossi, Luis Correa, Juan Carlos Godoy, Alberto Hidalgo,
Aníbal Jaulé, Quique Ojeda, Eduardo Borda y algún otro que haya incursionado
temporariamente.
Actuó en la primera época de la televisión argentina, en
Canal 7, en el programa Hit parade, que se transmitía los domingos. Corría el
año 1959 y la mayor parte de los números artísticos eran de música extranjera.
El público votaba semanalmente y a fin de mes se elegía el número y el tema
preferido por los televidentes. Sólo actuaba una orquesta de tango por mes.
Cuando le tocó el turno a la de José Basso, por primera y única vez, tanto el
tango como la agrupación, resultaron los preferidos de ese mes por amplia
diferencia de votos.
Las orquestas de José Basso, Aníbal Troilo y Juan D'Arienzo,
eran las más solicitadas por los productores de televisión. El motivo era que
tanto Pepe, como Troilo y D'Arienzo, sabían cómo sacarle partido a la imagen.
Troilo por esa manera de dormirse sobre el fueye; D'Arienzo porque se movía de
un lado al otro, exagerando los ademanes de director; y Basso por su costumbre
de aporrear el piano y dirigir la orquesta tocando la mayoría de la veces de
pie. Estuvo en los principales programas televisivos: Grandes valores del
tango, El club de las caras felices, Armenonville, Amistangos, La botica del
tango, Sábados circulares, etc.
También se presentó en los más importantes locales
nocturnos: Caño 14, Relieve, El Viejo Almacén, El Rincón de los Artistas, etc.
Viajó a Japón en 1967, contratado por un mes y tuvo tanto
éxito, que tuvo que quedarse ocho meses más, visitando casi todas las ciudades.
En 1970, hace una nueva gira con la orquesta integrada de la siguiente manera:
piano, arreglos y dirección, José Basso; bandoneones, Roberto Pansera, Juan
Carlos Bera, Eduardo Cortti y Lisandro Adrover; en los violines, Osvaldo Rodríguez,
Armando Husso, José Singla, José Fernández y el agregado de violinistas
japoneses; con el contrabajo de Francisco De Lorenzo.
En el final de su carrera actuó permanentemente en todos los
ámbitos, y el 29 de junio de 1990, en un importante acto realizado en el Salón
Dorado del Teatro Colón, con motivo de la creación oficial de la Academia
Nacional del Tango, el maestro, junto a otros distinguidos intérpretes, fue
nombrado Académico de Honor.
De su obra como compositor podemos destacar los tangos
instrumentales: “Once y uno”, “Pacachi”, “Brazo de oro”, “De diez siete” y “El
pulga”; los valses: “Celeste lluvia”, “Nuestro vals” y la milonga “La
camalela”. Entre los temas con letra: “Me están sobrando las penas” en
colaboración con Argentino Galván y letra de Carlos Bahr, “Amor y tango”, con
Bahr; “Rosicler” y “Anteayer”, con Francisco García Jiménez; “Pena copa y
tango” con Manuel Nuñez; “Atrévete” con Luis Botini; “Un tango para La Falda”
con Juan Carlos Mareco; “Donde estás japonesita” con Norberto Aroldi; “Siempre
en mi amor” con Eugenio Majul; “Yo te canto novia mía” con Héctor Stamponi;
“Porque sí” y “Cuerpo y alma”, con Juan Pueblito; “María la del portón” con
Andrés Vitale y Abel Aznar; “Mundana” con Manuel Barros y Floreal Ruiz; “Tu
beso y nada más” con Ángel Cabral y Floreal Ruiz; “Una historia más” con Riel y
Raúl Hormaza. También compuso las milongas: “Payada criolla” con Enrique
Maroni; “Milonga de Albornoz” y “Milonga para los orientales” con Jorge Luis
Borges; “Milonga cheta” con Jorge Palacio (Faruk), “Viejo café” con Julio
Porter; “Pobre negro” con Francisco García Jiménez y “Milonga del siglo quince”
con Dante La Rocca.
El famoso tango de Juan Canaro y Osvaldo Sosa Cordero, “Ahí
va el dulce”, fue siempre la carta de presentación de José Basso antes de
iniciar un baile, un recital o un programa de televisión. Al escuchar esas
últimas notas vibrantes de la melodía, ya estamos dispuestos a pasar un momento
gratísimo, rememorando a todos los pianistas de la vieja guardia.
