Puerta Dorada del Monte del Templo de Jerusalén. (Wilson44691/Wikimedia)
Puerta Dorada del Monte del Templo de Jerusalén. (Wilson44691/Wikimedia)
Es, sin dudas, una historia de amor. Una de las más hermosas historias de amor. Llena de poesías, melodías dedicadas, paisajes míticos y perfectos, atardeceres que llaman al reencuentro y noches místicas. Como así también interminables momentos de tensión, de distancia, de lejanía y de soledad. La historia de un amor tan apasionado, tan único y tan eterno. Un amor que lo cruzó todo: los siglos, las conquistas, los tiempos, las geografías y los lugares. Un amor que se transformó en sueño, oración y plegaria, en fe y en esperanza.
Una historia de amor entre un pueblo y una ciudad. Un pueblo muy pequeño, quizás uno de los más pequeños del mundo: el pueblo de Israel. Y una ciudad pequeña, quizás una de las más pequeñas del mundo: Jerusalén.
Jerusalén figura más de 600 veces a lo largo del Tana"j, la Biblia hebrea. No aparece en ningún otro libro sagrado conocido. Sitiada, conquistada, reconquistada y destruida decenas de veces. Desde sus ruinas partió al exilio ese pueblo que se había rendido a sus encantos. Pero los 2000 años de distancia solo hicieron que el enamoramiento se fortalezca con los siglos. El pueblo judío jamás dejó de rezar por Jerusalén, sobre Jerusalén y mirando hacia Jerusalén.
Otras religiones y culturas también encuentran en Jerusalén una ciudad sagrada, especial y única. Y a la vez comparten esa devoción por otras ciudades sagradas: Roma, Constantinopla, la Meca o Medina. Este pueblo eligió a esta ciudad y solo a esta ciudad desde hace 3000 años.
"El año próximo en Jerusalén". La frase con la que termina cada festividad, se transformó en un himno de esperanza. "Si me olvidare de ti, Jerusalén, que sea olvidada mi diestra". El grito de cada novio debajo del palio nupcial, recordándola en el momento fundacional de cada nuevo proyecto de amor.
Siempre presente. En sus celebraciones y en sus fiestas. Como así al atravesar un dolor o una pérdida. En los momentos de felicidad, en los de tristeza, en las alegrías, en las plegarias, en los sueños. Siempre allí, Jerusalén.
En el Talmud, al final del Tratado de Makot, nos relatan el encuentro de un grupo de rabinos, en el final del siglo I, que habían llegado a Jerusalén unos años después de la gran destrucción. Desolados, desde un monte cercano contemplaban la devastación. La ciudad abandonada y en ruinas, y el Santo Monte donde deslumbrara la imponente belleza del Gran Templo, solo una pila de escombros, basura y soledad. Todos lloraban al ver la escena. Pero de pronto Rabí Akiva comenzó a sonreír. Ante el asombro de sus colegas, respondió: "¿Cómo no voy a sonreír? Yo conozco las profecías que decían que esto iba a pasar. Yo conozco los textos de los Profetas que decían que Jerusalén sería destruida totalmente y que los zorros caminarían por sobre sus ruinas tal como lo estamos viendo. Pero también recuerdo las profecías que dicen que esta ciudad se volverá a levantar, que nosotros vamos a volver a ella. Que las calles de Jerusalén serán color y música, plazas repletas de abuelos sentados y niños bailando. Los veo sonreír, festejar y celebrar. Viendo ahora cómo se cumplió la primera profecía, ¡¿cómo no voy a estar convencido y seguro de que la próxima también se va a cumplir?!".
Esta historia tiene cerca de 1900 años. La pregunta desde los siglos es: ¿Si Rabí Akiva hubiese sabido en ese momento lo que costaría, tanto dolor, tanta destrucción, tanto exilio; tanto intentar volver y terminar en cualquier otro lado, si hubiese sabido todo lo que tuvimos que pasar, hubiese acaso perdido la esperanza? La respuesta es "no". En ese momento lo que nació fue un pueblo que abrazó como nunca y como ninguno el valor de la esperanza.
La esperanza entendida como la capacidad de ver que las cosas pueden estar mal, de reconocer que todo alrededor puede estar destruido, de sentir que no hay salida, saber que puede parecer imposible, y así las cosas, justamente en ese momento, comprender que hay amores y sueños que no se apagan. Asumir que lograr lo que el alma anhela y volver a abrazar aquello que uno ama está en la esperanza que tenga el corazón y en la convicción que tengan las manos.
Theodor Herzl, uno de nuestros últimos profetas, escribió un libro a fines del siglo XIX titulado Altneuland – Vieja Tierra Nueva. Eso es Israel: lo más nuevo de lo nuevo y lo más viejo de lo viejo. Jerusalén tiene en sus paredes las marcas de los siglos. Reconstruida cada vez con las piedras de la destrucción anterior, conserva entre sus murallas historias épicas y sagradas. Y a la vez Jerusalén es hoy una de las cinco ciudades emergentes del high techmás importantes del mundo. La ciudad vieja y nueva. La tierra vieja y nueva. El amor de un pueblo viejo y completamente renovado.
Dice Martin Luther King"Debemos aceptar la decepción finita, pero nunca perder la infinita esperanza". Puede ser enorme la desilusión, enorme la decepción, la que pega en el corazón cuando aquello que uno tanto quiere no se tiene. Pero cuando la esperanza es infinita, el sueño sigue vivo, el amor crece y el abrazo llega.
Hablar de esperanza no es apenas hablar de fantasías. Dice Cortázar: "La esperanza es la vida misma defendiéndose". Vivir con esperanza es defenderse de un mundo de nubarrones de negatividad constante, que insiste en intimarnos a rendirnos.
La esperanza no es optimismo, no es la convicción de que algo va a salir bien. Sino la certeza de que cuando algo tiene un sentido, cuando algo tiene un propósito, entonces sea como fuera y salga como salga, debemos poner el corazón para llegar y para lograrlo.
Las grandes revoluciones no fueron llevadas adelante por el sufrimiento de la gente, sino por la esperanza de personas que sabían que las cosas podían estar mejor.
Una historia de amor. Fue sin dudas, porque ese pueblo mantuvo viva la esperanza, que la esperanza lo mantuvo vivo a él.
¿Quién podría no verse en algún momento de su vida, en su propia escala, rodeado de incertezas, demonios, distancias, angustias o soledades? La esperanza es la llave que abre esa ventana, la que permite volver a mirar el cielo. Tal como dijo el gran Oscar Wilde: "Todos estamos en la cloaca, pero algunos estamos mirando a las estrellas".
Es seguramente a Wilde, y de paso a todos nosotros, a quien le respondió Saint-Exupéry, conocedor como pocos de geografías de estrellas: "Me pregunto si las estrellas se iluminan con el fin de que algún día cada uno pueda encontrar la suya".
Hoy domingo se conmemora Iom Ierushalaim, el Día de Jerusalén, aniversario de la reunificación de la ciudad sagrada luego de la milagrosa Guerra de los Seis Días.
El autor es rabino de la Comunidad Amijai y presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti.