Ramón Vargas nació en la Ciudad de México, México, el 11 de
septiembre de 1960. Tenor.
El sitio www.operaworld.es
publicó esta entrevista realizada por Federico Figueroa.
Entrevista a Ramón Vargas
Por Opera World 17 septiembre 2020
Entrevista a Ramón Vargas Por Federico Figueroa.
Ramón Vargas (Ciudad
de México, 1960) interpretará el personaje de Riccardo en 7 funciones de Un ballo in
maschera en el Teatro Real de Madrid. Nos atendió en un
momento de descanso de los intensos ensayos. Debutó en este coliseo en el mes
de julio de 1999, sustituyendo a Alfredo Kraus en las seis funciones de Werther que
había programadas. Entonces tenía 38 años y ya llevaba varios en el podio de
los tenores más respetados del mundo operístico. En aquellas seis funciones
dejó un excelente recuerdo y un reguero de buenas críticas. Veintiún años más
tarde regresa al Teatro Real con la misma ilusión con la que estuvo aquí la
primera vez.
Ramón Vargas en un momento de ensayo en el Teatro Real / Foto: Lou Valérie Dubuis |
Hace pocos días has cumplido 60 años ¿cómo está Ramón Vargas tras 38 años de carrera?
Estoy muy contento de todo lo que ha pasado en mi vida. Yo
tenía claro que quería cantar. Mi debut en una ópera fue en 1982, en Monterrey.
Y las cosas se fueron dando sin yo ir a buscarlas. No pretendí la notoriedad,
yo lo que quería era cantar. Por ahí hay un autor alemán que dice que las
personas que son felices son las que logran realizar sus sueños infantiles y yo
creo que soy uno de esos bendecidos de la vida. Siempre me gustó cantar y es lo
que siempre he hecho, y por ese aspecto soy tremendamente feliz. Luego las
cosas se fueron dando de otra manera y tomé la responsabilidad para llevar una carrera
de cantante con todas sus consecuencias. Sigo aquí por la pasión, el deseo de
seguir transmitiendo, de dar mis emociones. Las tengo que dar, expresarme,
porque si no se me quedan aquí (Vargas se señala el pecho con la mano derecha).
Creo que los que nos dedicamos a las artes escénicas, y en mi caso
específicamente a la ópera, podemos transmitir, llamémosle, lecciones de
humanidad. No es solo el canto, la música, el argumento. Es todo eso y debemos
tomarlo como una responsabilidad hacia el público y con nosotros mismos. He
aceptado el reto de estar tantos años cantando, es un camino largo, no siempre
fácil, pero es el camino que he querido y aún quiero.
Y hablando de retos, sus inicios fueron como un tenor
ligero, mucho Rossini, algo de Mozart y del Verdi ligero. En una ocasión, allá
por 2004, comentó a la prensa que tenía intenciones de interpretar a Mario
Cavaradossi (Tosca) pero que al estudiarlo aparcó esa idea para más
tarde. Literalmente y en estilo mexicano dijo usted “me rajé”. Más de quince
años después, la pregunta es ¿hasta dónde quiere llegar con su voz?
Las cosas se van dando poco a poco. Desde luego que en 2004
cantar Tosca era, para mi voz, muy diferente a hoy. Lo más
importante para un cantante es saber lo que no puede cantar. Conozco las
características de mi voz, que no es de fuerza explosiva, sino de una fuerza
que requiere de un desarrollo más largo. Siempre ha necesitado, y yo se lo he
dado, ir paso a paso. Sé que mi voz tiene esas características y mientras no
encontrara la manera de abordar esas obras que requieren de esa fuerza
explosiva, como son las puccinianas en general, tenía que esperar. Por otro lado,
mi lectura de Cavaradossi es más íntima, quiero pensar que Puccini así lo
imaginó. Con el tiempo se hace tradición interpretarlas de otra manera. Los
teatros han “crecido”, son más grandes. Las orquestas también son más densas. Y
es cierto, en aquel lejano 2004, simplemente no lo vi, no quise exponer mi voz
y decidí esperar. Ya hemos visto casos, terribles, de voces que se deterioran
prematuramente por avanzar en caminos que aún no estaban firmes.
