viernes, 27 de septiembre de 2013

José Narosky. El privilegio de dar.



A lo largo de mis años en la Radio tuve la posibilidad de conocer a muchas personalidades. Una de ellas, que ha marcado mi vida, es el aforista José Narosky.

En estos días está circulando por las redes sociales, un video conmovedor que cuenta una historia y al verlo, recordé un relato de José Narosky que apareció publicado en el libro Sembremos. Relatos y Aforismos que enriquecerán su vida, publicado en 2003 por Planeta.


En la página 37 podemos leer:

Dr. Alfredo Carri

"El médico que no entiende almas,
no entenderá cuerpos."


Hay hombres a quienes la vida ha enriquecido plenamente con bienes espirituales, esos que hacen luminosa la existencia y que, prestando un sabor dulce a los días, permiten el descubrimiento de los valores auténticos de la vida.

Esa fortuna interior sólo pueden poseerla seres "especiales", que pulen ese bien íntimo como si fuera una piedra preciosa y la convierten en una antorcha; su luz les marca el camino.

Irán por esa ruta venciendo todas las vallas, porque lo que buscan no es el éxito corriente ni la popularidad, sino un cauce más profundo para llegar finalmente a su meta, que es el corazón de sus semejantes.

Les relataremos un episodio que se refiere a uno de esos hombres-un médico de barrio, ya fallecido-que hizo de su existencia un apostolado. Porque pudo comprender que el verdadero objeto de la vida no es la felicidad sino el cumplimiento del deber. Es que el hombre bueno es el héroe de los hechos cotidianos.

El doctor Carri sentía como una obligación el hecho de luchar por el bien, con lo que ratificaba que su meta no era ganar, sino sólo dar.

En su infancia, quien esto escribe vivía con sus padres en un barrio humilde de Lanús, en el sur del Gran Buenos Aires. Era una zona algo alejada del centro urbano propiamente dicho. A una cuadra, tenía instalado su consultorio el doctor Alfredo Carri.

En una ocasión tuve un malestar, no recuerdo ya de qué índole, y mi madre presurosa, me llevó a hacerme revisar por él. Carri me auscultó con su proverbial paciencia y luego me recetó un medicamento.

Mi madre le preguntó entonces a cuánto ascendía el importe de sus honorarios.

-Son tres pesos, señora-le dijo. Era lo normal para aquella época.

Ella sacó de una pequeña cartera una cantidad de monedas con las que totalizó el importe de la consulta y las entregó al médico.

Este recibió inicialmente las monedas, pero segundos después se las reintegró diciéndole:

-En realidad, señora, su hijito no tiene nada. Y además somos vecinos; ¿cómo le voy a cobrar! 

Mi madre insistió, pero no pudo abonar la consulta ante la firmeza del médico, ya decidido en su negativa.

Sólo unas días después, ella pudo comprender que no le había querido cobrar, no por razones de vecindad, dado que como médico de barrio sólo vivía de los vecinos, sino por el hecho de que pagarle totalmente en monedas presuponía, para su humana interpretación, una situación económica precaria.

Con el argumento de la vecindad, la delicadeza del médico evitó a mi madre una afrenta a su dignidad de peresona humilde.

¡Y hay que tener mucho adentro para sentir lo de afuera! Y además, ser dueño de una gran riqueza espiritual, esa que jamas sufre bancarrotas.

Pasaron varias décadas. Y hace unos años, el doctor Carri, recomendado por una tercera persona, llegó a la escribanía de aquel niño, es decir, a mi estudio.

Lo atendí sin que él me reconociera, naturalmente.

Me solicitó la redacción de una escritura de mandato, cuyo valor económico-y hace a la cuestión que lo exprese-era pequeño.

Tres o cuatro días después, lo cité sin aclararle nada, para firmar la escritura.

-¿Cuanto son sus honorarios?- me preguntó al finalizar.

-Debe pasar por la caja al salir, doctor-le respondimos.

Cuando intentó abonarlos a una empeada, ésta le manifestó que tenía orden de entregarle la factura sin cargo alguno.

Entonces el doctor Carri regresó rápidamente a mi despacho y me dijo:

-¡Pero escribano, aqui hay un error, yo nada he pagado¡

-No doctor, no hay un error, sino la demora en el pago y no de su parte sino de la mía.

Y le relaté el episodio con mi madre que él había olvidado totalmente, aun cuando sin duda lo habría repetido muchas veces con distintos pacientes.

Recuerdo que terminé diciéndole:

-Aquellos tres pesos de ayer y estos pocos pesos de hoy, son de un valor aproximado. Y si no lo fuesen, carece de importancia la diferencia que hubiere...Lo que sí le pido es que me disculpe la demora en pagarle.

Los ojos del médico de barrio no pudieron contener una lágrima furtiva. Y una lágrima furtiva no es menos lágrima...

Ya recompuesto me dijo:

-Siempre sostuve que las cosas más hermosas de la vida son gratuitas: el cariño de los padres por sus hijos, la amistad, el amor, una hermosa puesta de sol, una música que toque la sencibilidad, especialmente la gratitud, con la que voy jalonando los últimos peldaños de mi vida y con la que me encuentro a cada paso, como hoy por ejemplo.

El doctor Carri tenía ya ciento sesenta años. Simbólicos, por supuesto.

Porque el hombre bondadoso duplica la duración de su existencia.

Haber vivido pura y noblemente ochenta años, de tal manera que pueda contemplarse con satisfacción la vida pasada, equivale a vivir dos veces.

Y este ser humano al que todavía los viejos vecinos-y no sólo los vecinos-de su viejo consultorio de la calle Moreno, en Lanús, recuerdan con tanta veneración como cariño, este hombre tan especial que no sólo se brindó sino que vivió para brindarse, trae a mi mente este aforismo inserto hoy en uno de mis primeros libros:

"Quien da, podrá conocer la ingratitud. 
Pero también, la emoción de dar".

Hasta aquí el relato de José Narosky, que abriendo su corazón, compartió con sus lectores un episodio de su vida.


No creo que los realizadores hayan leído el libro Sembremos, pero algo de esa atmósfera está presente.

Seguidamente la campaña publicitaria que conmueve a muchas personas en todo el mundo.

"Dar es la mejor comunicación” o en nuestro contexto "El que siembra recoge". 


El video de tres minutos de duración cuenta la historia de un niño que es sorprendido robando medicamentos para su madre. 

El dueño de un restaurante observa la escena y se acerca al menor para pagar el costo de la medicina y servir un poco de sopa para su mamá.

El pequeño ladrón corre tras recibir la desinteresada ayuda.

El tiempo pasa y el hombre que ayudó al niño sufre un infarto. 


Su hija tiene que pagar 24 mil dólares al hospital, pero grande fue su sorpresa al descubrir que la factura fue pagada por quien menos esperaba. 

“Todos los gastos pagados hace 30 años con tres paquetes de analgésicos y una sopa de verduras. Con mis mejores deseos, el doctor Prajak Arunthong”, dice la nota que vino con la factura cancelada.

Finalmente, el video que superó los 7 millones de vistas en menos de una semana. El viral acaba con el eslogan “dar es la mejor comunicación”.

El comercial “Giving” de la empresa de telecomunicaciones tailandesa True Move H ha sido un éxito en redes sociales por su enternecedora historia.