El Diario Infobae, en su edición digital, publicó este artículo firmado por Susana Ceballos.
El detrás de escena de La lista de Schindler: la convocatoria a Liam Neeson y por qué se rodó en blanco y negro
Estrenada
en 1993 y ganadora de siete Oscar, demandó una filmación compleja desde el
plano emocional para su director, Steven Spielberg
A los 46 años Steven Spielberg era una especie de rey Midas del planeta Hollywood. Sus películas batían récords de recaudación, enriquecían a los productores y lo convertían a él en el director que más dinero había ganado en la historia del cine. El creador de E.T. se podría haber quedado -como se dice ahora- en su zona de confort y seguir filmando historias entretenidas, espectaculares y taquilleras, pero decidió meterse con una de las mayores tragedias de la historia: el Holocausto. Ese momento de la humanidad donde, parafraseando a María Elena Walsh, el hombre más que avanzar retrocedió en cuatro patas.
Hollywood siempre había tratado el Holocausto de un modo lateral, pero para Spielberg era una historia que lo atravesaba. Como él mismo narró en The Fabelmans, su familia pertenece a la comunidad judía. Steve creció escuchando las historias de los 17 familiares asesinados por el nazismo. En su casa no se decía “Holocausto” sino “asesinatos”, además, desde chico, experimentó lo que significaba la muerte y la discriminación por sus orígenes. “En la escuela secundaria me pesaba el hecho se de ser el único judío en mi clase. Era como un ser de otro planeta, como un E.T.”, contaría el cineasta.
“Me sentía avergonzado, acomplejado, siempre era consciente de que destacaba por mi condición de judío. Estaba avergonzado por las prácticas judías de mis padres. Mi abuelo siempre llevaba un largo abrigo negro, sombrero negro y barba blanca. Me daba vergüenza invitar a mis amigos a casa, porque él podía estar en una esquina orando y yo no sabía cómo explicarlo”. Sus compañeros le gritaban como insulto “judío” y alguna vez hasta llegaron a golpearlo. Esa violencia incomprensible le provocaba temor pero lo ayudó a descubrir que sentirse un ser aparte podía ser muy valioso.
Con solo 26 años, Spielberg deslumbró al mundo con Tiburón y siguió deslumbrándolo y sobre todo entreteniéndola con títulos inolvidables como Indiana Jones. Durante los 80 y comienzos de los 90 llegó a estrenar dos películas por año. Parecía que lo suyo solo era entretener y deslumbrar con efectos especiales, entonces decidió abordar La lista de Schindler.
Cuando Spielberg leyó la novela de Thomas Kenneally, la historia real de Oskar Schindler lo emocionó. Sintió que había algo muy poderoso para contar y compró los derechos. Sin embargo no se sintió preparado para afrontar la tarea de filmarla. Pasarían diez años y un reencuentro con su pasado familiar para que el director la llevara a pantalla.
Además de filmar historias taquilleras, Spielberg protagonizó una mediática relación de pareja. Casado con la actriz Amy Irving mantuvo una relación paralela con Kate Capshaw, hasta que se separó de la primera y se casó con la segunda. Capshaw se convirtió al judaísmo e incentivó a su marido para educar a sus hijos según esa creencia. A los 40 años Spielberg sintió que volvía a sus orígenes pero no desde la discriminación sino reivindicado.
El reencuentro con su historia familiar lo llevó a desempolvar La lista de Schindler. Necesitaba hacerla no por él sino por sus hijos. “Tuve una explosión de conciencia con este tema, con el Holocausto, y eso se debe a que tengo cinco hijos. Me siento responsable de ellos. Si los padres supieran educar a sus hijos, no habría racismo. Por eso pensé que en vez de ponerme a rodar Indiana Jones debía hacer una película que fuera más un servicio público que un éxito comercial. Un filme que pueda pasarse en las escuelas”, explicaba.
Hasta ese momento, si bien el Holocausto no era un tema tabú nadie se había atrevido a filmarlo. Spielberg no solo se atrevió a hacerlo sino que además desoyó lo que decían los asesores de marketing. No recurrió a un actor taquillero porque pensaba que distraería lo que deseaba contar y convocó a Liam Neeson, un actor de reconocido prestigio pero hasta ese momento poco conocido para el gran público. Otra decisión muy osada fue filmar en blanco y negro, como el tono de los noticieros de la Segunda Guerra, pero también como oposición entre vida y muerte.
Uno de los lugares donde se rodó fue en la fábrica de Skarzysco, a dos horas de ruta desde Cracovia. Allí murieron 35 mil personas de la comunidad judía durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo no obtuvo permiso para rodar en Auschwitz porque el Consejo Judío consideró que no se necesitaba añadir sentimentalismo y que 30 mil extras arrasarían con el lugar.