En este sentido, ¿qué consejo podrías dar a los más jóvenes?
No hay una regla. Por ejemplo, la voz de Alfredo Kraus,
grandísimo cantante, casi no cambió a lo largo de toda su carrera. Se volvió
más potente, su voz corría y llenaba cualquier sala, pero las características
esenciales no cambiaron. Sin embargo, hay otras voces que sí van cambiando a lo
largo de los años, lo cual hace posible abordar nuevos repertorios. Como la de
Beniamino Gigli, que empezó como un tenor ligero y terminó cantando Pagliacci con
mucha propiedad. Otro ejemplo claro es el de Mario del Monaco, que inició como
un tenor lírico y avanzó hacia un estupendo tenor dramático. Y más
recientemente vemos esta evolución, muy exitosa, en Jonas Kaufmann. Cuando nos
conocimos, él cantaba Tamino (Die Zauberflöte) y ahora está
cantando Otello de Verdi. Ya lo he dicho, no hay regla. Hay
que conocer a fondo nuestra voz. La mía, como muchas voces “latinas”, sí se ha
ido moviendo poco a poco. Inicias con un repertorio y la voz va asentándose,
como la personalidad de cualquiera de nosotros, como el peso de nuestro cuerpo.
Hay jóvenes de 25 años con 75 kilogramos y los hay de 60 con esa misma cifra en
la báscula. Es muy probable que el joven llegue a la edad del mayor con 10
kilos más y también estoy casi seguro que el mayor era menos pesado aún cuando
tenía 25 años. Y ese cambio, en la mayoría de las veces, se da poco a poco y
casi sin darte cuenta. Eso me explicó Rodolfo Celletti, un maravilloso maestro
de canto, cuando le conocí en 1991. Me dijo “usted canta como un tenor ligero
pero no lo es. Su pasaje de la voz es muy alto. Debería girar la voz antes y
ella va a ir cayendo poco a poco y podrá abordar con solvencia el repertorio
lírico”. Entre otros muchos consejos técnicos, también recuerdo frases como “es
un proceso lento, toma tiempo, pero si continúa cantando como tenor ligero,
forzarás tu instrumento y pronto aparecerán los problemas. Es mejor que lo
protejas, aprendiendo a bajar el pasaje de la voz, el giro, e iniciando el
cambio de repertorio”. Y tuvo razón, porque eso me lo dijo hace casi 30 años y
aquí estoy, cantando con comodidad un repertorio de tenor lírico.
Ramón Vargas en un momento de ensayo en el Teatro Real / Foto: Lou Valérie Dubuis |
Desde fuera, como aficionados, vemos la carrera de Ramón Vargas impoluta, sin tachones. Preguntándole directamente al cantante ¿Ha tenido Ramón Vargas alguna crisis vocal?
Sí, sí las ha tenido. Y las he superado. Si quieres escuchar
a un buen cantante, escúchale cuando tiene 50 años o más. Porque de joven todos
cantan bien, todos tienen la fuerza para hacerlo. Un buen cantante se ve y se
escucha por arriba de los 50 años de edad, porque muchos jóvenes no llegarán
con una vocalidad sana a esa edad. El sistema ha cambiado tanto… Cuando yo
empezaba, hace 35 años, los cantantes que tenían grabaciones eran aquellos que
habían demostrado, a lo largo de varios años, una carrera sostenida y en
ascenso. Hoy, las casas discográficas presentan grabaciones de muchachos y
muchachas jóvenes y guapos. Pero esos jóvenes aún están en el largo proceso de
aprendizaje. ¿Qué pueden ofrecer estos jóvenes? La juventud de la voz, y poco
más. Pero probablemente esto significa que estarán en decadencia siendo
jóvenes. Los de mi generación, empezamos a grabar comercialmente cuando
teníamos alrededor de 35 años. Ahora están grabando a los 25 y cuando tienen 40
las voces están gastadas. Porque al grabar se crea un fuerte reclamo comercial.
