John Uhler Lemmon III, más conocido como Jack Lemmon, nació en Newton, Massachusetts, Estados Unidos, el 8 de febrero de 1925 y murió en Los Ángeles, California, Estados Unidos, el 27 de junio de 2001. Actor.
El sitio www.biografiasyvidas.com
publicó este recordatorio
Jack Lemmon (Boston, 1925 - Los Ángeles, 2001) Actor de cine
estadounidense, uno de los grandes talentos de la historia del cine y uno de
los más queridos por el público, recordado especialmente por papeles cómicos en
películas como El apartamento o Con faldas y a lo loco, pese a que también
destacó en el género dramático.
John Uhler Lemmon III, después conocido como Jack Lemmon,
nació el 8 de febrero de 1925 en Boston, Massachusetts. Todas sus biografías
añaden que «prematuramente», dado que su madre, Mildred LaRue Noël, se dirigía
al hospital Newton-Wellesley para un nuevo control de rutina de su embarazo de
siete meses, y no le dio tiempo de llegar a la consulta: dio a luz en el
ascensor. Hoy el artefacto exhibe una placa que reza: «Aquí nació Jack Lemmon».
Los Lemmon tenían un muy buen pasar. Hijo del presidente de
la Doughnut Corporation, la fábrica de Donuts, Jack se educó en la escuela de
Rivers County, en Chestnut Hill, donde, pese a una salud delicada en la
infancia (tuvo que someterse a varias operaciones de amigdalitis y
mastoiditis), destacó como un buen deportista. Así, hacia los trece o catorce años
ostentó el récord de las dos millas de Nueva Inglaterra. Continuó su formación en la Academia Phillips (en 1945
ingresó en la marina estadounidense, de la que llegó a ser oficial de
comunicaciones) y en la Universidad de Harvard, donde se licenció en arte
dramático en 1947, después de haber formado parte del Club de Teatro de la
institución.
A Hollywood, vía Nueva York
Con un préstamo de su padre, Lemmon se fue a Nueva York y
comenzó a ganarse la vida en el Old Nick Saloon, un local de la Segunda Avenida
donde acompañaba al piano la proyección de películas mudas -cuando no cantaba o
bailaba-, antes de trabajar como actor en la radio y, casi enseguida, en la
televisión.
Entre 1948 y 1952 participó en casi todos los shows
televisivos de la época (Robert Montgomery Presents, Danger, The Goodyear TV,
Playhouse, Kraft Television Theater, Studio One, Suspense, The Frances
Langford-Don Ameche Show) e intervino en más de quinientos episodios de
comedias en serie que se emitían en directo (That wonderful guy, 1949; Toni
Twin time, 1950; The Ad-libbers, 1951; Heaven for Betsy, 1952). En una de ellas
formó pareja con la actriz Cynthia Stone, con quien se casó en 1950 y cuatro
años después tuvieron a su primer hijo, Christopher.
Cuando llevaba poco más de un año en los escenarios de
Broadway, Harry Cohn, el «zar» de la Columbia Pictures, lo llamó a los estudios
de Hollywood y le extendió su primer contrato cinematográfico. Le sugirió que
cambiara las emes de su apellido, que remitían al cítrico, por enes (lo que daba
lugar a «Lennon»). Sin embargo, el actor fue firme en su negativa. En cambio,
estuvo de acuerdo en llamarse Jack en lugar de John. (La anécdota cobra mayor
sentido hoy, porque de haber sucedido lo opuesto, habría habido un primer John
Lennon famoso anterior al integrante de los Beatles.)
Esta entereza despertó la admiración de Cohn, quien unos
días después le daba un papel junto a Judy Holliday en La rubia fenómeno
(1954), de George Cukor. No podía haber tenido un mejor comienzo. La primera
vez que se puso ante la cámara y dijo sus frases del modo que mejor sabía, el
que aprendió en las tablas, Cukor exclamó: «Ha estado magnífico, señor Lemmon;
repetiremos la toma y ahora trate de actuar un poco menos». Al cabo de una
docena de repeticiones y otras tantas idénticas recomendaciones del director,
Lemmon se enfadó: «Como siga así, acabaré por no actuar». Y Cukor, con una
sonrisa, le respondió: «Pues de eso se trata, señor Lemmon... Veo que nos vamos
entendiendo».
El actor debió de grabarse a fuego esa lección magistral, porque
a partir de entonces supo refrenar esa propensión al histrionismo sin quitar un
ápice de su exuberante gestualidad, pero sin dar jamás la impresión de estar
actuando.
Un actor polifacético
Así lo entendió la Academia de Hollywood, que le otorgó el
Oscar al mejor actor de reparto por su primer papel importante, el del alférez
en Escala en Hawai (1955), una pieza teatral de Joshua Logan que llevó a la
pantalla John Ford y acabó de dirigir Mervyn LeRoy. La popularidad que le dio
el premio lo convirtió en un actor imprescindible para las comedias de la
época.
Uno de sus más finos realizadores, Richard Quine, contó con
él para seis de sus películas. Y el célebre Billy Wilder -del que protagonizó
siete obras brillantes a lo largo de veintidós años- escarbó más en el
personaje y, detrás de ese don innegable, esa mímica y esos característicos
tics, encontró al alter ego del estadounidense medio y del hombre común de
cualquier gran ciudad, hasta el punto de que los estudios lo promocionaron, por
entonces, con el eslogan: «El tipo que les va a caer bien»... Desde luego, no
se equivocaban.
