Francisco Canaro nació en San José de Mayo, Uruguay, el 26 de noviembre de 1888, y murió en Buenos Aires, Argentina, el 14 de diciembre de 1964. Compositor, violinista, y director de orquesta.
El sitio www.todotango.com
publicó este recordatorio firmado por Néstor Pinsón y Julio Nudler.
Uruguayo de la ciudad de San José de Mayo, la suya es una
historia densa, desbordante de situaciones, preñada de anécdotas, algunas de
las cuales asumieron categoría de mitos. Niño nacido en la mayor pobreza, que
no tuvo estudios, su única opción fue el trabajo. Cuando con su certero
instinto encontró el camino de la música, logró lo que se propuso: éxito y
fortuna. Los egoísmos y las mezquindades que como todo ser humano pudo haber
abrigado pasaron a segundo plano. Su labor y sus ideas fueron ejemplos a seguir.
Y fue el aglutinante de sus compañeros, pues desde 1918 luchó por los derechos
autorales, no reconocidos en esos tiempos, hasta culminar en la creación de la
actual SADAIC (Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música), fundada
en 1935 y cuyo edificio fue erigido en terrenos adquiridos por Canaro.
Sus comienzos se confunden con los de la historia del tango.
Tanto que un programa radial de mediados de los 50 acuñó una frase comodín para
referirse a cualquier hecho muy antiguo: «De cuando Canaro ya tenía orquesta».
Su fortuna dio pábulo, además, a un dicho popular: «Tiene más plata que
Canaro», con el que se aludía a la opulencia de alguien. Se cuenta que estando
Canaro con Gardel en el hipódromo, éste le pidió quinientos pesos (una suma
entonces enorme) para apostar, pero advirtiéndole que se olvidara de la deuda:
«Yo soy pobre, y vos tenés toda la guita (dinero) del país». Es que al lado de
Canaro, hasta Gardel era pobre.
Canaro fue Pirincho desde el alumbramiento mismo. La
partera, al tomarlo en sus manos, exclamó al verle tanto pelo y un mechón
enhiesto: «¡Parece un pirincho!», aludiendo a un pájaro encrestado, común en el
Río de la Plata. La familia llegó pronto a Buenos Aires, donde vivieron en
casas de inquilinato (llamadas conventillos), en condiciones de extrema
pobreza. Antes de cumplir los diez años ya voceaba diarios por la calle. Luego
fue pintor de brocha gorda, y se empleó incluso en las obras del Congreso de la
Nación.
La música lo atraía. Su primer logro con ella fueron unos
tonos que pudo arrancarle a una guitarra gracias a las enseñanzas de un vecino
zapatero. Pero lo cautivaba el violín. A falta de dinero para adquirir uno,
improvisó su Stradivarius con una lata de aceite y un mango de madera. «El
primer tango que saqué de memoria fue “El llorón”, de autor anónimo —recordaría
muchos años después—. El estuche me lo fabricó mi vieja; en realidad una funda
de género, y ya salí a ganar algo de plata en bailes de la vecindad».
Pero su debut oficial ocurrió en Ranchos, un pueblo perdido,
a cien kilómetros de Buenos Aires. Se presentó allí con un trío, cuya actuación
en aquel paraje duró poco, y por dos razones. Una fue que el palquito que
sustentaba a los artistas tuvo que ser reforzado con chapas de hierro para
guarecerlos de los balazos que solía intercambiar la clientela. La otra, que
Canaro gustaba de las señoritas del local, atracción de la cual quiso
disuadirlo el dueño del establecimiento, refiriéndole que el encargado de las
muchachas tenía varias muertes en su haber.
De regreso a casa conoció a un nuevo vecino, el
bandoneonista Vicente Greco —el mismo que poco tiempo después impusiera la
denominación de Orquesta Típica a los conjuntos tangueros—. Canaro reconocería
tiempo después lo que influyeron en él los conocimientos de Greco. Corriendo el
1908, ya estaba decidido que el camino de Canaro estaría en el tango. Actúa por
entonces en los cafés concert que abundaban en el barrio de la Boca y su nombre
comienza a ser reconocido. Luego se une a su amigo Greco y en diversas giras van
encontrando la prosperidad que anhelaban.
En 1912, comenzó Canaro su trascendental labor de compositor
con los tangos “Pinta brava [b]” y “Matasanos” (sarcasmo por médico). A lo
largo de su vida acumuló tal número de obras que hasta hoy se discute cuántas
realmente nacieron de su inspiración, y de cuántas se apropió a cambio de
favores o dinero. Pero como sostuvo el estudioso del tema Bruno Cespi, «con que
Canaro haya compuesto sólo el cinco por ciento de todos los temas que firmó
bastaría para considerarlo un grande».
“Matasanos” lo escribió a pedido de los estudiantes de
medicina a punto de recibirse, que en el día de la primavera organizaban los
llamados Bailes del Internado. Fue en uno de ellos cuando, contratado para
presentarse con su conjunto, formado al efecto, por primera vez empuñó la
batuta. Su orquesta fue la primera en ingresar en residencias aristocráticas,
donde el tango era resistido.
Musicalmente sus conjuntos no cultivaron un estilo definido.
Canaro prefirió adaptarse a cada momento, encontrando siempre la manera de
conservar su espacio sin entrar en competencia con otros astros del género.
Sobre el abultado número de sus grabaciones no hay estimaciones coincidentes:
las cifras varían entre 3500 y 7000.
En 1924, concibió la ocurrencia de incorporar un cantor a la
orquesta, aunque sólo para entonar el estribillo, breve tema central de cada
tango. Dio así inicio a la era de los estribillistas o chansonniers, el primero
de los cuales fue Roberto Díaz. Varios años antes, Canaro había sido también
pionero en la incorporación del contrabajo a la orquesta de tango, eligiendo
para ese menester al morocho Leopoldo Thompson. En 1921, para animar los
carnavales en el ya desaparecido Teatro Opera, de Buenos Aires, formó una
orquesta de 32 músicos, masa orquestal desconocida por el tango hasta ese
momento.
En 1925, marchó a París, donde el tango hacía furor. Ya
estaban allí, entre otros, Manuel Pizarro y sus hermanos, cada uno con una
diferente orquesta, Pizarro, y Canaro hizo lo propio con sus hermanos. Había
llevado consigo a sus estribillistas Agustín Irusta y Roberto Fugazot, dúo al
que unió con el pianista Lucio Demare. El resultante trío triunfaría en España
y otros países de Europa por más de diez años. También, presentó en París una
cancionista, Teresita Asprella, ya residente en Francia, y cuando viajó a
Estados Unidos convocó a Linda Thelma.
Cuando regresó al país tras dos años de ausencia, buenas
orquestas concitaban la preferencia del público. Sagazmente, Canaro emprendió
una extensa gira por el interior del país para hacerse conocer en todos los
rincones. Luego, a medida que la radiofonía cobraba auge, la utilizó a fondo,
hasta convertirse en la mayor estrella del éter. Aunque otros músicos habían
evolucionado y desarrollado estilos personales, el apellido Canaro era conocido
por todos.
El teatro musical no fue su creación, pero todas las
revistas que produjo fueron exitosas. Se valía de mínimos argumentos como
pretexto para presentar sus números musicales. Sus cantores eran galanes, y a
algunos tangos los modificaba para convertirlos en sinfónicos, utilizándolos
como oberturas o intermezzi, ejecutados por la orquesta desde el foso. Exhumaba
antiguos tangos, rebautizándolos, y les volvía a cambiar el nombre si se les
agregaba letra. Así, su tango sinfónico “Pájaro azul” provenía de su anterior
“Nueve puntos”; “Halcón negro”, de 1932, era previamente “La llamada”, y ya con
letra pasó a ser “Rosa de amor”. Trató asimismo de imponer un nuevo ritmo, el
tangón, que no resultó. También intentó con el milongón.
Su único fracaso se lo propinó el cine. Fundó la productora
Río de la Plata, pero ninguna de las películas de ese sello le dio ganancias, y
más tarde le costó desprenderse de la empresa.
Algunas de sus composiciones exitosas fueron “El chamuyo”,
“El pollito”, “Charamusca”, “Mano brava [b]”, “Nobleza de arrabal [Caruso]”,
“La tablada”, “Destellos”, “El opio”, “Sentimiento gaucho”, “La última copa”,
“Madreselva”, “Déjame no quiero verte más”, “Envidia”, “Se dice de mí”, “La
brisa”, “Madreselva” (anteriormente “La polla”) y “El Tigre Millán”.
En 1956, publicó sus memorias, tituladas Mis 50 años con el
tango, abundantes en adjetivaciones. Un extraño mal, la enfermedad de Paget, lo
condujo a la muerte, el 14 de noviembre de 1964. Su fortuna fue repartida en
partes iguales entre su esposa legal, La Francesa, por un lado, y las hijas
nacidas de sus amores con una muchacha del coro de una de sus revistas, por el
otro.
A continuación, lo recordamos en el día de su nacimiento,
con dos de sus grandes éxitos: Madreselva, en la interpretación de Carlos
Gardel, y Se Dice de Mí, en la voz de Tita Merello.