Día del Holocausto: la historia secreta de los
latinoamericanos que salvaron a cientos de
judíos de los nazis
Israel conmemora este miércoles el Iom Hashoah, en recuerdo de los seis millones de judíos asesinados durante el nazismo
En una época en la que hablar con la persona "equivocada", alzar la voz contra los invasores o ayudar a los más débiles podía tranquilamente costar la vida o crueles sesiones de torturas, miles y miles de personas en Europa se involucraron en mayor o menor medida para salvar a perseguidos por los nazis, fueran judíos, comunistas, homosexuales o gitanos.
Muchos de esos valientes, en especial aquellos que dejaron detrás algún rastro en forma de documento o de sobreviviente que pudo contar la historia, recibieron un altísimo reconocimiento por parte de Israel -el país de los judíos que nació precisamente del Holocausto-: el honor de ser considerados Justos entre las Naciones.
La gran mayoría de esos Justos -en total son más de 26.800- nacieron en países donde más dura fue la represión nazi y más profundo el plan de asesinato o deportación de judíos hacia los campos de concentración, como Polonia, Holanda, Ucrania o Francia.
Pero, entre todos estos hombres y mujeres que se jugaron la vida cuando la vida costaba muy poco delante del revólver de un canalla nazi, llama la atención un pequeño grupo de Justos entre las Naciones nacidos en países que resultaban exóticos para los europeos, que habían llegado desde el otro lado del océano.
Ellos eran de América Latina, apenas ocho personas cuyos descendientes recibieron el agradecimiento de Israel, una medalla y el privilegio de aparecer en los muros que celebran a los Justos entre las Naciones en el museo Yad Vashem de Jerusalén, el memorial que recuerda a las víctimas y a los héroes del Holocausto.
En esos muros están tallados los nombres de los brasileños Aracy de Carvalho Guimarães Rosa y Luis Martins de Souza Dantas, los chilenos Samuel Del Campo y María Errazuriz (más conocida por su apellido de soltera, Edwards), y de la cubana Amparo Pappo.
También se pueden leer los nombres del ecuatoriano Manuel Antonio Muñoz Borrero, el salvadoreño José Arturo Castellanos y de los peruanos Isabel Weill y José María Barreto.
Sugestivamente, la mayoría de las historias de estas personas se mantuvo prácticamente en silencio durante décadas, conocidas solamente por sus familiares y amigos. En muchos casos, el reconocimiento general empezó a gestarse recién a principios de este siglo.
Manuel Muñoz Borrero, cónsul de Ecuador en Suecia, distribuyó pasaportes ecuatoriano en blanco entre judíos de Polonia que intentaban huir del nazismo (Foto: Yad Vashem)
Es que varios de estos héroes eran, por ejemplo, diplomáticos que fueron en contra de las directivas de sus capitales y se jugaron el puesto y la vida aprobando pasaportes falsos para familias que escapaban de los nazis.
También pesó que, en general, se trató de latinoamericanos de profundas convicciones cristianas para los cuales sus hazañas eran simplemente "lo que había que hacer" en aquellas sangrientas circunstancias.
En el caso de Muñoz Borrero, por ejemplo, el ministerio de Relaciones Exteriores de Quito lo restituyó simbólicamente al servicio diplomático nacional solamente a fines del año pasado. El actual canciller, José Valencia, fue quien decidió, en noviembre del 2018, dejar sin efecto el "acuerdo ministerial 09" firmado el 13 de enero de 1942 para destituir al entonces cónsul de Ecuador en Suecia.
Así fue que Muñoz Borrero quedó "borrado" del servicio diplomático de su país durante siete décadas, por haber despachado desde Estocolmo vía Estambul numerosospasaportes ecuatorianos para que fueran rellenados con los nombres y las fotografías de judíos de Polonia que escapaban de los nazis.
La historia de Muñoz Borrero es bastante amarga. Según relata Yad Vashem en la página que recuerda al ecuatoriano, muchos de esos pasaportes ficticios al final no sirvieron para salvar a sus poseedores de morir en Bergen Belsen o Auschwitz, dos de los principales campos de concentración montados por los alemanes.
