En Siempre Argentina Conexión Español, conversamos con Fernando Iranzi, el nieto de Julio De Caro y a continuación la segunda parte de la entrevista.
Conducción: Leonardo Liberman / Puesta en el aire: Diego Rodríguez - Esteban Villaroel - Jorge Falcone
Archivo Iranzi |
Seguidamente un documento con la palabra de Julio De Caro con anécdotas que merecen ser escuchadas y forman parte del patrimonio de la humanidad llamado: TANGO.
En la Revista El Arca/35, se publicó una nota titulada Un
bisturí que hizo escuela, dedicada al Dr.Enrique Finochietto y que firma Alejandro Chikiar. De la misma tomamos una anécdota muy significativa.
...porque la Tierra está llena de
violencia, haz para ti un arca de madera de árbol resinoso. Génesis 6: 13,14 |
El Arca del Nuevo Siglo / Una publicación de La Caja de Ahorro y Seguro S.A.
Cena en el Chantecler
Más allá de la obligación
Después de cumplir con la obligación, cosa que habitualmente ocurría alrededor de las once de la noche, el doctor Finochietto despedía a los últimos discípulos y allegados que visitaban su departamento de la calle Paraná, se vestía de punta en blanco, recuerda el ya citado González Varela, “con sombrero orión, calzando polainas grises, traje oscuro de gran corte con valiosa corbata francesa y zapatos de charol”, e iba a cenar al famoso Chantecler.
Era una noche del año 1924. Cenaba Enrique Finochietto con el doctor Pedro Chutro y con Florencio Lezica en el suntuoso cabaret, cuando alguien murmura “¿qué pasa esta noche que todo parece triste, como muerto?” Al rato se devela la incógnita: deja el director de la orquesta su lugar en el escenario, se acerca lenta y respetuosamente, violín en mano, a la mesa de Finochietto y, señalando con el arco hacia uno de los mozos, le dice por qué esa misma sala, que en otras veladas brillaba espléndida, esa noche permanecía anémica, apagada, como entregada a la fatalidad de un presagio.
Julio de Caro, quien en agradecimiento y homenaje al gran médico, compuso el tango Buen amigo. | Carlos Gardel, a quien Enrique Finochietto acompañó y presentó en París. |
—No se aflija, amigo —respondió el cirujano. Con pocas palabras y hechos categóricos, don Enrique Finochietto dejó los cubiertos a un lado del plato, se incorporó y dijo: “Por lo pronto vamos a ver a esa señora, a lo mejor es más un susto que otra cosa...” Lo demás fue —para él— cancelar ese momento de esparcimiento, diagnosticar una grave situación de urgencia con indicación quirúrgica, operar, ya casi de madrugada... salvar a la paciente y rubricar todo con el humano gesto de su mano tendida y desinteresada, haciéndose cargo de todos los gastos.
A la noche siguiente se entera De Caro. Casi amaneciendo se retira a su casa, emocionado y sin dormir. Y en agradecimiento al cirujano, escribe el tango Buen amigo.
Fue “Buen amigo” de gente de todo lustre y rango, cirujano de celebridades y de mujeres y hombres comunes. Según palabras de Jorge Viaggio, Finochietto supo ser amigo y cirujano de la Rubia Mireya, además de admirador e introductor de Gardel en París. A pedido del “zorzal criollo” accedió a acompañarlo en un memorable viaje en vapor. Así formó parte del grupo de amigos que atravesó la oblicuidad del Atlántico para presentar en su carácter de “medalla de oro de la Legión de Honor” al “Morocho del Abasto”, que de su mano entró por la puerta grande en el mundo artístico y cultural de la “ciudad luz”.
En aquella melange de ciencia y bohemia, de quirófano y cabaret, de estudio y diversión, de cátedra y calle, por expresa voluntad de la opinión pública de Buenos Aires se lo incluyó en el selecto grupo de elegidos ilustres que recibieron una distinción mítica, con el sublime apodo de “Los Inmortales”.