En el Blog http://www.smentiras.blogspot.com/ de Jorge Rodríguez encontre un texto que comparto con ustedes.
Falta todavía para las elecciones nacionales, y finalizadas las primarias todo el mundo parece estar convencido de que no hay nada por disputar más que los cargos parlamentarios.
De nada vale la enorme cantidad de irregularidades encontradas luego de revisar los telegramas enviados por las autoridades de mesa, que son sistemáticas a lo largo de todo el país y que si bien no han podido por sí solas volcar el resultado a favor de un contendiente, sí con seguridad han alterado el porcentaje de votos con que el oficialismo ganó la primera minoría, transformándolo súbitamente en mayoría.
Los medios masivos de comunicación son cómplices del gobierno en la desinformación acerca de este problema, y si lo mencionan, sólo lo hacen para aclarar que de ningún modo esto altera el gran triunfo del oficialismo en las elecciones.
Nadie dudaba del triunfo del oficialismo, lo decían todas las encuestas.
Pero éstas daban porcentajes y diferencias muy inferiores que no podían sino augurar algún éxito también en la general, pero con serias dudas de que pueda darse en octubre un triunfo en primera vuelta.
¿Cuál fue la idea del gobierno? Instalar, con la complicidad de casi toda la prensa (ni hablar de la oficialista) y de la población que lamentablemente hace un culto en creer todo lo que se le dice desde el poder, la idea de la invencibilidad de la presidente.
Desde aquí decimos que no hay nada decidido, mucho menos si se trata de suposiciones basadas en mentiras.
En una de las primeras declaraciones de la primera mandataria escuchamos que la participación del electorado fue la mayor de la historia.
Ya conocemos la afición de la señora presidente por las cosas más grandes de la historia que ha supuestamente logrado su gobierno.
Pero es mentira una vez más.
La participación fue bastante elevada (casi un 78%), sin dudas, teniendo en cuenta que los principales candidatos habían sido designados a dedo por los partidos y que muchas de las listas para otros cargos tampoco tenían competencia interna.
Pero en las elecciones nacionales de octubre de 1983 la participación superó el 85 por ciento.
Claro, para la señora la historia argentina comenzó en 2003Lograr una participación de alrededor del 90% es muy difícil, pero no imposible.
Debemos concientizar a la población del carácter fundacional que posee este comicio, y su resultado podría poner en serio riesgo la supervivencia de la República tal como la conocemos.
Ni hablar del sistema democrático para la elección de autoridades, ya bastante alterado como hemos visto en estos días.
En 1983 todas las encuestas daban ganador al PJ; sin embargo, Herminio mediante (ahora hubo miles de Herminio) latente, incluso apartándose de decisiones previas de los partidos, votó masivamente al candidato Raúl Alfonsín en una polarización histórica, que dejó al tercero en discordia con apenas el 2% de los votos.
Si esto se pudo hacer en una época donde no había Internet, ni tampoco en consecuencia redes sociales, ¿por qué no se puede lograr ahora, cuando en otros lugares se han derribado tiranías de décadas con la ayuda de Facebook y Twitter? Las maniobras fraudulentas mencionadas al principio pueden ser combatidas, sea por la implementación de la boleta única o la convocatoria a un verdadero ejército de fiscales partidarios para verificar que todo se haga de acuerdo a las normas establecidas, sin las trampas tan habituales en los lugares más desprotegidos.
Pero además de esto, hace falta un candidato que pueda aglutinar todos (o casi todos)los votos de aquellos que pretendemos terminar de una vez y para siempre con este régimen autoritario y clientelar.
Y quién puede ser ese candidato? Siempre tomando como referencia los resultados (con seguridad irreales) que constan en el sitio oficial de las elecciones primarias, los que han superado el 10% de los votos han sido Ricardo Alfonsín, Eduardo Duhalde y Hermes Binner.
