Hola, soy Leonardo Liberman.
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Foto de portada: Magdalena Viggiani.
A continuación, de Hector Berlioz, la Sinfonía Fantástica
Op. 14, en la versión de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Frankfurt,
dirigida por Andrés Orozco-Estrada.
Nachman Blumental, al centro, tomaba notas en Chelmno, Polonia, después de que esa región fue liberada. (Archivo Yad Vashem)
No esperaron a que terminara la guerra.
En agosto de 1944, en cuanto los soldados soviéticos arrasaron con los nazis y los expulsaron del este de Polonia, un grupo de intelectuales judíos fueron de inmediato a ciudades como Lublin y Lodz para comenzar a recolectar y registrar información, buscando cualquier rastro del horror aún reciente que se había llevado a sus seres queridos. Querían pruebas.
Entre ellos se encontrabaNachman Blumental, un filólogo obsesionado con el uso y el abuso de la lengua. Había escapado a laUnión Soviéticaen 1939 y vuelto para enterarse de que habían asesinado a Maria, su esposa, y a Ariel, su pequeño hijo. Lugares que antes estaban llenos de vida judía ahora se encontraban destruidos. Todo su mundo había desaparecido
Las fichas que Nachman Blumental usaba para documentar cómo las palabras alemanas cambiaron durante la guerra. (Vincent Tullo/The New York Times)
Para darle sentido a la situación, Blumental se puso a trabajar. Junto con un grupo de historiadores, etnógrafos y lingüistas, estableció la Comisión Histórica Judía Central. Transcribieron tres mil testimonios de sobrevivientes entre 1944 y 1947, buscaron documentos nazis en oficinas abandonadas de la Gestapo y preservaron meticulosamente fragmentos de la vida cotidiana en los guetos, como el cuaderno escolar de un niño o un vale para recibir una ración de comida.
Además, Blumental registró palabras desde el principio.
En todos los documentos nazis con los que se encontró, marcó y subrayó términos inocuos como Abgang (salida) o Evakuierung (evacuación). Sabía lo que significaban esas palabras en realidad cuando aparecían en memorandos y formularios burocráticos: eran eufemismos para referirse a la muerte. Su misión tomó forma: revelar las maneras en que los nazis habían usado la lengua alemana para disimular el mecanismo de los asesinatos masivos y hacer que el genocidio fuera más tolerable para ellos.
(Vincent Tullo/The New York Times)
Ahora podemos echar un vistazo a la mente de Blumental y de sus colegas historiadores sobrevivientes. El Instituto YIVO de Investigación Judía, que contiene la colección más grande sobre el Holocausto en Norteamérica, adquirió los artículos personales de Blumental en febrero, compuestos de más de doscientos mil documentos. De acuerdo con el director de YIVO, Jonathan Brent, es "uno de los últimos grandes archivos que aún se conservan del Holocausto".
Su importancia radica en su extensa variedad de artículos, con treinta cajas de material que acumuló polvo y fue roído por ratones a lo largo de los años desde la muerte de Blumental en 1983. Ahora se revela por primera vez e incluye sus colecciones compiladas durante la posguerra: sellos de Hitler y artículos de propaganda antisemita. Una carpeta gruesa está llena de cientos de poemas y canciones antes desconocidos que los judíos compusieron en los guetos y los campos de concentración, los cuales transcribió de voz de los sobrevivientes. Algunos artículos son más viscerales, como un pedazo de cuero del zapato de su hijo muerto.
En todos los documentos nazis que Blumental encontró, circuló y subrayó términos aparentemente inofensivos como “Abgang” (salida) o “Evakuierung” (evacuación). (Vincent Tullo/The New York Times)
No obstante, estos objetos se ven eclipsados por miles de tarjetas de notas llenas de su minúscula caligrafía. Cada una contiene unas cuantas oraciones de textos nazis y la etimología de una palabra alemana específica con su significado original y su sentido alterado. Se trataba de la investigación para la tarea orwelliana de Blumental: un diccionario nazi.
"Para él, lidiar con la experiencia de la guerra era un asunto personal, pero también extrapersonal", dijo Brent. "Como resultado, sus documentos contienen lo más íntimo que podamos imaginar y básicamente la red lingüística del nazismo".
Blumental obtuvo un título de maestría de la Universidad de Varsovia con una tesis llamada Sobre la metáfora, y hablaba casi una decena de idiomas, desde el hebreo hasta el francés y el ucraniano. Consideraba que las palabras y su uso eran la ventana más transparente para observar la cultura. Después de la guerra, recorrió las ruinas como un folclorista; era un hombre austero con anteojos que lo hacían parecer un búho que compilaba los chistes y las expresiones en yidis que contaban los judíos polacos que se enfrentaban a la muerte.
