Dejó una larga lista de amantes por Europa que enloquecieron
hasta el punto de suicidarse por ella, se inventó un exótico pasado y acabó sus
días sola y arruinada en Montecarlo
Por Ada Nuño
19/09/2021 - 05:00
Es un caluroso día de julio de 1879, una niña pasea por
Valga, en Pontevedra, a la orilla del río Ulla. Se llama Agustina (de segundo
nombre Carolina del Carmen) Otero y todavía no lo sabe, pero un día se
convertirá en uno de los personajes más destacados de la Belle Époque, aunque
para eso tendrá que esperar un poco. Por ahora, mientras pasea, tampoco sabe
que la desgracia se cierne sobre ella: tiene solo diez años y dentro de unas
horas será violada por un zapatero llamado Venancio Romero, al que todo el mundo
conoce como 'Conainas'. El tipo en concreto se dará a la fuga, dejando a la
niña desangrándose y con la pelvis rota: estéril y despreciada (por lo menos en
su pueblo) para siempre. Es difícil asegurar tajantemente si ese espantoso
recuerdo de infancia, y las secuelas que desgraciadamente tuvo que portar
consigo el resto de su vida, marcarían el carácter y la personalidad de la
Bella Otero, pero todo apunta a que sí. Por lo menos fueron el empujón para que
con 12 años, cansada del rechazo de sus vecinos, huyera (acompañada de un novio
llamado Paco, quizá) para siempre de su hogar. En 1879 una niña pasea por
Pontevedra sin saber que se convertirá en uno de los personajes más destacados
de la Belle Époque El hecho de que Carolina inventara toda su vida desde cero,
como después harían otras grandes estrellas de la pantalla (desde Theda Bara a
Yul Brynner), hace más difícil saber si todo lo que se cuenta sobre sus inicios
es cierto, pero parece que se habría unido a una compañía portuguesa de cómicos
ambulante, o quizá a un convento de monjas Oblatas, antes de que sus pasos la
dirigieran a Barcelona donde pasó por distintos oficios: desde criada a
prostituta.
En la ciudad condal cambió su suerte. Por aquel entonces, en
nuestro país el cuplé era el estilo musical vigente, esas canciones ligeras que
también podían resultar groseras y picantes, provenientes del francés
'couplet'. Aunque a nuestros días ha llegado el nombre de algunas cupletistas
famosas como Raquel Meller, lo cierto es que hubo muchas más que jamás llegaron
a nada, tuvieron que soportar la humillación o el desprecio de la crítica y el
público, y en muchos casos volver de nuevo a la casa de la que habían huido
creyendo que podrían convertirse en alguien. El empresario estadounidense Ernest
Jurgens fue su Pigmalión, inventando un pasado exótico para ella y
convirtiéndola en la Bella Otero Quizá por ello Carolina decidió decantarse por
el cabaret y dejar a un lado lo efímero del cuplé, aunque no habría llegado a
nada sin la inestimable ayuda de su Pigmalión particular: el empresario
estadounidense Ernest Jurgens. En 1889, no se sabe muy bien si en Marsella o en
Barcelona, el empresario la vio por primera vez y se enamoró perdidamente de
ella: decidió ayudarla, creando un personaje desde cero. Aprovecharon el
'exótico' aspecto español de Carolina para borrar sus recuerdos más tristes y
dotarlos de glamour. Nacía así la Bella Otero, que mantendría la invención de
su propia vida hasta el final de la misma: una biografía con mucha imaginación
publicada en 1926 aseguraba que provenía de las relaciones entre una gitana
sevillana y un aristócrata griego. La combinación entre misterio, seducción y
exotismo salió bien: tras unos meses de ensayos en París debutó en Nueva York
en 1890.
Principal atractivo del Folies Bergère
Las crónicas del momento hablaban de que era condesa, que se
había casado con un aristócrata italiano... con todas esas historias a cuestas,
y desprendiéndose de su triste niñez, la Bella Otero recorrió las capitales de
Europa y Sudamérica con sus bailes sensuales. Aunque Jurgens había invertido
todas sus emociones y esfuerzo en ella, enseñándola canto, danza e idiomas y
había sacrificado su relación familiar por ella, Otero no tuvo piedad con él.
Cuando alcanzó la fama (es, indiscutiblemente, la primera española en triunfar
internacionalmente) lo abandonó, provocando que se suicidara en una pensión de
mala muerte. Fue amante de hombres como Guillermo II, pero debido al trauma
sufrido en su infancia aseguró que no sentía placer en sus relaciones La Bella
Otero no solo se convirtió en bailarina y principal atractivo del Folies
Bergère, embrujando a la sociedad parisina, sino también en cortesana de
grandes hombres. Según ella misma llegó a asegurar, en sus redes cayeron el
príncipe Alberto I de Mónaco, el príncipe Nicolás de Montenegro, Leopoldo II de
Bélgica o el káiser Guillermo II, entre otros, también la apodaron 'la sirena
de los suicidios' por la cantidad de muertes que sus malas artes habían
provocado, llevando a pobres desgraciados a la locura. Lo cierto es que ella
misma confesaría que sus relaciones sexuales, aunque variadas, nunca llegaron a
producirle placer, y su frigidez probablemente provendría del traumático
episodio sufrido en la infancia.
Pasó por el estudio de pintores como Julio Romero de Torres,
retratista como nadie de la mujer morena de ojos oscuros, fue amiga íntima de
la gran novelista Colette y, según se dice, dos de las cúpulas del Intercontinental
Carlton en Cannes se inspiran en sus pechos. Su estrella parecía destinada a no
apagarse jamás, hasta que llegó la Primera Guerra Mundial y decidió retirarse
(concretamente lo hizo en 1910). Se instaló en Niza y si antes había tratado de
luchar contra el trauma y el vacío por medio de la seducción, entonces lo hizo
a través del juego: despilfarró toda su fortuna en el casino de Montecarlo.
Tras la guerra, pasó el resto de su vida en Niza, despilfarrando su fortuna en
Montecarlo En Niza vivió hasta su muerte, arruinada y sola, pues nunca se casó.
En sus últimos tiempos vivía de una pensión que le pasaba el propio casino en
agradecimiento por los millones de francos que despilfarró en la ruleta tras
sus puertas. De hecho, por ironías del destino, su verdadera historia salió a
la luz cuando tuvo que solicitar una pensión al gobierno francés con 86 años,
la cual exigían un acta de nacimiento. Un 12 de abril de 1965, con 96 años y
mucha vida a su espalda, falleció en su humilde piso de un infarto fulminante.
Al entierro de la bella mujer que había enamorado al mundo con sus bailes y su
exótico pasado solo acudieron unos cuantos crupieres del casino, para
despedirla. Con ella se acababa definitivamente esa onírica y utópica Europa de
la Belle Époque, representada por los exóticos movimientos de una misteriosa
mujer que embrujó a la sociedad parisina con un pasado inventado. Quizá para
olvidar y huir de lo que, en el fondo, fue siempre: nada más que una pobre niña
abandonada tras una violación, un caluroso día de julio en 1879.