A continuación, lo recordamos en el día de su nacimiento,
con el Tango El Motivo en la voz de Floreal Ruiz.
En el programa de hoy trataremos algunos de los tópicos que
existen sobre Israel, un país en el que se dan muchas controversias. Para
hablar de ello, hoy contamos con Henrique Cymerman, periodista y escritor,
corresponsal en Oriente Medio durante más de 25 años y afincado en Israel.
Frederic Hymen Cowen nació en Kingston, Jamaica, el 29
de enero de 1852, y murió en Londres, Reino Unido, el 6 de octubre de 1935. Compositor,
director de orquesta y pianista.
Sir Frederic Hymen Cowen (29 de enero de 1852 - 6 de octubre
de 1935), fue un compositor, director de orquesta y pianista inglés.
Cowen nació como Hymen Frederick Cohen en 90 Duke Street,
Kingston, Jamaica, el quinto y último hijo de Frederick Augustus Cohen y Emily
Cohen de soltera Davis. Sus hermanos fueron Elizabeth Rose Cohen (n. 1843);
actriz, Henrietta Sophia Cohen (n. 1845); pintor, Lionel Jonas Cohen (n. 1847)
y Emma Magnay Cohen (n. 1849).
A la edad de cuatro años, Frederic fue llevado a Inglaterra,
donde su padre se convirtió en tesorero de la ópera de Her Majesty's Opera,
ahora Her Majesty's Theatre, y secretario privado de William Humble Ward, 11th
Lord Ward (1817-1885). La familia inicialmente vivió en el número 11 de Warwick
Crescent, Londres, en el área conocida como Little Venice. Su primer maestro
fue Henry Russell, y su primera composición publicada, Minna-waltz, apareció
cuando solo tenía seis años. Produjo su primera opereta publicada, Garibaldi, a
la edad de ocho años. Con la ayuda del conde de Dudley, estudió piano con
Julius Benedict y composición con John Goss. Su primera aparición pública como
pianista fue como acompañante en una de sus primeras canciones cantadas por la
Sra. Drayton en un concierto en Brighton a principios de la década de 1860. Su
primer recital público genuino se dio el 17 de diciembre de 1863 en el Bijou
Theatre de la antigua Ópera de Su Majestad, y al año siguiente interpretó el
Concierto para piano en re menor de Mendelssohn en un concierto ofrecido en
Dudley House, Park Lane, la casa de Londres del conde de Dudley. En el mismo
lugar un año después estrenó su Pianoforte Trio en La mayor con Joseph Joachim
tocando el violín.
Para el otoño de 1865, sus instructores, Julius Benedict y
John Goss, juzgaron que poco más podían hacer para promover su educación
musical y le recomendaron que estudiara en Alemania. Por coincidencia, estaba
previsto que se celebrara el segundo concurso para la Beca Mendelssohn que le
dio a su ganador tres años de matrícula en el Conservatorio de Leipzig. Cowen
asistió al examen y ganó el premio, pero sus padres intervinieron, ya que no
estaban dispuestos a ceder el control sobre él, como estipulaban los términos
del premio. En cambio, acordaron enviarlo a la misma institución, pero como
estudiante independiente. Charles Swinnerton Heap recibió el premio en su
lugar. En Leipzig, dirigido por Ernst Friedrich Eduard Richter, Cowen estudió
con Moritz Hauptmann (armonía y contrapunto), Ignaz Moscheles (piano), Carl
Reinecke (composición) y Ferdinand David (trabajo de conjunto). También entró
en contacto con Salomon Jadassohn y Ernst Wenzel, y tomó algunas lecciones
privadas de piano con Louis Plaidy. Los compañeros de estudios y compañeros de
Cowen en Leipzig incluyeron a Swinnerton Heap, Johan Svendsen, Oscar Beringer y
Stephen Adams.
Carrera profesional
Al regresar a casa al estallar la guerra austro-prusiana,
apareció como compositor para la orquesta en una Obertura en Re menor tocada en
los Conciertos Promenade de Alfred Mellon en Covent Garden el 8 de septiembre
de 1866. En el otoño siguiente se fue a Berlín, donde estudió composición con
Friedrich Kiel y Carl Taubert, y tomó lecciones de piano de Carl Tausig,
matriculándose en la academia creada por Julius Stern, conocida como
Stern'sches Konservatorium. Una sinfonía (su primera en Do menor) y un
concierto para piano (en La menor) se dieron en St. James's Hall el 9 de
diciembre de 1869, y desde ese momento Cowen comenzó a ser reconocido
principalmente como compositor, siendo su talento como pianista subordinado,
aunque sus apariciones públicas fueron numerosas durante algún tiempo después.
Su cantata, The Rose Maiden, fue interpretada en Londres en
1870, su Segunda Sinfonía en Fa mayor por la Royal Liverpool Philharmonic
Society en 1872, y su primer trabajo en un festival, The Corsair, en 1876 en
Birmingham. En ese año su ópera, Pauline, fue presentada por la Compañía de
Ópera Carl Rosa con un éxito moderado. Su obra más importante, su Sinfonía n.° 3
en do menor, escandinava, que se interpretó por primera vez en St. James's Hall
en 1880 y se consolidó durante una década como una de las obras sinfónicas más
populares del repertorio, le trajo algún reconocimiento internacional. Apareciendo
en 1880, demostró ser la sinfonía británica con más regularidad y mayor
difusión hasta la llegada de la Primera de Elgar. En 1884 dirigió cinco
conciertos de la Sociedad Filarmónica de Londres, y en 1888, ante la dimisión
de Arthur Sullivan, se convirtió en director titular de dicha sociedad. Su
empleo allí terminó abruptamente en 1892 cuando se disculpó por cualquier
deficiencia en la interpretación de la Orquesta de la Sinfonía Pastoral de
Beethoven antes de que la interpretaran, debido a la falta de tiempo de ensayo
que sentía que le habían dado. Los directores se sintieron ofendidos por sus
comentarios y no renovaron su contrato. En el año de su nombramiento en la
Sociedad Filarmónica, 1888, fue a Melbourne como director de los conciertos
diarios que se daban en relación con la Exposición allí por la suma sin
precedentes de £ 5,000. En 1896, Cowen fue nombrado director de la Sociedad
Filarmónica de Liverpool y de la Orquesta Hallé, sucediendo a Sir Charles Hallé.
Fue expulsado del Hallé después de tres años a favor de Hans Richter. En 1899,
fue reelegido director de la Sociedad Filarmónica de Londres. También dirigió
la Sociedad Coral del Festival de Bradford, la Orquesta Permanente de Bradford,
la Orquesta de Escocia (ahora conocida como la Orquesta Nacional Real de
Escocia) y los Festivales de Handel en el Crystal Palace durante algunos años,
además de ser un asistente habitual de muchas músicas británicas, festivales,
tanto como director como compositor.
La carrera de Cowen, tanto como compositor como director,
está ahora injustamente olvidada. Fue uno de los primeros directores
profesionales nacidos en Gran Bretaña en tener el respeto de los críticos, los
músicos orquestales y el público, y ocupó varios puestos en todas las
principales orquestas británicas activas antes de 1900. Además, su compromiso
de seis meses con Melbourne La exposición lo convirtió en el director de
orquesta mejor pagado de la historia hasta ese momento. Aunque se consideraba a
sí mismo principalmente como un sinfonista, tuvo más éxito en piezas
orquestales más ligeras cuando trataba temas fantásticos o de hadas, donde sus
dotes para la melodía elegante y la orquestación colorida se muestran de la
mejor manera. Ya sea en sus cantatas para voces femeninas, su encantadora Bella
Durmiente, su Nenúfar o su bonita obertura, El baile de mariposas (1901), logra
encontrar una expresión graciosa para la idea poética. Su música de baile, como
la que se encuentra en varias suites orquestales, es refinada, original y
admirablemente instrumentada. Gran parte de su música más seria es encomiable
más que inspirada y rara vez tiene éxito en retratar los aspectos más graves de
la emoción. De hecho, sus obras corales, escritas para los numerosos festivales
musicales de la Gran Bretaña victoriana y eduardiana, tipifican el gusto del
público de su época. De sus aproximadamente 300 canciones, abarcan de todo,
desde la balada popular hasta la canción de alto arte, la última de las cuales
lo llevó a ser descrito como el 'Schubert inglés' en 1898. De hecho, la moda de
sus canciones semi-sagradas ha sido extendida.
Cowen recibió doctorados honorarios de Cambridge y Edimburgo
en 1900 y 1910 respectivamente, y fue nombrado caballero en el Palacio de St.
