A continuación, compartimos un artículo sobre Miguel de Unamuno, firmado por Francisco Torija Zane, para El Mirador Nocturno.
MIGUEL DE UNAMUNO
Su
verdad ante los hombres de viento.
Miguel
de Unamuno nació en Bilbao el 29 de septiembre de 1864. En 1873 se proclamó en
España la Primera República, en medio de las desavenencias entre los
republicanos y los monárquicos y dentro mismo de cada uno de esos grupos. El
carlismo pretendía el establecimiento en el trono español de una rama
alternativa de la dinastía borbónica encabezada por Carlos María de Borbón y la vuelta al antiguo régimen antiliberal.
Para dominar completamente el norte del país, pusieron sitio a la ciudad de
Bilbao en 1874. Don Miguel tenía nueve años de edad. El suceso que dejó más honda huella en mi memoria, fue el bombardeo de
mi Bilbao, en 1874, el año mismo en que entré al Instituto. En él termina
propiamente mi niñez y empieza mi juventud con el bachillerato. (Recuerdos de niñez y
de mocedad. Madrid, 1908). El sitio
concluyó el 2 de mayo con la retirada de los carlistas. El Bilbao de hoy, mejor dicho, el Bilbao del mañana, el Bilbao del
porvenir, la villa de nuestros ensueños y nuestras esperanzas, nació en aquel
día. (Discurso
en el Real Ateneo de Vitoria en 1912). Al
poco tiempo se restauró una monarquía constitucional coronando a Alfonso XII.
Se aprueba la nueva Constitución de 1876 y en 1878 se suprimen los Fueros de
Vascongadas, cortándose así las posibilidades de una diferenciación nacional de
estas provincias. Pero Don Miguel recuerda también los momentos felices de esa
época. Para mí la patria, en el sentido
más concreto de esta palabra, la de campanario, la patria, no ya chica, sino
menos que chica, la que podemos abarcar de una mirada, como puedo abarcar a
Bilbao todo desde muchas de las alturas que le circundan, esa patria es el
ámbito de la niñez, y sólo tiene valor en cuanto me evoca la niñez y me hace
vivir en ella y bañarme en sus recuerdos. Cada vez que me encuentro en Bilbao, a pesar de lo mucho que éste ha
cambiado desde que dejé de ser niño –si es que he dejado de serlo–, su ambiente
hace que me suba a flor de alma mi niñez, y
ese pasado, cada vez más remoto, es el que sirve de núcleo y alma a mis
ensueños del porvenir remoto. (De mi País. Descripciones, relatos y
artículos de costumbres. Obras completas, tomo I. Madrid, 1966).
Concluido
el bachillerado, en 1880 ingresó en la Universidad de Madrid para estudiar
Filosofía y Letras. Tres años después, con diecinueve años de edad, finalizó
esos estudios obteniendo la licenciatura con la calificación de sobresaliente. Se
doctoró al año siguiente exponiendo su tesis “Crítica del problema sobre el
origen y prehistoria de la raza vasca”. Don
Miguel consideraba con orgullo a su pueblo vasco haciendo notar sus
características propias muy definidas, pero cuestionó duramente algunas teorías
que, con fundamento en conveniencias políticas, distorsionaban la realidad. Por
ejemplo las de entroncar al vasco con las más antiguas razas y las de considerar
al vascuence como idioma prioritario. Para quienes veían comprometida en ello la
identidad nacional vasca, Unamuno resultaba un traidor entregado al
nacionalismo español. El vascuence se extingue sin que haya fuerza
humana que pueda impedir su extinción; muere por ley de vida. Convencidos los más de mis paisanos de que el
vascuence se pierde, creen que esta pérdida se debe a causas extrínsecas, a la
presión oficial, al abandono de los que lo hablan, al desarrollo del comercio,
y yo estoy convencido de que la principal causa es de origen intrínseco y se
basa en la ineptitud del eusquera para convertirse en lengua de cultura (La cuestión del
Vascuence, Obras completas, t. VIII.
Madrid, 2007). ¿Y el vascuence?, ¡hermoso monumento de estudio!,
¡venerable reliquia!, ¡noble ejecutoria! Enterrémosle santamente, con dignos
funerales, embalsamado en ciencia; leguemos a los estudiosos tan interesante
reliquia. Y para lograrlo estudiémosle con espíritu científico a la vez que con
amor, sin prejuicios, no atentos a tal o cual tesis previa, sino a indagar lo
que haya, y estudiémosle con los más rigurosos métodos que la moderna ciencia
lingüística prescribe. Dicho esto en
un discurso en Los Juegos Florales de Bilbao en 1901, provocó un escándalo de
proporciones con gritos y silbidos por unos y aplausos por otros, lo que
prosiguió a la salida del teatro. El
[idioma] vascuence, hay que decirlo, como unidad no existe, es un conglomerado
de dialectos en que no se entienden a las veces los unos con los otros. Mis
cuatro abuelos eran, como mis padres, vascos; dos de ellos no podían entenderse
entre sí en vascuence porque eran de distintas regiones: uno de Vizcaya otro de
Guipúzcoa... (Revista
Alma Española, artículo Alma Vasca, Madrid, 1904).