Canciones y poemas que Blumental encontró mientras buscaba artefactos del Holocausto. (Vincent Tullo/The New York Times)
Su diccionario de palabras nazis fue, en cierto nivel, una iniciativa desesperada: si podía descifrar el uso de la lengua, quizá también sería capaz de averiguar cómo se había destruido todo lo que había conocido y amado. Sin embargo, el proyecto también tenía funciones más prácticas. Esperaba que su glosario fuera útil para los fiscales durante los juicios de posguerra a finales de la década de los cuarenta. A tres de ellos asistió como testigo experto, incluido el juicio de Rudolf Höss, el comandante del campo de concentración de Auschwitz. También pensaba en el futuro, en una época en que las pruebas documentales del genocidio pudieran ser indescifrables sin algún tipo de clave lingüística.
En 1947, publicó Slowa niewinne (Palabras inocentes), que cubre de la letra "A" a la "I", el primero de dos volúmenes planeados de su diccionario. Casualmente, ese mismo año, otro filólogo sobreviviente, Viktor Klemperer, publicó Language of the Third Reich (El idioma del Tercer Reich), un proyecto similar que analiza el uso que daban los nazis a su idioma. Blumental jamás terminó su segundo volumen, y sus documentos muestran cómo el proyecto se desvió y se extendió a lo largo del tiempo, sobre todo conforme obtenía acceso a nuevo material de referencia de archivos nazis recién abiertos.
Blumental, como otros miembros de la comisión, llevó a cabo su investigación de posguerra de manera científica y metódica. Sin embargo, esta jamás fue una indagación histórica distante de la tragedia. También se trataba de conmemorar a los muertos.
Restos de un zapato que perteneció a Ariel, el hijo de Blumental. (Vincent Tullo/The New York Times)
"Los historiadores sobrevivientes como Blumental quedaron atrapados entre el 'yo' y el 'nosotros', y tuvieron que mediar entre las experiencias que ellos mismos vivieron y las comunidades a las que pertenecían", dijo Katrin Stoll, una académica alemana especialista en el Holocausto que ha estado ayudando a procesar los documentos de Blumental. "Cada uno tuvo que averiguar cómo relacionar sus propias experiencias con la experiencia más amplia de la guerra. En el caso de Nachman Blumental, optó por la separación".
Un crucifijo que pertenecía a Maria Blumental. (Vincent Tullo/The New York Times)
La mezcla de la conmemoración y la investigación histórica hizo que los historiadores profesionales posteriores desdeñaran la obra de la comisión. Académicos como Raul Hilberg y Lucy Dawidowicz —la primera generación en escribir libros sobre el genocidio en la década de los sesenta— consideraban que los primeros historiadores sobrevivientes estaban sesgados por su cercanía a los sucesos y las víctimas. Además, asir la experiencia vivida durante el Holocausto, como pretendía la comisión, no era tan importante para ellos como entender los motivos y los métodos de los perpetradores.
Un retrato de Maria y Ariel Blumental. (Vincent Tullo/The New York Times)
"Tiene algo de sentido que la investigación académica comenzara con el régimen y la ideología nazis, pero durante décadas se ignoraron las experiencias de los judíos, las fuentes judías", dijo Laura Jockusch, profesora de Estudios del Holocausto en la Universidad Brandeis y autora de Collect and Record!: Jewish Holocaust Documentation in Early Postwar Europe. Actualmente, agregó, "podemos ver el valor del tipo de preguntas que se planteó la comisión, así como de las fuentes que estudiaron".
Antonín Dvořák compuso el Concierto para Violonchelo y Orquesta
en Si menor Op. 104, entre noviembre de 1894 y marzo de 1895, durante sus
últimos meses en los Estados Unidos.
Esta obra no contiene elementos folclóricos norteamericanos,
como otras compuestas allí, sino que rescata esencias bohemias, como queriendo
expresar su deseo de retorno a la patria.
Está dedicado al violonchelista Hanuš Wihan, quien debía
estrenarlo en Londres, pero finalmente fue Leo Stern, quien lo interpretó por
primera vez el 19 de marzo de 1896, bajo la batuta del propio compositor.
La historia de ésta composición, se encuentra estrechamente
ligada a un episodio de la vida de Dvořák. Estando en Estados Unidos, se enteró de la grave enfermedad que padecía
su cuñada Josefina Čermáková, su antiguo amor de juventud, y cuando llegó a Europa supo que Josefina había muerto, por
lo que agregó una cita de la melodía Lass' mich allein, que había compuesto unos años antes, y que aparece al final del tercer movimiento, como expresión de dolor por la muerte de la mujer que fue su
gran amor.
Como en series de posteos musicales anteriores, seleccioné
sólo algunas versiones de las múltiples que hay publicadas en las redes.
En la voz de la soprano Magdalena Hajossyova: Lass mich allein.
A continuación, de Antonín Dvořák, el Concierto para Violonchelo y Orquesta en Si menor Op. 104, en la versión de Gautier Capuçon, y la Orquesta de París, dirigida por Paavo Järvi.
¿Qué nos ha enseñado el cerebro? El órgano más complejo del
cuerpo no se limita a las conexiones neuronales, sino que establece las pautas
sobre cómo aprendemos, pensamos y decidimos. Preguntas sobre la memoria, el
lenguaje y el bilingüismo, la atención, el aprendizaje y las habilidades tienen
su respuesta en la neurociencia.
