“Mi abuelo, un asesino que nunca fue
condenado”: la investigación y la vergüenza
de la nieta de un genocida nazi
Es la primera vez que Jacqueline Gies habla con la prensa. En el Museo de Ana Frank en Argentina, contó la verdad de Robert Gies, su abuelo, que murió en 1974 sin haber sido condenado por los crímenes de lesa humanidad que cometió durante la Segunda Guerra Mundial. “Tengo un sentimiento de culpa por ser su nieta”, reconoció
Tardó 16 segundos en responder. Desde que la traductora entonó el signo de interrogación final hasta que contestó pasaron también una respiración profunda, una risa incómoda, un esbozo por hablar y dos silencios prolongados. En el letargo cayó también una bolita amarilla del árbol del fondo del Museo de Ana Frank del barrio porteño de Belgrano. Golpeó -y sonó- en la mesa de plástico y en los papeles que resumen la historia de una mujer alta, alemana, de ojos profundos y 52 años de edad. Mientras pensaba qué preguntarle a su abuelo si lo tuviera enfrente miraba hacia arriba.
“Mi primera pregunta hubiera sido, creo, ¿cómo fue posible para vos después de haber cometido todos esos crímenes seguir viviendo sin pagar por ello, sin hacerte cargo de nada?”. Jacqueline Gies nunca habló con su abuelo: su primer diálogo sería una suerte de inquisición. Escribió un boceto de su testimonio que tituló Mi abuelo, un asesino que nunca fue condenado. En Alemania ningún medio la entrevistó. En Argentina, venció la vergüenza, para contar por primera vez su historia ante los medios.
En su primera visita al país, recibió a los medios en el Museo de Ana Frank en el barrio de Belgrano. "Estoy profundamente conmovida porque aquí en Argentina exista un interés más grande que el que hay en Alemania", comparó |
Jacqueline es una investigadora de su propio linaje. Cuando el año pasado murió su padre, heredó la misión de denunciar públicamente quién fue su abuelo. Asumió la tarea de fomentar la llama de la verdad y la memoria: “No puedo vengar estos crímenes. No puedo liberar a mi padre de los fantasmas que lo atormentaban. Pero puedo mantener viva la memoria y revelar la verdad sobre los crímenes cometidos por mi abuelo. Estos han estado encubiertos por mucho tiempo y nunca han sido condenados”.
Robert Gies fue su abuelo. Hoy significa para ella un sentimiento de vergüenza, deshonor y odio. Murió en 1974, cuando ella tenía apenas siete años. Había nacido en Colonia, Alemania, en 1902. Se recibió de abogado, se afilió tempranamente al servicio administrativo superior. Con el ascenso de Adolf Hitler se unió al partido Nacional Socialista Obrero Alemán, conformó el cuerpo de protección Schutzstaffel, fue un fiel SS, sirvió en el Servicio de Inteligencia bajo la dirección de Reinhard Heydrich -líder de la Gestapo y arquitecto del Holocausto- y como asesor personal de Karl Hermann Frank -general de la Waffen SS y de la policía alemana en el Protectorado de Bohemia y Moravia, la Checoslovaquia ocupada por el Tercer Reich.
En su reflexión más contemplativa, Jacqueline se permitió indagar en el espíritu más primitivo de su abuelo: “En el fondo, pienso que él solo quería hacer su carrera. Se filiación al Partido Nacional Socialista, su cargo en las SS, su trabajo en el Servicio de Inteligencia... lo que intentó siempre fue construir una carrera sin miramientos, sin tener en cuenta a nada ni a nadie a su alrededor”. Es la única visión con sesgo especulativa de su reseña. El resto de su testimonio es narrado con genuino dolor, pudor y culpa.
"Él tuvo la posibilidad de hacerse cargo de su responsabilidad y mostrar remordimiento, pero no lo hizo. Por eso me resulta muy difícil imaginármelo arrepentido. Hay crímenes, como los que cometió mi abuelo, para los cuales no hay perdón", dijo su nieta |
El 1º de septiembre de 1939, con la invasión de las fuerzas nazis a Polonia, se decretó el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Ese mismo año, Robert Gies se mudó con su esposa Hilde y sus hijos Hedda y Robert, padre de Jacqueline, a Praga. Las tropas del régimen también habían invadido Checoslovaquia. Él era asesor personal de Karl Hermann Frank, quien orquestaba todo el aparato de represión del protectorado. La ocupación había sido mansa, pacífica, sobre todo en comparación con Varsovia, donde germinaban focos de resistencia y sublevación.
La historia de la familia Gies -la de Robert, la de su hijo y la de su nieta- cambió el 27 de mayo de 1942. Tres comandos del ejército checo exiliado en Londres montaron la “operación Antropoide”: el plan de asesinar al gobernador “Reichsprotektor” del país, el general Reinhard Heydrich, segundo jefe de las SS. Se infiltraron en territorio ocupado, estudiaron los movimientos de su presa y se apostaron en las sobras de la calle Kirchmayerova, por donde todos los días Heydrich viajaba desde Praga al Castillo de Hradcany. El magnicidio se completó el 4 de julio a las cuatro y media de la madrugada, cuando el “carnicero de Praga”, “la Bestia Rubia” o “la Sombra de la Muerte” falleció por una septicemia en el Hospital Bulovka como consecuencia de la esquirla de una granada.
Cinco mil efectivos de las SS, la Gestapo y la policía local se trasladaron a Praga por orden del Führer para aplacar el brote de alzamiento y perseguir a los responsables del atentado.
“Con el asesinato de Heydrich -relató Jacqueline-, Karl Hermann Frank fue ascendido a ministro de Estado y se convirtió en la persona más poderosa del protectorado. Como su confidente más cercano, mi abuelo fue nombrado Jefe de la Oficina del ministro”.
El sargento del ejército checoslovaco Karel Curda, seducido por la oferta nazi, develó las posiciones del comando. El traidor, juzgado por su papel en el atentado, murió en la horca el 29 de abril de 1947 sin haber cobrado la recompensa. Una tropa de 800 oficiales establecieron un cordón alrededor de la Iglesia de San Cirilio y San Metodio, donde se escondía el grupo de siete comandos de la resistencia. Su suerte estaba echada. Entre sus pertenencias, hallaron una carta que el paracaidista Josef Horak le había dedicado a su familia. En ella, nombraba el pueblo Lídice, una comarca rural al noroeste de Praga. Sin rigor, sin una asociación declarada y por mera interpretación, se fue fraguando lentamente una conspiración que atribuía la coparticipación de la comunidad en la resistencia checa.
Una imagen de la "masacre de Lídice". Todos los varones mayores de 16 años fueron aniquilados. Sobre el margen derecho de la imagen, los colchones que pusieron los oficiales nazis para que las balas no rebotaran. Los hombres fueron asesinados, las mujeres deportadas a un campo de concentración, muchos niños trasladados a un campo de exterminio y otros enviados a ser reeducados por familias alemanas |
En Lídice vivían 483 personas: 192 hombres, 196 mujeres y 95 niños. Los efectivos de las SS llegaron la madrugada del 10 de junio de 1942 con una misiva: “Führerbefehl: Lidz wird mit derm Erdboden gleichgemacht und die Bevölkerung erchossen”. La traducción: “Orden del Führer. Lídice será arrasado hasta el suelo y la población masculina fusilada”. Los varones mayores de 16 años fueron fusilados delante de un muro protegido por colchones, simplemente para que las balas no rebotaran. Primero asistían en grupos de cinco. Pero se hacía lenta la masacre. Duplicaron la cantidad para hacer un fusilamiento más práctico. Las mujeres fueron deportadas al campo de concentración de Ravensbrück. Solo doce niños -los más “calificados”- sobrevivieron: 83 fueron trasladados al campo de exterminio de Chelmno; el resto fue reeducado en familias e instituciones alemanas.
Jacqueline escribió: “Todas estas atrocidades estaban bajo la responsabilidad de mi abuelo. No sólo las autoriza y ordena, sino que también las concibe. Miles de personas fueron condenadas a muerte, deportadas a campos de concentración, torturadas y asesinadas por sus acciones realizadas en Praga”. Finalizada la guerra, su abuelo se escondió en un monasterio y se hizo llamar Peter Corres. Para su padre, él estaba muerto. Eso le había dicho su abuela. Años después, a través de un sacerdote, se enteraron que vivía en Colonia y que administraba un Centro Juvenil Caritas con su nombre verdadero.
Robert Gies padre y Robert Gies hijo se encuentran en 1952. Sus curiosidades le fueron respondidas con evasivas. No le dio información precisa de su participación en la ocupación nazi de Praga. “Mi padre tenía seis años cuando sus padres se divorciaron. No tiene demasiados recuerdos concretos de su infancia. Pero sí se acuerda que era una persona autoritaria, arrogante y de ninguna manera actuaba como un padre afectuoso”, precisó ella, en diálogo con Infobae. En sus investigaciones, activó la memoria de su padre al encontrar imágenes de su padre con el uniforme de las SS.
Robert Gies junto a sus hijos Robert, padre de Jacqueline, y Hedda. "La relación entre mi padre y mi abuelo era muy mala, de modo que yo nunca tuve contacto con él", relató |
Él le contó, por ejemplo, que vio Blancanieves en un cine abierto solo para su familia, cuando la película de Walt Disney estuvo prohibida durante el Tercer Reich. Y también le mencionó un episodio traumático en un viaje al campo. Él y su hermana recogían zanahorias de una granja vecina cuando, al verlos, el granjero dueño de la finca los insultó y le echó. Su padre recordó haber escuchado tiros en la casa del granjero poco tiempo después.