No elegiría a Alfonsín porque es un candidato surgido súbitamente a causa de la muerte de su padre, y al cual no le veo condiciones mínimas como para enfrentar semejante responsabilidad con los difíciles momentos económicos que se vienen luego de la crisis global y el desastre que provocará el desmanejo kirchnerista en el mediano plazo.
No elegiría a Binner porque esencialmente se trata del jefe de un partido que estuvo de acuerdo con casi todas las iniciativas legislativas del régimen, tratándose esencialmente de un kirchnerismo light.
Además, el propio Binner dio algunas señales peligrosas, como cuando ante el inconcebible papelón de la presidente con el tema de Papel Prensa, declaró muy suelto de cuerpo que le parecía algo positivo.
Sí elegiría a Eduardo Duhalde, pese a tratarse de un dirigente de extracción peronista cuando yo soy decididamente contrario a esas ideas.
Pero como he expresado más arriba, se trata de un momento fundacional donde debemos dejar de lado preferencias personales para pensar un poco más en salvar lo poco que nos queda.
Me conformaría con que aquel que asuma el poder sea un poco más honesto que el que lo deja.
Volviendo a Duhalde, le tocó asumir la presidencia desde el Senado cuando el país estuvo al borde del colapso absoluto, y si bien las cosas no marcharon bien al principio, con la gestión de Roberto Lavagna se pudo poner en marcha un crecimiento que los Kirchner aprovecharon después para adjudicárselo a su modelo.
Por supuesto que hubo todo tipo de imperfecciones, pero ¿acaso alguien busca un candidato perfecto que no existe? Al menos con Duhalde sabemos que está en condiciones de ocupar el cargo en un momento muy triste en lo institucional, con un potencial económico inmejorable que es sistemáticamente dilapidado por este régimen populista clientelar, que no hace más que hundirnos cada vez más en la pobreza.
Además, es el único de los candidatos de la oposición que no dio señales acerca de un pacto de impunidad con el kirchnerismo.
Y cuenta aún con un importante control del aparato bonaerense, que le posibilitaría competir en mejores condiciones que otros candidatos en lo que se considera es el punto geográfico fuerte del gobierno.
A propósito de esto último, muchos le adjudican a Duhalde la culpa por haber posibilitado la llegada de Néstor Kirchner al poder.
Cierto es que le dio su apoyo en aquel momento, pero luego de tentar en infinitas ocasiones a Carlos Reutemann, quien además tenía una intención de voto que hubiera borrado del mapa a Kirchner tanto en una interna cerrada como en una abierta, tal como fueron en realidad las elecciones de presidenciales de 2003.
Tampoco fue culpable de la deserción de Menem, que resultó el candidato más votado en la primera vuelta.
Y otros se quejan porque no cuentan con un candidato opositor que responda a sus ideas.
Entonces votan en blanco, a sabiendas que se trata de un voto para el gobierno, o directamente no van a votar.
Eso es exactamente lo que necesita el régimen.
La ausencia de candidatos nuevos con ideas nuevas y sanas para el futuro del país es responsabilidad de todos.
Sobre todo de aquellos que han perdido el tiempo adulando a este gobierno en casi todas sus tropelías, en lugar de ofrecer una alternativa que respete las leyes de la Nación y las garantías constitucionales, conjuntamente con el apoyo a un sistema económico libre que aproveche al máximo los recursos que aún disponemos.
No será seguramente Duhalde, ni por su edad, ni por su convicción personal, una nueva tentación de eternizarse en el poder.
Sólo será una transición durante la cual todo el país deberá dar vuelta una página importante de la historia y comenzar a formar una nueva dirigencia capaz de afrontar los tiempos que se vienen.
Será su responsabilidad también, y se lo vamos a exigir, despejar de una vez por todas las tentaciones del autoritarismo y la violación sistemática de toda regla como credo.
Sean transgresores, le reclamaba a la juventud el extinto ex presidente Kirchner. Así quedamos.
Por todo lo expuesto es que en las próximas elecciones daré mi voto al candidato Eduardo Duhalde.
Por Argentina.
Por el sistema republicano en peligro.
Por el futuro de las generaciones que vienen.