En este vídeo, el neurocientífico Mariano Sigman hace un
recorrido a través de los grandes enigmas del ser humano. “¿Qué cosas nos
conmueven? ¿Por qué y cómo decidimos? ¿Por qué siempre hay algún tipo de gesto
que nos hace reír? ¿Por qué soñamos? ¿Qué soñamos? ¿Por qué olvidamos los
sueños? ¿Por qué aprendemos y por qué dejamos de aprender? Son preguntas que
nosotros, los neurocientíficos, en algún lugar nos hacemos. Hemos mezclado el oficio
de la ciencia, de hacer experimentos, para tratar de construir teorías, para
tratar de asignar significado, a una ciencia sobre nosotros mismos”, reflexiona
Sigman.
Mariano Sigman es autor de los libros ‘La vida secreta de la
mente’ y ‘La pizarra de Babel’, y ha publicado más de 150 investigaciones en
revistas científicas, con grandes avances en las estrategias educativas. Su
trabajo se ha especializado en el área de la neuroeducación, con iniciativas
como el programa ‘One Laptop per Child’ y la ‘School of Education, Cognitive
and Neural Sciences’. Ha sido galardonado con premios académicos
internacionales como el Premio al Joven Investigador 2006, el Career
Development Award otorgado por Human Frontiers Science Program, el Premio
Enrique Gaviola 2011 de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y
Naturales, que entrega la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y
Naturales de Argentina y el Scholar Award otorgado por James S. McDonnell
Foundation Scholar.
Dijo el pintor francés Georges Braque: "El jarrón le da forma al vacío, al igual que la música le da forma al silencio."
En la inmensidad del silencio del desierto, se escucha por primera vez el proyecto de una melodía. En el Libro de los Números (10:1) se le ordena a Moisés: "Harás dos trompetas de plata, batidas a martillo, y serán para convocar a la congregación y para hacer desplazar a los campamentos" .
El rabino Iosef Soloveichik, en su ensayo Kol Dodi Dofek, enseña que la diferencia entre "campamento" y "congregación" se basa en dos formas que tienen las personas de asociarse, y así generar un grupo, una sociedad, o una nación.
La primera, la del campamento, se origina en el temor ante una amenaza. El grupo se une para la autodefensa. El principal objetivo, es sobrevivir. Aprender a enfrentarse a un destino no esperado. Donde lo que no estaba en la agenda nos cruza y nos sabemos atravesados por la angustia, la desolación y el temor. Cuando la incertidumbre del futuro nos abraza fuerte a las convicciones del pasado. Donde el destino está marcado por la fatalidad del presente que nos choca de frente. El campamento es el refugio donde encontrar fortaleza.
La segunda es completamente diferente. El código que une a ese grupo no es el temor, sino una visión. Es un motivo aspiracional. Un mundo de ideas e ideales a conquistar y a lograr. Esa es una congregación. Aquí el destino no nos atropella. El destino es forjado, soñado y diseñado. Un proyecto compartido de realización.
No son solamente dos formas de agruparse como personas, sino de comprender la vida y el mundo. En la primera somos definidos desde afuera, con un peligro que viene del exterior. En la segunda con una decisión que viene desde lo interior. La primera es reactiva, la segunda proactiva. La primera responde instintivamente con códigos aprendidos en la vida del ayer, la segunda pregunta y busca respuestas en los mañanas que quiere vivir. Incluso los animales saben agruparse en la primer forma, en campamento. Pero sólo los seres humanos podemos decidir transformarnos en una congregación.
Nos enseña Soloveichik que los judíos en su historia vivieron las dos formas de agruparse. Ya en Egipto estaban agrupados como campamento. Eran esclavos porque así lo determinaban otros. Y en el devenir de la historia fueron estereotipados por las diversas formas en que mutó el antisemitismo, como los desterrados, los paria, los desclasados, los culpables de todo. Y esa continua amenaza, unió a ese pueblo en un lazo indestructible. Los judíos diseminados por el mundo, parlantes de todos los idiomas, parte de la sociedad y la cultura de oriente a occidente, siempre siguieron siendo un pueblo, con un solo corazón.
Pero fue en el Sinaí donde se transformaron en congregación. Inspirados en la palabra revelada, emprendieron una misión: la de refinar el espíritu, la de elevar el alma y construir una sociedad basada en los valores de la justicia social, la integración, la contención, el estudio, el diálogo fraterno y la paz. Guiados por los ideales proféticos, después de soñar durante milenios vuelven a construir una sociedad pujante, vibrante y en crecimiento continuo en su Tierra milenaria. El milagro se daría, sólo si se transformaban en congregación.
Un campamento, una congregación, incluso en sus diferencias. Las diferencias ideológicas dentro del judaísmo existieron siempre. Desde las doce tribus, al reino del norte de Israel y el reino del sur de Judea. Ya en el exilio escribieron un Talmud en Babilonia y otro Talmud en Jerusalem. Y dentro del Talmud Hilel y Shamai, Rabbah y Abbaieh. Y en Europa Sefaradim y Ashkenazim, Jasidim y Mitnagdim. Pero siempre todos ellos dentro de un mismo libro. Diferencias ideológicas profundas. Pero todos dentro del mismo libro. El mismo campamento, la misma congregación.
