En estos días se recuerda el brutal asesinato de José Ignacio Rucci, ocurrido el 25 de septiembre de 1973.
La diputada Claudia Rucci, su hija, que al momento del hecho contaba con 9 años, esta empeñada en que la justicia determine fehacientemente quienes fueron los autores materiales e intelectuales del crimen.
La sociedad aún no elaboró debidamente este atentado escandaloso contra la vida y las heridas siguen abiertas.
Como una antigua costumbre, los acontecimientos que nos han marcado a fuego, no terminan de cerrarse.
Un crimen es un crimen y la violencia no se justifica de ninguna manera.
Los iluminados de otros tiempos están cómodamente protegidos por silencios y complicidades jurídicas y sobre todo esgrimiendo el argumento de la prescripción de la causa.
Que haya, supuestamente, prescripto, no significa que el crimen no se cometió y menos aún que los responsables no deban dar cuenta de sus actos. Simplemente se amparan en un tecnicismo.
Se pretende justificar por medio de argumentaciones vagas, hechos que de ninguna manera pueden justificarse.
Ha corrido mucha sangre en el país y pareciera que solo tiene valor la que derramaron los “Jóvenes Idealistas”.
Muchos de esos "esclarecidos" se han transformado en lo que combatian en la decada de los 70. Ahora son poderosos empresarios, funcionarios del Estado en diferentes niveles, periodistas o docentes universitarios que pretenden reconocimiento social por su pasado.
La utilizacion de eufemismos lo que ha logrado, es que como sociedad, confundamos los términos y los hechos gravisimos, que aparentemente dejan de serlo por como se los enuncia.
La verdad es que a José Ignacio Rucci lo emboscaron, lo masacraron y con ese crimen pretendieron, por medio de códigos mafiosos, llamar la atención de Juan Domingo Peron.
Hubo sectores que justificaron y alentaron la violencia en tiempos de la dictadura.
Esos mismos grupos continuaron activos durante etapas democráticas y lo único que lograron fue preparar el terreno para el advenimiento de la mas feroz de las dictaduras que conoció nuestro país.
Ninguno de ellos formulo una auto critica frente a la sociedad.
Ninguno de de ellos se hizo cargo ni se hizo responsable de sus actos ni expreso arrepentimiento por las consecuencias de sus acciones.
Ninguno de ellos pidió perdón a los familiares de las victimas por sus crimenes.
El Estado, buscando cerrar una etapa, indemnizo a un grupo pero le niega el derecho a otro sector de la correspondiente reparación y reconocimiento.
Gracias a las importantes indemnizaciones que cobraron oportunamente, disfrutan de un bienestar y un nivel de vida que nunca tuvieron.
El revanchismo es mal consejero y lo único que logra es exacerbar las diferencias.
En el matutino Clarín de hoy, en la sección Opinión, se publicaron dos comentarios que reproducimos a continuación. Uno escrito por Julio Barbaro y el segundo por Ricardo Roa.
Asesinaron a Rucci, dispararon contra el camino de la democracia
La muerte del dirigente gremial peronista, el 25 de septiembre de 1973, marcó un punto de inflexión en la política argentina.
Provocó un incremento de las confrontaciones, con formas de violencia que después desembocaron en el golpe militar.
Provocó un incremento de las confrontaciones, con formas de violencia que después desembocaron en el golpe militar.
Por Julio Bárbaro ex Diputado y ex Interventor del Comfer
El asesinato de José Ignacio Rucci fue un punto de inflexión en nuestra historia.
Sus ejecutores lo imaginaron para exigirle al General Perón mayor presencia en su gobierno, como una demostración de poder que los hiciera imprescindibles.
Eran tiempos de democracia en los cuales los violentos seguían convencidos de que el único poder surgía de la boca del fusil.
Sus ejecutores lo imaginaron para exigirle al General Perón mayor presencia en su gobierno, como una demostración de poder que los hiciera imprescindibles.
Eran tiempos de democracia en los cuales los violentos seguían convencidos de que el único poder surgía de la boca del fusil.
El General Perón, en el final de su tiempo, se enfrentaba con aquellos jóvenes que él había elegido para conducir la democracia.
Era una tensión que abarcaba toda la sociedad. En ese entonces muchos nos cuestionaban al ser diputados como si fuéramos burócratas que habían renunciado a su misión revolucionaria.
Era una tensión que abarcaba toda la sociedad. En ese entonces muchos nos cuestionaban al ser diputados como si fuéramos burócratas que habían renunciado a su misión revolucionaria.
La democracia fue un logro popular en el cual las organizaciones armadas habían colaborado a gestarla, pero algunas de ellas se creían sus dueños.
Pero si la democracia era el logro del pueblo y su Jefe, para la guerrilla era solo una etapa anterior a la confrontación final.
Pero si la democracia era el logro del pueblo y su Jefe, para la guerrilla era solo una etapa anterior a la confrontación final.
