El Diario La Nación, en su edición digital, publicó este artículo firmado por Carolina Pichardo.
Se trató de un plan ideado por Rafel Trujillo para mostrarse como aliado de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial; los colonos de Sosúa fueron parte de un experimento de limpieza étnica tal y como el que ocurría en Europa
“Nosotros como niños éramos totalmente libres, no había peligro de nada”. Joachim Benjamin recuerda cómo en Sosúa, los adultos trabajaban todo el día la tierra y, en su tiempo libre, por las tardes, se reunían a comer pastel o, de ser un típico día soleado, visitaban las hermosas playas del Atlántico. Hasta 1940, ni él ni sus vecinos, todos judíos europeos, escucharon hablar de aquel municipio del norte de República Dominicana que se convirtió en su nuevo hogar.
Llegaron allí como refugiados, con la Segunda Guerra Mundial ya comenzada, tras huir de la persecución del gobierno nazi. Empezaron su nueva vida en una comunidad abandonada en lo que alguna vez fue una próspera plantación de bananos, y que tuvieron que levantar con sus propias manos.
El plan de Rafael Trujillo
Ese destino se decidió dos años antes y a miles de kilómetros, en Évian-les-Bains. En aquella ciudad balneario francesa se reunieron del 6 al 15 de julio de 1938, convocados por el entonces presidente de Estados Unidos Franklin Roosevelt, delegaciones de 32 países y representantes de una serie de organizaciones privadas.
El objetivo de la Conferencia de Evian, tal como se le llamaría a la cumbre, era abordar el tema de los refugiados judíos que huían del nazismo. Y el jefe militar dominicano Rafael Leónidas Trujillo Molina se destacó como el único líder mundial dispuesto a darles asilo. Lo que parecía un gesto humanitario, sin embargo, escondía otras motivaciones, coinciden los historiadores.
Trujillo mandó a matar a decenas de miles de haitianos durante un conflicto de seis días en octubre de 1937, lo que se conoció como la “Masacre del Perejil” o “El Corte”, mientras que los haitianos la recuerdan como Kout Kout-a (“el apuñalamiento”). Independientemente del nombre, fue un experimento del mismo tipo de limpieza étnica que ocurría en Europa, y el militar necesitaba una buena estrategia de relaciones públicas.
A ello apunta Allen Wells en su libro Sion Tropical: el general Trujillo, Franklin Roosevelt y los judíos de Sosúa, publicado en 2014 por la Academia Dominicana de la Historia. Además, el “generalísimo”, obsesionado con la blancura, vio el éxodo de los judíos de Europa del Este, en los tiempos del ascenso de Adolf Hitler al poder y el cierre de fronteras, como una oportunidad para promover su agenda racial: estos podrían procrearse con las mujeres dominicanas, quienes darían a luz a bebés de piel más clara.
Asimismo, Juan Daniel Balcácer, presidente de la Comisión Permanente de Efemérides Patrias de República Dominicana, le dijo a BBC Mundo que también fue un intento de Trujillo de demostrarle a Estados Unidos que él era un aliado incondicional. “Tal actitud de colaboración con los estadounidenses, cuando muchos países simplemente eludieron comprometerse a aceptar migrantes judíos en sus respectivos territorios, le garantizaba —al menos él y sus asesores estaban convencidos de ello— un mayor apoyo económico, militar y político por parte de los estadounidenses”, añadió Balcácer.
En una carta de septiembre de 1942, el generalísimo escribió que sus lazos de amistad con Estados Unidos eran entonces más sólidos que al inicio de su gobierno en 1930. “Y son más fructíferos desde que me relaciono con su excelencia el presidente Franklin D. Roosevelt y el secretario de Estado Cordel Hull”. Así, Trujillo se comprometió a acoger a 100.000 judíos, tal como señala el historiador Herbert Stern en su libro de este año Hechos y documentos sobre la presencia judía en República Dominicana.
Comunidad agraria
No fue hasta 1940, con la Segunda Guerra Mundial ya en marcha, que el gobierno dominicano firmó el acuerdo con la Asociación de Asentamientos de República Dominicana (Dorsa, por sus siglas en inglés), un programa del Comité Judío Americano de Distribución Conjunta. El 10 de mayo llegó el primer barco.
A los 47 refugiados que desembarcaron, los recibieron representantes de la Dorsa en Ciudad Trujillo, actual Santo Domingo, y los llevaron a su nuevo destino: Sosúa. Desde principios del siglo XX hasta 1916, la United Fruit Company tuvo allí una plantación de plátano, que prosperó e hizo florecer a la región. Pero la caída de las exportaciones trajo el cierre de las operaciones babaneras. Y atrás quedaron, no solo los campos, también unas 20 casas y varios barrancones al igual que instalaciones de un pequeño hotel.
Aquella propiedad de unos 105 kilómetros cuadrados la compró Trujillo en 1938 y se la donó a la Dorsa, para que los judíos pudieran asentarse allí y la convirtieran en un boyante rancho ganadero y una vibrante comunidad. De ella formó parte Herta Wellisch, hija de un matrimonio de origen checoslovaco que vivía en Austria.
Llegó el 29 de septiembre de 1940, junto a otras 20 jóvenes de entre 16 y 19 años, procedente de Inglaterra, donde se refugió tras el estallido de la guerra. En Londres, mientras buscaba trabajo en agencias judías, le contaron de la posibilidad de irse a República Dominicana. “Yo no sabía absolutamente nada sobre este país, pero firmé de inmediato”, le contó a su nieta, Juli Wellisch, quien luego incluiría el relato en su libro de 2016 Sosúa: páginas contra el olvido. Tenía 18 años cuando llegó, tras hacer escala en Glasgow, Escocia, y en Nueva York.
Un año después arribaron sus padres, Emil y Selma Wellisch, y su hermano Kurt. “Cuando por fin pudimos abrazar a nuestras familias, todos llorábamos pues pensábamos que ese día no iba a llegar nunca”. Como el objetivo era convertir aquella propiedad de Sosúa en un próspero rancho, muchos de los refugiados tuvieron que dejar atrás sus oficios y aprender de agricultura. Fue el caso de Emil, quien fue contable de la empresa de ferrocarriles de Viena.
A los colonos se los instruyó por expertos en el cultivo de frutos subtropicales y recibieron 33 hectáreas de terreno y al menos diez vacas. Una más si tenían esposa, y dos extra por cada hijo. Además la Dorsa les prestaba US$10.000 que, una vez empezaban a cobrar por su trabajo como agricultores y ganaderos, debían devolver. A pesar del acceso a los recursos, para muchos vivir en lo que parecía un paraíso caribeño no fue fácil. El español, un idioma que no dominaban, fue el reto inicial. Luego empezaron a llegar las enfermedades.
A inicios de 1940 hubo un brote de malaria en la costa norte de República Dominicana que afectó de inmediato a los refugiados, por lo que la Dorsa construyó un hospital a las afueras de Sosúa para tratar a los enfermos. La falta de tuberías y la inexistencia de electricidad tampoco facilitó las cosas, pues los nuevos habitantes tenían que cargar cubos de agua, cocinar con leña y limpiar precariamente. Pero poco a poco hicieron mejoras y al tiempo convirtieron el asentamiento en un lugar más agradable, con la apertura de una pequeña biblioteca, un comedor y una sinagoga en la cual reunirse.
De Shanghái a Sosúa
Joachim Benjamin, quien ahora tiene 80 años, recordó para BBC Mundo sus primeros días en el Caribe. “Mi padre, Erich Benjamin, estaba en el campo de concentración de Buchenwald, en Alemania. Pero mi mamá, Erna Geppert, pudo conseguir documentos y ambos se mudaron a Shanghái en 1939″, expresó.
Asimismo, continuó con su relato: “Yo nací en Shanghái en 1941 y mi hermana, Jeanette, un año después. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, mi padre, quien era ebanista, vio en un periódico que República Dominicana buscaba judíos para darles refugio. Él dijo que no sabía para dónde iba, pero aseguró: ‘para allá voy’. Yo estaba muy pequeño y casi no recuerdo bien, pero fue un viaje largo: de dos meses. Nos pasó a buscar un barco militar estadounidense que llevaba pasajeros desde Shanghái hasta San Francisco, Estados Unidos, un viaje que tomó diez días”.
“Desde San Francisco fuimos en tren a Miami y tardamos una semana. Y de allí volamos a Ciudad Trujillo, como se llamaba entonces la capital dominicana. Al vuelo de cuatro horas le siguieron ocho por carretera hasta Sosúa. Llegamos al país en marzo de 1947. Para ese tiempo la colonia judía ya estaba establecida y aunque en un principio quisimos hacer negocios, mi papá se dedicó a la ganadería, a la producción de leche y carne”, relató.
