Almudena
Grandes mira el nazismo entre historia y ficción
Aborda la "red Stauffer",
que ayudó a criminales de guerra; vendrá a presentar el libro a fin de mes
DOMINGO 03 DE SEPTIEMBRE DE 2017
MADRID -. Clara Stauffer parece una mentira. Y no lo es. Con dinero, con
energía, con contactos, con ideología, con dobleces (española y alemana; nazi y
falangista; deportista competitiva y propagandista de la opresión de la Sección
Femenina), dirigió desde su piso madrileño una red clandestina, que ayudó a 800
criminales de guerra a burlar la justicia internacional a partir de 1945. Un
ardor justiciero, que fue aminorándose conforme se calentaba la Guerra Fría y
se enfriaba la Segunda Guerra Mundial, y que llegó a salpicar a la propia
Clara, a veces Clarita. Ella fue la única mujer que figuró en la Lista de los
104 reclamados en 1947 por el Consejo de Control Aliado al ministro de Asuntos
Exteriores, Alberto Martín-Artajo. Ni uno solo, tampoco Clara, hija del
director de la cervecera Mahou e íntima amiga y correligionaria de Pilar Primo
de Rivera, fueron entregados por el régimen de Franco, que protegió a lo más
granado de la industria del exterminio que desató el Tercer Reich, desde el
croata Ante Pavelic al belga León Degrelle. Todos ellos desfilan por Los
pacientes del doctor García (Tusquets), la nueva novela de Almudena Grandes
(Madrid, 1960), que se publicará el próximo 12 de septiembre y que constituye
la cuarta entrega de los Episodios de una Guerra Interminable, la
serie que arrancó en 2010 con una factura similar, con capítulos históricos
intercalados entre los de ficción, con personajes y acontecimientos tan
desconocidos como asombrosos. Sirva de ejemplo Johannes Bernhardt, el
empresario que viaja hasta Bayreuth el 25 de julio de 1936 para entregar a
Hitler la carta en la que Franco reclama músculo bélico. Al día siguiente, el
Führer ordena que se envíen a España 20 Junkers, que transportarán 15.000
soldados de Marruecos a Sevilla. A Franco le cambia la vida, a Bernhardt
también.
La novela es la cuarta entrega de Espisodios de una guerra interminable. Foto: Maximiliano Amena |
Franco fue generoso con los amigos de sus amigos. Al genocida Ante
Pavelic, fundador del movimiento fascista ustacha y dictador títere del Tercer
Reich en Croacia, le proporcionó un país donde vivir y morir sin ser molestado
por fiscales agresivos (Pavelic está enterrado en el cementerio madrileño de
San Isidro). A la actriz Maria Petacci, de nombre artístico Miriam di San
Servolo, le facilitó una estancia en Madrid cuando las cosas se pusieron feas
en Roma para todo lo que olía a Mussolini, que acabaría colgado boca abajo en
una gasolinera de Milán junto a su amante Clara Petacci, hermana de la actriz.
A León Degrelle, fundador del movimiento fascista belga Rex y oficial de
las SS, le dio tanta seguridad que a menudo ni se molestaba en camuflarse bajo
la identidad facilitada por el franquismo para cubrirle ante las peticiones de
extradición de Bélgica. Degrelle, condecorado por Hitler con cruces y palabras
(le elogió como el hijo que le habría gustado tener), aterrizó en 1945 en el
avión de Albert Speer, ministro y arquitecto del Tercer Reich. Se podría opinar
que la novela es un ajuste de cuentas con la historiadora que no fue, pero
Almudena Grandes voltea el argumento: "Esta serie me ha devuelto al
proyecto de historiadora que fui. La que ha ajustado cuentas es la historia
conmigo".
El fresco histórico arropa una trama de espionaje orquestada desde
Inglaterra por el presidente Juan Negrín y el embajador Pablo Azcárate, que
pretenden devolver por vía diplomática la democracia que se perdió por las
armas. Desenmascarar la complicidad de la dictadura con prófugos del nazismo se
convierte en su última esperanza para lograr un cambio político. Será la misión
de dos espías de ficción, el médico Guillermo García Medina y el diplomático
Manuel Arroyo Benítez. "Para escribir una novela así hay que llegar a un
equilibrio perfecto entre la libertad creativa y la lealtad a la verdad histórica",
reflexiona Grandes desde Rota (Cádiz), donde apura los últimos días de
vacaciones antes de sumergirse en la promoción de una novela costosa: cuatro
años necesitó para sacar adelante este proyecto.
Los pacientes de doctor García. |
"En este momento me he convertido en una escritora antisistema. No
lo parezco porque no llevo rastas pero en la medida en que mi relato no
contribuye a afianzar la versión de la equidistancia, soy consciente de que
mantengo una versión disidente en el contexto de la literatura
contemporánea". En esa visión disidente se encuadra una activa defensa de
los valores de la Segunda República y una reivindicación de aquellos
secundarios de la historia que lucharon por ellos. El segundo homenaje de la
escritora se dirige a los estudiantes que se movilizan en Madrid con más
idealismo que eficacia para tratar de hundir al régimen al mismo tiempo que la
ONU.
"Los tenía que meter en alguna novela", señala Grandes, que se
conmovió con la lectura de El fin de la esperanza, testimonio
publicado en 1949 en Les Temps Modernes, la revista de Sartre, con un seudónimo
que ocultaba la identidad de Marcelo Saporta, uno de los jóvenes, que en enero
de 1946 escribió en Madrid: "Un puñado continúa luchando. Caen todos los
días. Daos prisa o llegareis demasiado tarde, cuando hayamos caído todos, uno
después de otro, sin esperanza".
El País