En este nuevo tiempo, dentro del judaísmo existen nuevas diversidades ideológicas.Las diferencias entre ortodoxia, conservadorismo y reformismo tienen apenas cien años. Ninguna de las tres denominaciones existían en el Siglo XIX. Había otros movimientos religiosos, diferentes. Ante el resurgimiento de nuevos y xenófobos brotes de antisemitismo en Europa, y el sistemático castigo mediático y boycot económico que sufre el moderno Estado de Israel, seguimos sabiéndonos un solo campamento desde la denominación religiosa, laica, social, cultural, deportiva o educativa que sea.
Como desafío, nos queda seguir siendo también una congregación. No solamente sabernos uno ante la amenaza exterior, sino también ser uno en el pacto del destino que queremos diseñar para nuestro mañana. Diseñar el judaísmo que viviremos en el milenio que viene. Arraigado a su historia, raíces y tradiciones, con los pies en el mundo de hoy, y la mirada puesta en el mañana. Vibrante, unido, integrador, democrático y respetuoso. Sin diluirse en la asimilación contínua, ni desvirtuándose en fanatismo sectario. Orgullosos de nuestro pasado, apasionados por nuestro presente, y convencidos de nuestro futuro.
Así también con nuestra Argentina. Como la mayoría de las naciones, la Nación Argentina se constituyó desde el primer concepto de agrupación, el campamento. Un enemigo externo, una soberanía a conseguir, una independencia a lograr. Terminar con el Virreynato del Río de la Plata, expulsar a los españoles y evitar las invasiones inglesas.
Lo que nos falta a los argentinos es pasar de ser campamento, a sentirnos congregación. Permanecemos empantanados en el pasado, atrapados en la discusión estéril de los ayeres y en la coyuntura de elegir candidatos por un término, en vez de proyectos para una nación.
Tenemos que honrar nuestro pasado. Pero no podemos vivir del o en el pasado. Constituirnos en un modelo congregacional, nos llama a congregar a todas las partes. Todos los sectores, todos los partidos para dejar de estar partidos, políticos y votantes, sindicalistas y obreros, docentes y alumnos, mujeres y hombres, religiosos y laicos, empresarios y trabajadores, para rediseñar la Argentina. En un mundo que será dramáticamente distinto en pocos años al que conocemos, el diseño que nos congregue a ser uno para soñar la Argentina de mañana, tiene que comenzar hoy.
Por último, la dimensión individual. La de cada alma.
Podemos estar atravesados por una pena, por un dolor, una pérdida, una crisis, una distancia. Buscamos entonces contención y abrazo en los de que nos quieren bien, en nuestros campamentos, en la familia, en el círculo de amigos y hasta dentro nuestro. Sin embargo, quedarnos refugiados sólo allí, lleva al peligro de auto convencernos que ese es nuestro único y último lugar. A ser eso que nos pasó. A transformarnos en lo que nos haya sucedido.
Hay otra salida, otra música. Eran dos las trompetas. Lo que haya traído el destino, no es el único destino. Lo que haya sucedido, existió y pasó. Y aquél abrazo ayudó a sobrevivir. Pero la vida no se trata de sobrevivirla. Sino de volver a pelearla. No podemos estar sólo definidos por lo que llueva desde afuera, sino por lo que nazca desde dentro.
Porque así como hay cosas que no están en nuestras manos, hay cosas que solamente están en nuestras manos.
Una historia real como cierre.
Tyler Butler-Figueroa vive en Raleigh, Carolina del Norte, y tiene 11 años. A los 5 años fue diagnosticado con cáncer. Tyler tuvo leucemia y estuvo al borde de la muerte varias veces. Como consecuencia de su tratamiento de quimioterapia, perdió el pelo. La transformación de su apariencia lo avergonzaba. El sufrimiento no sólo estaba en su cuerpo que mutaba, sino también afuera. Fue motivo de bullying entre sus compañeros de escuela. Inmensamente triste y solo, escuchaba los rumores que se esparcían a sus espaldas acerca de su enfermedad, que seguramente era contagiosa, que lo mejor era alejarse de él.
Tiempo más tarde, Tyler vio un panfleto en la escuela que ofrecía clases de violín gratis. Enseguida corrió a su mamá insistiendo en que quería comenzar a tocar violín.
La madre se sorprendió y le dijo que nadie tocaba el violín en la familia y que era un instrumento raro, difícil y complicado. Entonces Tyler le respondió: "Quiero dejar de ser el chico del cáncer. Yo quiero ser el chico del violín". Empezó a estudiar y practicar apasionadamente. Tenía una visión acerca de quién quería ser. Hoy es un virtuoso del violín. Una inspiración dentro de una canción. Una bocanada de aire fresco en melodía. Una apuesta a la esperanza, a la renovación y a la fe en la música. Fe en su historia. En su manera de reinventarse.
De campamento para enfrentar el destino implacable, a generar congregaciones de almas ávidas por escucharlo. Hoy, es el chico del violín. Amigos queridos, amigos todos.
