domingo, 17 de septiembre de 2023

Francisco Correa de Arauxo


Francisco Correa de Arauxo fue bautizado en Sevilla, España, el 17 de septiembre de 1584, y murió en Segovia, España, entre el 6 de octubre y el 18 de noviembre de 1654. Compositor ​ y organista.

El sitio www.dbe.rah.es publicó este recordatorio firmado por Miguel Bernal Ripoll,

Francisco Correa de Arauxo

Biografía

Correa de Arauxo, Francisco. Sevilla, 17.IX.1584 ant. – Segovia, 6.X.1654-18.XI.1654. Compositor y organista.

A pesar de que la abundancia del apellido Correa dificulta la tarea de esclarecer su origen, las investigaciones apuntan a identificarlo con Francisco Correa de San Juan, bautizado en Sevilla el 17 de septiembre de 1584 en la parroquia de San Vicente Mártir. Desde luego, el maestro contaba con varios familiares sevillanos, y su edad coincidiría con la declarada en algunos documentos. El organista sería hijo de Simón y de Isabel, que se habían casado el año antes en la misma parroquia, y que residían en la calle del Bajoncillo (actualmente calle de Juan Rabadán). En ocasiones firmará como Francisco Correa de Acevedo, y sólo en la portada de su obra Facultad orgánica aparece como Francisco Correa de Arauxo, nombre por el que se le conoce en la actualidad.

Su primera aparición es en 1599, como organista de la Colegial de San Salvador de Sevilla, como suplente del recién fallecido organista Miguel de Coria. No hay ningún dato objetivo sobre su formación musical, excepto lo que él mismo declara en su Facultad orgánica: “Cuando comencé a abrir los ojos en la música no había en esta Ciudad [Sevilla] rastro de música de órgano occidental”, de lo que se colige que se formó en la Sevilla de fines del siglo XVI, donde florecieron tan grandes músicos como Francisco Guerrero (que muere en 1599, año en que Correa fue nombrado organista titular) y Francisco Peraza (organista en la catedral desde 1584). La catedral era el centro de una gran actividad musical, y contaba con unos órganos construidos por el organero flamenco maese Jorge, que se enmarcan en la corriente de introducción en nuestro país de las pautas de la organería de los Países Bajos.

En 1599, tras la muerte el 1 de julio del organista Miguel de Coria, Francisco Correa se hizo cargo de la organistía de El Salvador, de momento en calidad de suplente. Tras una oposición en la que compitió con un organista inglés de nombre Picaforte, fue nombrado organista titular, por acuerdo capitular de 1 de septiembre de 1599 con siete votos a su favor frente a uno a favor de su contrincante y una abstención.

El organista tenía tan sólo quince años de edad. Por cierto, que el tal Picaforte impugnaría la oposición, dando lugar a un pleito que tardó cinco años en resolverse a favor de Correa.

Por aquel entonces, Correa percibía un salario de 37.500 maravedís anuales más doce fanegas de trigo (en especie o en metálico). A este salario se le añadía en calidad de entonador —oficio de accionar el fuelle del órgano— 4.500 maravedís anuales. Sólo en 1627 se aumentará a 40.000 maravedís y 18 fanegas de trigo “por la eminencia de su arte”, según acuerdo capitular de 14 de junio, un sueldo irrisorio comparado con los más de 200.000 maravedís que cobraba el organista de la catedral. Además de su salario, el organista tenía otros derechos como la posesión de las llaves del órgano y el derecho al nombramiento de suplentes en las ausencias autorizadas por el cabildo. En cuanto a sus obligaciones, éstas comprendían principalmente sus actuaciones al órgano en la Misa Mayor y Oficio coral matutino y vespertino de todos los domingos y fiestas, vísperas, octavas e incluso algunos días feriales. Además, se comprometía a dedicarse exclusivamente —salvo autorización del cabildo— a los órganos de la Colegial y a no ausentarse sin permiso y sin dejar sustituto.