Comenzó
su carrera docente como profesor de latín y psicología y publicó numerosos
artículos en la prensa española e hispanoamericana. En 1891 se casó con
Concepción Lizárraga, a quien había conocido en la catequesis para la primera
comunión. Durante los meses siguientes preparó su concurso para una cátedra de
griego en la Universidad de Salamanca y la obtuvo. Allí vivió en casas de renta
sin dejar su residencia familiar en Bilbao donde nace su primer hijo Fernando.
Se radicó entonces en Salamanca y allí nacieron sus otros hijos. En 1894 ingresó
en la Agrupación Socialista de Bilbao y publicó diversos libros. En 1897 falleció
su tercer hijo de una enfermedad incurable y se sumió en una profunda crisis
emocional. Ya en vías de recuperación participó activamente en la vida cultural
salmantina y en 1900 fue nombrado, con solo treinta y seis años de edad, rector
de la Universidad, cargo que ocupó hasta su destitución en 1914 por razones
políticas durante el inestable reinado de Alfonso XIII. En 1920 fue elegido por
sus colegas decano de la Facultad de Filosofía y Letras, pero su oposición al
gobierno lo lleva a una condena de dieciséis años de prisión por injurias al
rey, sentencia que no llegó a cumplir. En 1921 fue nombrado vicerrector de la
Universidad. Sus constantes ataques al rey y al por entonces dictador Primo de
Rivera provocaron su nueva destitución y el destierro a Fuerteventura, Islas
Canarias en 1924. Indultado a los pocos meses, se exilia en Francia hasta el
año 1930 en el que cae el régimen de Primo de Rivera. De vuelta a Salamanca,
don Miguel entró en la ciudad con un gran recibimiento popular. Alfonso XIII
dejó su reinado y se instauró la Segunda República. Miguel de Unamuno fue
elegido concejal por la Conjunción Republicano-Socialista. Declaró desde el
balcón del ayuntamiento que comienza una
nueva era y termina una dinastía que nos ha empobrecido, envilecido y entontecido.
Es repuesto en el cargo de rector de la Universidad y elegido diputado a las
Cortes por Salamanca representando a la misma conjunción política. Sin embargo,
desencantado por el gobierno republicano, en 1933 no se postula para su
reelección y al año siguiente se jubila de su actividad docente siendo honrado
como Rector Vitalicio. Sufre la irreparable pérdida de su esposa. En 1935 fue
nombrado ciudadano de honor de la República, pero en sus expresiones públicas
se torna cada vez más crítico al gobierno de Manuel Azaña. En 1936 estalló la
insurrección militar contra el Gobierno de la República y un día después, en
Salamanca se escucharon los primeros rumores de acuartelamiento de tropas
declarándose el estado de guerra en la ciudad de Tormes. Don Miguel apoyó a
los militares sublevados por considerarlos dispuestos a encauzar el país que se
encontraba a la deriva. Aceptó la destitución de la casi totalidad de los
miembros del ayuntamiento y la sustitución por personas adeptas y la designación
del nuevo alcalde. También convocó a los intelectuales europeos para que apoyen
a los sublevados, entendiendo que defendían a la civilización occidental y la
tradición cristiana. Pero el riguroso accionar franquista, especialmente la
represión llevada a cabo en Salamanca con prisiones y fusilamientos que
alcanzaron a alumnos y amigos, pronto lo decepcionó. Como personaje eminente en
Salamanca recibió peticiones de familiares para que intercediera por multitud
de arrestados e incluso se afirma que entrevistó infructuosamente al
Generalísimo.