Cuántas veces nos hablaron de agudizar las contradicciones, de que al venir el golpe el poder militar de la dictadura quedaría al desnudo y el pueblo entonces los iba a acompañar.
Recuerdo la ley de represión a la violencia de la guerrilla y aquel encuentro en el que el General los recibe y les imparte una clase de política.
Recuerdo también la renuncia de aquel grupo a sus bancas.
Recuerdo también la renuncia de aquel grupo a sus bancas.
Pero todo esto solo describe el clima en el cual la soberbia de la conducción militar de ese grupo -que tantos cargos había recibido- decidía enfrentar a Perón, asesinar a uno de sus hombres más cercanos y apreciados para marcarle que el futuro era de ellos.
Ese futuro, que el General había imaginado democrático y pacífico, ellos lo querían violento y confrontativo.
El día del asesinato, el General Perón abrigó por minutos la esperanza de que no fueran los jóvenes que había elegido para sucederlo. Fueron solos minutos. Ninguno de ellos se hizo presente en el velatorio, como manera de dejar en claro el cariz de los hechos.
El día del asesinato, el General Perón abrigó por minutos la esperanza de que no fueran los jóvenes que había elegido para sucederlo. Fueron solos minutos. Ninguno de ellos se hizo presente en el velatorio, como manera de dejar en claro el cariz de los hechos.
Recuerdo el velatorio y el dolor de aquellos que nos dábamos cuenta que esa vida truncada implicaba el inicio de una guerra sin sentido ni posibilidades, iniciaba el suicidio de gran parte de una generación.
Con José Ignacio Rucci lo que muere es un camino de encuentro de un pueblo con su Jefe y con la democracia, una opción de consolidar la justicia.
Ya después todo sería muerte y retroceso, se iniciaba una guerra cuyo único final posible era la tragedia individual y colectiva.
El enemigo solo fue fuerte en las armas, y el pueblo en los votos. Ese enemigo eligió el camino de la derrota.
Con José Ignacio Rucci lo que muere es un camino de encuentro de un pueblo con su Jefe y con la democracia, una opción de consolidar la justicia.
Ya después todo sería muerte y retroceso, se iniciaba una guerra cuyo único final posible era la tragedia individual y colectiva.
El enemigo solo fue fuerte en las armas, y el pueblo en los votos. Ese enemigo eligió el camino de la derrota.
Aquel día creo recordar una frase de mi discurso como diputado: “No sé si atribuirlo a la CIA o a la KGB, solo sé que dispararon contra la Argentina”.
Fue un asesinato que inició el retroceso de un pueblo.
Fue un asesinato que inició el retroceso de un pueblo.
Hacer politica con la historia
Por Ricardo Roa: Editor General Adjunto de Clarín
Del Editor al Lector
Han pasado 38 años y el de José Rucci es aún el crimen de Montoneros más oscuro y difícil de explicar dentro del peronismo . Rucci era mucho más que el jefe de la CGT: era el sindicalista de mayor confianza de Perón. Su asesinato fue, en los hechos, un tiro contra el propio Perón , que acababa de ganar la elección con un abrumador 62% de los votos.
Montoneros nunca asumió del todo el operativo.
Quizá porque no encontró la manera de justificar algo que hasta confundió a militantes de su propia organización, que inicialmente atribuyeron el ataque a la derecha. El asesinato rompió para siempre la relación con Perón y desató una guerra incontenible dentro del peronismo.
No es un tema menor que el atentado se cometiera en medio de la fusión de Montoneros con las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Unos eran movimientistas, los otros marxistas y rigurosamente militaristas. Y aunque todos se acoplaron bajo el rótulo de Montoneros, las minoritarias FAR le impusieron su sello ideológico a la unión: la burocracia sindical pasó a ser el enemigo principal.
Como dice Julio Bárbaro, “eran tiempos de democracia en los cuales los violentos seguían convencidos de que el único poder surgía de la boca de un fusil” (Ver: Asesinaron a Rucci, dispararon contra el camino de la democracia). La sociedad estaba violentamente politizada y la militancia lo teñía todo: no era cuestión sólo de convicciones políticas.
El caso judicial está prescripto, salvo que se lo considere un crimen de lesa humanidad como ha vuelto a reclamar su familia, que ayer recordó al gremialista en la Catedral (Ver: La CGT pegó el faltazo a la misa por Rucci en la Catedral). También estos años son de opciones categóricas: ningún dirigente de la CGT oficial asistió a la misa.
La verdad histórica no siempre se encuentra en los Tribunales. El tema es el presente y la manera que desde el presente se aborda la historia. Hay una tarea pendiente en la generación de los 70: dejar un legado de verdad.
No se trata de buscar castigos sino de encontrar la verdad.
Y recuperar la memoria es contar lo que ocurrió y cómo ocurrió.
La justicia tiene ahora la posibilidad de dar una respuesta. Sera Justicia?
Leonardo Liberman
Fuentes: