26 de julio
de 2018 • 19:37
María Concepción César llegó en plenitud al final de su larga y fecunda vida, que acaba de apagarse definitivamente. Le faltaban apenas tres meses para cumplir 92 años. En 2014 confesó que se sentía "espléndida" y atribuyó ese estado de ánimo al camino elegido para llevar adelante un recorrido artístico que jamás supo de pausas o de obstáculos visibles. "Mi vida intelectual y emocional es muy intensa. Cuido mucho mi carrera y mi espíritu. Para vivir pasivamente como un vegetal es mejor irse antes", dijo por entonces.
Tenía mucho por hacer, por dar y por compartir. Lo
hacía a través de entrevistas televisivas, homenajes y reconocimientos que nos
ayudaron a construir el retrato de una de las mujeres más esplendorosas que
tuvo el espectáculo argentino en toda su historia. Supo lucir en su apogeo una
figura de admirable y voluptuosa belleza natural que se hizo imposible de
alcanzar hasta para algunas de las más famosas vedettes que fueron
contemporáneas suyas. Pero a pesar de ese perfil escultural, destacado sobre
todo en la perfección de sus piernas, no fue el teatro de revistas el lugar en
el que más se destacó. María Concepción César fue una estrella completa, pero
el teatro era su lugar preferido en el mundo. "Del teatro no me fui nunca,
nunca me bajé", le dijo a LA NACION en 2008,
mientras estaba a punto de estrenar en el Payró Interviú, retrato
de una gran diva del espectáculo que decide retirarse de un día para el otro de
la actividad.
Parecía un papel escrito a primera vista para ella, pero solo en la
ficción artística. En la vida real, según le reconoció a Alejandro Cruz en esa
entrevista, su existencia estaba en las antípodas de esa suerte de símil de
Greta Garbo. Se sentía bendecida por una vida plena e intensa de actividad
constante en la radio, el teatro, el cine y la televisión. "Nunca quise
quedarme en mis veinte años. La vida pasa. Soy una mujer que ama lo que hace,
amo al teatro, amo todo lo que sea la expresión. Hce cosas muy hermosas en
televisión, hice musicales, muchas comedias, cine. Ahora vivo mis momentos muy
tranquilamente", contó. Aunque se detenía para aclarar que esa
tranquilidad era relativa. "Ninguna actriz puede vivir tranquilamente si
no trabaja", admitió.
Había nacido en el barrio porteño de Floresta el 25 de octubre de 1926
como Concepción María Cesarano. Estudió en el Conservatorio Nacional de Arte
Escénico de esta ciudad, con la guía de Antonio Cunill Cabanellas, y debutó
veinteañera en el cine con un breve papel en Pampa bárbara (1945),
de Lucas Demare. Después llegaron, entre las décadas del 50 y del 70, El
crimen de Oribe, Rosaura a las diez, La madrastra, La barra de la esquina,
María Magdalena, Hotel alojamiento y Los chantas, en la que se animó a un
desnudo completo con casi 50 años.
María
Concepción repasa su carrera en el ciclo En Foco - Fuente: YouTube
Le sobraba talento como actriz, cantante y bailarina, y supo ganarle
siempre al tiempo entregando todas esas facetas, juntas o por separado, en
personajes que atravesaron varias generaciones de su trayectoria. Pasó por
obras clásicas de autores argentinos y extranjeros (De Seis personajes
en busca de autor, de Pirandello, a Un guapo del 900, de
Eichelbaum y de El enfermo imaginario, de Moliére, a El conventillo
de la paloma, de Vaccarezza) y triunfó en comedias musicales tradicionales
( Can Can, Todos en París) y modernas como el Houdini que
dirigió Ricky Pashkus en 2005.
Tuvo una destacada presencia radiofónica, cuando las emisoras porteñas
se aseguraban la exclusividad de sus grandes figuras, como le ocurrió a ella
con Splendid. Y conquistó buena parte de su enorme popularidad gracias a una
presencia constante en la televisión, sobre todo de la mano de Alejandro Romay.
Sus primeros pasos en la pantalla chica fueron a comienzos de la década del 60
con Esquina de tango, junto a Enrique Dumas, y tuvo en esa década
su primer gran éxito como estrella de Tropicana Club, un musical
convertido ya en clásico histórico de nuestra historia televisiva junto a Chico
Novarro y Marty Cosens. Después llegaron innumerables participaciones en
programas ómnibus y shows ( Sábados de la Bondad, Grandes valores del
tango), especiales ( Alta comedia) y ficciones muy recordadas
en clave de comedia ( Todo el año es navidad) o telenovela ( Vos
y yo toda la vida, Amo y señor). Cada aparición de María Concepción César
como figura permanente u ocasional era una nueva muestra de talento y
versatilidad interpretativa. Ningún papel le quedaba chico, ningún personaje le
parecía ajeno, distante, forzado o artificioso.
Sin embargo, con tanto prestigio ganado y tantos reconocimientos
cosechados sin pausas, nunca quiso conservar en su hogar más que una pequeña
muestra de ellos. "¿Sabés por qué está así la casa sin fotos ni premios?
Porque quiero que cuando vienen mis hijos a visitarme vean a su mamá, que no
vean a la figura. Quiero eso, porque bastante habré no estado con ellos.
Querido mío: yo era una esplendorosa muchacha que salía de un contrato y se
metía en otro. En un momento de mi vida tuve que trabajar mucho. Era para
marcar pautas a mis hijos. Quedé viuda muy joven y no había otra posibilidad.
En algún momento era una máquina más, no paraba", sostuvo en aquélla
conversación con LA NACION.
Después de disfrutar de toda clase de éxitos, eligió consagrar la vida a
sus dos hijos y a sus nietos, pero sin perder de vista nunca su identidad y su
vocación. Alcanzó ese raro equilibrio que tantos artistas anhelan y no pueden
alcanzar. Darse el gusto de seguir con la actuación mientras no dejaba de
recibir premios (ganó el Konex, el Quinquela Martín, el Pablo Podestá, el
Susini y un reconocimiento otorgado por el Congreso Nacional en 1999) y a la
vez dedicar todo el tiempo que quiso a su familia y a otras cosas seguramente
más personales y más sencillas. Allí debe haber encontrado el secreto que le
permitió llegar al final sin perder nada de su admirable esplendor. Alcanzaba
con verla en todas sus fotografías, las de su juventud y las de tiempos
recientes, para comprobarlo: en cada una de ellas nunca dejaba de sonreír.
Por: Marcelo Stiletano