Por suerte para que se pudiera conocer la historia de Muñoz Borrero, una mujer que había logrado posponer su deportación desde Holanda a Bergen Belsen -lo suficiente para llegar a ese campo a tiempo para un intercambio de prisioneros que en 1945 le salvó la vida-, presentó el nombre del ecuatoriano a Yad Vashem para que sea nombrado Justo entre las Naciones. Betty Meyer había huído desde Alemania a Holanda, adonde en algún momento recibió dos pasaportes ecuatorianos, uno para ella, otro para su madre, adonde solamente tenían que pegar sus fotografías. Esos documentos les permitieron esquivar durante un tiempo precioso la deportación a los campos y, una vez en Bergen Belsen, pertenecer al grupo de personas con pasaportes de países neutrales que los nazis mantenían con vida para utilizarlos en esos eventuales canjes de prisioneros.
Los pasaportes de Muñoz Borrero también sirvieron a muchos judíos de Holanda para no tener que coserse a sus ropas la estrella de David amarilla que los identificaba en las calles, un detalle que también salvó muchas vidas.
Homenaje del gobierno de Ecuador a Muñoz Barrero en el Museo de Yad Vashem de Jerusalén (Foto: Embajada de Ecuador en Israel)
Muñoz Borrero había despachado unos ochenta pasaportes para que sean utilizados por judíos polacos en 1941, pero la Cancillería en Quito se enteró de la movida y lo cesó en el cargo en 1942, sin nombrar sucesor. En aquel momento el presidente de Ecuador era Carlos Arroyo del Río, sobre quien luego pesarían sospechas de simpatías con el Eje fascista europeo durante la guerra.
Las autoridades ecuatorianas habían pedido a la ambigua policía de la Suecia neutral que confiscara todos los documentos del consulado. Como eso no ocurrió, Muñoz Borrero siguió teniendo acceso a los sellos oficiales y a los pasaportes en blanco, y accedió a seguir entregándolos a miembros de las organizaciones clandestinas que ayudaban a los judíos europeos a huir de la Gestapo.
Tras quedarse sin consulado y temiendo represalias de su gobierno, Muñoz Borrero se quedó en Estocolmo hasta 1961, volvió a su Cuenca natal en 1961, cinco años después se reconcilió con su esposa y juntos viajaron a México, adonde del diplomático cesado murió en 1976.
Fue recién en febrero del 2011, cuando Yad Vashem lo incluyó entre los Justos entre las Naciones, que la hazaña de Muñoz Borrero se empezó a hacer conocida.
Ahora, "su vida está siendo recogida en diversos escritos, ensayos y otras publicaciones", le contó a Infobae la embajadora de Ecuador en Israel, María Gabriela Troya. "Un personaje como el cónsul Muñoz Borrero -continuó- sirve de inspiración para los ecuatorianos, como modelo a seguir de alguien que privilegió el derecho a la vida de terceros -en este caso los judíos perseguidos- al cumplimiento de las normas consulares inherentes a su función".
Otro que se jugó la carrera diplomática para ayudar a los perseguidos fue Castellanos. Siendo coronel del ejército, el salvadoreño ya había mostrado sus convicciones a través de sus críticas al dictador Maximiliano Hernández Martínez, durante cuyo mandato se llevó a cabo una tremenda matanza de 25.000 indígenas.
Posiblemente para quitarse de encima al prestigioso Castellanos, que venía de una familia acomodada, el gobierno de Hernández Martínez -de conocidas simpatías fascistas- lo mandó de cónsul, primero a Liverpool, luego a Hamburgo y, finalmente, a Ginebra.
El salvadoreño José Arturo Castellanos, cónsul salvadoreño en Ginebra, distribuyó pasaportes de su país entre judíos de Hungría, Polonia, Holanda, Francia, Grecia y Bélgica (Foto: Yad Vashem)
Mientras se desempeñaba al frente de la misión en la ciudad suiza, en algún momento Castellanos conoció a György Mandl, un rico comerciante judío de Transilvania que se había cambiado el nombre a un menos "sospechoso" George Mantello. Ambos se hicieron amigos y Castellanos incluso lo nombró secretario del consulado -sin el conocimiento de las autoridades de San Salvador-, lo que salvó la vida de Mandl/Mantello y su familia.