En palabras de Nietzsche: "Sin música la vida sería un error". Podamos encontrar cada uno ese instrumento que nos haga honrar y recordar aquello que hemos vivido. Y por sobre todas las cosas, que nos ayude a escribir y diseñar una melodía, que cante todos los mañanas que queremos vivir.
El autor es Rabino de la Comunidad Amijai y Presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti.
Víctimas del Holocausto y descendientes
de sus verdugos marchan juntos en Israel contra el antisemitismo
Luisa Lupprich charla con una víctima del Holocausto, en Kfar Saba, Israel. Sal Emergui
"Hace unos años, descubrí que un bisabuelo mío servía en la
Luftwaffe mientras otro bisabuelo lo hacía en las SS,
siendo destinado en 1939 a Polonia.
Allí su unidad expulsó a miles de judíos de sus casas y estuvo involucrado en
el fusilamiento de muchos de ellos. Después, supervisó un campo de
concentración cerca de Belgrado", confiesa la joven alemana Luisa
Lupprich ante centenares de israelíes, entre ellos supervivientes del
Holocausto y familiares de víctimas de la maquinaria nazi, que reaccionan
con dolor y conmoción a la cruda revelación.
El estremecedor silencio que envuelve el detallado relato de Lupprich en
el centro de la ciudad israelí de Kfar Saba se convierte en aplauso cuando
añade: "El descubrimiento de la verdad sobre mi familia fue un 'shock'.
Cambió mi vida. Decidí elevar mi voz contra del antisemitismo y a favor
de Israel".
Shlomo Hameiri (cuyo apellido original es Hammer) escucha a la mujer
rubia llegada de Alemania con
los ojos cerrados aunque hubiera deseado taparse los oídos. Las duras palabras
le devuelven al pasado que en realidad será siempre su presente. "Yo nunca
podré perdonar lo que hicieron los nazis y sus subordinados a mi pueblo y
familia. Siendo un niño vi cómo asesinaron a mi abuelo a
hachazos", recuerda este superviviente de la Shoá nacido hace 85
años en una zona polaca que hoy pertenece a Ucrania.
"Uno no puede olvidar ni perdonar a los nazis pero hablar con sus
descendientes da esperanzas para un futuro mejor. Ellos no
tienen la culpa", asegura a EL MUNDO antes de hablar con Lupprich sobre
sus dos años en el gueto, sus seis meses en un campo de concentración o el
asesinato de sus padres que le dejó huérfano a los 9 años. La misma fuerza
dirigida por Himmler y en la que servía el antepasado de su simpática
interlocutora es la que acabó con la vida de los suyos.
Contar las monstruosidades aunque el monstruo sea el querido padre o
abuelo y escuchar a los que sufrieron a sus antepasados conforman la base de
la Marcha de las Naciones. Esta organización, llamada también
Marcha de la Vida, ha organizado manifestaciones de este tipo en 400 ciudades
de 20 países desde el 2007. En esta ocasión, la cita tiene lugar
simultáneamente en Kfar Saba, Sderot y Tiberias.
"Nuestros grandes objetivos son recordar el pasado, apoyar a Israel y
combatir el antisemitismo que levanta la cabeza en Europa,
especialmente Alemania, y
América", nos comenta Thomas Waldert. Este directivo de la
organización procede de la ciudad universitaria de Tuebingen, a unos 30
kilómetros de Stuttgart. En los campos de trabajo establecidos en la zona murieron
3.480 judíos mientras otros 10.000 fueron enviados a la muerte en Dachau.
"Yo sólo sabía que mi padre recibió una bala en la guerra con Rusia. Nunca habló de su
experiencia. Tras su muerte en 1990, descubrí que fue parte activa de
la maquinaria nazi en Alemania, Austria e Italia",
admite con semblante serio.
Waldert se abraza a Leopold Yehuda Fisher con el que comparte algo más
que emoción y el dominio del alemán: Su padre nació en la misma ciudad que el
superviviente del Holocausto.
Antes de iniciarse la marcha y ante una sala abarrotada de la librería
municipal, Yehuda recuerda la infancia marcada por su escondite en el
monasterio de Praga y en un agujero subterráneo en el campo, el
asesinato de su padre y el reencuentro con su madre. "Ese niño tiene hoy
82 años, está orgulloso de ser judío y tiene cuatro hijos y 10 nietos!",
exclama arrancando la ovación de un público que celebra cada hijo y cada nieto
suyo como una nueva victoria sobre los verdugos nazis,incluyendo el padre de
Waldert. "Lamento lo que hizo mi padre. No tengo la culpa de sus actos
pero sí soy responsable de explicarlo y apoyar a los supervivientes del
Holocausto. Cuando algunos me dicen que me perdonan es algo
emocionante", concluye antes de encabezar la marcha de banderas y
testimonios.
Tarareando una canción en hebreo, Friedhelm Chmell avanza por la avenida
principal junto a vecinos de Kfar Saba que no saben que detrás de su sonrisa se
esconden muchas lágrimas. Este alemán descubrió lo que nunca quiso descubrir y
lo que siempre ocultó su familia. "Me decían que mi abuelo era un soldado
de la Wehrmacht que trabajaba sentado en una oficina normal en la zona
belga", indica antes de revelar el secreto: "Fui a allí y me
enteré que era el mayor cuartel del ejército alemán donde se detuvo a más de
20.000 judíos que fueron deportados a Auschwitz. Era la oficina de mi
abuelo. Se desmoronó todo lo que pensaba de mi familia".
Lesly Jiménez forma parte de las marchas desde el 2010. "Como
descendiente de los judíos sefardíes que fueron forzados a convertirse al
cristianismo, siento la obligación de luchar contra el antisemitismo y apoyar a
los supervivientes del Holocausto", afirma esta colombiana que vive en
Israel desde hace tres años. Uno de sus deseos, reconoce, es celebrar por
primera vez en España este encuentro que une pasado, presente y futuro.
ISRAEL.- Es una sala grande, con iluminación tenue; el piso está cubierto
por pantallas y los visitantes podemos interactuar con las imágenes que se
proyectan a nuestros pies. Hay puntos rojos en el aire que pueden ser
conducidos hacia arriba y hacia abajo con movimientos de las manos: eso provoca
que lo mostrado en las pantallas se aleje o se acerque, ofreciendo diferentes
perspectivas. Elijo una de las pantallas y, según cómo muevo la mano, veo el
mapa del mundo casi en su totalidad o un primer plano del lugar del planeta
donde estoy ahora. Voy, una y otra vez, del mundo a mi espacio actual y de mi
espacio actual al mundo.
La escena es en el Instituto de Ciencia Weizmann,
en la ciudad israelí de Rehovot, cerca de Tel Aviv. Este centro de estudios es
uno de los más importantes a nivel global en materia de ciencias básicas: se
busca innovar "a partir de preguntas concretas" que se hace cada
líder de las investigaciones. Un dato puede ilustrar el impacto de sus tareas:
de los 25 medicamentos más vendidos en el planeta, 7 surgieron de trabajos
hechos aquí.
Israel es el país que tiene la mayor inversión en
investigación & desarrollo (I+D), medida como porcentaje del producto bruto
interno (PBI). El indicador fue de 4,25% en 2016, según el dato más reciente
publicado por el Banco Mundial. En la Argentina la relación fue de 0,53%, y en
América Latina, de 0,68%, con un Brasil que, con 1,27%, elevó el promedio.
Con algo menos de 9 millones de habitantes, Israel
abarca un territorio pequeño. Esa característica (que limita el mercado
interno), sumada a otras como tener fuertes conflictos geopolíticos y escasez
de recursos naturales, moldea en buena medida el carácter innovador y
emprendedor del país, que se propone llegar con sus efectos más allá de las
fronteras. Israel está en los primeros puestos en cuanto al desarrollo de
tecnologías y algunas de ellas fueron iniciadoras de negocios luego vendidos
por sumas de cientos de millones de dólares a multinacionales (como Waze,
comprada por Google, o Mobileye, adquirida por Intel).
La dinámica emprendedora, en cierta medida
sostenida con incentivos oficiales para la investigación, hace su aporte al
crecimiento constante del PBI: en el primer trimestre de este año el avance
interanual del producto fue de 3,2%, mientras que en la última década, sin
interrupciones al signo positivo, el índice anual promedio fue de algo más de
3%.
Sin embargo, los datos sobre la situación social de
este país de Medio Oriente muestran un desafío pendiente, para el que también
se buscan respuestas en la innovación. La pobreza alcanza al 21,2% de los
habitantes, con una incidencia bastante más alta en la población árabe, de
acuerdo al índice informado por el instituto oficial de estadísticas para 2017
(último disponible). Y, según datos a 2016 publicados por el Banco Mundial,
mientras que 20% de la población se queda con 44,2% del ingreso total, otro 20%
obtiene solo el 5,2%.
Un dato vinculado a esa realidad es el que indica
que "los empleos directos en la alta tecnología son el 8% del total",
según dice en Jerusalén Zafrir Asaf, funcionario del Ministerio de Economía a
cargo de las relaciones con mercados emergentes.
En Weizmann, Dany Schmit, CEO del Comité para
América Latina del instituto, sintetiza cuál es el rol de la academia:
"Aquí somos muy buenos en transformar dinero en conocimiento; la
transformación del conocimiento en dinero es función de la industria".
Schmit, un marplatense establecido en Israel desde hace más de tres décadas,
habla en esta oportunidad frente a quienes llegamos desde cinco países de
América Latina para participar de la primera Misión Económica de Impacto a
Israel.
La actividad fue organizada por Sistema B, la ONG
regional que promueve que los negocios se hagan con impacto económico, social y
ambiental a la vez, y Mujeres del Pacífico, un emprendimiento certificado como
B (por su triple efecto), que se dedica a entrenar, conectar, capacitar y dar
visibilidad a emprendedoras de Chile, Colombia, Perú y México.
