Núremberg: de ciudad
favorita de Adolf Hitler a emblema de justicia para la humanidad
El 1° de octubre de 1946, los jueces de los cuatro países vencedores de
la Segunda Gran Guerra condenaron a algunos de los peores jerarcas del Tercer
Reich. Quince días más tarde, diez de ellos murieron en la horca. Las cosas
sucedieron así…
Especial para
Infobae
"Hoy, la ciudad de Núremberg, Franconia, estado de Baviera, es casi
un paraíso de clima perfecto, rodeado de bosques, y enclavado a orillas del río
Pegnitz. Medieval y amurallada, data del 1050. Población ideal: apenas 550 mil
almas. Hoteles: 150, que agotan sus plazas durante el famoso Mercado de
Navidad, que atrae a más de dos millones de turistas"
(De la Guía Práctica para conocer Núremberg)
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Pero otros aires, no de bosques, soplaban en la mañana del 16 de octubre de 1946 en el gimnasio de la prisión central: once cuerpos pendían de otras tantas sogas del improvisado patíbulo, y los verdugos, el sargento mayor del ejército norteamericano John Woods y el policía militar del mismo país Josep Malta, agotados, empezaban a comprender que habían entrado en la historia.
(De la Guía Práctica para conocer Núremberg)
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Pero otros aires, no de bosques, soplaban en la mañana del 16 de octubre de 1946 en el gimnasio de la prisión central: once cuerpos pendían de otras tantas sogas del improvisado patíbulo, y los verdugos, el sargento mayor del ejército norteamericano John Woods y el policía militar del mismo país Josep Malta, agotados, empezaban a comprender que habían entrado en la historia.
Porque los ahorcados
eran Hans Frank, gobernador de la Polonia ocupada. Wilhelm Frick, el ministro
que autorizó las Leyes Raciales de Núremburg: el exterminio (No por nada Adolf
Hitler decía que esa ciudad era la más alemana y la más leal al Partido Nazi).
Hermann Göring, presidente de la Luftwaffe (la Fuerza Aérea) y del Reichstag
(el Parlamento), eludió la soga: se mató un día antes con una pastilla de
cianuro…. Alfred Jodl, Jefe de Operaciones de la Wehrmatch (Fuerza de Defensa).
Ernst Kaltenbrunner, jefe de la RSHA (Oficina Central de Seguridad) y de los
einsatzgruppen (Grupos Operativos de Matanza). Wilhelm Keitel (comandante de la
Wehrmatch). Joachin von Ribbentrop (ministro de Relaciones Exteriores). Alfred
Rosenberg (ideólogo del racismo y ministro de los Territorios ocupados). Fritz
Sauckel (director del Programa de Trabajo Esclavo).
Arthur Seyb-Inquart (líder del Anschluss (unión) usada para el anexo de Austria a Alemania. Julius Streichter (director del periódico antisemita "Der Stürmer").
Arthur Seyb-Inquart (líder del Anschluss (unión) usada para el anexo de Austria a Alemania. Julius Streichter (director del periódico antisemita "Der Stürmer").
No fue casual
elegir para los juicios la ciudad de Nuremberg: Hitler la consideraba la más
alemana y la más leal al Partido Nazi
Los once cadáveres
fueron cremados en el cementerio de Munich, y sus cenizas, esparcidas en el río
Istar.
Las condenas fueron
más. Cadena perpetua para el ministro de Economía Walter Funk, el ayudante de
Hitler Rudolf Hess, y el comandante de la Kriegsmarine (Marina de Guerra),
Erich Raeder. El arquitecto y ministro de Armamento Albert Speer
(condenado a 20 años de prisión), venerado por Hitler, fue el hombre que
proyectó colosales edificios y avenidas, fuera de escala humana, para aquella
Alemania nazi que su criminal y demencial jefe hizo levantar para los
siguientes mil años.
Diez de los reos
recibieron penas menores y absoluciones. Y acaso el más terrible de los
asesinos que lograron huir de los jueces, Martin Bormann, secretario del
Partido Nazi, mano derecha de Hitler y condenado a la horca en ausencia, murió
pocos días después del suicidio de Hitler, al parecer por la explosión de un
puente, pero su fantasma fue agitado durante años por gente que creyó verlo
vivo en varios puntos del planeta.
Once de los
condenados murieron en la horca por más que probados crímenes contra la paz y
la humanidad. Sin embargo, hubo críticas legales desde ámbitos impensados
Cuando a Simon
Wiesenthal, el célebre cazador de criminales nazis y sobreviviente de once
campos de concentración, le mencionaban la palabra "Venganza", la
rechazaba: "No quiero venganza. Quiero justicia".
Sin embargo, los juicios de Núremberg –sin duda el último acto de la Segunda Guerra Mundial y su monstruoso costo: casi 60 millones de vidas entre tropas y población civil– no fue un proceso fácil, rápido y fluido. Empezaron el 20 de noviembre de 1945 en la sala 600 del Palacio de Justicia nurenburgués, y terminaron con el último ahorcado el 16 de octubre de 1946.