Pero Castellanos no se quedó solamente en eso. Junto a Mantello montó un sistema para otorgar pasaportes salvadoreños a judíos de Hungría, Polonia, Holanda, Francia, Grecia y Bélgica. En un primer momento había pedido autorización a la cancillería, pero se la negaron. Intentó una vez más, y recibió silencio por respuesta.
Al final lo hizo sin la autorización del gobierno, y se estima que miles de personas que no tenían la menor idea de adonde quedaba El Salvador y no hablaban una palabra de español se salvaron de los campos de concentración gracias a Castellanos y Mantello.
Una vez caída la dictadura de Hernández Martínez, en noviembre de 1944 la cancillería salvadoreña alcanzó un acuerdo con su par suiza para validar los pasaportes, permitiendo que quienes poseían los documentos que les ayudaban a evitar la deportación a los campos de concentración pudieran finalmente escapar de Europa.
La acción de la diplomacia salvadoreña, sin embargo, no sirvió para reconocer a Castellanos. Además el coronel, a quien muchos llaman el "Schindler salvadoreño" porque llegó a expedir unos 13.000 certificados de "ciudadanía" de su país, prefirió mantener sus hazañas en silencio y murió anónimo y pobre en 1977.
Castellanos junto a György Mantell, un comerciante judío de Transilvania al que nombró secretario de su consulado para salvar su vida (Foto: Yad Vashem)
Fue en el 2005 que el gobierno salvadoreño abrió una "investigación" para recuperar su figura, y el Yad Vashem lo consagró Justo entre las Naciones cinco años después.
Dos de sus nietos, Alvaro y Boris Castellanos, quienes residen en Canadá, realizaron un documental que se presenta con música en vivo, titulado "El Rescate". Allí se repasan las acciones del militar salvadoreño mientras los hermanos tocan música cubana de los años '30 y '40, la favorita de Castellanos.
Como ocurre con Muñoz Borrero en Ecuador, la figura de Castellanos está empezando a ser destacada en El Salvador. "Todavía no tiene un monumento pero hay una carretera que lleva su nombre", cuenta Alvaro Castellanos.
En comunicación telefónica con Infobae desde Montreal, Alvaro -quien recientemente presentó su documental en vivo en Buenos Aires, en el museo sobre la represión montado en la ex ESMA- asegura que "la gente está conociendo cada vez más sobre mi abuelo, es considerado un gran héroe".
Una de las cédulas que emitió Castellanos otorgando la ciudadanía salvadoreña a una familia judía para salvar su vida
"El Salvador reconoció que uno de sus hijos hizo algo fantástico y hermoso, excepcional, pero, como es el caso de todos los Justos entre las Naciones, queda mucho trabajo por hacer" para adquirir la total dimensión de sus acciones, dice Alvaro, quien junto a su hermano entrevistó para el documental a varias personas que se salvaron del Holocausto gracias al salvadoreño.
"Cada cuatro o cinco de los conciertos" para presentar el documental alrededor del mundo, sigue Alvaro, "nos ocurre que conocemos a alguien que fue salvado por mi abuelo".
"Son como pequeños milagros", asegura.
A diferencia de Castellanos y Muñoz Borrero, María Edwards no era diplomática sino una hija mimada de la "alta sociedad" chilena que, antes de la Segunda Guerra Mundial, marchó adonde los ricos latinoamericanos "tenían" que ir en aquellos años: París.
En la capital francesa, la joven y bella María se relacionó con la crema del ambiente literario francés, autores con quienes compartía veladas en las que conversaban no solamente de libros sino de la tormenta que se estaba por abatir sobre Europa.
Cuando estaba claro que los nazis marcharían sobre París, la embajada chilena en Francia ofreció pasajes en barco a todos sus nacionales, para que regresasen a casa dejando atrás la guerra. María no quiso saber nada, a esa altura sus conexiones literarias habían derivado en militancia en la Resistencia francesa contra los nazis.
Cuando sus jefes en la clandestinidad tuvieron que pensar cuál sería la mejor misión para María, decidieron ubicarla en el Hospital de Rothschild.
El hospital era un punto intermedio para el calvario de los judíos y otros perseguidos por los alemanes. Después de arrestarlos, eran llevados al Velódromo de Invierno, y desde allí en tren hacia los campos de concentración. Los que tenían "suerte" y se enfermaban, iban a parar al sanatorio hasta que se curaban y, entonces sí, eran enviados a la muerte.
