El cambio en nosotros
Dijo Winston Churchill: “Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y que tampoco quiere cambiar de tema”.
Fanáticos y admiradores de nuestro propio ego, poseedores sistemáticos de la razón, nos cuesta cambiar de opinión, y más aún de tema. Pero lo que más cuesta cambiar, sin dudas, es cambiar.
De acuerdo al calendario judío, nos encontramos iniciando un nuevo año, “Rosh Hashaná”. En cada renovación de ciclo del tiempo –más allá del calendario que sea– solemos pedir por un año distinto, o que cambie la suerte, o la vida, o lo que traiga el nuevo tiempo. Esperamos especialmente cambios, pero en otros: en la política, en la economía, en actitudes de amigos, en respuestas de los hijos, o en iniciativas de los amores. Pero para que el mundo comience un nuevo viaje alrededor del sol, la renovación y el cambio exige un pacto. Un pacto honesto y transparente con nuestra alma.
Justo antes de morir, Moisés propone un último pacto. Hasta aquí, la Torá nos ha traído tres pactos. El primero es el de Dios con Noé una vez pasado el diluvio. Dios llama en Noé como representante de la humanidad, a celebrar un pacto de respeto ante la vida humana entre los humanos. El segundo pacto es con el patriarca Abraham. Este es un pacto acerca de la fe, de saber a Dios. Nace la revolución monoteísta, que 4000 años después de Abraham ha alcanzado a la mayor parte de la humanidad en una diversa gama de formas de conectarse con el Misterio. El tercer pacto es el del Sinaí con Moisés. En la entrega de la Torá, Dios propone la construcción de un modelo de sociedad basada en la dimensión de la espiritualidad. El punto en común en los tres relatos es que es siempre Dios, el que propone el pacto. Noé no buscó comenzar un mundo nuevo. Abraham no pidió ser elegido. Y los israelitas tampoco habían propuesto salir de Egipto, ni mucho menos recibir la Ley.
El pacto que leemos en estos días de cierre del año y que aparece sobre el final del texto de la Torá, es completamente distinto. En un formato que destaca por lo inclusivo, Moisés invoca en el texto a hombres y mujeres, ancianos y niños, desde los príncipes hasta el aguatero y el leñador. “Todos estamos presentes”: los que están y los que no están. Es un pacto transgeneracional, sin diferencias por clases sociales, ni género, ni etaria.
Y el factor diferencial a los pactos anteriores es que no es Dios el que propone el pacto.
Es un momento clave, donde la iniciativa del devenir de la historia pasa de mando. La iniciativa deja de estar en los cielos, para pasar a nuestras manos. El pacto debe darse en y desde nosotros. Es el fin de la niñez espiritual, y el paso a la madurez. Es el fin de una relación casi aniñada con Dios, con la vida o con el Universo.
Como si fuésemos niños, nuestros rezos suelen ser siempre pedidos. Pedimos que Dios, el mundo o en lo que cada uno crea, resuelva, cambie, mejore, o traiga lo que necesitamos.
Pedimos y agradecemos. Pedimos por paz, por los amigos, por el trabajo, por la familia, por lo que sea, pedimos y pedimos. Luego agradecemos si es que llegan nuestros pedidos. Si no llegan, o revemos el gurú, o cambiamos de Templo para ver si nos escuchan más fuerte. Si finalmente tampoco llega lo que pedimos, resolvemos que finalmente Dios no existe. Y lo que muchas veces no existe es nuestra forma de acercarnos o entender nuestro vínculo y nuestro pacto con lo divino.
La fe no es esperar a que Dios aparezca y cambie las cosas. La fe profunda radica en aprender que es Dios el que está esperando que nosotros cambiemos las cosas.
El nuevo pacto exige madurez espiritual. El de dejar de esperar que las soluciones vengan de arriba. El de dejar de comportarnos como niños exigiendo respuestas y soluciones de nuestros padres. Porque los adultos también tenemos padres, pero sabemos que debemos asumir nuestras propias responsabilidades para que sucedan las cosas.
En este último pacto se nos transfiere el compromiso. A partir de ahora la iniciativa es humana y somos nosotros los que tenemos que liderar cualquier cambio. Ya no se trata de quedarnos esperando a que Dios haga lo que necesitamos, sino comprender que es Dios el que está esperando por nosotros.
Esa misma idea de traspaso de iniciativa, es la que logrará que el año cambie, si la aplicamos en nuestras relaciones cotidianas. Implica empezar a hacer nosotros aquello que estamos esperando que hagan los demás. ¿Esperás que te honren? Empezá vos a honrar a los demás. ¿Estás esperando que una persona te felicite? Andá y felicitalo. ¿Querés que tus hijos te agradezcan? Empezá vos, andá y agradeceles. ¿Querés un cambio en la pareja y estás esperando que el otro cambie? Empezá a cambiar vos. ¿Querés que él o ella tenga la iniciativa para renovar la pareja? Arrancá vos. ¿Estás esperando cada día que tu hijo o tu nieto te llame? Mandale un WhatsApp todos los días. ¿Querés que te sonrían? Empezá a reírte más. Como dice el Rebe de Braslov: “Cuando entrás a un lugar con una sonrisa, cambiás el mundo”. Cambiás la energía de cualquier encuentro, y todos sonríen.
No se trata de esperar a que el otro haga algo que quizá no va a hacer, que no se le ocurre o que no le sale, deprimido en el enojo y el fastidio porque no lo hace. Tal como dicen que dijo Ghandi: “Sé vos el cambio que buscás en el mundo”.
Amigos queridos, amigos todos.
Nos dicen los sabios que en estos días, se abre el Libro de la Vida. El Libro en el que están registradas todas nuestras buenas acciones y todas nuestras malas acciones. Ese Libro no es ficción. Existe en verdad. Existe en nuestra mente. Todo queda registrado. Las cosas buenas que hicimos quedan registradas, y cuando las recordamos, nos volvemos a emocionar. De pronto nos vemos sonriendo solos en el auto, y nos sorprende un cosquilleo interno. Porque todo queda grabado en uno. Pero las cosas malas también quedan grabadas, y al recordarlas, nos invade un dolor en el pecho y volvemos a sentir el mismo escalofrío que tuvimos la primera vez. Nos sentimos mal, nos sentimos odiosos con nosotros mismos. Incluso aquello que hicimos creyendo que nadie miraba, también queda registrado. Porque todo se ve, todo queda guardado en el Libro.
Somos nuestros recuerdos, lo que recordamos de los nuestros, lo que recordamos de nuestras acciones, y lo que van a recordar de nosotros después de nosotros.
En palabras de Víktor Frankl: “Cuando no somos capaces ya de cambiar una situación, nos enfrentamos al reto de cambiar nosotros mismos”.
Es por eso que el cambio este año debe ser un trabajo interno. Aprender a recordar bien y trabajar para ser recordados. Para eso, debemos tomar la iniciativa. Dejar de esperar que el mundo o el año cambie y sea mejor, y entender que el mundo y el año están esperando por nosotros.
El autor es Rabino de la Comunidad Amijai y Presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti.