Hace pocos dias, con motivo de las festividades por año nuevo recibí un E-mail del que repruduzco una parte.
Queridos amigos de la Música:
Vayamos por todo... lo que muchos parecerían haber olvidado.
¿Qué pasó con la honestidad? ¿Con la nobleza? ¿Con la dignidad? ¿Con la
espiritualidad? ¿Con...? Disculpen que comience con estas preguntas, pero
desear felices fiestas y buen año no alcanza, por lo menos para mí. Cada vez
más me preocupa cierto estado de degradación en el aire que respiramos día a
día.
Y entonces comienzo a recordar. Era muy pequeña y mis padres
me regalaron un verdadero tesoro que por supuesto mantengo intacto: pequeños
libritos que conformaban una colección que se llamaba Vida Espiritual del
escritor y periodista Constancio C. Vigil, un humanista de su tiempo. A través
de textos sencillos y de dibujos candorosos el autor presentaba esencialmente
casos de convivencia de los niños con sus padres, con sus maestros, con otros
niños como ellos. Sus reflexiones, que giraban en torno de las virtudes,
invitaban a pensar y ayudaban a los niños a crecer. Virtud... ¡vaya palabra en
actual retroceso y desuso!
Decía por ejemplo: “La continua vigilancia sobre tus
palabras afirmará tu personalidad, tu voluntad y tu destino. No hables
aturdidamente, no hables sin noble intención. Las palabras que salen de ti
dicen quién eres, y qué sitio mereces en el mundo.” ¿Qué podía entender un niña
pequeña al leer estas líneas? Quizás mucho o simplemente algo de ese profundo
mar de términos abstractos... Pero había algo vital: ubicaba a la palabra en un
sitio privilegiado. Y nos hacía -ya desde niños- responsables de cada palabra
que saliera de nuestra boca. Muy diferente al “decí lo que quieras, mentí
cuanto se te dé la gana” que parece tener tanta vigencia hoy día.
Recuerdo también Le Petit Prince de Saint Exupery.
Maravilloso y breve con sus diversos niveles de lectura que pueden volverlo
cuento de hadas o ensayo filosófico. Me encantaba ese concepto de único e
irrepetible formalizado a través del tema de la rosa del Principito, frente a
millones de rosas iguales que no podrían jamás reemplazarla... Y nuevamente el
sentido de las palabras como generadoras de las acciones con ese broche de oro
que fue aprender a resaltar lo ESENCIAL por sobre las apariencias. ¡Y era un
cuento para niños!
Disculpen este extraño mail de fin de año pero entre otras
cosas, es un extraño año. Pienso -recordando a Platón- que el ser humano
dispone de tres herramientas básicas y fundamentales para poder vivir y
convivir: el intelecto, la voluntad y la emoción. Y para cada una de ellas
existe una virtud, una cualidad. Una de ellas es la sabiduría que nos permite
identificar las acciones correctas y cuándo y cómo realizarlas. Otra es el
valor que permitirá realizar las acciones a pesar de amenazas e incertidumbres.
Y finalmente el autocontrol que permitirá interactuar con el otro y poder vivir
en sociedad, sin calificar a aquel que no piense de la misma manera de
contrincante, opositor, rival, destituyente, traidor, enemigo. No se trata de
un juego, no es una épica mitológica, no estamos en una guerra.
Me pregunto si será posible rescatar a las palabras de viles
usos y abusos... Si será posible hablar sin recurrir a una lista de slogans
vacíos dignos de los fanáticos irrecuperables... Si será posible volver a creer
en los valores y recuperar el sentido común. ¿Podremos enfocarnos en la
tolerancia y hermanarnos por el camino de la superación y la responsabilidad?
De mi parte deseo una Argentina virtuosa, la necesito. Y
como las cosas no pueden hacerse por decreto ni por magia, hay que trabajar
inmensamente para caminar con templanza, prudencia, fortaleza y justicia. Y
buen humor.
Les mando un cariño muy grande, Mtra. Patricia Pouchulu.