Jean-Georges Noverre nació en París, Francia, el 29 de abril
de 1727, y murió en Saint-Germain-en-Laye, Francia, el 19 de octubre de 1810. Bailarín, coreógrafo, y profesor de
ballet.
El sitio www.danzahoy.com
publicó este recordatorio firmado por Tito Barbón, Uruguay, 28/04/2011
DÍA INTERNACIONAL DE LA DANZA
Para recordar a Jean Georges Noverre
Instituido desde 1982 por el Consejo Internacional de la
Danza, de UNESCO, el 29 de abril, bailarines, coreógrafos, críticos,
investigadores, compañías y organizaciones relacionados con la danza, celebran
este arte.
No es casual que ese mismo día, pero del año 1727, naciera
en París Jean Georges Noverre: bailarín, coreógrafo, maestro de ballet y
teorizador de la danza. Compuso más de 150 coreografías, que no se representan
desde hace 200 años; no obstante, su nombre sigue siendo uno de los más
significativos en la historia del ballet.
Noverre, fue un reformador radical, que rechazó el rol
tradicional del ballet como diversión decorativa en las óperas; en cambio,
percibió la posibilidad de representar en él acciones dramáticas, describir
pasiones, narraciones lógicas como en las obras de teatro. La danza debería ser
expresiva: danza de acción; más que técnica y virtuosa: danza de ejecución.
Proclamó que Los coreógrafos deben revelar la naturalidad y conmover al
espectador por medio de la pantomima, respaldada por el juego teatral.
Los estudios de danza de Noverre comenzaron con Marcel y
Louis Dupré. Debutó en el Teatro de l‘Opera Comique de Paris en 1743. Allí
estrenó en 1754 sus ballets: “Las Fiestas Chinas” y “La Fuente de Juvencia”. Al
año siguiente viajó a Londres, por invitación del célebre actor David Garrick,
maestro en el arte de la pantomima, para reponer Las “Fiestas Chinas” en el
Teatro Drury Laine. Noverre regresó a Francia y por ese tiempo redactó en Lyon
su famoso tratado “Cartas sobre la danza y sobre los ballets”, publicado en
Stuttgart en 1760 que dedicó al duque Charles Eugène de Wurtemberg. Esa tesis
acerca de la danza es, sin duda, una de las más influyentes jamás escritas.
En esa ciudad, con la protección de su mecenas el Sr. Duque,
Noverre puso en práctica sus propias teorías sobre el ballet de acción. Allí
creó algunas de sus más importantes obras, ocho en total. El “dios de la
danza”, Gaetan Vestris, después de asistir a las representaciones, regresó a
París proclamando el genio de Noverre. Dos poetas italianos, con los ojos
bañados en lágrimas, dijeron de él: “actualmente, es usted el Shakespeare del
arte del Ballet”.
De Stuttgart, Noverre se trasladó a Viena donde estrenó
otros cincuenta ballets, en los teatros Burg y Karntntor. Milán sería el
próximo destino; allí le esperaban feroces ataques del maestro de ballet y
compositor italiano Gaspero Angiolini, que le acusó, en debate público, de
plagiar sus ideas sobre el ballet de acción. En 1776, es llamado por su ex
discípula y vieja amiga María Antonieta, reina de Francia, para asumir como
Maestro de Ballet del Teatro de la Opera de París. Lo aguardaba un teatro
convulsionado por intrigas, renuncias, huelgas y escándalos que se sucedían día
a día. A pesar de todo, Noverre continuó trabajando. Creó “Las Naderías”, con
música de Mozart, aunque sin el suceso que su nombramiento había suscitado. En
realidad, el innovador llegaba demasiado tarde a un mundo donde su propia influencia
lo había precedido. Finalmente, venganzas personales cayeron sobre él y fue
destituido.
