jueves, 14 de marzo de 2013

José Ignacio López

Jueves 14 de marzo de 2013 | Publicado en edición impresa
Opinión

Un Papa que ya insinuó el cambio

Por José Ignacio López | LA NACION

 
Finalmente, el cónclave respondió en la sintonía de cambio, de renovación, de aire fresco abierto por el gesto augural del papa que se fue. Por asignarle a la renuncia de Benedicto XVI la misma naturaleza de la fenomenal intuición de Juan XXIII al convocar al Concilio, desde un primer momento creí que el cardenal Jorge Bergoglio no volvería a su querida arquidiócesis de Buenos Aires. No porque creyera que iba a ser el sucesor; sí porque experimentaba la certeza de que quien resultara elegido -si no se alteraba el sentido del hito plantado por Ratzinger-, necesitaría cerca , entre sus colaboradores más estrechos, a un hombre de la talla y las condiciones de quien se ha convertido en el primer argentino papa ,el primero de América latina, el Papa que llega del Sur.
El nombre que escogió, Francisco, el pobre de Asís, todo lo dice. Bergoglio es un hombre de oración, de vida austera, sencilla, alejado de la ostentación y los oropeles. Viajero ilustre de esa línea de subte que termina de remozarse y que por años lo llevó desde Flores, el querido barrio del que fue vicario cuando Juan Pablo II lo hizo obispo para auxiliar en su tarea pastoral al cardenal Antonio Quarracino. Sólo cuando las circunstancias lo tornan ineludible, sus ropas dejan entrever el púrpura de los cardenales. No fue una pose el modo sencillo con que estrenó su sotana blanca. Lució sereno, sin agobio ni gestos ampulosos, confiado en la oración, que fue lo primero que pidió a los miles de fieles congregados en San Pedro.
Terminó la sede vacante. Por una vez había quedado vacía no por la muerte de un papa, sino por la muerte de un modo de pontificado. El papa Francisco ya insinuó el cambio. Pocas fueron sus palabras, pero siempre habló como obispo de Roma, primero entre pares. Otro modo de ejercer el ministerio petrino comenzó a insinuarse.
La Cátedra de Pedro cargada de humanidad por el gesto de desprendimiento de un Papa que se declaró débil y entregó sus últimas fuerzas para conmover, para descentrar a la Iglesia y al mundo, ya no está vacía. Ha vuelto a cargarse de humanidad. Quien tomó el timón no es emperador ni superhéroe. Es el sucesor de un pescador..