La sonámbula, o La sonnambula, es una ópera semiseria en dos actos con música de Vincenzo Bellini y libreto en italiano de Felice Romani, basada en un guion para la pantomima-ballet de Eugène Scribe y Jean-Pierre Aumer titulada La somnambule, ou L'arrivée d'un nouveau seigneur. Fue estrenada en el Teatro Carcano de Milán el 6 de marzo de 1831. Con su historia y ambientación pastoral, La sonámbula fue un éxito inmediato.
Libreto de la ópera con anotaciones de Giovanni Ricordi |
La ópera se representó por vez primera en Londres el 28 de
julio de 1831 en el King's Theatre y en Nueva York, el 13 de noviembre de 1835
en el Park Theatre.
Es una de las tres óperas más conocidas y representadas de
Bellini, junto a Norma e I Puritani, y está considerada como una de las cumbres
del bel canto romántico italiano.
A continuación, de Vincenzo Bellini, la ópera La Sonnambula,
en la versión de, Giacomo Prestia, como el Conde Rodolfo; en el rol de Teresa,
Nicoletta Curiel; el papel de Elvino, José Bros; el personaje de Amina, Elva
Mei; Enrico Turco como Alessio; y el rol de Lisa, cantado por Gemma
Bertagnolli, junto al Coro y la Orquesta del Maggio Musicale Fiorentino,
dirigidos por Daniel Oren, en el Teatro Comunale di Firenze. Producción 2004.
Acto I
Escena I Un pueblo, un molino en el fondo.
Plaza de una aldea de los Alpes suizos, en el siglo XIX. A
un lado, la posada de Lisa, hermosa mujer coqueta e intrigante, a cuyo amor
aspira el joven campesino Alessio, persona de buen corazón pero sin muchos
medios de fortuna. Lisa, en realidad, quiere recuperar el amor de Elvino, su
antiguo pretendiente, campesino mucho más rico que Alessio, pero prometido
ahora de la joven huérfana Amina, a la que la molinera Teresa acogió en su casa
dándole su cariño.
Al alzarse el telón un nutrido grupo de campesinos muestra
su alegría por la celebración de los esponsales de Amina y Elvino: se va a
firmar el contrato nupcial y al día siguiente se celebrará la ceremonia
religiosa. Lisa, la propietaria de la posada, está consumida por los celos. No
soporta que el pueblo entero alabe la belleza y cualidades de su rival Amina.
Alessio, encargado de organizar los festejos, es tratado con altivez por Lisa.
Amina, turbada ante los elogios de todos, agradece a sus amigos sus bellos
deseos y particularmente a su madrastra, Teresa, la propietaria del molino, que
la ha adoptado como una huérfana. Agradece a Alessio, que ha preparado la
canción nupcial y organizado las celebraciones, deseándole suerte en su cortejo
de Lisa, que sigue rechazando sus proposiciones.
Llega el notario. El novio aún no se ha presentado, y a
todos resulta extraño este hecho. Por fin aparece Elvino, y explica su tardanza
porque se había detenido a orar ante la tumba de su difunta madre, cuya
bendición desde el cielo ha implorado para su boda, y entrega a la novia el
anillo que le habla pertenecido: Amina será tan buena esposa para él como su
madre lo fue para su progenitor. El notario procede, y pregunta a los novios
cuál es su aportación al matrimonio: todas sus tierras, Elvino; sólo su
corazón, Amina, lo cual, en opinión de su amado, lo es todo.
Se oye en escena ruido de caballos. Un carruaje se detiene
en la plaza, del que desciende un misterioso caballero de edad madura. Rodolfo,
que así se llama el personaje, se dirige al grupo de los presentes y pregunta
si falta mucho para llegar al castillo del conde, señor de aquellas tierras.
Lisa, siempre calculadora, ofrece al caballero su posada asegurando que no
podrá llegar más que a noche cerrada. Rodolfo acepta encantado su proposición y
reconoce encantado el lugar donde, afirma, pasó hermosos días de juventud, al
tiempo que se informa de las circunstancias de la boda, alabando la belleza y
gentileza de la novia, que le recuerda a una muchacha a la que él amó hace
muchos años; ello despierta los celos de Elvino, que debe callar ante un
caballero de tanta alcurnia. Admite que estuvo una vez en el castillo, cuyo
señor ha muerto hace cuatro años. Cuando Teresa explica que su hijo había
desaparecido algunos años antes, el extraño les asegura que está vivo y que
regresará.
Rodolfo no quiere revelar su identidad: en realidad es el
conde, venido de lejos a hacerse cargo del castillo de sus difuntos padres.
Teresa advierte entonces a los presentes que ya es hora de retirarse. A
preguntas del conde, le explican que a esas horas suele vagar por el lugar una
terrible presencia, un fantasma. Rodolfo se ríe de tal superstición, augurando
para aquellas tierras la pronta desaparición del espectro. El conde se retira a
descansar a la posada de Lisa; los campesinos hacen lo propio. Elvino está
celoso de la admiración del extraño por Amina; está celoso incluso de las
brisas que la acarician. Amina hace prometer a Elvino que olvidará sus celos
injustificados. Las sombras invaden la plaza, que va vaciándose poco a poco.
Escena II Una habitación en la posada
El interior de la alcoba de Rodolfo en la posada. Se ve una
gran ventana al fondo. El alcalde ha informado a Lisa, junto con el resto del
pueblo, de la verdadera identidad de éste. Lisa le dice al extraño que ha sido
reconocido como Rodolfo, el hijo del conde largamente perdido, y le advierte de
que el pueblo está preparando una bienvenida formal. Mientras tanto, ella es la
primera en rendirle pleitesía, deseosa de que ello le reporte algún futuro
beneficio al ser la primera en presentarle sus respetos. El conde acepta
encantado la visita de la posadera, en la que intuye alguna posibilidad
amorosa. Ella se siente halagada cuando él comienza este flirteo, pero se
escapa corriendo, perdiendo un pañuelo con las prisas, cuando oye sonido fuera.
En la ventana aparece Amina, que caminando dormida, se
imagina como será su boda con Elvino. Rodolfo, dándose cuenta de que sus paseos
nocturnos han suscitado la historia del fantasma en el pueblo, está a punto de
aprovechar su desvalido estado pero queda conmovido ante su inocencia, la
bondad de corazón de la joven, y de su hondo amor por Elvino, por lo que
abandona ciertas ideas que mal encajarían con la virtud de la joven. El conde
recoge el pañuelo y lo deja caer en la cama: reconoce que la joven es sonámbula.
Amina se duerme en el sofá y él sale.
En ese momento se oyen las voces de los campesinos, que a
pesar de la hora acuden a presentar sus respetos al conde. Lisa sale de su
escondite, contempla a Amina en la habitación y comprende encantada que su rival
va a perder la reputación. El conde, asustado por las circunstancias, decide
marcharse de la posada y sale por la ventana, cerrándola tras de si.
Los campesinos entran y comprueban que el conde no se
encuentra allí, y también que hay otra persona: una mujer. Momentos más tarde
comprueban horrorizados que la mujer es Amina. Lisa señala a la durmiente
Amina.
Elvino, que acaba de entrar en la habitación seguido de
Teresa, creyendo que ella le ha sido infiel, la rechaza enfurecido. Ante sus
gritos, Amina se despierta, se sorprende de hallarse allí, pero de nada le
sirven sus protestas de inocencia: nadie la cree, y menos que nadie el celoso
Elvino, que la rechaza violentamente. Amina, asustada y llorosa, busca consuelo
en Teresa, la cual anuda el pañuelo de Lisa en el cuello de Amina, creyéndolo
de la joven. Amina está desesperada. Todos, excepto Teresa, la abandonan.
Acto II
Escena I Un bosque
Nos hallamos ahora en la colina cercana al castillo del
conde Rodolfo. Un grupo de preocupados campesino acuden al castillo para pedir
al conde que ayude a probar la inocencia de Amina. Se encuentran por el camino
con Teresa y Amina, que también acuden a solicitar la ayuda del conde. Pasa
entonces Elvino, cabizbajo y ofendido Amina se acerca hasta él y le ruega que
acepte sus explicaciones de honradez, pero él le quita el anillo que le había
entregado, y ni siquiera las palabras de los campesinos, que regresan con la
garantía de inocencia del conde, consiguen que el joven cambie su actitud,
aunque no consigue apartar a su imagen de su corazón. Amina, desesperada, cae
desmayada en brazos de su madre.
Escena II El pueblo, como en el Acto I
De nuevo nos encontramos en la plaza de la aldea. Lisa, como
de costumbre, discute con Alessio, cuyo amor sigue rechazando. Elvino ha
dedidido casarse con Lisa. Aparece un grupo de campesinos que anuncian alegres
la próxima boda de Lisa y Elvino: éste acude en persona a formular a Lisa su
propuesta, que la joven acepta encantada sin importarle que Elvino se case con
ella por despecho.
La pareja se encamina hacia el templo, pero hace su
aparición el conde Rodolfo, quien asegura a Elvino que Amina es inocente. Él le
pide que justifique la presencia de la muchacha en su alcoba, y Rodolfo explica
a los presentes que hay personas, los sonámbulos, que caminan y contestan a
quienes les hablan estando profundamente dormidos, mas nadie da crédito a sus
palabras, a pesar incluso de su condición de señor de aquellas tierras. Elvino
rechaza creerlo.
Al oír el griterío Teresa sale de su casa y pide a todo el
mundo que se calle: Amina, al fin, ha logrado conciliar el sueño agotada. Todos
obedecen. Teresa repara entonces en la comitiva y se percata de lo que está
sucediendo. Lisa, cínica, le dice que se casa con Elvino porque a ella no la
han sorprendido de noche en la habitación de un hombre. Teresa, indignada,
muestra a todos el pañuelo que ésta perdió en la alcoba del conde, quien
discretamente se queda callado, pero sigue afirmando la virtud de Amina. Lisa
no sabe qué explicación dar. Elvino se pregunta sobre la existencia de la
virtud entre las mujeres y del amor verdadero y pide una prueba. En ese momento
Amina sale por la ventana del molino, y el conde lo indica a todo el mundo.
La joven emprende su sonámbulo paseo; corre el riesgo de
caer sobre la rueda del molino, pero se salva; habla en sueños. Rodolfo
advierte que despertarla será fatal, de manera que todos miran mientras ella
revive su compromiso y su dolor por el rechazdo de Elvino. Ella llega sana y
salva al otro lado. El conde, empujando al muchacho, le dice que haga lo que
Amina le pide en sueños, y éste le devuelve el anillo. Los aldeanos estallan en
gritos. Amina se despierta, y se encuentra, maravillada, en los brazos de
Elvino, quien le solicita su perdón y que todos aclaman su inocencia. El canto
de Amina, camino por fin del altar del brazo de su amado, concluye la ópera con
la expresión de su extasiada felicidad.