Sin embargo, los juicios de Núremberg –sin duda el último acto de la Segunda Guerra Mundial y su monstruoso costo: casi 60 millones de vidas entre tropas y población civil– no fue un proceso fácil, rápido y fluido. Empezaron el 20 de noviembre de 1945 en la sala 600 del Palacio de Justicia nurenburgués, y terminaron con el último ahorcado el 16 de octubre de 1946.
El Tribunal Militar
Internacional fue establecido por la Carta de Londres, y otros doce procesos
posteriores –juicios a los doctores y a los jueces– fueron conducidos por el
Tribunal Militar de los Estados Unidos. Pero no faltaron tropiezos ni chicanas…
La legitimidad del tribunal fue cuestionada "por no existir precedentes
similares en toda la historia del enjuiciamiento universal". En rigor, una
verdad de Perogrullo, puesto que era el primero en su tipo. "Es como
negarle legitimidad al primer vuelo de un nuevo avión… porque no hubo
antes", argumentó uno de los juristas ingleses.
Mientras duró
el juicio, los acusados fueron tratados como prisioneros de guerra: visitas
restringidas, derecho a ejercicios físicos, y traje y corbata para enfrentar al
tribunal
Por supuesto, desde
la Alemania derrotada llegaron otras oleadas de protesta. Como si la guerra no
hubiera sucedido y los campos de concentración fueran una fantasía literaria o
cinematográfica, se denunció "el maltrato contra los prisioneros".
En realidad, no hubo tal maltrato. Se les dio rango de prisioneros de
guerra, se les permitieron visitas muy restringidas, podían hacer ejercicios
diarios durante veinte minutos, y asistir al tribunal con traje y corbata.
Recién al volver a la cárcel vestían el uniforme de reglamento.
Pero más allá de
dimes y diretes, Núremberg sentó bases sólidas y perpetuas para el
mundo. Por ejemplo, la figura "Crimen contra la humanidad",
mencionada en La Haya en 1907, pero ambiguamente y con escasa fuerza.
Finalmente, el tribunal reunió los cargos en tres grupos claramente definidos: Crímenes
contra la paz, Crímenes de guerra, y Crímenes contra la humanidad: aquella
simiente sembrada en La Haya.
Sin contar a los
muchos criminales nazis que escaparon antes, durante y después de la derrota,
entre los 611 acusados de todas las estructuras del nazismo hubo una súper
figura: Karl Dönitz, Gran Almirante de la Flota Alemana y sucesor de Hitler
luego de su suicidio en el bunker, último refugio de la mayor locura bélica (y
acaso humana) del siglo XX.
Desde luego, no estaban ya todos los grandes monstruos: Joseph Goebbels se suicidó en el bunker con su mujer, no sin que ésta, antes, envenenara a sus seis pequeños hijos "para que no fueran criados fuera del nazismo". Heinrich Himmler, líder de la SS. Adolf Eichman, autor del plan de exterminio total del pueblo judío. Y el diabólico médico Josef Mengele, el coleccionista de ojos azules judíos y autor de atroces experimentos genéticos en Auschwitz. Murió ahogado en Brasil en 1979 mientras tomaba un plácido baño de mar…
Desde luego, no estaban ya todos los grandes monstruos: Joseph Goebbels se suicidó en el bunker con su mujer, no sin que ésta, antes, envenenara a sus seis pequeños hijos "para que no fueran criados fuera del nazismo". Heinrich Himmler, líder de la SS. Adolf Eichman, autor del plan de exterminio total del pueblo judío. Y el diabólico médico Josef Mengele, el coleccionista de ojos azules judíos y autor de atroces experimentos genéticos en Auschwitz. Murió ahogado en Brasil en 1979 mientras tomaba un plácido baño de mar…
Además de las
penas de muerte, hubo condenas a 20 años de prisión, a menos en algunos casos,
y unas pocas absoluciones. No todos completaron sus años de cárcel
Mejores nombres
quedaron en la historia: los hombres del supremo tribunal, compuesto por un
juez titular de cada uno de los cuatro países vencedores (Reino Unido, Francia,
Unión Soviética y Estados Unidos), y su respectivo suplente. A setenta
años del bien llamado "Juicio del Siglo", es justicia
recordarlos: Geoffrey Lawrence (Reino unido, titular), y Norman
Birkett, suplente. Francis Biddle (Estados Unidos, principal), y John T.
Parker, suplente. Henri Donnedieu de Vabres (Francia, titular), y Robert Falco,
suplente. Ionna Nikítchenko, (Unión Soviética, titular), y Alexander Volchkov,
suplente.
El fiscal jefe de la
Corte fue el juez norteamericano Robert H. Jackson, ayudado por los fiscales
Hartley Shawcross (Reino Unido), Román Rudenko (Unión Soviética), y Francois de
Menthon y Auguste Champeier (Francia).