Los contratos llegan a tus manos, casi exigiendo que cantes eso que has
grabado. Hay algo que se está haciendo mal en la ópera, no sé, quizá por el
exceso de importancia que se le da a la imagen, que no digo que no la tenga,
con puestas en escena que priman lo visual a lo musical. Muchos directores de
escena crean sus conceptos desde una perspectiva “a lo Hollywood” o como
“telenovela”. La ópera no nació así. La ópera necesita voces bien entrenadas,
no galanes de cine. Para colmo, ahora se puso de moda el “streaming” y la ópera
“en el cine”. Y todo puede ir sobre ruedas musicalmente, pero llegan los close
up y aunque estés cuidado y te pongan maquillaje, si tienes más de 40
años, se evidencia que ya no das el tipo de Alfredo y el director de escena ya
no te quiere. Prefieren perder en el plano musical para ganar en la imagen de
la pantalla. Los resultados son fatales para la ópera. Porque ahora la gente va
al cine, pero ya no va al teatro. Lo estamos viendo en el Met, con la sala
media vacía desde que inició esta tendencia. La gente va al cine porque es más
barato, es más cómodo y se ve mejor. Y las voces se “oyen” mejor. ¡Todos tienen
la misma potencia, están ecualizados! Pero tú sabes que no es la misma
experiencia escucharles en el teatro.
En la primera década de tu carrera internacional
cantantes con gran frecuencia Mozart y Rossini y poco a poco te deslizaste a
los otros belcantistas. ¿Qué personaje mozartiano te dejaste en el tintero y
que te habría gustado hacer?
Muy pocas veces he contado por qué inicié y finalicé mi
relación con Rossini. Yo empecé cantando Rossini porque pocos lo querían
cantar. Soy de los últimos en llegar al “Rossini Renaissance”, ese renacer
rossiniano de la década de los 70 y que se extendió hasta bien entrados los 80.
Durante esos años, se rescataron y programaron casi todas las óperas del
compositor, obras tan difíciles de cantar como Maometto II, Elisabetta
Regina d’Inghilterra, Armide, etc. Todas óperas muy difíciles
de interpretar, no todas bien organizadas teatralmente, la mayoría con muy
buena calidad musical, pero no todas. Cuando yo llegué a Europa a finales de
los 80, como estudiante, me tocó ese último filito de la locura rossiniana.
Debuté en Bolonia con Mosè in Egitto, bellísima ópera, pero el
interés de los programadores ya estaba en otros compositores belcantistas. Los
colegas de mi generación empezaron a abordar esas obras y a mí me ofrecían
Rossini. Así que hice más de 15 obras del compositor de Pésaro, pero llegó el
momento en que me invitaron a cantar Bellini y Donizetti. Abordé Lucia
di Lammermoor, y eso me permitió mostrar que mi voz podía ir por otro
sendero que no fuera solo Rossini. Ahí también entra el manejo de mis agentes,
que me decían que debía ir alejándome del querido Rossini. Interpreté al Duca
di Mantova (Rigoletto), que ya es un poco más denso, con éxito. Pero los
teatros seguían viéndome como tenor de Rossini. Canté La
Cenerentola en el Met, junto a Cecilia Bartoli en 1998, con 38 años.
Es la producción que aún se repone en algunas temporadas. Y entonces apareció
Juan Diego Flórez y empezó a cantar el Rossini que le quedaba más cómodo, de
una manera espectacular. Y los programadores de estos teatros de primer nivel
me dijeron con sinceridad “si tú puedes hacerme Donizetti y algunos Verdi con
la calidad que requerimos, para qué te doy un Rossini si tengo quien me cante
esos personajes con brillantez”. Algo parecido me sucedió con Mozart. Yo aún
podría cantar Idomeneo, y quizá mejor que hace 15 años, pues ahora
tengo la experiencia vital acorde a la edad del personaje, pero dejaron de
contratarme para esos roles. Los directores artísticos eran honestos. Uno me
dijo “puedo encontrar Tamino y Ottavio con facilidad, no sé si lo canten igual
que tú, pero difícilmente encuentro un buen Don Carlo”. Quizá del repertorio
mozartiano me hace falta un personaje de sus primeras óperas, tendría que ver
bien la partitura y estudiar al personaje.
¿Y qué hay de Verdi?