El
12 de octubre de 1936 se celebró en la Universidad de Salamanca de modo solemne
la festividad del Día de la Raza con un acto académico al que asistieron Carmen
Polo, la esposa de Franco, el general Millán-Astray, el obispo de la diócesis
Enrique Plá y Deniel, el reconocido escritor José María Pemán, el gobernador
militar de la plaza y en el resto se encontraban miembros de las fuerzas vivas
de la ciudad. El acto se transmitió por la radio local y fue abierto por Don Miguel para dar la palabra a los
conferenciantes, sin que estuviera prevista otra alocución. Dos catedráticos
de Historia hablaron sobre «el Imperio español y las esencias históricas de la
raza». Un catedrático de Literatura cargó fuertemente contra Cataluña y el País
Vasco y el último orador intentó enardecer a sus oyentes diciendo: Muchachos
de España, hagamos cada uno en cada pecho un Alcázar de Toledo. Todo esto,
dicho en tono amenazante, provocó la serena ira de don Miguel quien tomó la
palabra: Ya sé que estáis esperando mis
palabras, porque me conocéis bien y sabéis que no soy capaz de permanecer en
silencio ante lo que se está diciendo. Callar, a veces, significa asentir,
porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Había dicho que no
quería hablar, porque me conozco. Pero se me ha tirado de la lengua y debo
hacerlo. Se ha hablado aquí de una guerra internacional en defensa de la
civilización cristiana. Yo mismo lo he hecho otras veces. Pero ésta, la
nuestra, es sólo una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé
lo que digo. Vencer es convencer, y hay que convencer sobre todo. Pero no puede
convencer el odio que no deja lugar a la compasión, ese odio a la inteligencia,
que es crítica y diferenciadora, inquisitiva (mas no de inquisición). Se ha
hablado de catalanes y vascos, llamándoles la antiespaña. Pues bien, por la
misma razón ellos pueden decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo [Plá y
Deniel], catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer.
Y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española que no
sabéis. Ese sí es mi Imperio, el de la lengua española y no... (Núñez Florencio,
Miguel de Unamuno 2014, p. 37). El
escándalo interrumpió su discurso. El general Millán-Astray golpeó la mesa y pidió
la palabra mientras su escolta levantó las armas y alguien del público gritó: ¡Viva la muerte!. Sobre lo sucedido a
continuación no existen coincidencias entre los historiadores de distintos
sectores, especialmente en cuanto a determinar si entonces el militar intervino
dando gritos de ¡Mueran los intelectuales! y ¡Viva la muerte! y que Unamuno habría
continuado con su discurso cargando directamente contra la réplica del militar.
Terminada su intervención Unamuno habría salido del recinto protegido por la
esposa de Franco y por otras personalidades, mientras era insultado por los
asistentes. En definitiva fue dejado en su residencia. El mismo día, el
Ayuntamiento pidió su remoción como concejal y el 22 de octubre se decretó su
destitución como rector. Quedó bajo arresto en la propia casa y así pasó los
últimos dos meses de su vida, falleciendo el último día de ese año de 1936 en
un estado de resignada desolación y soledad.
A
Don Miguel de Unamuno, como a muchos, le tocó vivir un tiempo malo: La Tercera
Guerra Carlista con el bombardeo a Bilbao y la debilidad de la Primera
República Española; la conclusión definitiva de los sueños imperiales españoles
con la derrota de 1898 frente a los EEUU y la pérdida de sus últimas colonias de
ultramar; la dictadura de Primo de Rivera durante la decadencia de la
Restauración Borbónica; la complejidad de la Segunda República y su caída; El
comienzo de la Guerra Civil. Y mucho peor para él si su vocación, como la de
Sócrates, fue mantener despierto a su prójimo frente a las ventajas del acomodo
ante el poder. Así, criticó en Bilbao a los vascos y en Valladolid a los
castellanos. Pero lo importante es que no fue un simple personaje transgresor: sus
críticas nacieron de una vida ejemplar en lo ético y de un cuestionamiento acerca
de sí mismo que quizás lo angustió por siempre. Hizo decir a un personaje de su
novela “Abel Sánchez”, escrita en 1917: Cerró
la puerta con llave, miró a todos lados, y al verse solo se arrodilló
murmurando con lágrimas: “Señor, Señor. ¡Tú me dijiste: ama a tu prójimo como a
ti mismo! Y yo no amo al prójimo, no puedo amarle, porque no me amo, no sé
amarme, no puedo amarme a mí mismo. ¿Qué has hecho de mí, Señor?”. Quizás
por eso es que son muchos los que lo han leído y lo recuerdan por su nombre –Don
Miguel- como a alguien importante en su propia vida. Quizás podrían haber sido
suyas estas palabras dichas mucho después por el poeta León Felipe: Yo no puedo tener un
verso dulce / que anestesie el llanto de los niños […] Porque yo no he venido
aquí a hacer dormir a nadie / ni a los niños, ni a los hombres, ni
a los dioses (Como un pulgón, en
“Llamadme Publicano”, México, 1950).
© Francisco Torija Zane
Para El Mirador Nocturno