En cuanto a su carrera eclesiástica, ya en 1605 aparece citado como clérigo, y en 1608 como presbítero, sin que se sepa exactamente cuándo se ordenó y cómo realizó dichos estudios, aunque posiblemente fuera de Sevilla, pues en algún documento se alude a las “órdenes” como motivo de sus ausencias de la ciudad. Ya en este momento tiene el primer encontronazo con el cabildo, cuyo secretario se negó a hacerle una fe de su título de organista. Este documento le era necesario para su ordenación, y Correa alegaba que el original le había sido robado de su domicilio. Ante la incomprensible negativa, Correa se vio obligado a elevar al provisor del arzobispado Jerónimo de Leyva una súplica para se le hiciera dicha fe, y éste ordenó al cabildo Colegial de El Salvador que le extienda inmediatamente dicho documento “so pena de excomunión”.

Será sólo el primero de una serie de desagradables episodios que acabarán con la dimisión y salida de Sevilla del organista.

En efecto, casi todas las noticias documentales que se tienen de Correa se refieren a diferentes litigios con el cabildo. En 1615 declaró en favor de Lope de Varona, sacristán mayor de El Salvador, en un pleito de éste con el cabildo, que pretendía despedirle. En cuanto a otros grados y formación, se le citó como licenciado en un auto capitular de 20 de diciembre de 1613, aunque él mismo firmará como bachiller en una declaración ante el juez el 7 de octubre de 1631.

El título de “maestro” con el que se le calificó en la portada de su obra Facultad orgánica no corresponde a un título administrativo o grado académico determinado, se aplica aún hoy en nuestro país a los músicos profesionales de prestigio— la frase “maestro en la facultad” no quiere decir que fuera profesor de un establecimiento universitario, sino que dominaba la “facultad” o capacidad de tañer el instrumento.

En 1613 se le otorgó una capellanía —lo que significaba también unos ingresos adicionales—, concretamente la fundada en 1591 por el canónigo y prior de la Colegial Alonso de Ortega. Esto implicaba la obligación de celebrar veinte misas al mes a la intención del alma del fundador, sus padres y demás familiares, con un estipendio de 25.000 maravedís anuales más 15.000 por asistir al coro, garantizados por las rentas de unas propiedades inmuebles, además de ingresos por los funerales oficiados. El 12 de junio de 1618 tomaría posesión a perpetuidad de dicha capellanía, que seguiría cobrando incluso cuando marchara de Sevilla.

En marzo de 1613 fallecía el organista titular de la catedral de Sevilla, Pedro Pradillo. Correa concurrió a la oposición para cubrir la vacante. El 30 de mayo se cerró el plazo para presentar solicitudes, habiéndose inscrito además de él, el organista suplente de la seo hispalense Francisco Pérez de Cabrera y Francisco Díaz, canónigo organista de la catedral de Sigüenza.

Los ejercicios tuvieron lugar los días 14 y 15 de junio.

En el tribunal de oposición estaban en calidad de técnicos el maestro de capilla de la catedral Alonso Lobo, y el organista del convento jerónimo de Nuestra Señora de Guadalupe de la misma ciudad, fray Andrés de San Agustín. Se pretende rechazar a los tres candidatos, considerando que ninguno de ellos era “eminente”, pero el cabildo decide por votación que se provea, siendo elegido Francisco Pérez de Cabrera.

Siendo este organista de edad similar a Correa, el camino hacia la catedral de Sevilla quedaba cerrado para éste.

Sólo cuatro meses más tarde, en octubre de 1613, oposita a la plaza de organista de la catedral de Málaga.

Concurren también el organista suplente Ginés Balces, Agustín Pérez (de Jaén), Francisco Tamares (de Baeza) y Antonio de Tejada (de Antequera). En marzo de 1614 tienen lugar las pruebas, de las que no se tiene memorial alguno, tan sólo el dato de que finalmente obtuvo la plaza Luis Páez de Malvenda, quien no figuraba en las listas iniciales. Nuevamente opta en marzo de 1618 a la organistía de la catedral de Toledo. Los días 6 y 7 de dicho mes tuvieron lugar las pruebas. En esta ocasión Correa se medía con Francisco Peraza, sobrino del que fuera organista famoso de la catedral de Sevilla del mismo nombre, y quizás maestro de Correa. La oposición fue un auténtico duelo musical público, en el que se pidió a ambos aspirantes infinidad de pruebas para que demostraran sus habilidades. Días después se conoce el veredicto a favor de Peraza, aunque se despide a Correa diplomáticamente haciendo constar que los miembros del Cabildo “quedan informados de su habilidad y méritos para tener memoria, cuando se haya de proveer la dicha ración”.

