Luis de Góngora y Argote nació en Córdoba, España, el 11 de julio de 1561 y murió en su ciudad, el 23 de mayo de 1627. Poeta y dramaturgo.
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Luis de Góngora y Argote (Córdoba, España, 1561-id., 1627)
Poeta español.
Nacido en el seno de una familia acomodada, estudió en la
Universidad de Salamanca. Nombrado racionero en la catedral de Córdoba,
desempeñó varias funciones que le brindaron la posibilidad de viajar por
España. Su vida disipada y sus composiciones profanas le valieron pronto una
amonestación del obispo (1588).
En 1603 se hallaba en la corte, que había sido trasladada a
Valladolid, buscando con afán alguna mejora de su situación económica. En esa
época escribió algunas de sus más ingeniosas letrillas, trabó una fecunda
amistad con Pedro Espinosa y se enfrentó en terrible y célebre enemistad con su
gran rival, Francisco de Quevedo.
Instalado definitivamente en la corte a
partir de 1617, fue nombrado capellán de Felipe III, lo cual, como revela su
correspondencia, no alivió sus dificultades económicas, que lo acosarían hasta
la muerte.
Aunque en su testamento hace referencia a su «obra en prosa
y en verso», no se ha hallado ningún escrito en prosa, salvo las 124 cartas que
conforman su epistolario, testimonio valiosísimo de su tiempo. A pesar de que
no publicó en vida casi ninguna de sus obras poéticas, éstas corrieron de mano
en mano y fueron muy leídas y comentadas.
En sus primeras composiciones (hacia 1580) se adivina ya la
implacable vena satírica que caracterizará buena parte de su obra posterior.
Pero al estilo ligero y humorístico de esta época se le unirá otro, elegante y
culto, que aparece en los poemas dedicados al sepulcro del Greco o a la muerte
de Rodrigo Calderón. En la Fábula de Píramo y Tisbe (1617) se producirá la
unión perfecta de ambos registros, que hasta entonces se habían mantenido
separados.
Entre 1612 y 1613 compuso los poemas extensos Soledades y la
Fábula de Polifemo y Galatea, ambos de extraordinaria originalidad, tanto
temática como formal. Las críticas llovieron sobre estas dos obras, en parte
dirigidas contra las metáforas extremadamente recargadas, y a veces incluso
«indecorosas» para el gusto de la época. En un rasgo típico del Barroco, pero
que también suscitó polémica, Góngora rompió con todas las distinciones
clásicas entre géneros lírico, épico e incluso satírico.
Juan de Jáuregui
compuso su Antídoto contra las Soledades y Quevedo lo atacó con su malicioso
poema Quien quisiere ser culto en sólo un día... Sin embargo, Góngora se
felicitaba de la incomprensión con que eran recibidos sus intrincados poemas
extensos: «Honra me ha causado hacerme oscuro a los ignorantes, que ésa es la
distinción de los hombres cultos».
El estilo gongorino es sin duda muy personal, lo cual no es
óbice para que sea considerado como una magnífica muestra del culteranismo
barroco. Su lenguaje destaca por el uso reiterado del cultismo, sea del tipo
léxico, sea sintáctico (acusativo griego o imitación del ablativo absoluto
latino).
La dificultad que entraña su lectura se ve acentuada por la profusión
de inusitadas hipérboles barrocas, hiperbatones y desarrollos paralelos, así
como por la extraordinaria musicalidad de las aliteraciones y el léxico
colorista y rebuscado.
Su peculiar uso de recursos estilísticos, que tanto se le
criticó, ahonda de hecho en una vasta tradición lírica que se remonta a
Petrarca, Mena o Herrera. A la manera del primero, gusta Góngora de las
correlaciones y plurimembraciones, no ya en la línea del equilibrio
renacentista sino en la del retorcimiento barroco. Sus perífrasis y la vocación
arquitectónica de toda su poesía le dan un aspecto oscuro y original, extremado
si cabe por todas las aportaciones simbólicas y mitológicas de procedencia
grecolatina.
Su fama fue enorme durante el Barroco, aunque su prestigio y
el conocimiento de su obra decayeron luego hasta bien entrado el siglo XX,
cuando la celebración del tercer centenario de su muerte (en 1927) congregó a
los mejores poetas y literatos españoles de la época (conocidos desde entonces
como la Generación del 27) y supuso su definitiva revalorización crítica.
A continuación, recordamos a Luis de Góngora, con los poemas Que se nos va la pascua mozas, La más bella niña, Y ríase
la gente, y Hermana Marica, en la interpretación de Paco Ibáñez.