"Hay un concepto en la cultura de Israel que
define el foco con el que se pensó esta misión: Tikun Olam, que se refiere a la
responsabilidad por reparar el mundo", describe Martina Mariani, una de
las organizadoras e integrante de Sistema B Internacional y de B Lab de España.
Dalia Silberstein, argentina residente en Israel y consultora global en temas
de innovación social, agrega otra expresión vinculada a los israelíes:
"chutzpah", un término que define el rasgo de actuar con audacia o
incluso con descaro, para llegar al objetivo.
Centros de estudios e innovación. El centro Peres para la Paz y la Innovación, fundado en 1996 por el expresidente Shimon Peres, desarrolla planes para innovar y promueve la integración. De entidades educativas de Israel como Technion y Weizmann, surgieron inventos que cruzaron las fronteras Crédito: Gentileza
"Un tema clave del ecosistema israelí es la
articulación entre los sectores público, privado y académico; la coordinación
es fundamental para promover la innovación y la economía de impacto", dice
Silberstein, también organizadora de este viaje de emprendedores, miembros de
ONG, educadores y comunicadores.
Weizmann tiene 280 laboratorios y un presupuesto de
US$450 millones anuales, de los cuales un tercio proviene del gobierno de
Israel; el resto se integra con ingresos derivados de descubrimientos
(licencias de uso dadas a empresas), premios, filantropía y servicios
prestados. Uno de los grandes desafíos, vinculado al costo y al largo tiempo
que llevan los trabajos, es el que plantean los altos valores monetarios de
poner en el mercado lo que se deriva de las investigaciones. Schmit afirma que
los plazos de los trabajos tienden a acortarse, pero el dilema de cómo dar
mayor accesibilidad a tratamientos para la salud sin que deban pasar largos
períodos, sigue abierto. Aquí y en otras partes.
Ecosistema de negocios
En Israel hay más de 6600 empresas activas y el 55%
tiene de 1 a 10 empleados. Según datos de Start-Up Nation Central -ONG que
intermedia entre líderes de negocios, gobiernos y entidades civiles- en estas
tierras hay 430 inversores en forma permanente. Y la dinámica de negocios llevó
a que, solo en 2018, unos 1500 inversores de 30 países pusieran dinero aquí.
Están establecidas en el país 320 multinacionales y 300 hacen investigación y
desarrollo. Con una startup activa cada 1500 habitantes, en 2017 se crearon 950 empresas y
cerraron 600, mientras que en 2014 habían abierto 1029 y habían puesto su punto
final 258. El achicamiento de la brecha entre aperturas y cierres se atribuye,
entre otras posibles razones, al protagonismo que toman grandes firmas
tecnológicas dejando menor margen para emprendimientos de pequeña magnitud.
¿Qué provoca el espíritu emprendedor e innovador de
Israel? Según un informe de la ONG, los inmigrantes que llegaron en los siglos
XIX y XX se encontraron con carencia de agua, pocas tierras arables y vecinos
no amistosos. Esos factores empujaron a buscar soluciones. Luego, se sucedieron
otra razones históricas, como la cancelación -en los años 80- de un proyecto de
desarrollo aéreo, que "liberó" a un grupo de ingenieros, y el aumento
global posterior de la demanda de tecnologías de la información y de
comunicaciones, sobre las que el ejército del país había trabajado.
"En Israel se ve el compromiso con el trabajo
y el propósito; lo que se hace, se hace por algo más que por uno mismo y los
negocios se mueven con propósito", dice el argentino Gerardo Tyszberowicz,
asesor del presidente de IRSA, Eduardo Elzstain. La compañía es, en Israel,
dueña de IDB, un holding que trabaja en negocios de varios rubros.
El ejecutivo describe rasgos de los israelíes, que
tienen que ver con su forma de negociar y de moverse en los negocios. Los
israelíes son, entre los habitantes de varios países analizados por la autora
norteamericana Erin Meyer, quienes con mayor fuerza conjugan, en las
relaciones, un trato confrontativo (van de frente) y una demostración intensa
de emociones. En el caso de los argentinos, agrega Tyszberowicz, podría decirse
que se comparte la segunda característica pero no la primera. Antes que
confrontar, el argentino tenderá más a decir: "después vemos" o
"luego te llamo", como expresión que bien puede significar que algo
no gustó.
En el ecosistema emprendedor de Israel conviven
cientos de organizaciones que actúan como aceleradores, financiadores,
capacitadores o facilitadores de espacios. De la dinámica participan desde
instituciones como el Centro Peres para la Paz y la Innovación, en Tel Aviv,
que entrena a emprendedores y promueve la integración multicultural, hasta
entidades de variado alcance que fondean proyectos, como OurCrowd, una
plataforma global de crowdfunding con oficinas en Jerusalén. También están los centros del ámbito
académico que impulsan el desarrollo de startups, como el caso de Technion, en Haifa: de una innovación para lograr
diagnósticos médicos tempranos desarrollada en esta universidad tecnológica,
por ejemplo, nació la firma NanoSynex, pensada por alumnas del programa para el
desarrollo de negocios.
