Krzysztof Penderecki nació en Dębica, Polonia, el 23 de noviembre de 1933. Compositor y director de orquesta.
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Krzysztof Penderecki (Debica, 1933) Compositor polaco,
considerado uno de los más importantes de la música contemporánea.
Krzystof Penderecki nació en Debica, Polonia, el 23 de
noviembre de 1933, y perfeccionó sus aptitudes para la música en el
Conservatorio de Cracovia. Allí profundizó especialmente en los estudios de
composición, sin destacar específicamente como intérprete de ningún instrumento
en particular. Sin embargo, no tardó en demostrar una enorme intuición en la
concepción sonora de sus obras.
Con sólo veintiséis años, Penderecki ganó los tres primeros
premios en el Segundo Concurso de Jóvenes Compositores de Polonia, gracias a
las obras Estrofas, Emanaciones y Salmo de David. Una inaudita demostración de
eclecticismo y de dominio de los medios si se considera que la primera de ellas
había sido escrita para recitante y diez solistas, la segunda para dos
orquestas de cuerda y la tercera para coros y percusión.
Los efectos de este triple éxito nacional no tardaron en
adquirir relevancia internacional. El prestigioso Festival de Donau aclamó el
estreno mundial en 1960 de la partitura orquestal Ananklasis, convirtiendo a su
autor en una de las figuras más relevantes de una gran generación de músicos de
vanguardia.
En una época en la que la ruptura con la «tonalidad» había
dado como consecuencia una fidelidad casi militar hacia las teorías
«serialistas» de Anton Webern y sus derivaciones, Penderecki aportaba a la
vanguardia la sensibilidad de un sonido metafórico y descriptivo. Buena prueba
de ello la constituye Trenodia por las víctimas de Hiroshima (1960), una de las
partituras más sobrecogedoras jamás escritas.
En ella se describe, mediante
efectos sonoros de una inusual ferocidad, el primer ataque nuclear del ejército
estadounidense sobre la tristemente famosa ciudad japonesa. El impacto de esta
obra fue también enorme, y no extrañó a nadie que una organización de las
características de la Unesco le concediera el Premio de la Música en 1961.
A medida que el prestigio internacional de Penderecki fue
creciendo, también lo hizo su influencia en los medios intelectuales polacos.
Denunció la situación de opresión sufrida por sus compañeros de generación
mediante un acto simbólico, al abandonar la Asociación de Autores.
Esta ruptura con un organismo oficial marcó un antes y un
después en las relaciones entre Penderecki y las autoridades de su país, que no
obstante nunca se atrevieron a romper definitivamente con él. El músico, que
había dado muestras de una inquietud religiosa muy poco frecuente entre los
intelectuales del este de Europa, cosechó tal éxito con su Pasión de Lucas
(1965) que pronto recibió invitaciones para estrenar y dirigir su propia música
en el resto del mundo, y cualquier represalia directa hubiera perjudicado
enormemente la imagen del régimen polaco en el extranjero.
A mediados de los años sesenta, Penderecki compuso varias
obras de carácter coral o polifónico inspiradas en temas bíblicos. Es el caso
de Dies Irae (1967), dedicado a las víctimas de los campos de concentración de
Auschwitz; La resurrección de Cristo (1970), o Utrenia (1971). La complejidad
de estas partituras hace muy difícil su dirección, motivo por el cual cada vez
son más las instituciones públicas y privadas que invitan al propio Penderecki
a dirigir los estrenos internacionales de sus propias obras.
Comenzó entonces Penderecki lo que se podría llamar una
«carrera secundaria»: la de embajador mundial de la intelectualidad polaca
sumida bajo el control del régimen comunista del país. Su contribución a la
difusión internacional del sindicato Solidaridad fue decisiva. Al líder de esta
formación, Lech Walesa, dedicó varias de sus obras. Es el caso del Lacrymosa,
un fragmento del Réquiem polaco que se estrenó en Stuttgart en septiembre de
1974 bajo la dirección de Mstislav Rostropovich.
Muchos se preguntan cómo pudo Penderecki obtener un
reconocimiento musical tan amplio en un medio cultural dominado durante casi
veinticinco años por los intelectuales marxistas. Su música abundaba en
referencias del romanticismo tradicional, su mensaje (de marcado carácter
humanista) no ocultaba una profunda religiosidad, y su lenguaje en general no
desafiaba abiertamente las leyes de la tonalidad. Sin duda fue la audacia
sonora de sus partituras la que le hizo ganar el respeto de muchos colegas de
profesión (Boulez o Stockhausen) que probablemente hubiesen sido mucho más
duros con él de no proceder de un país comunista.
De otra parte, la trascendencia internacional de Penderecki
también permitió que la crítica occidental reparara en la existencia de una importante
generación de compositores polacos. Además de Penderecki, hay que destacar a
otros autores que, como Lutoslawski o Bacewicz, escribieron música de un
extraordinario valor artístico.
En los años ochenta la producción de Penderecki experimentó
un sutil cambio hacia un nuevo estilo. Si bien el lenguaje de su obra no sufrió
una evolución apreciable, se observaba una progresiva adaptación de los
recursos habituales en la producción vocal al terreno de la música
instrumental. La crítica, confundida por la progresiva pérdida de los
referentes culturales que habían servido para juzgar el arte durante los
últimos veinte años, adoptó ante este cambio un cierto escepticismo.
Aquellos
que habían defendido tanto a Penderecki como al resto de compositores que
durante dos décadas habían liderado los movimientos de vanguardia, sentían
ahora que el sistema les «robaba» a uno de sus epígonos. Con más razón cuando
el monumental Te Deum fue dedicado en 1980 a su compatriota el papa Juan Pablo
II.
Penderecki, indiferente a este absurdo distanciamiento,
continuó produciendo obras admirables. Que sus óperas triunfaran en el
mismísimo Festival de Salzburgo (La máscara negra, 1986) o se inspirasen en la
temática buffa de Rossini (Ubú rey, 1991, sobre el texto de Alfred Jarry) no
restó un ápice de valor a un músico que en los últimos años de su carrera ha
ido derivando hacia géneros en los que nunca antes había profundizado. Es el
caso de la sinfonía (ha escrito tres desde 1988) o el concierto (ha escrito
varios, para los instrumentos solistas más dispares).
Entre los cargos que Penderecki ha desempeñado desde los
años setenta cabe destacar el de director de la Escuela de Música de Cracovia,
el de catedrático de composición en la Universidad de Yale (Estados Unidos) y
el de alcalde honorario de la Villa de Estrasburgo.
La fonografía ha sido generosa con este compositor de
producción no excesivamente abundante. Sin duda los discos que permiten al
oyente hacerse una idea más aproximada de su estética son aquellos en los que
él mismo dirige su propia música. Merecen destacarse, de entre ellos, la Pasión
de Lucas, los diversos monográficos con obras de los años sesenta interpretados
por la Filarmónica Nacional de Polonia, el Réquiem polaco o la ópera Los demonios
de Loudun.
A continuación, de Krzysztof Penderecki, la Sinfonía Nº 7, Las 7 puertas de Jerusalém, en la interpretación del Coro y la Orquesta Filarmónica de Varsovia, dirigida por Antoni Wit.