De los veinticuatro
acusados, sólo el arquitecto Albert Speer, Hans Frank y Baldur von Schirach,
líder de las salvajes Juventudes Hitlerianas, se arrepintieron públicamente de
sus crímenes. En cuanto al poderoso industrial del acero Gustav Krupp, que se
sirvió del trabajo esclavo para fabricar armas a destajo para el Tercer Reich,
e incluso cañones experimentales capaces de alcanzar blancos ingleses desde
Alemania, resultó indemne e impune: según los médicos, "su salud no podía
soportar un juicio".
Y el canciller
Joachim von Ribbentrop, en noviembre de 1945, al empezar el juicio que lo
condenó a morir en la horca, se permitió un desafío que sonó tragicómico:
"Ya lo verán. Dentro de unos años, los abogados de todo el mundo
condenarán este juicio. No se puede hacer un juicio sin ley".
Pero no fue él único
objetor. Quincy Wright, de la Escuela de Positivismo Legal, dijo un año y medio
después de los juicios: "¿Cómo pudo el Tribunal de Núremberg lograr
jurisdicción para culpar a Alemania de agresión, cuando Alemania no prestó su
consentimiento para la existencia de tal tribunal, y someter a los imputados a
juicio cuando sus actos fueron cometidos antes de la ley promulgada en
1945?". Ni tampoco el único viento de locura: Harlan Fiske Stone, Jefe de
Justicia de la Corte Suprema norteamericana, dijo que "los juicios de
Núremberg son un fraude. El fiscal Jackson lidera una fiesta de
linchamiento".
Frente a estos
argumentos presuntamente legales se impone otra realidad de sangre, fuego y
muerte. La maquinaria nazi llegó a instalar 71 campos de concentración
dentro y fuera de su territorio. Los cálculos –nada fáciles de
precisar, pero coherentes con las desapariciones y el relato de sobrevivientes–
sugieren que entre judíos, gitanos, lisiados, homosexuales, ancianos y niños
(los dos últimos, desechados por incapacidad laboral), la suma supera
los diez millones de muertos por fusilamientos masivos, cámaras de gas,
torturas, enfermedades, etcétera.
Hoy,
Núremberg es una ciudad bella, rodeada de bosques, junto a un río, con escasa
población (algo más de medio millón de habitantes), un gran mercado de Navidad,
y apenas rastros de aquellos 26 días que fueron el verdadero fin de la guerra
¿Qué ley antes de
1945 podía imaginar tales atrocidades? ¿Qué recodos legales o tecnicismos
podían defender y hasta liberar a ese diabólico ejército de asesinos, salvo que
se estuviera de acuerdo, consciente o inconscientemente, con los flamígeros y
delirantes discursos de Hitler, y con el sueño de un Tercer Reich para mil
años?
En cambio y en aras
de la civilización, los Juicios de Núremberg fueron vitales para
redactar la Convención contra el Genocidio (1948), la Declaración Universal de
los Derechos Humanos, ese mismo año, y las Convenciones de Ginebra (1949) y sus
protocolos (1977).
Con todos sus acierto, sus fallas y sus matices, instrumentos propios de la civilización, no de la barbarie.
Con todos sus acierto, sus fallas y sus matices, instrumentos propios de la civilización, no de la barbarie.
Siete décadas han
pasado desde 1° de octubre de 1946, día del veredicto final. Quince días más
tarde, aquellos cuerpos pendían cada uno de su soga. Believe it or not esas
ejecuciones también merecieron críticas. Hubo protestas contra el método (soga
corta o soga larga), la extensión de las agonías (de catorce a vientiocho
minutos, se dijo), y hasta contra el dolor extra que sufrieron los condenados
por el escaso tamaño de las escotillas de caída, que el algún caso les
lastimaron la cara.
Frente a eso, es
válido recordar el testimonio del escritor y agente secreto británico John
Forsyth en su libro "Odessa" al referirse al criminal de guerra
Eduard Roschman, muerto en el Paraguay. "Lo que más me horrorizó de ese
personaje es que hacía pintar en las ventanillas de los ómnibus que llevaban
prisioneros a los campos de concentración y a una segura muerte, caras de
hombres, mujeres y niños felices que parecían ir hacia un bello día de campo".
Ya pronto será 16 de
octubre en Núremberg, y los hoteles empezarán a agotar sus reservas porque en
diciembre, el mes del gran Mercado de Navidad, más de dos millones de almas
agotarán hectolitros de cerceveza y gastarán hasta el último euro en regalos,
souvenirs y cuanto se ofrezca. Es de sospechar que nadie visitará siquiera la
sala 600 del Palacio de Justicia ni el gimnasio de la prisión central.
Ojalá, aunque estos
días tampoco son miel sobre hojuelas en Europa ni en muchas partes del mundo.
Ojalá. Porque lo que había que hacer, desesperadamente, en aquel primer día de
los juicios, fue hecho.
Gloria y honor para aquellos hombres.
Gloria y honor para aquellos hombres.