William Joseph Russo nació en Chicago, Illinois, Estados Unidos, el 25 de junio de 1928, y murió en su ciudad, el 11 de enero de 2003. Compositor, trombonista, y arreglador.
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Reivindicación de Bill Russo
Hay quienes fatigan corredores, anaqueles, estanterías en
busca de libros que no han leído o han olvidado. Yo, como ellos, también he
sido un cazador de novedades y, así, en lugar de libros, he merodeado por
almacenes y tiendas persiguiendo músicas inauditas en cajones y expositores
donde los vinilos y luego los discos compactos se ordenaban por compositores o
por intérpretes o por formaciones o por instrumentos.
Era muy monótono recorrer una y otra vez la misma secuencia,
ir y venir de Albéniz a Carl Maria von Weber, y vuelta a empezar. Lo que
hubiera antes del compositor catalán y después del sajón no lo conocía porque,
o no estaba a la venta o no se grababa. También la música está dominada por
intereses comerciales y lo desconocido, la verdad, no vende.
Los dedos índice y corazón, bailando como en punta,
separando los discos enfundados en plástico sucio como quien separan las
páginas de un libro, se empeñaban en encontrar, entre la Suite Iberia y Der
Freischütz, una obra no oída de un compositor desconocido. Creo que era como
buscar un agujero que conectara el vacío de aquellas tardes de sábado con las
de otra vida, más intensa e interesante, con el goce del descubrimiento. Y uno
de aquellos días sucedió.
La anomalía se produjo en las últimas letras del catálogo y
la secuencia Strauss-Stravinsky-Tchaikovsky-Wagner quedó desde entonces rota
con la intromisión de un nuevo nombre, creador además de una obra muy
memorable. Después de Tchaikovsky apareció Tcherepnin, Nicolai Tcherepnin, otro
de los discípulos de Rimsky, que hizo honor a su maestro como director de la
orquesta de los ballets rusos y como compositor. Tcherepnin, por poner un
ejemplo, compuso y representó su ballet Narcisse et Echo en 1911, un año antes
de que Ravel presentara su Daphnis et Chloé, que resulta otro prodigio de
orquestación y utiliza el coro de voces mudas para crear su atmósfera mítica y
mitológica. Algún tiempo más tarde, una nueva anomalía me estremeció: en el
hueco de Nicolai Tcherepnin había aparecido también Alexandr, su hijo, autor de
una gran originalidad, propia de su época. Pero no quiero hablar de esa saga
(tres generaciones de momento) de compositores rusos. Quiero hablar de la letra
R.
La letra R es importante en la nómina musical. ¡ De esa
cosecha han salido Rachmaninoff, Rameau, Ravel y Revueltas, el director
Rozhdestvensky, el pianista Rhodes y el guitarrista Pepe Romero nada menos !.
Y, como me pasó en la T, un buen día descubrí en esa letra un par de
entrometidos, los dos estadounidenses, los dos excelentes arreglistas y ambos
compositores de un registro muy amplio. El primero, a quien debo una nota
propia que me comprometo a redactar, fue Robert Russell Bennett, con dobles
eses, dobles eles, dobles enes y dobles tes. El segundo es Bill Russo.
Lo encontré por casualidad una tarde de hace demasiado
tiempo y no entre los discos como páginas de una tienda de música, sino en
mitad de un carrusel que, como en las tiendas de gasolinera, ofrecía
musicasetes de clásica. Su nombre no me dijo nada; me atrajo el título de la
primera pieza “Street Music”, música callejera, y especialmente la imagen de
Seiji Ozawa, que había dirigido las grabaciones de la casete. La cinta incluía
una versión de Un americano en París pero esa era pieza más que conocida y
recuerdo que fue el vértigo del descubrimiento, de la novedad, lo que hizo que
la comprase.
Me resulta curiosísimo y digno de celebración haber descubierto
que con el sobrenombre o el apellido Quinoff, un chileno dedicó una entrada a
este músico con el título “El blues sinfónico de William Russo”. La publicó el
27 de Mayo de 2010, recorriendo de forma apresurada la biografía del músico y
ofreciendo un enlace para descargar la grabación.
No existe y debería existir un artículo en la edición de la
Wikipedia en español dedicada a William (Joseph) Russo. El resumen de Quinoff
se puede completar con el correspondiente en la edición en inglés pero yo
propongo que se vaya de la música al compositor y no al contrario, que los
curiosos escuchen su obra y luego, si acaso, se interesen por su biografía.
La Música Callejera se inicia con un glissando de la armónica
de Corky Siegel que a veces es maullido y a veces sirena en un paisaje urbano y
nocturno. Después viene el piano (también lo toca Corky) y la atmósfera de un
garito de Chicago, animada primero, reflexiva y quizá nostálgica luego, como
esperando a que se disipe el humo después del cierre. El final es una locura
donde corren serio riesgo los pulmones del solista, que parece desmayarse en
los últimos alientos al final.
Esta obra lleva fecha de composición de 1975 mientras que
las Tres Piezas para blues band y orquesta sinfónica son de 1969 con reedición
de 1972. Los detalles no importan mucho. Que Bill Russo comenzara como miembro
(trombonista) y arreglista de la Orquesta de Stan Kenton y acabara como
profesor del Columbia College Music de Chicago y como autor de cuatro libros
sobre composición para orquesta de jazz, sólo interesará a los entendidos. Lo
que a mí, que me gusta mezclarlo todo, y a vosotros, que a veces me leéis ha de
interesar es justamente la introducción en el ámbito sonoro de la orquesta romántica
de elementos jazzísticos, que varían ritmos, motivos y timbres y la dotan de
una vibración muy estimulante. Y a la recíproca, que sus composiciones y
arreglos para big band empleen estructuras propias de la música que se llama
clásica y recursos tan contemporáneos como politonalidad y poliritmia. En uno
de los obituarios que le dedicaron (en 2003) se referían a él como el “creador
del híbrido jazz/clásica” y no andaban desencaminados, me parece a mí. He
escuchado trabajos modernos de los alumnos de la escuela que he mencionado y
mis oídos los agradecen mucho. De verdad que los del Jazz Fusion Ensemble
impresionan. En su sonido creo reconocer el eco de los impresionantes arreglos
de los años 50 para Kenton y la fuerza de las partes para metal. He conocido
otros grandes ‘liantes’, mezcladores de las formas y los motivos de las dos
grandes tradiciones musicales occidentales. Stravinsky fue uno de los primeros,
en tiempos de Gershwin, Milhaud y Honneger. También Takashi Yoshimatsu, ese
maravilloso obseso. Pero todos ellos han sido mucho más y mejor reconocidos que
Bill Russo.
Por favor, que alguien inaugure una página en la edición en
español de Wikipedia sobre ese buen compositor y sus obras.
A continuación, lo recordamos en el día de su nacimiento,
con la Sinfonía Nº 2 en Do Op. 32, Titanes, en la versión de Bud Brisbois, solista en
trompeta, y la Orquesta Sinfónica de Chicago, dirigida por Seiji Ozawa.