sábado, 30 de marzo de 2013

Santiago Kovadloff



La alternativa al encierro de la política

Por Santiago Kovadloff | LA NACION

En boca del Papa, la referencia a la necesidad de diálogo político se dirige a un mundo atormentado por el desprecio y la desigualdad. La Argentina forma parte de ese mundo, forma parte de un escenario donde el prójimo ha perdido significación. Es natural que su mensaje repercuta entre nosotros con especial intensidad. En esta línea del propósito papal se inscribe también el pronunciamiento de Mario Poli, el nuevo arzobispo de Buenos Aires y sucesor de Bergoglio. La Iglesia propone a través de ambos que el diálogo sea la columna vertebral de una nueva práctica política. Es más que una invitación. Es poco menos que una exigencia orientada a reconocer al marginado que en nuestro caso también podría ser el opositor como interlocutor necesario.
Se trata de terminar con la idea de que en política la noción de enemigo deba sobrevivir . Esta propuesta responde en la Iglesia de hoy a la necesidad de reorientar el ejercicio de la democracia hacia un espacio de reconstrucción de la convivencia. Hacia un escenario capaz de devolverle credibilidad al sistema. Quizás en esto alienta a la Iglesia, en lo que hace a la Argentina, el cambio de orientación en el discurso oficialista respecto de la identidad del Papa . Si ese cambio discursivo tuvo lugar, podría estimar la Iglesia que lo mismo debería ocurrir con la oposición.
¿Pero necesita cambiar el oficialismo su discurso sobre la oposición como lo hizo con respecto al Papa? Creo que no. El papa Francisco fue recibido como tal y con inmenso júbilo por amplísimos sectores de la sociedad argentina; inquietantes mayorías sin duda para el indeclinable afán hegemónico del Gobierno. La oposición está lejos de contar con semejante respaldo popular porque carece de un líder que la unifique.
El Gobierno lo sabe. En consecuencia, no se ve forzado por el momento a concebir a la oposición como un interlocutor ineludible. La tendencia oficialista parece, por eso y por tantas otras cosas, obstinada en reforzar el monólogo y no en tender a la apertura al diálogo. Puede resultar inexplicable pero es así. Se lo advierte en economía, en comercio, en educación, en salud pública, en seguridad. La autosuficiencia es el rasgo distintivo del monólogo. Y el monólogo es el único pronunciamiento del oficialismo en todo.
En otras palabras: el desdén por otra voz que la propia resulta estructuralmente imprescindible para quienes nos gobiernan. Se trata de una práctica que no nace con el kirchnerismo, pero que con él cobró en el país una sólida vigencia y hasta un pretendido nivel de justificación teórica. La magnitud de este procedimiento, la gravedad de sus previsibles consecuencias, inquietan a la Iglesia, que en esto ve tanto un signo distintivo del mundo en que vivimos como un síntoma profundo de la crisis argentina. Creo que por eso recomienda buscar una alternativa al encierro en que hoy agoniza el pensamiento político. Le parece indispensable subsanar un daño que enferma a la sociedad contemporánea y por eso también a la nuestra.
Entre la ley y los mandamientos hay convergencia. El Papa pide no olvidarlo. Sabe que su contratara son el desenfreno y el delito.