lunes, 20 de agosto de 2018

Algo no salio bien. Jamas toco un instrumento y compuso los mejores boleros de la historia: le bastaba su silbido


El Diario La Nación, en su edición digital, publicó este artículo firmado por Carlos Manzoni


Algo no salio bien
Jamas toco un instrumento y compuso los mejores boleros de la historia: le bastaba su silbido

17 de agosto de 2018  • 14:18
Fue uno de los más grandes compositores de México sin haber estudiado nunca música y sin saber siquiera tocar un instrumento. A él se le deben más de 300 canciones, que componía silbando y que le valieron 16 discos de oro, entre otro centenar de premios. Pero por desgracia, José Alfredo Jiménez, que de él se trata, no pudo con un vicio que lo llevó a la tumba con solo 47 años: la bebida. Cuando llegó su hora, hacía ya tiempo que había elegido su propio epitafio: "La vida no vale nada".

José Alfredo Jiménez nació el martes 19 de enero de 1926, en Dolores Hidalgo, estado de Guanajuato, México, a 243 kilómetros de la capital de ese país. Era hijo de Agustín Jiménez, que tenía una farmacia, y de Carmen Sandoval, ama de casa. Tuvo tres hermanos: Concepción, Víctor e Ignacio.

Vivió hasta los 10 años en su ciudad natal, hasta que en 1938, dos años después de la muerte de su padre, se fue a Ciudad de México, más impulsado por la necesidad que por otra cosa. Ahí lo recibió su tía Refugio, a quién llamaba Cuca y a quien consideró siempre su segunda madre. Poco después, llegaron su mamá y sus hermanos.
A los 11 años empezó a mostrar su talento: como se dijo, componía sin tener ningún conocimiento de música puesto que nunca había estudiado. Según Miguel Aceves Mejía, que le apadrinó en sus primeras grabaciones profesionales, no sabía tocar ningún instrumento y ni siquiera conocía los términos "vals" ni "tonalidad".

¿Cómo componía, entonces? "Silbando, método que utilizó hasta su muerte en sus rancheras, corridos y huapangos. Él imaginaba la música en su cabeza. Ya cuando lo veía muy pensativo ni le hablaba, porque me daba cuenta de que estaba preparando algo", cuenta su hijo José Alfredo Jiménez, en comunicación con La Nación, desde México.

José Alfredo Jiménez
Siempre corrido por la necesidad económica, debió trabajar en múltiples oficios, entre los que se destacaron el de camarero y el de jugador de fútbol. Sí, jugador de fútbol. Debutó como arquero a los 18 años y llegó a jugar en Primera División con los clubes Oviedo (amateur) y Marte (un equipo del ejército, de primera división), pero dejó las canchas por los escenarios y los estudios de grabación. "El Cuervo", como se lo conocía en el ambiente futbolístico, decidió tomar la pluma, el papel y el micrófono para cantarle a México.

Su hijo relata cómo fue su retiro del fútbol. "Él me contaba que una vez estaba en una posada y alguien lo escuchó cantar. Entonces le ofreció 100 pesos para que fuera a cantarle serenata a su novia. Mi padre fue a cantar y siguió tomando tequila hasta la madrugada. De ahí se fue directo a jugar un partido y le metieron nueve goles, así que fue su despedida del fútbol", recuerda José Alfredo (h).
Así fue que en 1947 debutó en la radio XEL, de la mano de Alfonso Esparza Oteo, con el Trío Los Rebeldes. Quiso el destino que a principios de 1950 el restaurante en el que trabajaba, La Sirena, fuera frecuentado por Andrés Huesca, gran artista mexicano que cantaba en "Andrés Huesca y Los Costeños". José Alfredo le cantó la canción "Yo" y él la llevó a RCA Víctor, donde fue grabada por Mariano Rivera Conde, el director artístico.

A partir de esa fecha, 22 de febrero de 1950, se catapultó a la fama. Se cree que compuso más de 300 canciones; muchas de ellas interpretadas por el Mariachi Vargas de Tecalitlán, una famosa agrupación de música folclórica mexicana. Pero hubo más de 1000 intérpretes que cantaron sus canciones, entre las que se destacan El rey, Si nos dejan, Te solté la rienda, Camino de Guanajuato, Ella, Amanecí en tus brazos, La media vuelta y Que te vaya bonito.



