Hay declaraciones que causan algo más que estupor.
Con motivo del resultado en la primera vuelta de las elecciones en la ciudad de Buenos Aires, un grupo se arrogó el derecho de juzgar a otro por el sólo hecho de pensar distinto.
Lo curioso es que, casualmente, este grupo, repite lo que hizo otro en los años negros llevando esa actitud hasta un límite inaceptable.
No hay disculpa que valga para justificar ese proceder.
Los que se auto titulan o se autodenominan y se amparan en pergaminos universitarios tienen más responsabilidad frente al conjunto de la sociedad. Son referentes y por eso sus dichos tienen más impacto.
Filósofos, Pensadores, Hombres de la Cultura, Intelectuales, son solamente denominaciones comunes o eufemismos, bajo los que se presentan ante la sociedad y ésta los considera como referentes.
El punto es que la intolerancia, la descalificación, la falta de respeto hacia amplios sectores que no comulgan con sus ideas, los transforman en peligrosos y no se condice con el grado de evolución que teóricamente alcanzaron.
Todo comienza con el poder enorme de las palabras.
Después todo sirve para justificar con argumentaciones cargadas de palabras cripticas, lo injustificable. La historia está llena de ejemplos.
Lo que es inocultable es que una mayoría dijo no, por medio de las urnas, a determinadas políticas.
Es más que evidente que no pueden superar la frustración y la impotencia que les produce, que otros, no acepten ese tipo de ideas y procedimientos como verdades reveladas o dogmáticas que insultan la inteligencia de los ciudadanos.
Un reconocido medico brasileño, el Dr. Lair Ribeiro una vez dijo:
“El mundo es como el eco. Si no te gusta lo que recibes, presta atención a lo que emites”.
Uno es dueño de su silencio o esclavo de sus palabras.
Con motivo del resultado en la primera vuelta de las elecciones en la ciudad de Buenos Aires, un grupo se arrogó el derecho de juzgar a otro por el sólo hecho de pensar distinto.
Lo curioso es que, casualmente, este grupo, repite lo que hizo otro en los años negros llevando esa actitud hasta un límite inaceptable.
No hay disculpa que valga para justificar ese proceder.
Los que se auto titulan o se autodenominan y se amparan en pergaminos universitarios tienen más responsabilidad frente al conjunto de la sociedad. Son referentes y por eso sus dichos tienen más impacto.
Filósofos, Pensadores, Hombres de la Cultura, Intelectuales, son solamente denominaciones comunes o eufemismos, bajo los que se presentan ante la sociedad y ésta los considera como referentes.
El punto es que la intolerancia, la descalificación, la falta de respeto hacia amplios sectores que no comulgan con sus ideas, los transforman en peligrosos y no se condice con el grado de evolución que teóricamente alcanzaron.
Todo comienza con el poder enorme de las palabras.
Después todo sirve para justificar con argumentaciones cargadas de palabras cripticas, lo injustificable. La historia está llena de ejemplos.
Lo que es inocultable es que una mayoría dijo no, por medio de las urnas, a determinadas políticas.
Es más que evidente que no pueden superar la frustración y la impotencia que les produce, que otros, no acepten ese tipo de ideas y procedimientos como verdades reveladas o dogmáticas que insultan la inteligencia de los ciudadanos.
Un reconocido medico brasileño, el Dr. Lair Ribeiro una vez dijo:
“El mundo es como el eco. Si no te gusta lo que recibes, presta atención a lo que emites”.
Uno es dueño de su silencio o esclavo de sus palabras.