James el 6 de julio de 1911. Cowen se casó con Frederica Gwendoline Richardson
en la Oficina de Registro de St. Marylebone, Londres, el 23 de junio de 1908.
Ella tenía 30 años de su vida junior y no tuvieron ningún problema. Murió el 6
de octubre de 1935 y fue enterrado en el cementerio judío de Golders Green. Su
esposa murió en Hove, Sussex, en 1971.
A continuación, lo recordamos en el día de su nacimiento,
con Cuatro Danzas Inglesas al Estilo Antiguo, en la versión de Jonathan Crow y Yolanda
Bruno en violines, David Marks en viola, Julian Armour en violonchelo, y Frédéric
Lacroix en piano.
El Mirador Nocturno – Radio / Cecilia Levit presenta:
Tributo a Mordejai Anielewicz.
Cecilia Levit produce semanalmente este programa que se
emite por Radio Sefarad.
Mordejai Anielewicz: el sueño se ha cumplido
TRIBUTO: HISTORIAS QUE CONSTRUYEN MEMORIA DE LA SHOÁ, CON
CECILIA LEVIT – Mordejai Anielevich nació en 1919, en Vibskov, al noreste de
Varsovia. Sus padres se trasladaron más tarde a Povishla, un barrio humilde en
los suburbios de Varsovia junto al río Vístula. Anielewicz entró en el
movimiento juvenil sionista-socialista «Hashomer Hatzair» después de finalizar
los estudios secundarios en el Gymnasium de Wyszków. El 7 de septiembre de
1939, una semana después de que Alemania atacara Polonia, Anielewicz viajó el
lado soviético e intentó convencer a sus compatriotas de que regresaran a
Polonia a ayudar en la lucha contra la ocupación nazi. Regresó a Varsovia en
1940 donde organizó grupos guerrilleros en el gueto, participó en la
elaboración de publicaciones clandestinas, organizó reuniones y seminarios, y
viajó a otras ciudades para establecer contacto con otros grupos insurgentes.
En el verano de 1942, estaba en el suroeste de Polonia y le notifican que
durante su ausencia había ocurrido una deportación masiva de judíos al campo de
exterminio de Treblinka, y solo 60.000 judíos de los 350.000 originales
permanecían en el gueto. Se unió a la organización judía de combate, ŻOB, y en
noviembre fue elegido comandante en jefe. El 18 de enero de 1943, los alemanes
intentaron llevar a cabo el segundo envío deportando a los judíos restantes a
los campos de concentración, pero la ŻOB y la ŻZW expulsaron a los sorprendidos
alemanes. Este incidente, en el que Anielewicz jugó un papel fundamental, fue
el que dio inicio al Levantamiento del Gueto de Varsovia. El 19 de abril los
alemanes lanzaron su contraataque, logrando reducir a la resistencia judía.
Pero los defensores del gueto siguieron escondiéndose en los bunkers y en las
alcantarillas. El 8 de mayo, Anielewicz, y muchos de los líderes de la ŻOB se
suicidaron en su búnker ubicado en el Gueto.
Hacé click en el reproductor para escuchar el programa.
Johann Ernst Bach nació en Eisenach, Alemania, el 28 de
enero de 1722, y murió en su ciudad, el 1 de septiembre de 1777. Compositor, organista
y director de orquesta.
Su padre fue Johann Bernhard Bach, y fue alumno de su primo
Johann Sebastian Bach, en la Thomasschule de Leipzig. Como parte de sus
actividades copió 12 conciertos de Antonio Vivaldi, que luego Johann Sebastian
transcribió para teclado. Por un tiempo dejó la música, y se dedicó a las
leyes. En 1742 aceptó el puesto de organista en Eisenach, primero como suplente
su padre y luego como titular. Posteriormente prestó servicio en la corte de
Sajonia-Weimar, donde colaboró con Jiří Antonín Benda. En 1756 fue nombrado
director de orquesta. En 1758 retornó a Eisenach, y a partir de 1765 desempeño también
cargos administrativos.
A continuación, lo recordamos en el día de su nacimiento,
con la Sonata para Teclado y Violín, en Sol Menor, publicada en Eisenach en
1772, en la versión de Camille Ravot en clavecín, y Simone Pirri en violín
barroco.