El hospital era un punto intermedio para el calvario de los judíos y otros perseguidos por los alemanes. Después de arrestarlos, eran llevados al Velódromo de Invierno, y desde allí en tren hacia los campos de concentración. Los que tenían "suerte" y se enfermaban, iban a parar al sanatorio hasta que se curaban y, entonces sí, eran enviados a la muerte.
La Resistencia montó un ingenioso y arriesgado plan en el hospital, llevado adelante por médicos, enfermeras y asistentes como María Edwards. Muchísimos de los niños que llegaban enfermos desde el Velódromo eran dados por muertos con papeles falsos y luego contrabandeados a familias que los cuidaron mientras duró la guerra.
En ese sistema trabajó durante muchos meses María. De hecho, su reconocimiento como Justa entre las Naciones avanzó gracias al testimonio de algunos de esos niños que, de mayores, lograron recuperar su identidad y recordaron a las mujeres y los hombres que los salvaron en el hospital.
La chilena María Edwards, empleada en el Hospital Rothschild de París, daba por muertos a niños judíos y se los entregaba en adopción a otras familias para salvarlos de las garras nazis (Foto: Yad Vashem)
Entre aquellos niños que recordaron a María están Betty y Marcel Frydman, quienes fueron detenidos junto a su madre durante uno de los raids nazis en París. Los tres fueron llevados al Velódromo, donde Marcel se enfermó de sarna.
La madre de los niños le dijo a Betty que se juntara con su hermano, para contagiarse y ser llevados los dos al sanatorio, adonde se retrasaría su partida hacia los campos de concentración. La madre de Marcel y Betty también se enfermó y los tres terminaron en el Hospital de Rothschild.
Edwards, quien regresó a Chile en 1959 y falleció allí en 1972, contó a sus hijas y nietas algunas pocas de las historias que había protagonizado. Entre ellas la de los hermanos Frydman: en algún momento los nazis llegaron para llevarse a la madre, quien le pidió a Betty, de apenas seis años, que no la siguiera, y que se asegurase de que también su hermano se quedara en el hospital. La madre de los niños sabía que, al salir del hospital iba derecho a la muerte. También Betty lo comprendió y logró contener a su hermano. Según pudieron enterarse después de la guerra, su madre murió a bordo del vagón de carga del tren que la llevaba a Auschwitz.
Gracias a la red de la que participaba Edwards, a Marcel y Betty se les falsificaron certificados de defunción y lograron ser sacados del hospital a través de la morgue, sin que los nazis se enteraran.
Cuenta el periodista peruano Hugo Coya que una compatriota suya, Magdalena Truel, también trabajó en el Hospital de Rothschild y colaboró en el contrabando de niños judíos hacia la libertad.
Magdalena era la hija peruana de padres franceses y vivió en Lima hasta los veinte años, cuando se fue a París a estudiar Filosofía. Al igual que Edwards, Truel -que hablaba perfecto francés- tardó poco en relacionarse con la Resistencia.
Como le gustaba dibujar y manejaba con destreza la pluma, a Madeleine, como la llamaban en París, le encargaron ocuparse de los papeles falsos para los niños rescatados. De eso se ocupó varios meses, hasta que en 1944 la descubrió la Gestapo y la envió al campo de concentración alemán de Sachsenhausen.
Magdalena, a quien siempre le siguió gustando la música y las comidas de su Perú natal, y quien llegó a escribir un libro para niños que se convirtió en clásico, "El Niño del Metro", sobrevivía en el campo hasta que llegó la noticia de la cercanía de las tropas soviéticas.
La peruana falleció, enferma y golpeada, durante una de las "marchas de la muerte" que los nazis organizaron para sacar a los detenidos de los campos de concentración, en su afán de eliminar las pruebas vivientes de su barbarie cuando se acercaban las tropas aliadas.
Marcel y Betty Frydman, dos de los niños salvados por María Edwards (Foto: Yad Vashem)
Coya, quien divulgó la historia de Magdalena en su libro "Estación Final", que relata los destinos de veintitrés peruanos en Europa durante la guerra, estima que la razón por la cual Truel todavía no fue incluida en la lista de los Justos entre Naciones es que "sus" rescatados eran niños.
