Isabel Vargas Lizano, más conocida como Chavela Vargas, nació en San Joaquín, Costa Rica, el 17 de abril de 1919, y murió en Cuernavaca, México, el 5 de agosto de 2012. Cantante y actriz.
El Diario El País de Madrid, en su edición digital, publicó este artículo firmado por Elías Chamhaji.
La leyenda de Chavela Vargas, la mujer que desafió al destino, cumple un
siglo
La cantante
deja un legado irrepetible a 100 años de su nacimiento. Fue mexicana porque así
lo quiso, artista contra todo pronóstico, de su época y adelantada a su tiempo
Chavela Vargas, en 1993. Foto: MARISA FLÓREZ |
México - 17 ABR 2019
- 15:46 ART
Chavela Vargas es un canto desgarrado por la libertad. Una voz que no necesita más acompañamiento que una guitarra para llevar a su público hasta las lágrimas. Una figura indómita y adelantada a su época que nació en Costa Rica —hace hoy un siglo— pero se hizo mexicana. Que nació mujer y se hizo la más macha. Que lo perdió todo en el alcohol y en el dolor, pero que resurgió infinidad de veces. Es La Chamana que conmovió a José Alfredo. “Chavela, así con v, por joder”. La que conoció a todos y pagó como pocas la factura de la soledad. La marimacha que silenció con sus gritos a una sociedad que la tundió con críticas y después se rindió ante su genio sin igual. En el centenario de su nacimiento y a siete años de su muerte, la leyenda de la cantante resurge con fuerza para reclamar su lugar entre las artistas más influyentes de las últimas décadas.
Pero la de Chavela es una historia llena de claroscuros, un mito que ella supo forjar desde la adversidad. “Su legado, lo que la hizo irrepetible, fue desafiar a un destino que era todo menos fácil, pero que no le impidó hacer lo que quiso”, afirma su biógrafa y una de las personas más cercanas hasta su muerte, María Cortina. Isabel Vargas Lisano nació el 17 de abril de 1919 en el recóndito pueblo de San Joaquín de las Flores, en la provincia de Heredia, en Costa Rica. Era una niña rara y rechazada, que había sido condenada a tener una vida insignificante en una finca en medio de la nada y que creció con la certeza de que nadie la quería. Cada vez que recordaba su infancia, cerraba los ojos, lloraba en silencio y sentía un vacío que la laceraba. La poliomielitis, el rechazo de sus padres y sus hermanos, el cura que le cerró las puertas de la iglesia del pueblo, la niña que hablaba con los animales porque no tenía amigos. Por eso, desde los 11 años supo que tendría que dejar su tierra para siempre. “Me tocó nacer en Costa Rica, pero la vida de verdad la encontraría en México”, escribió en Las verdades de Chavela, su biografía.
Chavela vendió unas gallinas, una
vaca y consiguió el dinero suficiente para subirse a un pequeño avión de
hélice. Siete horas más tarde, aterrizó en Ciudad de México con una mano
delante y otra detrás. Ella decía que había llegado a los 17 años, pero, como
pasa con muchos otros pasajes de su vida, no se sabe con exactitud cuándo lo
hizo. Cortina asegura que en realidad fue por primera vez al país a los 13
años, pero que no se estableció de forma definitiva hasta los 20.
Fue cocinera, camarera, vendió ropa
para niños y condujo los coches de familias de la alta sociedad
antes de que despegara su carrera artística. Vivir del canto le tomó 20 años.
Su primera oportunidad le llegó después de que su prima le presentó a la amante
de un temido coronel, quien la refirió a la oficina de la Lotería Nacional,
donde le dieron un programa de radio, el medio de comunicación con mayor
alcance en el México de los años cuarenta. La voz de Chavela se hizo conocida y
con el tiempo empezaron las primeras presentaciones en pequeños bares de la
bohemia mexicana.