A continuación, de Camille Saint-Saëns, el Concierto para
Violonchelo y Orquesta Nº 1 en La Menor Op. 33, en la versión de Gautier
Capuçon, junto a la Orquesta Sinfónica de la Radio de Fráncfort, dirigida por Alain
Altinoglu.
Una postal de 1945. Los efectos personales cubiertos de nieve de los deportados al campo de concentración de Auschwitz ensucian las vías del tren que conducen a la entrada del campo (Hulton Archive/Getty Images)
“Somos el Ejército Soviético, quedan liberados del dominio alemán”, dijo Anatoly Shapiro, ucraniano a cargo de una patrulla de soldados soviéticos, cuando entró a Auschwitz y los vio. Era el 27 de enero de 1945, el fin del horror, de la Segunda Guerra Mundial. Vio seres que conservaban un ápice de personas: espectros envueltos en harapos, esqueléticos, con miradas sin vida, deambulando entre la nieve y la hambruna feroz. Que los pocos que hablaran lo hicieron en una desmedida variedad de lenguas ayudaba a aumentar el pavor: los sobrevivientes de una infame Torre de Babel.
Algunos de los sobrevivientes se acercaban a los soldados y atinaban a tocar la estrella roja de su uniforme: necesitaban cerciorarse de que no estaban alucinando, palpar que era una realidad que había llegado alguien para rescatarlos del infierno. El infierno, que tenía un olor insoportable. Tanto que se percibía como una presencia física. Era sólido, una trompada en medio de la cara, como un mar helado que no permitía que nadie pasara en él más de cinco minutos. Un hedor conformado por cadáveres, excrementos, alimentos putrefactos y suciedad. El olor a la muerte.
La pestilencia provocó que varios soldados rusos quisieran escapar. La guerra los había curtido, había extendido sus umbrales de dolor y de asco, pero lo que estaban presenciando, ese paisaje inhumano que estaban recorriendo, superaba los límites de lo imaginable y soportable. El horror, el horror de Auschwitz, el complejo de campos de concentración y de exterminio más grande y brutal de todos los que diseñaron los nazis, donde se calcula que fueron asesinadas más de un millón cien mil personas, la mayoría de ellos judíos polacos.
En enero de 1945 las tropas soviéticas tomaron gran velocidad en el frente oriental. Progresaban casi sin oposición alemana. El avance fue más veloz que lo esperado. Eso hizo que, el 17 de enero, los nazis decidieran evacuar Auschwitz. Ya en los meses previos, en la segunda mitad de 1944, habían desmontado su fábrica de muerte más eficaz, Birkenau, un campo de exterminio dentro del complejo. No querían que sucediera como en Majdanek donde los aliados encontraron las cámaras de gas intactas. A pesar de eso, Auschwitz siguió funcionando varios meses más con su eficacia habitual. Que la derrota en la contienda bélica fuera inminente e indetenible no evitaba que los nazis siguieran matando. Hasta parecería que cuanto menos esperanzas tenían, más aumentaba el morbo del asesinato.
La imagen fue tomada por un fotógrafo ruso: sobrevivientes de Auschwitz salen del campo al final de la Segunda Guerra Mundial en febrero de 1945. Sobre ellos está el eslogan alemán "Arbeit macht frei" ("El trabajo hace libre") (Galerie Bilderwelt/Getty Images)
Un dato revelador: cuanto más perdidos estaban los alemanes, cuanto más inminente era la derrota, más reclusos tenían. Con varios campos cerrados, con otros en vías de evacuación, las autoridades alemanas, el 15 de enero de 1945, tres días antes del abandono de Auschwitz, registraron 714.211 detenidos en su sistema de campos de concentración. Un número sin precedentes. Con el agravante, si eso fuera posible, que los que seguían en funcionamiento, se encontraban en el peor estado de hacinamiento posible dado que recibían los de los campos que iban siendo clausurados y destruidos.
Ese 17 de enero alistaron a sus oficiales y soldados y arrearon a todos los cautivos que no estuvieran gravemente enfermos. La evacuación iba a ser a pie. Les dijeron que se trataba de un camino de no más de 3 kilómetros y que luego, en trenes, serían derivados a nuevos campos. Empezaba la Marcha de la Muerte. Ese éxodo, esa fuga se convirtió en una nueva ocasión del horror. De masacre.