Las cifras que se manejaron para la película todavía impactan. Fue filmada en 150 sets y 36 locaciones entre Polonia e Israel. El rodaje duró 75 días y trabajaron 30 mil extras, 127 actores y un equipo técnico integrado por 210 personas de 12 países distintos. El vestuario contó con 18 mil trajes originales de 1940. La infraestructura era tan gigantesca que se necesitaban 60 vehículos para movilizarse. El presupuesto fue de 25 millones de dólares: pese a que la cifra puede parecer alta, su director aseguraba que era “barata, para mí es poquísimo dinero”. Como los productores temían un fracaso comercial, Spielberg aceptó no cobrar su salario hasta que el estudio recuperara lo invertido.
Para un director asociado a un tipo de cine accesible a todo público y a todas las edades, rodar uno de los episodios más oscuros y tristes de la humanidad no fue sencillo. El dolor esperaba agazapado y cada vez que podía daba su zarpazo. Como esa vez que un extra, un hombre anciano, se le acercó y con los ojos empañados en lágrimas se señaló el corazón. Habló pero Spielberg no entendió qué decía. Fue entonces que según cuenta una crónica del diario El País de 1993, un traductor le explicó: “El hombre dice que la escena le resulta demasiado dolorosa, no quiere revivirla. Dice que lo siente mucho, no deja de disculparse pero pide que lo releven”.
La filmación de las 38 a 40 escenas diarias era tan emotiva y dura que actores y técnicos terminaban muchas escenas llorando. “Es lo único que rodé en mi vida en que un 60% del tiempo no se hacen bromas. Hay un ambiente tan triste… Mi mujer ni siquiera quiere ver lo que filmé durante el día. Se deprime”, reconocía el director. Para aliviar su tristeza, todas las noches solía ver episodios de Seinfield.
Pero además el director ya estaba metido en la producción de Jurassic Park, lo que sumaba problemas. Cada fin de semana debía volar a París para revisar la edición, el color, los efectos especiales y la banda sonora de la película de los dinosaurios. “Me generó una gran cantidad de resentimiento y enojo. Porque tenía que hacer el trabajo. Tenía que pasar literalmente del peso emocional de La lista de Schindler a planos de dinosaurios persiguiendo jeeps. Y todo lo que pude expresar en ese tiempo era enfado. Sin embargo, estuve muy agradecido cuando todo acabó en junio. Hasta entonces fue una gran carga”, revelaría muchos años después.
El agobio era tal que desde el otro lado del océano alguien se percató: Robin Williams. Luego de filmar Hook, actor y director se hicieron muy amigos. Intuyendo que Spielberg no podía desprenderse de la carga emotiva que le dejaba la historia, el ex Mork lo llamaba una vez por semana y realizaba un mini stand up telefónico que no terminaba hasta no lograr la risa del director. Era tan eficaz con su alivio que Spielberg le pedía que lo llamara en un horario donde estaban todos y ponía el teléfono en altavoz para que se rieran con sus bromas.
Así como la sensación general era de agobio, también se percibía la necesidad de contar una historia que ayudara a no repetir el horror. Lo comprobaron ese día que Ralph Finnes estaba vestido con su uniforme de comandante de las SS y una mujer se acercó para asegurarle que los nazis no eran tan malos y solo habían matado a gente que se lo merecía, o sea una versión europea del “algo habrán hecho” con el que décadas después se justificarían otros horrores de este lado del océano. Otro momento que reforzó la necesidad de contar para no olvidar ocurrió cuando en mitad del rodaje una vecina vio a un actor enfundado en su uniforme de las SS y gritó que ojalá los nazis volviesen para “protegerlos”.
Pese a lo verídico de lo narrado, el director temió que la gente no creyese que la historia había ocurrido con personas reales y víctimas reales. No solo por el horror casi inverosímil de la trama, también por el hecho de que la dirigiera un cineasta como él, que venía de rodar E.T. Por eso la escena final la grabó con los sobrevivientes reales a los que salvó Schindler. Además la mayoría de ellos participaron como asesores de la película.
La lista de Schindler fue un éxito de crítica y de público. Recaudó 96 millones de dólares en Estados Unidos y 225 en el resto del mundo, además obtuvo siete Oscar, entre ellos el de mejor director. Pero si a Spielberg le preguntan por esa jornada que para muchos fue gloriosa responde: “No recuerdo mucho de esa noche, solo que supliqué a la audiencia, a los maestros, que por favor enseñasen el Holocausto en el colegio. Necesitamos enseñar esta historia”. Y además de enseñarla necesitamos, sobre todo, que nunca más se repita.