Columna Algo no salió bien, en Lo que el día se llevó 10:23

Sus creaciones tienen arreglos de grandes de la música mexicana, como Rubén Fuentes, Eduardo Magallanes, Jesús Rodríguez de Hijar y Rigoberto Alfaro, a los que José Alfredo simplemente les silbaba la melodía. "Chifló duro y convocó a buenos artistas para que lo respaldaran en la ejecución", comenta su hijo.

En 27 de junio 1952, se casó con Paloma Gálvez, con quien tuvo dos hijos, José Alfredo (9 de noviembre de 1955) y Paloma (28 de febrero de 1954). Quien fuera su única esposa murió recientemente, el 1° de agosto de este año, a los 97 años. "A mi mamá le escribió Paloma querida, Amor del alma, Corazón Corazón, Serenata sin luna", detalla José Alfredo (h).

En su libro, "Pero sigo siendo el rey. Un encuentro con mi padre", que fue editado por Planeta y que ya vendió 15.000 ejemplares, José Alfredo (h) cuenta: "Nací hijo de un Rey y de una Paloma. Crecí en un mundo raro, donde la soledad busca otras soledades, rodeado de gigantes con nombres pequeños: Pedro, Lola, Jorge, Lucha, Miguel. Mis amigos fueron: El jinete, El perro negro, El caballo blanco-que no es otro que un auto Chrysler Imperial Newyorker del año 1957-, Los gavilanes, El borrego, El coyote, La que se fue, etc. Mis juguetes eran el mariachi, la Banda Sinaloense, aquella guitarra muda que tantas veces vio llorar a mi padre, que dando pinceladas a la luna y las estrellas daba forma a una obra admirable".

El gran compositor tuvo tres hijos más, fruto de la unión con María Medel. "Él nunca se fue de la casa ni se divorció de mamá; sino que estaba un tiempo afuera, iba y venía. Recuerdo cuando llegaba de las giras, venía lleno de regalos y trofeos que ganaba, así también como presentes que le obsequiaba la gente que lo adoraba", señala su hijo. Y agrega: "Traía discos nuevos de sus canciones y los ponía tantas veces hasta que se rayaban. Todos disfrutábamos mucho con él escuchando sus temas".

Mujeriego como pocos, su táctica de seducción era escribirles canciones a las mujeres. Pero con un detalle: siempre lo hacía con un profundo temor a no ser correspondido, a ser rechazado. A todas las que tuvo les compuso una, pero a Alicia Juárez, su último romance, le dedicó algunas de las más bellas, entre las que se destaca "Le solté la rienda", que dice: ".y cuando al fin comprendas, que el amor bonito, lo tenías conmigo, vas a extrañar mis besos, en los propios brazos, del que esté contigo.".

José Alfredo decía: "La canción es el medio para limpiarme el alma". Era un frecuentador incansable de la emblemática cantina Tenampa, que está en la Plaza Garibaldi, donde todavía hoy los mariachis cantan sus canciones. "Él y Chavela Vargas se pasaban horas ahí", destaca José Alfredo (h).

El hijo del pueblo
Las canciones de José Alfredo Jiménez ayudaron a consolidar el éxito y la fama de muchos artistas que interpretaron magistralmente sus temas. Joaquín Sabina lo nombra en el tema "Por el boulevard de los sueños rotos", donde dice: "Las amarguras no son amargas, cuando las canta Chavela Vargas y las escribe un tal José Alfredo".

Obtuvo más de 100 premios en reconocimiento de su labor como compositor y cantante, entre ellos, 16 discos de oro. Era llamado "El Embajador de la Música Ranchera Mexicana", "El As de la Música Ranchera" y "El Hijo del Pueblo". Tenía el mundo a sus piés: éxito, dinero, fama y mujeres. Pero, siempre hay un "pincelazo" que lo arruina todo.

El hombre tenía dos grandes vicios: la bebida y las mujeres. A los que no renunció nunca. "Chavela decía que ya en México no había más tequila bueno, porque ella y José Alfredo se lo habían tomado todo en el Tenampa", relata José Alfredo (h). Eso le trajo complicaciones de salud, hasta que se le diagnosticó una cirrosis hepática, que lo tuvo a maltraer sus últimos años. "En 1969 estaba grabando unos programas y tuvo la primera hemorragia", precisa su hijo.

Finalmente, el gran compositor murió a las nueve de la mañana del viernes de 23 de noviembre de 1973, con apenas 47 años. Se apagó así, el rey de la música mexicana, el que para muchos fue "el más grande". Sus restos descansan en el cementerio de su pueblo natal, tal y como anticipó en su canción "Camino de Guanajuato". Como se dijo, en su tumba se puede leer el epitafio que él mismo escogió: "La vida no vale nada".

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