En 1626 se hará cargo de una segunda capellanía, a la que renunciará voluntariamente en 1629. Es en este año de 1626 cuando publica en Alcalá de Henares su obra Libro de tientos y discursos de música práctica, y theórica de órgano, intitulado Facultad orgánica [...], el cual fue el único libro de música de tecla que se llega a publicar en España en el siglo XVII. En esta época, según declara en dicha obra, tendría preparadas otras obras para su publicación, un libro de versos para órgano y un tratado teórico sobre la “disonancia de punto intenso contra remiso”, obras que no han llegado hasta nosotros. El maestro estaba, por tanto, en plena madurez como compositor, teórico y pedagogo.

En los próximos años, la relación de Correa con el cabildo se hace cada vez más conflictiva. En 1627 declara también en un pleito del cabildo con los curas de la parroquia. En 1629 tuvo un pleito con la Hermandad Sacramental. No se tienen más noticias de dicho pleito, aunque se sabe que se le impuso una multa de seis reales por querer impedir que los carpinteros de la Hermandad hicieran unas puertas para la guarda de la Custodia.

Correa viaja a Madrid en 1629, pidiendo una licencia por dos meses “para acudir a ciertos negocios suyos” que se le concede según acuerdo capitular de 29 de junio. Desde Madrid escribe al cabildo solicitando ampliar su licencia, lo que se concede según acuerdo capitular de 29 de agosto. No se sabe cuáles eran esos “negocios”. Quizás tengan relación con una capellanía en el Real Convento de la Encarnación de Madrid, que le hubiera sido otorgada por el propio rey Felipe IV, según una declaración suya escrita desde la cárcel el 9 de septiembre de 1630. Sin embargo, no se ha podido confirmar este dato, no apareciendo su nombre entre los capellanes del citado convento madrileño.

En el año de 1630 se producen una serie de desagradables incidentes y enfrentamientos con el cabildo que dieron lugar a diferentes pleitos y contenciosos.

El primero ocurrió cuando se intenta impedir que Correa ejerza sus funciones de capellán escatimándole asimismo los correspondientes estipendios, mediante un acuerdo capitular de 7 de junio de 1630. El cabildo se funda en que tenía dificultad en cobrar las rentas en las que dicha capellanía estaba fundada, hecho por el cual el cabildo tenía a su vez un pleito con los acreedores que duraba ya tres años. Pero Correa pone una denuncia al día siguiente, desarrollándose un pleito en el que Correa aporta veintisiete testigos para probar que el verdadero problema es la falta de diligencia en cobrar por el cabildo. Su defensor, Dionisio de Carvajal, alega también que se pretende perturbar a Correa por favorecer a su sobrino y discípulo Juan Macías. Correa saldrá victorioso de este pleito, según sentencia emitida por el provisor Francisco de Monsalves el 13 de septiembre de 1631.

En efecto, el cabildo había rechazado a su sobrino Juan Macías como tiple de la capilla, que había sido dotada en 1611 por los hermanos Melchor y Beatriz Segura de Alfaro con cuatro plazas de cantores, ofreciendo la de tiple a Antonio Simón, presbítero y amigo de Correa. En 1630, éste ofrece su plaza al sobrino de Correa, pero el cabildo no lo acepta, originándose un pleito cuyo desenlace no se conoce documentalmente, pero que sin duda no fue favorable a Macías, que aparece en 1635 como organista de la parroquia de Santiago.

