De duelo y desamparados
Por Santiago Kovadloff | LA NACION
Con la oscura muerte del fiscal Nisman, los promotores y cómplices del atentado contra la AMIA vuelven a reírse de nosotros. Suman a aquel atentado, uno más. Esta vez, contra la ya mermada credibilidad pública de las instituciones fundamentales de la República.
El entramado siniestro que vincula a los servicios de inteligencia con el Gobierno alcanza ahora tal grado de transparencia que la sociedad en su conjunto se siente desamparada en todo aquello en lo que tiene derecho a contar con protección. Hasta esos tenebrosos servicios se han fragmentado en intereses contrapuestos. Y si hoy quienes integran esas bandas se combaten entre sí es, en muy buena medida, por obra del Gobierno. Un gobierno que en todo necesita dividir para reinar.
Pocas veces, insisto, resultaron tan evidentes el encubrimiento, la mentira y la necesidad de resguardar a los responsables centrales, ya no sólo de ese atentado terrorista ocurrido hace más de dos décadas sino a quienes tienen y tuvieron la responsabilidad de esclarecerlo y no lo han hecho. Hasta hace dos días un hombre iba a presentar pruebas que involucraban en ese encubrimiento a las máximas autoridades del país. Ayer ese hombre fue encontrado con un tiro en la cabeza. En la noche de ese mismo lunes la Nación marchó avergonzada por las calles de la República. Horrorizada por lo mucho que se ha hecho desde el poder político para impedir que se conozca la verdad.
Estamos de duelo. Lo estamos todos los argentinos. A lo que ya ignorábamos, se suma ahora el efecto que sobre nosotros tiene lo que empezamos a saber. A todos nos embarga la angustia que nos produce la muerte del fiscal Nisman. ¿Lo mataron? ¿Lo indujeron a matarse? Hay algo más radical que las respuestas a estas preguntas. Alguien necesitaba que desapareciera. Y desapareció. El terror sigue operando entre nosotros. El terror enquistado en el Estado. La magnitud de esa evidencia nos abruma. Excede la posibilidad de comprensión colectiva. Nos miramos unos a otros con el mismo desconsuelo. Buscamos en quienes nos rodean una palabra que amortigüe nuestra desolación. Una idea orientadora. Un concepto que eche luz sobre este ensañamiento de la desgracia con el país. Que permita superar el desaliento que nos invade.
¿Obrará con justicia la Justicia? ¿Podremos alguna vez volver a confiar en quienes tienen el deber de representarnos? Nuestra desconfianza nos arrasa. Me refiero a nosotros, los que la sentimos. No a quienes la inspiran. El tiempo dirá si los días volverán a pasar en vano o nos brindarán el reparo que tantos de nosotros necesitamos: el de la verdad, el de la ley.
Deudos. Todos deudos. Eso es lo que somos los argentinos. Deudos unos de otros. Deudos del ideal comunitario. Nisman nos representa. No como fiscal que iba a declarar sino como víctima que ya no podrá hacerlo. Pero alwgo más nos pasa. Estamos decididos a que no sólo nos represente ese cuerpo sin vida, ultrajado por el terror. Somos también los que marchamos. Hombres y mujeres que no temen hacerse ver como una Nación de desamparados. Como una comunidad de solos. Gente que no tiene quién la represente. Gente burlada. Gente que para saber qué significa debe mirarse en el espejo del terrorismo. De ese terrorismo que en la Argentina sigue en pie. Que ejerce con jactancia y omnipotencia su oficio criminal. Que se entrama con el poder político. Que lo envuelve y se abraza a él y se confunde con él. De ese terrorismo que mancilla la justicia. Que la somete. Y cuando no la somete, la mata. Ese terrorismo es mafia. La cara nueva, en la Argentina, de la vieja corrupción.
Marchamos. Enero ya no quema: congela. Nos recorre el frío del dolor, de la desesperación, del más hondo desencanto. Ya no anochece, ya no amanece entre nosotros. Un solo día gris es todos los días donde el terror tiene la última palabra. ¿Hasta cuándo será, entre nosotros, 18 de julio de 1994? ¿En qué año estamos? ¿1977, 78, 79? ¿Dónde están los criminales? Marchamos. Marchamos para decirles que no tendrán para siempre la última palabra. Que no nos vamos a resignar. Estamos a la intemperie. Y si hay que vivir a la intemperie, vamos a vivir a la intemperie. Lo que no vamos a hacer es dejar de marchar. Nuestro rumbo es la dignidad que nos busca a nosotros más que nosotros a ella. Somos los que marchan. Somos los que vagan por las calles del país juntos y contra la desolación. Y le decimos no al silencio. Al silencio vergonzoso en el que caen los que a estas horas deberían hablar y no lo hacen. Los que deberían representarnos y sólo se representan a sí mismos. Marchamos. No le tememos a la muerte porque muerte es la vida que se nos quiere imponer mediante el terror. Muerte es la mentira en la que se nos obliga a vivir. Muerte es el delito con el que se nos quiere avasallar. Le tememos, sí, al poder de los corruptos. Al poder perverso enquistado en la apariencia democrática del poder.
Marchamos para denunciar a los que vuelven a sembrar el horror de los años 70. Para desenmascarar los muchos rostros de ese horror que nos sonríen desde los balcones del poder. Marchamos para decirles que sabemos lo que son. Que sabemos que son mafiosos. Que han hecho del país un prostíbulo. Y que el prostíbulo les rinde. Y que lo quieren así. Y que nos quieren a todos así, sirvientes del miedo y la ignorancia, subordinados no a la ley sino a la mentira. A la farsa que vacía de valor a las palabras.
No marchamos porque confiamos en las instituciones, sino para confiar en ellas alguna vez. Para que ellas algún día estén a la altura del dolor de millones de argentinos. Marchamos porque algo esencial en nosotros no se resigna a la vergüenza de no ser ciudadanos. Marchamos para decir y decirnos unos a otros que no tenemos porvenir si a ese porvenir no lo sustenta un presente de más calidad que este que nos abruma con sus asesinos, sus traficantes de dinero, sus demagogos y sus narcos.
¿Cuál es la lección que han aprendido nuestros gobiernos sucesivos desde el día en que la AMIA voló en pedazos? ¿La lección propuesta por la complicidad con el crimen? ¿La lección que estafa a los corazones de quienes lloran a sus muertos? ¿La lección de impunidad de los que trafican con los valores primordiales de la Nación? ¿Qué lección han aprendido? ¿La que exige arrodillarse ante los terroristas? ¿La lección maloliente de la podredumbre política de los que solo creen en el poder? ¿Todo se vende? ¿Todo se compra? ¿Y qué es el Parlamento argentino? ¿El sumidero de la dignidad? ¿Qué se ha hecho de nosotros?
Marchamos, marcharemos una y mil veces. La muerte es el pan diario con el que nos alimenta la corrupción. No otra cosa. Le tememos a la cobardía. A la indiferencia. Al egoísmo. A la insensibilidad. A todo lo que adormece la conciencia de esta Argentina empobrecida. Arrancada a la esperanza por quienes tienen el deber de sembrar esperanza.
Tenemos memoria. Ya sabemos a dónde lleva el terror. Y a dónde conduce la justicia si se la practica en serio. Y marchamos por justicia.