Poco tiempo después, se instaló en Londres rodeado por la
admiración que su genio merecía. El príncipe de Gales asistió al estreno de
“Renaud y Armide”; el éxito fue tal que, contrariando la costumbre inglesa,
Noverre debió aparecer en escena para recibir las aclamaciones del público.
En términos generales, el tema no es demasiado complejo,
pero tampoco simple. La danza es un arte de expresión, con la misión esencial
de traducir por si misma ideas y emociones humanas; o por el contrario, un arte
geométrico, un juego de formas libres, que no busca contar una acción, ni
experimentar sentimientos, sino: llegar a la belleza de gestos y actitudes, por
el virtuosismo de los pasos, el encadenamiento de figuras, el eterno y pesado
desafío del vuelo del cuerpo en el espacio, o el movimiento musical sosteniendo
y exaltando figuras construidas por volúmenes y curvas: sin necesidad de crear
en el espectador sentimientos de alegría o tristeza. Fue necesario anexar la
danza a la pantomima; o, tal vez, dejarla librada al placer de la vista,
haciendo de ella un arte del movimiento, un lenguaje de formas y símbolos.
El espectáculo danzado oscilará eternamente entre esas dos
concepciones, tironeando hacia un lado u otro según las tendencias o las modas
del momento. En la historia del ballet, Noverre representa la invasión de la
sensibilidad dependiendo de los elementos racionales de la danza pura. Las
expresiones de su pluma abundan en la definición del ballet de acción, tal cual
él pretendió realizarlo.
Son significativas sus opiniones en cuanto a los
convencionalismos de la época. Con respecto al vestuario opinaba: “el oropel
brilla por doquier, ya se trate de mendigos o de reyes, se visten de plata y
oro, y el público aplaude satisfecho… ya me tienen harto esos toneles
rígidos… si de mí dependiera suprimiría
las tres cuartas partes de esos miriñaques ridículos que llevan nuestras
bailarinas. La música sigue siendo la del siglo de Luis XIV, ceremoniosa y
lenta… apenas se le permite a un maestro de baile cambiar el movimiento de un
aire antiguo”. Como se ve, la integración no reinaba en absoluto entre los
elementos del ballet. “El poeta está convencido de que su arte le pone por encima
del músico; éste se diría que teme perder prerrogativas si consulta al maestro
de ballet. El coreógrafo no pide opinión al dibujante. El pintor decorador no
habla más que a los pintores subalternos y el maquinista a menudo menospreciado
por el pintor manda soberanamente a los tramoyistas del teatro. Dibujantes,
compositores y coreógrafos, todos ellos se someten a las órdenes de las divas.
El dibujante suele sacrificar los trajes de un pueblo antiguo, al capricho de
una bailarina. Buena parte de los compositores siguen las viejas formas de la
ópera; componen pasacalles, porque tal bailarina los corretea con elegancia, o
porque se los bailan con gracia y voluptuosidad. Los pasacalles y los minués me
aburren a morir”. Noverre rechaza las máscaras: ”disimulan los estados del
alma”. En cuanto al bailarín, declaraba: “debe poseer cultura general amplia,
incluyendo el estudio de la poesía, la historia, la pintura, la música y la
anatomía”.
Con esas teorías, Noverre anunciaba “La Sylphide” o
“Giselle”, obras maestras del ballet romántico que nunca llegó a apreciar y,
porque no decirlo, también el clasicismo de Marius Petipa. Por otra parte, esas
propuestas aventuradas del ballet de acción fueron aceptadas de manera loable
por los coreógrafos Mikhail Fokine, pionero del ballet moderno en el Siglo XX,
y Kurt Jooss, uno de los paladines de la actual danza contemporánea.
El último ballet que compuso fue “El matrimonio de Pelas y
Tetis”, creado especialmente para las bodas de los príncipes de Gales en 1895.
Después, Jean Georges Noverre pasó a un honroso retiro en Saint Germain en
Laye, donde falleció el 19 de octubre de 1810.