James Francis Cagney, Jr. nació en Nueva York, Estados Unidos, el 17 de julio de 1899, y murió en Stanfordville, Nueva York, Estados Unidos, el 30 de marzo de 1986. Actor, cantante y bailarín.
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publicó este recordatorio.
James Cagney
(Nueva York, 1904-1986) Actor estadounidense. Creció en el
seno de una humilde familia de origen irlandés, en uno de los barrios más
peligrosos de Nueva York, Yorkville. Desempeñó toda clase de oficios para
conseguir pagarse los estudios, que tuvo que abandonar a la muerte de su padre.
Contratado como decorador de teatro, tuvo la oportunidad de debutar en el Music
Hall, en 1919.
Durante los años veinte intervino en comedias musicales,
muchas veces formando dueto con Frances Vernon, su mujer, y, durante cinco
años, en obras dramáticas en Broadway. Como muchos otros actores de su
generación, llegó a Hollywood al mismo tiempo que las películas habladas. El
cine mudo había pasado a la historia y había llegado el tiempo de actores con
fuerza en la voz y dinamismo físico.
Firmó, al mismo tiempo que Bette Davis y Edward G. Robinson,
un largo contrato con la Warner Bros, estudio en el que, después de una serie
de papeles insignificantes, pronto le llegó la fama incorporando al gángster
Tom Powers en la inolvidable película de William A. Wellman El enemigo público
(1931). Cruenta, dura y violenta, la interpretación de Cagney fue memorable.
A pesar de la desmesurada crueldad del personaje, el público
se sintió rápidamente identificado con el actor y pedía su participación en
otros films. Entre 1930 y 1941, James Cagney interpretó 38 películas para la
compañía de los hermanos Warner. Aunque la mayoría se pueden considerar dramas
de acción y crimen o comedias, de escaso presupuesto y rápida producción,
muchas de ellas son consideradas hoy día auténticos clásicos del género negro,
de gangsters o de acción.
Dio un vuelco a su carrera poniéndose del lado de la ley en
Contra el imperio del crimen (1935), de William Keighley. Cagney, criado por un
estafador, se convierte en agente del F.B.I., cuando un amigo es asesinado por
una banda de gangsters. Tres años más tarde volvió a su lado natural, es decir,
lejos de la ley, como deseaban sus admiradores, en la magistral Ángeles con
caras sucias, de Michael Curtiz. Ruin y abyecto, Cagney es en esta película el
tipo de gángster que se estilaba en la época, pero conseguirá la redención a
través de un final mítico: condenado a la silla eléctrica, acepta el ruego de
su antiguo amigo el sacerdote y pasa por un cobarde a los ojos de esos jóvenes
para los que no debe ser un ejemplo. Cagney, implorando piedad a los pies de un
policía, consiguió una de las más grandiosas interpretaciones de la historia
del cine.
Volvió a estar espléndido en Each dawn I die (1939), de W.
Keighley, en el papel de un periodista que, tras denunciar los tejemanejes del
fiscal del distrito, se ve víctima de un montaje que le lleva a la cárcel. No
menos espléndido estuvo en Los violentos años veinte (1939), de Raoul Walsh,
donde interpreta a un veterano de guerra que, al volver del frente, orgulloso
de haber servido a su patria, se encuentra en la calle, sin trabajo y, casi,
sin lugar donde dormir. No tendrá más remedio que, junto a un Humphrey Bogart
cruel y de poca templanza, crear, durante los años de la seca prohibición, una
red de distribución de Whisky. Se enamora pero es rechazado; intenta redimirse,
conduciendo un taxi, pero no le dejan. Otro actor no hubiera conseguido dar
tales dosis de dramatismo, tal cantidad de desencanto, como Cagney fue capaz de
ofrecer a su personaje.
Fue nominado en tres ocasiones al Oscar al mejor actor: en
1938 por Ángeles con caras sucias, en 1955 por Ámame o déjame, edición en la
que lo consiguió, y en 1942, por Yanky Dandy, donde daba vida al compositor
George M. Cohan. El filme le ofrecía a Cagney la oportunidad de desplegar sus
enormes dotes como cantante y bailarín de talento, algo que la Warner no supo
explotar en su tiempo.
Una serie de disputas, siempre en torno al salario, con la
Warner Bros, llevaron a Cagney a formar, junto con su hermano William, antaño
también actor, una pequeña e independiente productora, la Cagney Productions.
Desgraciadamente, la firma no produjo filmes demasiado exitosos, consiguiendo
que la United Artist (la compañía de Chaplin y Mary Pickford) distribuyera tan
sólo las tres primeras (El vagabundo, Sangre sobre el sol y The Time of Your
Life), pero abrieron un camino en la industria que otros muchos no tardarían en
seguir.
En 1949, Cagney volvió a la Warner Bros, y lo hizo con una
obra maestra de Raoul Walsh, Al rojo vivo, donde interpretó a un gángster
tremendamente violento con una clara fijación en torno a su madre. En esta
ocasión, Cagney, bajo la magistral dirección de Walsh, llevó la imagen de
gángster, de psicópata, hasta extremos de complejidad freudiana. Nunca el
actor, en el papel de Arthur Cody Jarrett, estuvo tan intenso, eléctrico o
peligroso. En la increíble escena final, Cagney, antes de ser acribillado por
la policía, grita desde lo alto de una torre en llamas: "Mira, madre, estoy
en la cima del mundo".
Durante los años cincuenta, Cagney interpretó filmes donde
incorporaba muy a menudo personajes de villanos para diferentes estudios
cinematográficos y, ocasionalmente, para su propia productora. Dirigió también,
en esta década, su único filme, Short Cut to Hell (1957), basándose en una
novela del escritor británico Graham Greene. Desafortunado, no volvió a ponerse
detrás de la cámara. Con anterioridad volvió a ser dirigido, magistralmente,
por Raoul Walsh, en Un león en las calles (1953), en la cual encarnó a un
inestable trotamundos que recala en una población de un estado del Sur, donde
conoce a una maestra que da equilibrio a su vida, utiliza su don de gentes para
erigirse en popular político local y acaba rindiéndose, cómo no, a las tentaciones
corruptas que brinda el poder.
John Ford le dirigió en dos ocasiones y no precisamente en
dos buenas películas. Una de ellas ni siquiera consiguió acabarla: Escala en
Hawai (1955). Con Ford enfermo, tuvo que ser finalizada por Mervyn LeRoy. La
otra fue El precio de la gloria (1952). Cagney estuvo magnífico incluso en
westerns, algo que parecía no ir demasiado a sus características físicas; un
ejemplo fue La Ley de la horca (1956), de Robert Wise, una extraña película en
la que Cagney, que contaba con Irene Papas como compañera de reparto, encarnaba
a un poderoso terrateniente dispuesto a todo para conservar sus tierras.
Su adiós temporal de las pantallas vino tras una
interpretación asombrosa en una obra maestra de Billy Wilder, Uno, dos, tres (1961),
donde da vida a MacNamara, un alto ejecutivo de la Coca-cola en la Alemania del
Este que debe encarar la inesperada boda de la hija de su jefe (Pamela Tiffin)
con un comunista obstinado (Horst Buchholz). Todo ello en la más absoluta
locura, con un ritmo endiablado, soportado prácticamente en su totalidad por la
impresionante capacidad de James Cagney, en uno de los mejores papeles de su
vida.
Sólo la amistad de su vecino, el director Milos Forman,
consiguió sacarle de su retiro, 20 años después, para intervenir en Ragtime
(1981), según la novela de E.L. Doctorow, una bonita comedia, rica en
situaciones y personajes, que evoca la sociedad norteamericana a principio de
siglo. Cagney estaba ya enfermo y sólo la televisión le arrancó una nueva
interpretación (Terrible Joe Morgan, 1984).
Sería imposible imaginar las películas de gangsters de los
años treinta y la productividad de la Warner Bros, en esa misma y esplendorosa
década, sin la inestimable labor de James Cagney. Él y sus personajes, todos
distintos pero todos con algo de su propia personalidad, convirtieron las
películas de la Warner en clásicos del cine. El ritmo, la agilidad y vitalidad
que imprimía a cada una de sus interpretaciones le destacaron siempre como
genial actor.
A continuación, lo recordamos en el día de su
nacimiento, con Give my Regards to Broadway y Yankee Doodle Dandy, fragmentos
de la película Yankee Doodle Dandy, de
1942.