Wilder utilizó las dos vertientes en las dos primeras
películas en que lo dirigió, las inolvidables Con faldas y a lo loco (1959),
junto a Marilyn Monroe y Tony Curtis, y El apartamento (1960), junto a Shirley
MacLaine, y ambas llevaron al actor a sendas candidaturas al Oscar. Pero Lemmon
escondía aún otras sorpresas, y las puso al descubierto Blake Edwards al darle
el primer papel realmente dramático de su carrera en Días de vino y rosas
(1962), que le valió una nueva nominación. Más tarde, Wilder iba a revelar
nuevas facetas del intérprete, de nuevo junto a Shirley MacLaine, en Irma la
dulce (1966), un musical en clave de vodevil que constituyó uno de los grandes
éxitos de la época.
Antes, hacia 1956, cuando las mieles de Hollywood empezaron
a endulzar su trayectoria, su vida familiar comenzó a tambalearse y muy pronto
se resolvió en divorcio. En agosto de 1962, ya consagrado para siempre como uno
de los intérpretes más dotados del cine, volvió a contraer matrimonio con otra
actriz, la delicada y poco prodigada Felicia Farr, madre de sus hijos Courtney
y Denise y fiel compañera durante los cerca de cuarenta años de vida que le
quedaban al actor. Así es que todavía había mucho por hacer. Entre otras cosas,
conocer a su «extraña pareja», Walter Matthau, y formar uno de los grandes
binomios cómicos de la historia del cine.
Fue Lemmon quien lo impuso a Wilder. Acababa de ver a
Matthau en Broadway en una comedia de Neil Simon, La extraña pareja, que
protagonizaba con Art Carney y que estaba dirigida por Mike Nichols (más tarde
sería uno de los éxitos del tándem Lemmon-Matthau en la versión cinematográfica
de Gene Saks). Para Lemmon no había nadie mejor para ese papel, que el veterano
realizador pensaba destinar a Frank Sinatra.
Wilder accedió a regañadientes; luego el éxito del filme le
llevó a reunirlos en otras dos películas: el segundo remake de Primera plana
(1969) y la producción con la que decidió cerrar su fecunda filmografía, Aquí
un amigo (1981). Sin embargo, los actores llegaron a protagonizar juntos otros
cinco títulos más. El último fue La extraña pareja, otra vez (1998), que
dirigió Howard Deutch. Sin la batuta de Wilder, no importaba demasiado el
director: allí estaban ellos, dos setentones más ágiles y vivos que nunca, en
un nuevo intento de revitalizar esa experiencia conjunta que en la vida real
los llegó a convertir en grandes amigos.
Matthau adoraba a Lemmon y le estaba infinitamente
agradecido. Era el responsable de su tardío triunfo cinematográfico, algo que
entonces ya no esperaba. Y fue también el actor que aquél eligió -además de a
su propia esposa, Felicia Farr- para su debut como realizador: Kotch (1971), un
papel que le valió la primera candidatura al Oscar como protagonista. Walter
Matthau murió justo un año antes que Lemmon, el 1 de julio de 2000. Billy
Wilder, en plena lucidez a sus noventa y cinco años, pudo asistir a ambos
entierros.
Múltiples galardones
Lemmon fue uno de los tres únicos actores nominados al Oscar
en ocho ocasiones. Lo obtuvo en dos, la segunda como protagonista por Salvad al
tigre (1973), de John G. Avildsen. También fue el único estadounidense que ganó
dos veces casi consecutivas la Palma de Oro en Cannes con dos papeles
dramáticos, los de El síndrome de China (1979), de James Bridges, y
Desaparecido (Missing, 1981), de Constantin Costa Gavras, y Venecia lo premió
por Glengarry Glen Ross (1992). Fue, asimismo, varias veces reconocido con los
premios Emmy televisivos -el último, un año antes de su muerte, por Los martes
con Morrie (1999)- y contaba en su haber con cuatro Globos de Oro.
Pero acaso el quinto, que no obtuvo en la ceremonia de
entrega de 1998, sea más digno de mención: Lemmon era candidato por el remake
de Doce hombres sin piedad (1997), de William Friedkin. El ganador fue el actor
Ving Rhames, pero cuando éste fue a recoger el galardón, inesperadamente para
el público, que se puso en pie para ovacionar su decisión, ofreció su trofeo a
Lemmon con estas palabras: «Los jueces se han equivocado. Siendo usted
candidato, todos los premios deben ser suyos. No hay nadie digno de competir
con usted, maestro».
Billy Wilder, que un día declaró emocionado que trabajar con
Jack Lemmon era la felicidad, decía: «Cuando cualquier actor entra en una
habitación, no tienes nada, y cuando el que entra es Jack, inmediatamente
tienes una situación: es casi inexplicable lo que es capaz de provocar él solo,
con su veloz verborrea y sus rápidos movimientos».
Probablemente recordaba En
bandeja de plata (1966), en la que sólo el ingenio de un actor como él podía
dotar de constante dinamismo a un personaje que permanece casi toda la película
en una silla de ruedas. O quizá Wilder pensaba en cualquier otra comedia o en
el drama más desolado, lo mismo da.
El talento superdotado de Lemmon valía para todo.
Él definía
la sensación que experimentaba cuando se iniciaba una toma y pasaba horas
delante de una cámara como un tiempo mágico. Lo era porque la intensidad con
que lo vivía y la pasión que ponía al entregarse al personaje no se podían
medir con un reloj. Sin embargo, la verdadera magia era la suya, porque
seguramente gracias a esa entrega y esa pasión lograba parecer siempre un ser
humano. Un tipo creíble, casi palpable. No un personaje, sino una persona de
carne y hueso.
A continuación, recordamos a Jack Lemmon, en el film El departamento,
junto a Shirley MacLaine y Fred MacMurray en los papeles principales, producida
y dirigida por Billy Wilder, en 1960.