Un mes después se abre un nuevo pleito entre organista y cabildo, al vetar éste al sustituto puesto por el maestro el 23 de junio de 1630, a saber Antonio de Castro. Pretendían además no pagarle si no tañía él personalmente, cuando según las constituciones el organista tenía derecho a seguir cobrando su salario siempre que dejara un sustituto suficientemente cualificado. Como siempre Correa alega que todo es una venganza por el contencioso relativo a su sobrino Juan Macías. En este caso, la sentencia de 22 de enero de 1633 no le es favorable. Pero el maestro recurre, y por fin el 2 de julio del mismo año el Excelentísimo y Reverendísimo Sr. D. César Monti, patriarca de Antioquía, Nuncio y Colector General emite una sentencia en la que reconoce el derecho del organista a nombrar sustituto siempre que “el que así dejare sea hábil y suficiente y ante todas cosas aya de ser y sea examinado y aprobado por los peritos que se nombrasen por el Cabildo”, y así se haría en noviembre de 1633 con Pedro Martínez de Cathedra y en octubre de 1634 con su propio sobrino Juan Macías.

El pleito más grave tuvo lugar cuando el 7 de septiembre de 1630, a la hora de vísperas, el cabildo —concretamente representado por los canónigos Gonzalo de Medina y Alonso Moreno— pretende que Correa acompañe la polifonía de la capilla vocal con el mismo salario que le paga por “tañer al coro de canto llano”. El organista se queja de esto, pues esta nueva tarea le supone “muchas obligaciones, trabajo y estudio”. La versión de Correa es que el cabildo le había amenazado con poner otro organista, que finalmente él se aviene a tocar tras la promesa de Gonzalo de Medina de pagarle un suplemento, y que al ir a cobrar se le chantajea diciendo que sólo cobraría si su sobrino Juan Macías desiste de sus pretensiones y él mismo desiste de su capellanía. Al día siguiente, fiesta de la Natividad de la Virgen, Correa —siempre según su testimonio— se asoma a la barandilla del coro y se queja ante el público que asistía al oficio, reivindicando sus derechos, y afirmando que tañía para evitar escándalos. Por supuesto el cabildo encuentra en esta actitud desacato, escándalo y alboroto, se querella por lo criminal y consigue que la justicia lleve a Correa a la cárcel.

En la misma cárcel se origina un nuevo pleito a cuenta de las llaves del órgano. El organista había dejado las llaves del órgano a Antonio Carrasco, organista de San Lorenzo, para que le sustituya, cosa que ya había hecho en anteriores ocasiones. El cabildo —por mandato judicial, según declara su representante Luis Jofre— manda descerrajar el cajón personal donde Correa guardaba sus pertenencias en la iglesia, y no encontrando allí las llaves descerraja también el órgano y hace poner llaves nuevas. Correa se querella, alegando que no tiene acceso a los órganos, e insiste en que todo es una venganza por haber protegido a su sobrino y por no renunciar a la capellanía ni a su derecho a nombrar sustitutos. Se desconoce el desenlace del pleito, que no pudo ser otro que el de volver a facilitar al organista unas llaves.

Nuevamente se da un pleito entre cabildo y organista el 21 de enero de 1632 (escrito de petición de Dionisio de Carvajal), ahora por reivindicar el derecho a la posesión de las velas que se repartían a los canónigos el 2 de febrero de 1631, día de las candelas.

La banalidad del motivo da idea de a qué punto había llegado el deterioro de las relaciones con el cabildo.

Nueve meses de pleitos, que aparte de los consabidos sinsabores y decepciones le supuso un gran desembolso económico. Mil reales paga en abril de 1631 a su abogado José Camarino por los nueve meses de honorarios por el pleito referente al derecho de nombrar sustitutos. Esa cantidad era casi el sueldo en metálico de un año de organista, pues 1.000 reales equivalían a 34.000 maravedís, cuando su sueldo anual era de 40.000. En este tiempo tuvo como fiador a Sebastián García Golquín.

Es evidente el descontento de ambas partes. El cabildo, según acuerdo de 9 de febrero de 1635, llega a decidir que se busque un modo de apartar a Correa del servicio. El problema se zanja definitivamente con la dimisión de Correa al encontrar un puesto en la catedral de Jaén. En efecto, tras nada menos que treinta y siete años de servicio, Correa deja su trabajo en El Salvador a fines de marzo de 1636, acordando el cabildo de la colegial sevillana el 7 de abril la nueva convocatoria para cubrir el puesto.

El 11 de enero de 1636 el cabildo de la catedral de Jaén había declarado vacante la organistía por incomparecencia del anterior organista tras una licencia, y el 5 de febrero de 1636 el mismo cabildo acuerda escribir a Correa y ofrecerle el puesto de organista con un salario anual de 3.000 reales y veinticuatro fanegas de trigo. Las Actas Capitulares de Jaén no aclaran cuándo ni cómo llega, ni si hizo oposición o si —lo que parece más probable— se le nombró por sus méritos o se le hizo una oposición restringida. En cualquier caso, estaría nombrado antes del 18 de abril, fecha en que arrienda una casa del cabildo.

En este tiempo, la catedral estaba en obras, desarrollándose el culto en una parte de la iglesia donde se había trasladado el viejo órgano. Pero la estancia de Correa en Jaén dista mucho de la de Sevilla. Además de ver sensiblemente mejorados sus ingresos, su trabajo es valorado positivamente. Ante la falta de maestro de capilla se le encargan composiciones vocales, estrenando unas chanzonetas para el día del Corpus de 1636, que lamentablemente no se han conservado.

Correa es gratificado con seis gallinas por este trabajo.

Participa como examinador en las oposiciones a ministriles.

En 1638 el cabildo tiene un detalle con él, al ser el único servidor del templo al que no se le descuenta el 10 por ciento de su salario para las obras de la catedral.

Entretanto, Correa seguía siendo titular a perpetuidad de una capellanía en El Salvador, que cobraba por poderes su sobrino Juan Macías y desde noviembre de 1637 su sobrina Juliana Ortiz de la Serda. Su desahogada posición económica le hace destinar dicha partida a su sobrina, así como realizar diversos donativos, como a la hermandad de sacerdotes de la que había sido rector.

A pesar de la buena situación, Correa opta a la organistía de la catedral de Segovia, que desde el 6 de septiembre de 1639 buscaba nuevo titular. El cabildo había desestimado a diversos aspirantes que hicieron correspondientes oposiciones: Pedro Jalón (Burgos), Domingo Serrano (Osma) y Andrés de Ortega (Zamora).

Es precisamente en el acta por la que se desestima al aspirante Pedro Jalón, de 28 de febrero de 1640, cuando empieza a sonar el nombre del maestro Correa, ponderando sus “buenas partes de estudio y destreza”. El maestro de capilla Juan de León propone llamar a Correa, asegurando que el entonces organista de la catedral jiennense se prestaría a hacer los ejercicios de oposición, lo que quizás indica que ya había habido una comunicación entre ambos. Por un acta capitular de 24 de marzo de 1640 se sabe que Correa acepta, poniendo la condición de que la oposición fuera restringida, es decir, que haría los ejercicios de oposición siempre que no hubiera el concurso de otros opositores, y aporta un memorial de sus habilidades como organista. Correa realiza sus ejercicios el lunes 30 de abril. El cabildo se reúne dos días más tarde, votando por mayoría a Correa, que toma posesión el 4 de mayo. En noviembre del mismo año se le adjudicó por sorteo una casa del cabildo, y Correa se establece allí junto con su prima Jerónima Ortiz, que posiblemente le cuidaba ya desde su salida de Sevilla, y su sobrino Juan Arias Macías, hijo de Jerónima, que sería organista de la iglesia de Santa Coloma. Al parecer su labor se desarrolló en buena sintonía con el cabildo: En 1640 acepta tocar el órgano en las misas que no estaban dotadas para que se hicieran con música, lo que contrasta con su negativa en el Salvador en 1630 a hacerlo si no se le pagaba por ese servicio suplementario.