Por los caminos helados, en las peores condiciones físicas, sin víveres, con los pies descalzos o apenas enrollados en telas o cubiertos por zapatos repletos de agujeros, los peregrinos forzosos iban cayendo en la ruta. Los que se retrasaban eran fusilados por los soldados; otros sólo caían muertos por el esfuerzo y la debilidad y eran dejados tirados en medio del camino. Se calcula que alrededor de un tercio de los 60 mil que iniciaron la marcha murieron en ese recorrido infame de diez días.
Luego otros tantos perderían la vida en los trenes que los depositarían en otros campos de concentración que se encontraban más adentro del territorio alemán, más alejados de las tropas aliadas. El sobreviviente Thomas Buergenthal reflexionó sobre los motivos que le permitieron evitar la muerte: “Si hay una sola palabra a la que he llegado una y otra vez, no es otra que suerte”.
Niños judíos, sobrevivientes de Auschwitz, con una enfermera detrás de una cerca de alambre de púas, en febrero de 1945. Los niños fueron vestidos por los rusos con ropa de prisioneros adultos (Galerie Bilderwelt/Getty Images)
Mientras tanto en Auschwitz habían quedado 7.000 personas. Eran los desahuciados, los que estaban demasiado enfermos para iniciar la marcha. Los primeros días nada cambió para ellos. El temor seguía instalado reforzado por la presencia de algún guardia alemán que todavía vigilaba la instalaciones. Pero con el paso del tiempo fueron saliendo de las barracas para recorrer el campo en busca de alimentos, medicinas y abrigo. Quienes morían eran dejados en el mismo lugar que caían. Había una fosa abierta pero los cadáveres desbordaban de ella. Además, acarrear un cuerpo insumía un esfuerzo que casi nadie podía encarar. Muchos menos tratar de cavar una fosa sobre el suelo helado.
Los muertos eran tantos que parecía imposible darle sepultura a todos; mejor dejarlos donde estaban y tratar de aprovechar sus ropas y zapatos. Si bien el frío intenso era un problema, por otro lado traía algo de alivio. Cuando comenzara el deshielo los cadáveres se pudrirían, se quedarían sin el agua que obtenían de derretir la nieve, el hedor sería insoportable y las infecciones se diseminarían con mayor facilidad todavía.
En Buna-Monowitz, uno de los subcampos de Auschwitz, habían quedado menos de ochocientos enfermos, casi el 10 % del total. Uno de ellos era Primo Levi, el autor de una trilogía excepcional sobre su experiencia en los campos de exterminio: Si esto es un hombre, La Tregua y Los Hundidos y los Salvados.
Si esto es un hombre relata sus días en Auschwitz. Es un libro descarnado y honesto. Conmovedor. Pero no conmueve desde la adjetivación ni desde el golpe bajo. Cuenta con detalle la vida y las sensaciones de un Häftling, un detenido sin privilegios en un Lager, o campo de exterminio. Sus padecimientos y sus pensamientos más íntimos (cuando los había; en una fragmento describe a un hombre como "demacrado… en cuyo rostro y cuyos ojos no se distingue indicio de pensamiento"). El estilo del libro es seco y llano. No hay odio en el que escribe. Existe una descomunal voluntad por contar lo sucedido, narrar lo inefable. Transmitirlo. Sin juzgar. Sí establece con claridad quién es la víctima y quién el victimario. Se corre la tentación de definir al libro como la obra de un químico que analiza la composición de ese organismo siniestro que fueron los campos.
Civiles alemanes observan los cuerpos de prisioneros judíos en el campo de concentración de Auschwitz recién liberado. Las tropas aliadas llevaron a muchos grupos de civiles a través de los campos para mostrarles que las historias que se contaban sobre los campos no eran meramente propaganda (Hulton-Deutsch Collection/CORBIS/Corbis via Getty Images)
En Levi, el hombre, el químico, el sobreviviente y el escritor son inseparables. En el final de Si esto es un hombre narra esos días en los que tratan de sobrevivir, esos días de limbo luego de la partida de los alemanes. Enfermo de escarlatina, la fiebre y la extrema debilidad impidieron que pudiera dejar el campo. Con él había enfermos de tifus, disteria y otros males que amenazaban seriamente su vida. Algunos debían compartir litera.