El Verdi que puedo hacer lo he hecho casi al completo. Hay
otro perdi que no puedo, entre estos Don Álvaro (La forza del destino),
Radamés (Aida) y Otello. El maestro Muti me pidió cantar en
La Scala a Manrico (Il trovatore). Yo no lo acepté. Me podrían haber
matado. Ir en contra de las tradiciones es muy difícil. Ya lo he hecho, desde
una perspectiva completamente lírica, como es todo la primera parte. Eso sí,
duro, como es Verdi. Las partes realmente dramáticas son «la pira» y el final.
Con un 80% lírico y el resto dramático me lanzo al ruedo. La tradición ha hecho
que se imponga voces más dramáticas para interpretarlo, pasando por alto que
Manrico es un juglar, un hombre enamorado y que debería ser una voz más,
digamos, belcantista. Es una elección, yo me decanto por esta forma, me
funciona y la creo más correcta. Ese personaje no es uno de mis caballos de
batalla.
He podido escucharte interpretando óperas en varias
ocasiones a lo largo de casi 5 lustros. En cada una de ellas, fui testigo de
que haces una lectura musical muy personal. En el caso del Riccardo de Un
ballo in maschera, que debutaste en 1998 en la Ciudad de México y después
has representado en muchas ciudades, pienso que haces una interpretación con
apego al belcanto.
Es que es así, es una ópera que está a mitad del camino
verdiano. El primer Verdi es tremendamente difícil, uff, Alzira, I
lombardi, I due Foscari , las he cantado y son duras de
cantar, de cantar con el acento verdiano, que va en la palabra. Pero Un
ballo in maschera es una ópera más completa, con toda una primera
parte cercana al belcanto. El dúo final es, para mí, la parte más dramática. El
personaje pide esta ligereza en la primera mitad de la ópera. Gustavo III
estaba en París, estudiando arte dramático, cuando su padre muere y tiene que
ir a Estocolmo para convertirse en el Rey de Suecia, él era un artista. Por eso
Verdi, cuando Riccardo va a visitar a la bruja Ulrica, lo hace disfrazado
porque es un actor y porque quiere divertirse, y la música así lo subraya. Tal
vez hace la corte a la esposa de Renato por esos rasgos superficiales de su
personalidad. Y cuando madura, a través del dolor de tener que alejar a la
persona que le mueve la tierra bajo los pies, Verdi le compone la música
adecuada. Riccardo es un personaje que va mutando en cada acto, del joven
caprichoso del primero al hombre que sabe que la vida es algo más que pura
diversión en el último acto. Como un personaje romántico, paga su error con la
vida como Traviata paga con su vida su pecado. Ese proceso no todos los intérpretes
lo entienden. Lo hacen sin matices. El Riccardo del inicio no es el mismo al
del final. Debe haber una evolución no solo visual, sino también en la manera
de interpretar la partitura.
Ramón Vargas “es México” y, afortunadamente, allí ha
prodigado su talento protagonizando óperas cuando ya era un solicitadísimo
cantante internacional. Fue director artístico de la Compañía Nacional de Ópera
de 2013 a 2015, momento en el que creó el Estudio de Ópera de Bellas Artes, que
desde el arranque es un fértil jardín para las voces líricas mexicanas. ¿Cómo
ve la situación actual de la Cultura, y de la lírica en particular, en su país
de origen?
México está pasando un mal momento cultural. El Gobierno
actual hace muy bien en apoyar ese México olvidado pero no debería desatender
ese otro México que sí ha logrado desarrollarse. Hace bien en apoyar las muchas
otras formas de lo que es Cultura pero sin disminuir el apoyo a la lírica,
apartado en el que México tiene un recorrido largo y sigue teniendo un
potencial importante. Como cantante, en fechas recientes he recibido
invitaciones de la Compañía Nacional de Ópera para cantar pero no se ha logrado
concretar. Hace poco me invitaron a cantar Les contes d’Hoffmann pero
yo tenía esas fechas ya comprometidas, con la misma obra, en Buenos Aires. El
Estudio de Ópera de Bellas Artes era algo muy necesario para un mejor
desarrollo del talento de los jóvenes y para la difusión del género. Hoy es una
realidad y es algo que debería fortalecerse.
A continuación, celebramos su cumpleaños, con el dúo O soave fanciulla, junto a la soprano Anna Netrebko, del primer acto de la ópera La bohème, de Giacomo Puccini.