En marzo de 1641 fallece el organista de la catedral de Sevilla, Francisco Pérez de Cabrera, aquel que le ganó la plaza en oposición veintiocho años atrás. El cabildo hispalense le ofrece la posibilidad de presentarse a oposición, junto a los organistas de las catedrales de Toledo y Granada. Estos últimos no tienen interés en presentarse, y se presentan, sin embargo, Francisco Medina Castrillo (su sucesor en Jaén, y alumno suyo), Pedro Jalón (Burgos), Juan Albano (Murcia), Pedro Luis de Pastrana (Guadix, también alumno de Correa), Andrés Martínez (que servía en la catedral de Sevilla desde 1616 como suplente y desde 1617 como organista segundo) y Gonzalo de Torres, que fue su sucesor en El Salvador y a la sazón maestro de seises de la catedral de Sevilla.

Correa se muestra reticente, y escribe al cabildo manifestando abiertamente su recelo —según informe del deán de 4 de noviembre de 1641— de que estas plazas se solían adjudicar finalmente a personas que estaban ya al servicio de la catedral, recordando que él mismo lo había sufrido en Sevilla en 1613 y en Toledo en 1618. Muy diferente es la consideración que se le tenía en este momento en Sevilla, pues en las actas capitulares se alude a él como “el más eminente que hoy se conoce en este arte”, y se le escribe asegurando que se le hará justicia. Incluso un canónigo propone que se le ofrezca la ración sin mediar oposición alguna, atendiendo sólo a su prestigio. El caso es que las pruebas no pueden aplazarse más, y comienzan los ejercicios el 13 de noviembre, aunque no se publican los resultados en espera de que comparezca Correa. Pero éste finalmente escribe al cabildo renunciando a presentarse, “por el riesgo en que se pondría de descrédito con su cabildo si perdiese con los que son sus discípulos”.

Posiblemente la auténtica razón es que Correa intuyó una nueva injusticia, y en tal caso no andaría desencaminado, pues el cabildo otorga la plaza al organista segundo de la propia catedral de Sevilla, Andrés Martínez, en contra del veredicto del tribunal técnico examinador que prefería a Medina Castrillo.

Correa pasó, pues, sus últimos años en la catedral de Segovia, con una existencia tranquila de la que sólo hay noticias rutinarias: aparece como miembro del tribunal en diversas oposiciones a cargos musicales, toca el órgano realejo en las procesiones del Corpus, actúa en los funerales por la Reina celebrados en la catedral los días 18 y 19 de diciembre de 1644.

En sus últimos días estuvo enfermo y necesitado, por lo que se le dispensa de asistir a cumplir con sus obligaciones. Su sobrino Juan Arias Macías le atendió y le suplió, perdiendo incluso su oficio de organista en Santa Coloma por ayudar a su tío. Correa otorga testamento el 5 de enero de 1654, declarando ser “muy pobre”.

Declara heredera universal a su prima Jerónima Ortiz, por haberle atendido durante muchos años, y que posiblemente le acompañaría desde su salida de Sevilla en 1636, tras haber enviudado en 1629. Manifiesta su deseo de ser enterrado “en la nave de Nuestra Señora de la Concepción, lo más cerca de la pila del agua bendita”. Su fallecimiento tuvo lugar entre el 6 de octubre y el 18 de noviembre de 1654. Debido a su pobreza, no se pudo costear un oficio de difuntos, por lo que se le hizo un “oficio de entierro” ordinario. Tres meses después de su muerte el cabildo ordenó que se le hiciera el funeral que no se pudo costear “por haber muerto tan pobre como era notorio”. Fue enterrado según su deseo, aunque un nuevo solado de la catedral de Segovia, que eliminó las antiguas lápidas, impide conocer el lugar exacto donde reposan sus restos.

