Baruch Spinoza nació en Ámsterdam, Países Bajos, el 24 de noviembre de 1632 y murió en La Haya, Países Bajos, el 21 de febrero de 1677. Filósofo.
Se educó en la comunidad judía de Ámsterdam, donde se
conservaba una considerable tolerancia religiosa, pese a la influencia de los
clérigos calvinistas. A pesar de su educación ligada a la ortodoxia, el joven
Spinoza mostró una actitud bastante crítica frente a estas enseñanzas y amplió
sus estudios por su cuenta en matemáticas y filosofía cartesiana, dirigido por
Franciscus van den Enden.
Leyó también a Thomas Hobbes, Lucrecio y Giordano
Bruno. Debido a sus críticas fue censurado y apartado de su comunidad.
Posteriormente publicó su Apología para justificarse de su abdicación de la
sinagoga, acentuó su trato con los grupos cristianos menonitas y colegiantes,
de carácter cristiano bastante liberal y tolerante.
En 1660 se trasladó a Rijnsburg, donde redactó su exposición
de la filosofía cartesiana, Principia philosophiae cartesianae, y los Cogitata
metaphysica, que se editaron conjuntamente en 1663, y que fueron las dos únicas
obras publicadas con su nombre en vida. Sostuvo una abundante correspondencia
con intelectuales de toda Europa. En los primeros años 1660, también empezó a
trabajar en su Tractatus de intellectus emendatione y en la más famosa de sus
obras, la Ethica, terminada en 1675.
En 1663 se trasladó a Voorburg, cerca de La Haya, donde
frecuentó los círculos liberales y trabó una gran amistad con el físico
Christiaan Huygens y con el por entonces jefe de gobierno Jan de Witt, quien, protegió
la publicación anónima de su Tractatus theologico-politicus en 1670, obra que
causó un gran revuelo por su crítica racionalista de la religión. Estas
protestas, y la muerte de su protector De Witt en 1672, lo convencieron de no
volver a publicar. Sus trabajos circularon en forma privada entre sus
seguidores cada vez más numerosos.
En 1670 se instaló La Haya, 3 años después le fue ofrecida una
cátedra de filosofía en la universidad de Heidelberg, que no aceptó, porque se
le exigía “no perturbar la religión públicamente establecida”.
Partiendo de la innegable influencia de Descartes, creó un
sistema muy original, con mezcla de elementos propiamente judíos, escolásticos
y estoicos. En lo que se refiere a Descartes, este había considerado la
existencia de tres sustancias: el pensamiento, la extensión y Dios. Spinoza
reduce estas tres sustancias a una sola: sustancia divina infinita, que según
la perspectiva que se adopte, se identifica bien con Dios o bien con la
Naturaleza (ambos términos llegan a ser equivalentes para él, según su célebre
expresión Deus sive Natura).
Para Spinoza, la substancia es la realidad, que es causa de
sí misma y a la vez de todas las cosas; que existe por sí misma y es productora
de toda la realidad; por tanto, la naturaleza es equivalente a Dios. Dios y el
mundo, su producción, son entonces idénticos. Todos los objetos físicos son los
«modos» de Dios contenidos en el atributo «extensión». Del mismo modo, todas
las ideas son los «modos» de Dios contenidas en el atributo «pensamiento». Las
cosas o modos son naturaleza naturada, mientras que la única substancia o Dios
es naturaleza naturante. Las cosas o «modos» son finitas, mientras que Dios es
de naturaleza infinita y existencia necesaria y eterna.
Este cambio tiene la ventaja, sobre la filosofía cartesiana,
de borrar de un plumazo los problemas que presenta la filosofía de Descartes
para explicar la posibilidad del conocimiento: dado que el pensamiento y la extensión
son dos de los infinitos atributos de Dios, distintos e independientes el uno
del otro (paralelismo de los atributos), ¿cómo se puede conocer el mundo?
Descartes había resuelto este problema de una manera aparentemente gratuita,
amén de insatisfactoria, señalando la comunicación de éstas sustancias en la
glándula pineal.
Con Spinoza, pues, ya no existe este problema: se puede
conocer el mundo porque el entendimiento, en tanto parte del entendimiento de
Dios, es una modificación o «modo» de la misma sustancia divina, entendimiento
infinito de Dios, que «piensa» su objeto extenso o cuerpo, de modo que el
entendimiento puro puede «aprehender» la realidad, porque el alma, o sea la
idea del cuerpo, «replica» lo que afecta a este cuerpo. La unidad del alma y el
cuerpo está justificada por la unidad de la sustancia infinita de la que son
sus modificaciones finitas o modos.