La red del hospital de Rothschild, le cuenta Coya a Infobae por teléfono desde Lima, trabajaba con urgencia y su prioridad era salvar la mayor cantidad posible de niños, muchas veces mandándolos al campo y bajo una nueva identidad.
"Tenían la esperanza de recuperarlos y devolverlos a sus familias después de la guerra o cuando la persecución acabase pero, lamentablemente, muchos de estos niños nunca supieron realmente quienes eran sus parientes ni quienes los ayudaron", evoca el periodista.
Coya recuerda que para su investigación pasó muchas horas en los archivos franceses, y que descubrió que la historia de Magdalena se pudo rescatar porque varios de sus compañeros de la Resistencia llegaron a contar los gestos de bravura de la estudiante de Filosofía nacida en Lima.
¿Qué une a todos estos personajes enormes, más allá de su común origen latinoamericano?
En algunos casos, sus historias estuvieron escondidas durante décadas porque actuaron desafiando las órdenes de gobiernos simpatizantes de los nazis.
En algunos casos, sus historias estuvieron escondidas durante décadas porque actuaron desafiando las órdenes de gobiernos simpatizantes de los nazis.
Uno de los dos Justos entre las Naciones nacido en Perú, José María Barreto, también fue diplomático y, como cónsul en Ginebra, facilitó pasaportes de su país a varios judíos que necesitaban huir de Europa. Barreto desoyó una circular diplomática que salió desde Lima en 1938 prohibiendo la concesión de visas a judíos perseguidos, algo bastante común en aquel momento en todo América, desde Estados Unidos a la Argentina.
El trozo del muro en el museo Yad Vashem de Jerusalén donde están homenajeados los latinoamericanos que salvaron a judíos durante la Segunda Guerra Mundial (Foto: Embajada de Ecuador en Israel)
"Hay otros diplomáticos peruanos que, se afirma, también ayudaron, pero fueron casos aislados y todavía faltan documentos para confirmarlo", dice Coya. Al menos dos de los gobiernos peruanos de aquellos años, agrega, miraban con simpatía al Eje y ordenaron no ayudar a los judíos en Europa.
El periodista recuerda, en ese sentido, la respuesta del cónsul peruano en una capital europea que se enorgullecía de seguir al pie de la letra la circular que llegaba desde Lima. "He cumplido fielmente la orden dada por usted señor canciller, y le digo que he detectado muchos judíos por el olor", dice la nota citada por Coya.
El periodista recuerda, en ese sentido, la respuesta del cónsul peruano en una capital europea que se enorgullecía de seguir al pie de la letra la circular que llegaba desde Lima. "He cumplido fielmente la orden dada por usted señor canciller, y le digo que he detectado muchos judíos por el olor", dice la nota citada por Coya.
Por otro lado, como es fácil de reconocer, muchos de estos héroes actuaron movidos por sus valores morales.
"Como en otras situaciones similares, las personas que actúan protegiendo a los más vulnerables y hacen el bien no actúan en la búsqueda de obtener réditos ni publicidad", explica la embajadora Troya. Es que, "justamente, la discreción es la que produce el éxito de una acción humanitaria como la del cónsul Muñoz Borrero", concluye la diplomática ecuatoriana.
La chilena Edwards también actuó por idealismo y sus convicciones pusieron en riesgo su vida: la Gestapo descubrió su participación en la Resistencia, la torturó y la encarceló. Tuvo la fortuna de salir de prisión y ser mantenida encerrada bajo custodia en su casa gracias a que conocía a un oficial alemán que había vivido en Chile, que en ese momento tenía poder en la policía alemana en París y que luego, vueltas de la guerra, participó de la Operación Valkiria para asesinar a Hitler.
En Chile, después de que regresó de París, en la familia "no teníamos mucha información sobre su papel, tampoco quería ella vanagloriarse y contaba la historia solamente cuando le preguntaban", dice su bisnieta María Angélica Puga, autora de un libro sobre la vida de su abuela, "Buscando a María Edwards".
Para aquella hija de la "alta sociedad" chilena, ayudar a los más débiles y a los perseguidos durante la guerra era simplemente "lo que había que hacer", dice Puga en charla telefónica con Infobae, resumiendo en unas pocas palabras el motivo detrás de las historias de miles de Justos entre las Naciones.