La obra de Correa se recoge en su Libro de tientos y discursos de música práctica y teórica de órgano, intitulado Facultad orgánica. Impreso en Alcalá de Henares en 1626, recoge un total de sesenta y tres tientos en todos los tonos y géneros, cuatro canciones glosadas, dos populares y dos de los polifonistas Crequillon y Orlando de Lasso (dexaldos mi madre, guárdame las vacas, susana, gaybergier), versos para la secuencia Lauda Sion, y unas glosas sobre el “canto llano de la Inmaculada Concepción de la Virgen María”. Todas las obras hacen gala de una construcción y escritura esmerada, resultando una música de gran calidad, inspirada y profunda, al tiempo que novedosa en muchos aspectos, especialmente en el armónico por el tratamiento libre de la disonancia y tímbrico por el empleo del recurso del “medio registro”, dispositivo particular de los órganos ibéricos mediante el cual se dispone de colores sonoros diferentes en cada una de las dos mitades del teclado. Estas obras serían el resultado de diferentes etapas de su carrera, según indica en el prólogo de algunas de ellas señalando que es “de mis inicios”.

Pero si ya sólo el contenido musical es suficiente para poder calificar la monumental Facultad orgánica de obra maestra, es necesario advertir que no se trata de una mera recopilación de obras compuestas por él, sino que tiene una múltiple orientación hacia la teoría, la pedagogía, la praxis interpretativa, la composición y la estética.

El libro tiene una extensa introducción teórica, más una breve nota introductoria a cada tiento donde aclara aspectos particulares de la obra en cuestión, tanto de su ámbito tonal como de aspectos de praxis interpretativa (registración, aclaración sobre los compases, etc.). En la interesante introducción —“Prólogo en alabança de la cifra”— expone su visión de la teoría modal y del sistema musical, de las proporciones métricas empleadas, aclaraciones sobre los procedimientos constructivos empleados en la composición, especialmente el empleo más libre de la disonancia.

Anuncia y aclara novedades como el empleo de las figuras fusas, de determinadas disonancias, del medio registro. Aclara cuestiones de praxis interpretativa, dando instrucciones para la digitación, ornamentación —“quiebros” y “redobles”—, la ejecución rítmica, la elección de los registros adecuados del órgano, la forma de afinar el monacordio o clavicordio, empleado por los organistas como instrumento doméstico para el estudio. Explica con detenimiento la manera de cifrar las obras, pues toda la música del libro está escrita con ese sistema de notación, en el que las notas se indican mediante una notación numérica, sistema ya empleado por autores como Venegas y Cabezón en el siglo anterior. El carácter pedagógico de las instrucciones se completa con un índice de las obras —en el libro están ordenadas por tonos y por géneros— separadas en cinco niveles, para orientar a los estudiantes. También tiene una intención pedagógica y de autodefinición estética al señalar las disonancias más novedosas con un anagrama, una pequeña mano —manesilla— que indica un figura que, rompiendo los cánones tradicionales de la composición del período renacentista, introducen una nueva forma de componer con la intención de imprimir al discurso musical un afecto determinado, denotando una influencia de la retórica en la composición. Es el inicio del barroco en la música.

Correa compuso otras obras musicales y teóricas que lamentablemente se han perdido. Varias veces hace referencia en la Facultad orgánica a un libro de versos que tendría ya preparado para la edición, y que posiblemente no llegó a publicarse. También anuncia la aparición de un tratado sobre la “disonancia de punto intenso contra remiso”, del que tampoco ha quedado ni rastro, y que posiblemente nos informaría de su visión de la nueva manera de componer. Tampoco se han conservado aquellas chanzonetas que compusiera en Jaén para el Corpus de 1636. Se conserva, sin embargo, en la catedral de Jaén una memoria sobre los ejercicios de oposición a maestro de capilla, donde expone las habilidades que en su opinión debía dominar el aspirante a tal cargo.

La obra de Correa se desarrolla en un momento de gran importancia para la música occidental, el momento del tránsito del renacimiento al barroco, del nacimiento de la ópera, de la emancipación de la música instrumental, del empleo en la composición musical de una pluralidad de lenguajes. En ese aspecto, su música se sitúa en la vanguardia de la transición estilística que supone la ruptura y desestabilización del equilibrio renacentista como punto de partida para una nueva creación musical.

Obras de ~: Libro de tientos y discursos de música práctica, y theórica de órgano, intitulado Facultad orgánica [...], Alcalá de Henares, 1626.

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Miguel Bernal Ripoll

A continuación, lo recordamos en el día de su nacimiento, con Todo el Mundo en General, en la versión del Concierto Ibérico.