Sus inicios fueron turbulentos. Le pusieron un vestido escotado y tacones, pero pasó desapercibida. Le dijeron que nunca viviría del canto, que se diera por vencida. “Me propuse cantar diferente, yo sola, con mi jorongo y mi guitarra”, recordaba. “Canta como te salga del alma”, se repetía, sin importar que la llamaran marimacha por ponerse pantalones en un mundo de machos y vestidos escotados. Y así nació un estilo inconfundible y desgarrador que la catapultó al éxito y a la fama en los dos lados del Atlántico. Nadie cantaba las rancheras como ella. “Fue una mujer que triunfa sobre los obstáculos de una sociedad machista, las habladurías, la mala leche, y, todavía mejor, triunfa sobre sus demonios y los convierte en canción”, dice la cantante mexicana Eugenia León, una de sus herederas.
“Chavela Vargas hizo del abandono y
la desolación una catedral en la que cabíamos todos”, escribió Pedro Almodóvar,
“su esposo” y entrañable amigo. El director es tan solo un eslabón de una larga
cadena de célebres amistades que contaban a la cantante como una de las
personas más influyentes y queridas de sus vidas: huésped frecuente de Frida
Kahlo y Diego Rivera, cómplice de parrandas y del alma de José Alfredo Jiménez,
compañera de cumpleaños de Gabriel García Márquez y musa de Joaquín Sabina,
entre muchísimos otros. La lista es interminable, a pesar de tener una personalidad difícil. De
España aprendió a amar, además de su calidez y su arte, su gastronomía. Cuentan
que no podía resistirse al vino y a un buen jabugo.
Dentro de su desparpajo, su
sexualidad fue siempre un tabú. Hasta que no superó la barrera de los 80 años
no reconoció abiertamente que era lesbiana. Hoy es reivindicada por la
diversidad sexual y por el movimiento feminista, aunque ella adoptó ese
discurso más por sus acciones y su intuición que por una intención expresa de
abanderarlo. Chavela no era religiosa ni de simpatías políticas. “Chavela creía
solo en la justicia y en su verdad”, afirma Cortina.
El alcohol, el catalizador que la
impulsó en los primeros años, la borró del mapa durante los
ochenta. “Lo perdió todo y muchos la daban por muerta”, cuenta su biógrafa.
Chavela aseguraba, desde la fantasía, haber tomado 43.000 litros de tequila
durante su existencia. Hizo del Tenampa, la meca del mariachi y la bebida, su
casa. “Quién supiera reír como llora Chavela Vargas”, reza su mural en la
mítica cantina de la capital mexicana. Hasta que no dejó de beber no pudo
recobrar su carrera y su vida. Su resurgimiento se apuntaló en los
noventa y se mantuvo con fuerza hasta los últimos días de su
vida, hasta que el tiempo la venció.
Chavela, como era Chavela, pidió
cuatro últimos deseos, relata Cortina. El primero fue escribir su propio libro
y contar su historia. Después, sacar Luna Grande, un homenaje a
Federico García Lorca: su poeta y eterno confesor. También quería ir por última
vez a España, incluso en el límite de su salud y teniendo que engañar a la
muerte. Que le permitieran subir al avión para volver a su casa en Tepoztlán
fue una odisea, aseguran sus cercanos.
El cuarto deseo, el único que no pudo
cumplir, fue sacar una versión personal de La Llorona, uno de los
temas que consiguió hacer más suyos. Cuando sus pulmones no dieron más,
convaleciente en la cama de un hospital en la soleada ciudad de Cuernavaca,
Chavela se quitó la máscara y recitó, según Cortina, sus últimas palabras: “Me
voy con México en el corazón”. Su vida se apagó el 5 de agosto de 2012. Pero el
mito seguirá.
SOBRE LA FIRMA
Es reportero en México de EL PAÍS. Se especializa en reportajes en
profundidad sobre temas sociales, política internacional y periodismo de
investigación. Es licenciado en Ciencia Política y Relaciones Internacionales
por el Instituto Tecnológico Autónomo de México y es máster por la Escuela de
Periodismo UAM-EL PAÍS.
A continuación, la recordamos en el día de su nacimiento, con Un mundo raro.