A su vez, contó: “Vivimos primero en una comunidad un poco alejada del centro, a unos nueve kilómetros del batey —como se conocía al conjunto de edificaciones que dejó la United Fruit Company—. Pero dos años después nos mudamos más cerca. A mi papá le entregaron una finca con 10 vacas, y aunque no había trabajado en una, se hizo finquero. No tenía título universitario pero como a él le gustaba leer aprendió todo sobre fincas”.
“Mi padre también aprendió español, no perfecto, pero se manejaba bien. También sabía inglés, porque llegó a trabajar para Inglaterra. Para mi mamá la adaptación fue más difícil. No consiguió dominar el español a pesar de vivir allá por 40 años. También es posible que la guerra la hubiera dejado traumatizada, pero la verdad es que nunca se adaptó al ambiente”.
“Mi juventud fue maravillosa, porque no había ningún peligro. Sosúa era un pueblo aislado y nosotros, como niños, éramos totalmente libres. Íbamos a la escuela de 8 de la mañana hasta el mediodía y el resto del tiempo era de nosotros y nadie se preocupaba porque no había ningún riesgo”.
“En el asentamiento, prácticamente todo el mundo hablaba alemán, pero en la escuela Cristóbal Colón se impartía todo en español. Éramos 60 alumnos, la mayoría judíos. Y solo daban clases hasta el octavo grado, porque era una escuela primaria. En el pueblo había dos restaurantes, y la gente se reunía en la tarde a comer bizcocho o a jugar boliche. Y aunque no había conciertos en vivo, teníamos un tocadiscos y dos veces al mes nos juntábamos a escuchar ópera y un hombre nos explicaba de qué iba”.
Ya Sosúa no es una comunidad judía
Aunque Trujillo se comprometió a dar asilo a 100.000 judíos europeos, por problemas para su traslado, las tensiones políticas y cierta incertidumbre acerca de su ubicación terminaron asentándose 757. “Solo la desventurada circunstancia de que no existan medios de transporte no permitió cubrir esta cifra hasta ahora”, se justificó el mandatario militar en una carta en 1942.
Con el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945 muchos judíos buscaron oportunidades en Estados Unidos, también algunos de Sosúa, especialmente aquellos que querían estudiar. Fue el caso de Herta y, por un tiempo, el de Joachim. Para 1947 en Sosúa solo quedaban 386 refugiados. Y cuando murió Trujillo, en 1961, había 155. Más adelante, 38 años después de establecerse el asentamiento, había más enterrados en el cementerio judío que sobrevivientes. De acuerdo con los reportes de la época, eran en total 23 familias. Pero seguía siendo una comunidad muy unida y conformaron una cooperativa.
La comunidad judía en República Dominicana hoy
Sosúa, de 276 kilómetros cuadrados, es uno de los ocho municipios de la provincia Puerto Plata, en el norte de República Dominicana. Allí siguen de pie hoy, más de 80 años después de la llegada de los primeros refugiados, algunas de las empresas lácteas y cárnicas que éstos fundaron. El incremento del turismo en la zona y el mestizaje hicieron que, con los años, desaparecieran las costumbres judías que estuvieron en su día muy arraigadas.
Gracias a su abuela, Juli Wellisch aprendió alemán y sabe más del judaísmo que del catolicismo, religión mayoritaria en el país caribeño. “Aunque los ortodoxos no me consideran judía”, dice Juli, haciendo referencia al mestizaje de sus padres. La única sinagoga del pueblo no ofrece servicios regulares por la falta de un rabino. Sin embargo, todavía se celebran las principales festividades judías, como el Yom Kipur o el Día de la Expiación, el Janucá o la Fiesta de las Luces, y el Rosh Hashaná y el Año Nuevo judío.
La pequeña escuela donde estudiaron cientos de niños, incluida también Juli, funciona bajo el nombre de Luis Hess, en honor a un maestro que trabajó en ese centro durante 34 años. También existe un museo que alberga fotografías y artículos sobre la comunidad judía de Sosúa, pero está cerrado temporalmente. “En 75 años nunca experimenté antisemitismo. Los dominicanos no tienen prejuicios contra nosotros. Muy al contrario, siempre nos trataron bien”, comentó Joachim.