“Mi abuelo nunca le dio una respuesta sincera a mi padre cuando él le preguntaba lo que había hecho en Praga. Siempre respondía con evasivas o cuestiones muy generales, decía que sus actividades habían tenido que ver con asuntos culturales. En los juicios que tuvo en Alemania y de los cuales fue absuelto, no dijo la verdad y siempre mintió. Por eso puedo estar segura de que mi abuelo siempre negó lo que hizo y hasta creo que él consideró que lo que hizo estaba bien, era lo correcto”, expresó la nieta del genocida nazi.
En efecto, en 1963, Robert Gies es acusado formalmente por la matanza de ciudadanos checos conocida como la “masacre de Lídice”. El estado de Checoslovaquia lo demanda pero un año después queda absuelto. Trabajaba en una institución gubernamental y solía enfrentar manifestaciones públicas frente a su oficina. Murió en 1974, a los 72 años, en libertad, sin remordimiento, sin haberle confesado a sus hijos lo que había hecho.
"Él nunca tuvo que pagar por sus crímenes. Murió en 1974 sin haber sido llevado ante la justicia por sus actos", lamentó su nieta en un escrito en el que denuncia públicamente la historia de su abuelo |
Robert Gies hijo lo supo recién en 1997 y de manera azarosa. Leyó su nombre -el mismo que el de su padre- en un artículo periodístico del Berliner Zeitung que abordaba la suerte de los niños de Lídice. Entabló contacto con los dos historiadores autores de la nota y ratificó sus sospechas: su padre había sido responsable de la muerte de miles de personas. “Durante este tiempo me acerqué mucho a mi padre. Frecuentemente debatíamos el tema y lo ayudé a investigarlo. De repente entendí por qué siempre tuve problemas con él desde mi primera infancia. Siempre fue inabordable. Finalmente entendí los fantasmas que lo habían atormentado durante tantos años”, apuntó.
“La relación entre mi padre y mi abuelo era muy mala, de modo que yo nunca tuve contacto con él. Es mucho más simple para mí investigar esta historia, escribirla y contarla justamente porque no tuve ningún vínculo con mi abuelo. Sería mucho más difícil hacer ésto si yo hubiese tenido un trato cercano, amoroso o afectivo con él”, sostuvo Jacqueline. Su padre nunca viajó a Praga por miedo a ser condenado como hijo de un criminal de guerra: su nombre lo delataba. También le negó a su hija una excursión escolar a la capital checa por temor a represalias. Jacqueline se casó hace dos años. Tuvo la oportunidad de cambiar su apellido, pero decidió no hacerlo. “Mi abuelo es parte de mi historia”, sentenció.
Una historia de la que brota una sensación de rechazo. “Tengo sentimiento de culpa doble: por ser su nieta, por el hecho de que él forma parte de mi historia, y por alemana. Pero el sentimiento más fuerte que me suscita es la vergüenza, vergüenza por lo que hizo, pero a la vez lo siento como mi misión, algo que heredé de mi padre, hablar sobre los hechos, sobre los crímenes, sobretodo porque durante mi abuelo estuvo vivo no se habló del tema y él no fue condenado. Por eso es muy importante que yo los haga público”.
Jacqueline tomó el legado de su padre. En Alemania dio conferencias ante jóvenes, y como no tiene hijos, desea que ellos tomen la posta de la verdadera historia de Robert Gies |
En 2012, Jacqueline visitó el sitio conmemorativo de Ravensbrück en honor al 70 aniversario de la destrucción de Lídice. En ese marco, se levantó un memorial conmemorativo para las 196 mujeres deportadas. Había sobrevivientes, familiares y descendientes de las víctimas. Estaba ella, nieta del arquitecto de la masacre. No se animó a decir quién era: “Tuve sentimientos encontrados. Por un lado me cuestionaba qué tenía que ver todo eso conmigo y me respondía que tiene mucho que ver porque es la historia de mi familia. Por otro lado lado me preguntaba en qué medida era lícito que yo, como nieta de un perpetrador, pidiera perdón por crímenes que no pueden ser perdonados”.
Pudo manifestarse en el libro de visitas del sitio conmemorativo y admitir, con absoluta vergüenza, ser la hija del hijo del “Standartenführer Dr. Robert Gies”, artífice de la masacre. Sueña algún día tener la valentía de enfrentar la situación de sentarse ante ellos. “No sé qué les diría. Lo tendría que sentir en el momento. No lo podría premeditar. Siento la necesidad de expresar, de manifestar esa vergüenza y a la vez de plantear la pregunta de cómo se puede hacer para narrar esa historia de manera compartida y para transmitirla para que algo así nunca más vuelva a suceder”. Porque el objeto es ese: denunciar públicamente una atrocidad para que no vuelve a suceder. Nunca más.
Fotos: Adrián Escandar
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