Un caso vinculado con la alimentación es el de la
incubadora The Kitchen Hub. La firma láctea Strauss es, en este caso, la
responsable de apoyar desarrollos como los de Flying SpArk, que trabaja con
larvas de la mosca de la fruta para extraer proteínas para consumo humano, y
Zero Eggs, que elabora a partir de plantas un alimento líquido que reemplaza al
huevo.
La producción de alimentos se relaciona con una de
las innovaciones quizá de más largo plazo de estas tierras, donde el agua no
abunda. El desarrollo de sistemas de riego de precisión para la agricultura
caracteriza a Netafim, una firma industrial, hoy multinacional, nacida en un
kibbutz del desierto del Negev cinco décadas atrás. Hoy hay en Israel 270 de
estos asentamientos -tienen 130.000 habitantes-, en los que se vive bajo la
filosofía de compartir bienes: cada uno aporta según sus habilidades y se lleva
según sus necesidades. Netafim, que tiene otras dos plantas en Israel, fue
vendida en 2017 a la mexicana MexiChem, que firmó el compromiso de mantener las
instalaciones aquí por al menos 20 años. El riego de precisión tiene como
principio el uso sostenible del agua y la tecnología se basa en la capacidad de
absorción de cada suelo en particular y en el consumo que necesita cada planta.
Con la mirada puesta en lo social y ambiental, hay
proyectos sobre los que podría decirse que se rigen por un principio de
"consumo de precisión". Robin Food, en el barrio Hadar, en Haifa, es
un restaurante fundado por Shai Rilov, quien se inspiró en una iniciativa que
vio en Estados Unidos. Se trata de un comedor vegano donde se consumen solo
frutas y verduras que, de no estar en este lugar, habrían sido desechadas por
estética o por logística. Con el lema de "Salvá alimentos. Comé bien. Pagá
según cómo te sientas", el precio lo pone cada comensal según sus
posibilidades y su identificación con el proyecto.
En ese mismo barrio de Haifa, muy venido a menos en
décadas pasadas, las obras de mejoramiento de viviendas que impulsa el fondo
Hadarim y que involucran a los propios vecinos, muestran otra cara de las
iniciativas contra la exclusión.
A varios kilómetros allí, nuestra misión de
latinoamericanos tuvo su encuentro con la cultura beduina: Amal Abu Karen Afawi
tiene su emprendimiento en la aldea de Lakiya, en la región de Negev, para
recibir turistas y mantener vivos los sabores típicos de la comunidad a la que pertenece
y en la que quiere dejar la huella de impacto de su vida. Amal tiene una
historia que va mucho más allá de esta iniciativa: años atrás, desafió las
tradiciones de su tribu y decidió, contra la opinión de su padre, seguir un
camino no habitual aquí para una mujer: se propuso ser enfermera. Y logró,
además de dar sus servicios en un hospital, ocupar espacios desde los cuales
aporta para la prevención y el conocimiento de enfermedades por parte de las
mujeres beduinas.
"La mujer suele tener mayor empatía y esa es
una cualidad muy requerida y valorada en la economía de impacto social",
define Fernanda Vicente, chilena y fundadora de Mujeres del Pacífico. Agrega
que, naturalmente, cuando una mujer genera una solución para algo, el impacto
de esa respuesta suele ir más allá.
Ampliar la visión y la reflexión del por qué y del
para qué hacemos lo que hacemos es algo que está en el ADN de la economía de
triple impacto. Así lo describe Pedro Tarak, fundador de Sistema B e impulsor
de actividades como la misión a Israel: "Después de la familia, la forma
de organización más numerosa en las sociedades es la empresa; en el inicio del
movimiento de la economía de impacto nos preguntamos qué pasa cuando, en vez de
pensar solo en dinero y en intereses personales, pensamos también en intereses
colectivos y en lo social y ambiental. Así nació el pensamiento del triple
impacto, al que sumo dos aspectos: el cultural y el espiritual".
Lugar de profundo significado para las grandes
religiones, Israel es una invitación a entrar en la dimensión espiritual. Y eso
no está aislado de la economía: como empresario, emprendedor, investigador,
empleado o consumidor, como persona en definitiva, cada quien puede aportar a
dar un sentido u otro a la actividad. Y puede aportar a mover algo en el mundo,
sin aquel puntito rojo del centro de visitantes de Weizmann, y sí con lo que
logra ser aprehendido desde la experiencia propia y de otros.
Acciones para el cambio
Las actividades de innovación
tecnológica se conjugan con proyectos para generar mejoras en la situación de
grupos de la población
Centros de estudios e innovación
·El Centro Peres para la Paz y la Innovación,
fundado en 1996 por el expresidente Shimon Peres, desarrolla planes para
innovar y promueve la integración. De entidades educativas de Israel como
Technion y Weizmann, surgieron inventos que cruzaron las fronteras.
Beduinos en el desierto del Negev
·Amal Abu Afawi es emprendedora y, además de
gestionar en su aldea un espacio para visitantes, desafió trabas culturales; es
enfermera y desarrolla acciones por las mujeres beduinas. También en el sur de
Israel, el proyecto Wadi Attir alienta tareas rurales sustentables.