Levi y dos franceses salieron, como pudieron, a recorrer el campo. Encontraron dos bolsas de papas, maderas para tapar una ventana rota y una estufa en condiciones de funcionar. Cuando regresaron compartieron sus hallazgos con sus compañeros de convalecencia. Uno de los postrados propuso a los demás de la barraca entregar parte de su ración de pan a los tres que habían conseguido esos beneficios para que recuperaran fuerzas.
Escribió Primo Levi: "Sólo un día antes un acontecimiento semejante habría sido inconcebible. La ley del Lager decía: 'Come tu pan y, si podés, el de tu vecino', y no dejaba lugar a la gratitud. Quería decir que el Lager había muerto. Fue aquel el primer gesto humano que se produjo entre nosotros". En ese gesto mínimo, en la reaparición de la gratitud, Levi encuentra el momento fundante. Ellos, los que no habían muerto, pero habían sido deshumanizados, a partir de ese instante volvían a ser hombres.
La llegada de los rusos ese 27 de enero a Auschwitz fue diferente al descubrimiento de los otros campos de concentración de meses anteriores. Esos estaban vacíos, sin prisioneros; sólo había vestigios del horror. Ver corporizada la barbarie en esos seres sin alma, en condiciones infrahumanas, en los cadáveres dispersos por todo el lugar, desarmó las defensas de los duros y curtidos soviéticos. Hasta a ellos los impresionó. Se sabía de la existencia de los campos y se sospechaba de su crueldad. Pero lo que encontraron superó toda previsión Nadie nunca había estado para ese panorama terrorífico.
El día después de la liberación de siete mil prisioneros, muchos enfermos y moribundos: el 28 de enero, en el campo de concentración de Auschwitz, soldados rusos inspeccionan un montón de prendas de vestir (Galerie Bilderwelt/Getty Images)
Meyer Levin, un periodista que acompañaba a las tropas norteamericanas, escribió meses después, luego de ingresar a Dachau: “Lo sabíamos. El mundo había oído hablar de ello. Pero hasta ahora ninguno de nosotros lo había visto. Fue como si al fin penetráramos en el lado oscuro del corazón, en el más despreciable interior del corazón maléfico”.
La llegada de los aliados a los campos de concentración no logró detener las muertes. Las condiciones sanitarias distaban de ser buenas y el trabajo era ingente. El número de enfermos era desmesurado, muchos de ellos incurables. Los médicos no daban abasto. El estado de deterioro era tan avanzado que muchos no aguantaron la primera comida abundante (o tan solo normal) que les brindaron. Su estómago no estaba preparado luego de meses de inanición.
El 27 de enero, recordando la liberación de Auschwitz por la llegada de las tropas soviéticas, se celebra el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Sin embargo la situación estuvo lejos de terminarse ese día. Muchos otros campos siguieron funcionando. Los alemanes insistieron hasta el fin. El traslado de los cautivos de un lugar de prisión a otro, a campo traviesa, bajo el frío polar, en trenes descubiertos, demuestra que deseaban continuar peleando, que no se resignaban a perder toda esa fuerza (anémica, dada las condiciones de cautiverio a la que sometían a sus víctimas) de trabajo esclavo.
Auschwitz, ubicado en territorios polacos ocupados, fue el mayor centro de exterminio del nazismo. Se presume que al menos seis millones de judíos murieron durante el genocidio nazi (Galerie Bilderwelt/Getty Images)
Por el frente occidental, norteamericanos e ingleses llegaron a otros campos varios meses después. El cuadro era el mismo. El documental Campos de concentración nazis, de George Stevens, registra esas imágenes pavorosas y puede verse en Netflix.
La liberación de los campos enfrentó al mundo con una situación que no había contemplado. Con un sistema de muerte brutal, industrial, masivo y anónimo. Un sistema que deshumanizaba a las víctimas y les sacaba todo lo que podía. Hasta lograr quedarse con su vida aún sin matarlos. Un sistema que produjo once millones de muertes.
Esos seres heridos por siempre, esos escasos que habían sobrevivido, habían perdido a toda su familia. A ellos les fue negada la dignidad y el trato humano durante años. Ellos demostraban en su extrema delgadez, en su desnudez, en los ojos muertos, en su ausencia de reacción, el producto del horror. Ellos eran la excepción, los pocos que habían quedado. El resto estaba en las cenizas, en zanjas, amontonados desnudos en pilas sin orden por todos los rincones de los campos o en las montañas de ropas y zapatos que descansaban en enormes depósitos.