El Diario La Nación, en su edición digital, publicó este artículo de opinión firmado por Miguel Bronfman.
No es un intercambio de “rehenes”
El 25 de junio de 2006 un comando de terroristas de Hamas se infiltró en territorio israelí desde la Franja de Gaza y sorprendió a un tanque israelí cerca de la frontera; mató a dos de sus tripulantes, tomó prisionero al tercero, y se lo llevó secuestrado a Gaza. Se trataba del soldado Gilad Shalit, de 19 años.
Shalit estuvo secuestrado en Gaza cinco años, sin que nadie lo pudiera ver ni hablar con él, ni siquiera la Cruz Roja.s by
Tras la liberación de 1027 detenidos, Hamas festejó, y también tomó nota: para recuperar un solo ciudadano Israel había accedido a liberar más de mil detenidos, muchos de ellos condenados judicialmente por múltiples asesinatos.
El dilema de negociar con tu asesino
Israel tiene un fuerte fundamento para justificar estas acciones: el valor de la vida es el valor supremo, y no hay nada que no se pueda o deba hacer por salvar aunque más no sea la vida de una sola persona. Pero también Israel ha hecho intercambio de detenidos por cuerpos de soldados muertos. En esos casos ya no se trata de preservar la vida, sino de lograr que “todos vuelvan a casa”... incluso ya muertos, para ser enterrados junto a los propios, de acuerdo a la tradición, y para que sus deudos puedan despedirlos.
El cumplimiento de ese mandato, así como hacer todo lo posible para repatriar incluso los cuerpos de civiles o soldados muertos, implica, como en el caso del soldado Shalit, tener que superar un dilema ético no sólo difícil sino tremendamente doloroso. No es un dilema en abstracto: entre los detenidos liberados por Israel en aquel intercambio para recuperar a Shalit, estaba Yahya Sinwar, condenado a prisión perpetua por varios asesinatos. Ya liberado, al poco tiempo se convirtió en uno de los líderes de Hamas y fue uno de los autores intelectuales de la masacre del 7 de octubre de 2023, en la que Hamas asesinó a más de 1200 israelíes en un sólo día, llevándose además 240 personas secuestradas.
Cuando Israel tiene que negociar con los líderes de Hamas, está negociando con quienes tienen por objeto, anhelo y misión declarada asesinar a la mayor cantidad de judíos posible, y hacer desaparecer al Estado de Israel (y a los ocho millones de judíos que viven allí). Esa es la esencia de Hamas, tal como está declarada sin ambigüedades en su propia Carta fundamental.
En ese contexto, para Israel, negociar con Hamas y lograr la liberación de los rehenes es equiparable a quien debe negociar con el secuestrador de un hijo, sin saber si el hijo está vivo o no, ni en qué condiciones está. ¿Es eso realmente un “acuerdo” o lisa y llanamente, una extorsión?
Proliferan en estos días las voces de quienes intentan trazar una equivalencia entre las personas liberadas por Hamas y por Israel, y en calificar al operativo puesto en marcha como un “intercambio de rehenes”. Leemos esa frase en los titulares de algunos medios de comunicación. Se trata de un error, consciente o no, perturbadoramente inmoral: las personas que Israel puso y está dispuesta a poner en libertad para lograr la liberación de los cautivos del 7 de octubre, son todas personas que se encontraban en prisión, detenidas y juzgadas en procesos legales por haber cometido delitos graves, incluidos homicidios y violaciones, en su gran mayoría contra civiles. Las personas secuestradas por Hamas no cometieron ningún crimen; fueron raptadas, mantenidas en un interminable cautiverio en las peores circunstancias imaginables y sometidas a maltratos de los que tal vez nunca se llegue a tener una real dimensión.
Las personas liberadas o a liberar por Israel, mientras están detenidas en una cárcel, tienen el amparo de la ley y las garantías de un estado de derecho: abogados, alimentación, vestimenta, higiene, cuidados de salud, visitas de sus familiares, de la Cruz Roja y de organismos internacionales; la posibilidad de estudiar, de que sus casos sean juzgados y revisados por jueces de instancias superiores, entre tantas otras. Sus familiares saben dónde están, y cómo están, todo el tiempo.
Las personas secuestradas por Hamas, además de ser víctimas de un crimen de guerra, llevan más de un año y tres meses en un cautiverio del que, si llegan finalmente a salir vivos, seguramente les llevará el resto de sus vidas poder recuperarse. Nadie sabe dónde ni cómo están, y ni siquiera es del todo clara la información de cuántos de los rehenes ya han fallecido en cautiverio. Algunos de ellos fueron asesinados a sangre fría cuando el ejército israelí estaba cerca de rescatarlos. La afamada Cruz Roja no tuvo contacto -ni hay registros de que lo haya intentado- con ninguno de los rehenes durante todo este tiempo -lo que tampoco fue exigido ni reclamado por ninguna organización internacional de derechos humanos.
Aunque cueste creerlo, a pocas horas de un nuevo Día Internacional de Conmemoración del Holocausto, cuando se cumplen 80 años de la liberación del campo de exterminio montado por los nazis en Auschwitz, asistimos nuevamente a la confección por parte de asesinos de listas con nombres. Nombres de judíos y judías a ser salvados, o repatriados ya muertos en el peor de los casos, con las que además ejercen el terror psicológico hasta último momento.
La familia argentina-israelí Bibas fue secuestrada el 7 de octubre, incluido Kfir, un bebé de 9 meses que hoy debería tener dos años. No se sabe si él y su familia aún están vivos, pues Hamás no ha dado ninguna información.
Pactar con terroristas y asesinos que desprecian la vida, de propios y ajenos, nunca puede, a largo plazo, arrojar resultados ni legal ni moralmente aceptables. Hoy, Israel no tiene otra alternativa, pues todos los rehenes deben ser rescatados lo antes posible, aunque esto implique ceder a las extorsiones de Hamas y liberar asesinos.
Mientras que los rehenes sólo ansían el abrazo de sus seres queridos y retomar sus vidas, los terroristas puestos en libertad, mientras Hamás siga activa, y tal como pasó con Sinwar, seguramente volverán a intentar acabar con la vida de más ciudadanos judíos. Es que, debería quedar claro, esto es una tregua, un alto el fuego, pero ciertamente no un “intercambio de rehenes”.
Abogado de la AMIA. Autor del libro El odio a los judíos. Pasado y presente de una amenaza global
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