Pero, a la vez, abre un tremendo problema para explicar la
libertad humana. La anterior distinción de Descartes en tres sustancias le permitió
sustraer del determinismo mecanicista, al entendimiento, con lo cual el ser
humano mantendría su libertad.
El mecanicismo sostiene que todo el Universo está
determinado por leyes, con lo cual cualquier ente que esté dentro de él también
estará sujeto a dichas leyes, incluido el ser humano. Descartes y Spinoza son
mecanicistas, pero el primero salva el problema a través de su postulado de las
tres sustancias: el mecanicismo (por tanto el determinismo o ausencia de
libertad) sólo afecta a la sustancia extensa o mundo, pero no a la sustancia
pensante o entendimiento.
Pero, al postular Spinoza una sola sustancia, ¿cómo es
posible que exista la libertad humana, si todo está sometido a una inexorable
regulación permanente? Spinoza acaba afirmando un determinismo (negación de la
libertad humana) riguroso, aunque deja el resquicio de una definición poco
alentadora y paradójica de libertad: la libertad humana aparece cuando el ser
humano acepta que todo está determinado; la libertad no depende de la voluntad
sino del entendimiento; el hombre se libera por medio del conocimiento
intelectual.
En el campo de la filosofía Spinoza se declara monista, esto
es, no cree en la existencia de un dualismo cuerpo-alma. Para Spinoza el hombre
es cuerpo y mente, y todo en su conjunto es parte de una sustancia universal
con infinitos modos e infinitos atributos, algo que da lugar a un «monismo
neutral».
También es determinista, lo que supone que no cree en el
libre albedrío: asegura que el hombre está determinado por leyes universales
que lo condicionan mediante la ley de la preservación de la vida. Así, afirma
que ser libre es regirse por la razón frente a la sumisión, por ejemplo, a la
religión.
Como filósofo, comparte con Hobbes el tema del determinismo.
Sin embargo, Spinoza fue siempre, y en todos los campos, un escritor proscrito,
hasta el punto de que a comienzos del siglo XIX no se le reconocía,
especialmente por el movimiento Romántico alemán (Goethe, Jacobi, etcétera). Dentro
del ámbito de la política se le considera precursor de Jean-Jacques Rousseau.
Su pensamiento traslada la visión del mundo de Galileo, que
dice que el mundo está sujeto a unas determinadas leyes, por lo que buscará
cuales son las que regulan a la sociedad. En este punto coincide en parte con
Descartes y Hobbes, pero con la singularidad de que Spinoza además busca las
leyes que rigen la moral y la religión. Así Spinoza entra de lleno tanto en la
moral como en la religión, intentando introducir la razón en ambas esferas,
para lo que usa un método racional.
En su Ética demostrada según el orden geométrico habla de
Dios, del ser humano y del puesto que el hombre ocupa dentro de la Naturaleza;
así, dice que la forma correcta de entender a los hombres, es que son una parte
más de la Naturaleza y que las acciones humanas no se deben analizar con
criterios morales, sino como partes necesarias de leyes que rigen el Cosmos,
esto es, que existen leyes universales de la Naturaleza a las que los hombres
están sujetos, por lo que no se puede afirmar que el hombre es totalmente
libre.
Siguiendo este planteamiento se encuentra una de sus afirmaciones más
importantes y que más problemas le trajo: afirma que los valores son creaciones
humanas arbitrarias.
En el tema político, el filósofo reivindica la democracia
más amplia posible, aunque dentro de ésta no incluye explícitamente a las
mujeres, a quienes plantea si deben tener o no derechos políticos, cosa que no
tiene muy clara; finalmente se inclina por sostener una inferioridad innata de
las mujeres, y afirma que el mejor gobierno es de los hombres. No obstante deja
una puerta abierta al reconocimiento de las mujeres, diciendo finalmente que sí
son iguales a los hombres, que sí pueden gobernar, pero que lo mejor es evitar
el tema, ya que puede generar conflictos.
Según su visión, el fin del Estado es hacer a todos los
hombres libres, lo que significa que el hombre ha de dejar de ser un autómata.