William Havergal, más conocido como Havergal Brian, nació en Dresde, Staffordshire, Reino Unido, el 29 de enero de 1876, y murió en Shoreham-by-Sea, Sussex, Reino Unido, el 28 de noviembre de 1972. Compositor, libretista y organista.
El sitio www.labrujulaverde.com
publicó este recordatorio firmado por por Jorge Álvarez.
Havergal Brian, el músico autodidacta que compuso la
sinfonía más larga de la Historia, por Jorge Álvarez
28 Sep, 2018
El mundo de la música está lleno de curiosidades y
anécdotas, algo a lo que no escapa el de la música clásica. En este último se
encuadra Havergal Brian, un compositor inglés que tiene el récord de haber hecho
la sinfonía más larga de la historia, con aproximadamente dos horas de
duración. Se titula Sinfonía Nº 1 en Re Menor porque además se trata de la
primera que compuso -otras posteriores son más breves-, aunque es más conocida
por el nombre de The Gotic (Gótica).
Havergal Brian nació en 1876 en Dresde, que en este caso no
es la ciudad alemana sino un distrito de Stoke-on-Trent, conurbación situada en
Staffordshire (Inglaterra) que ha dado otros hijos ilustres como Edward
John-Smith (el capitán del Titanic), pero, curiosamente, varios de ellos
también son músicos: el cantante Robbie Williams y el bajista de Motörhead,
Lemmy Kilmister. En realidad Brian no se llamaba Havergal sino William; adoptó
ese otro nombre tomándolo de una familia de músicos locales que hacían himnos
religiosos.
Era de clase obrera, por lo que no fue más que a la escuela
primaria y luego tuvo que ponerse a trabajar, no recibiendo formación musical;
fue él mismo quien, siguiendo su vocación, aprendió por su cuenta y consiguió
ejercer de organista en una iglesia. En 1895 quedó extasiado al asistir a un
concierto de la obra El rey Olaf, del entonces muy exitoso Edward Elgar, y se
interesó por la música clásica de nuevo cuño que empezaba a oírse entonces:
Richard Strauss, Grancille Bantock (con quien entabló amistad), etc.
Y se lanzó a componer sus propias obras. Su primer éxito fue
la Suite Inglesa, que obtuvo resonancia especial al ser seleccionada para
interpretarse en los Proms (un ciclo de conciertos orquestales diarios que
programa el Royal Albert Hall -aunque entonces era en el Queen’s Hall- en la
segunda mitad del verano y que son muy populares porque aparte de clásica tocan
temas del cine y TV). De hecho, Brian se convirtió en un notable músico
emergente que, sin embargo, no podría mantener esa línea a causa de su compleja
personalidad, algo misántropa.
Pero de momento estaba en la cresta de la ola, recibiendo
multitud de ofertas. Una de ellas le llegó en 1907 del magnate Herbert Minton;
muy suculenta pero a cambio de dedicarse exclusivamente a componer. Brian
aceptó y se entregó a la tarea pero no supo gestionar aquella etapa triunfal y
no tardó en aplazar sus trabajos para disfrutar de los placeres de la vida que
le proporcionaba su acomodada posición. Así, se sucedieron viajes, banquetes y
holganza hasta que un affaire con una sirvienta llamada Hilda Mary Hayward
provocó una crisis.
Su matrimonio se rompió y buena parte de los ingresos tuvo
que dedicarlos a pagarle una pensión a su exmujer (desde 1898 estaba casado con
Isabel Priestley, que le había dado cinco hijos), si bien a cambio la relación
con Hilda se volvería estable y la convertiría en su esposa en 1933, teniendo
con ella otros cinco vástagos. Pero esa nueva situación de recursos limitados
le obligó a centrarse otra vez en la composición, pasando de dejarlo todo a
medias a escribir notas estajanovísticamente.
Por eso hoy se le tiene por uno de los músicos más
prolíficos que han existido (aunque no el que más porque ese récord lo tiene el
alemán dieciochesco Georg Philipp Telemann, que superó las tres mil obras).
Instalado en Londres, sólo interrumpió el ritmo para intentar alistarse en el
ejército cuando estalló la Primera Guerra Mundial pero una lesión en la mano
pospuso ese objetivo hasta 1915, en que formó parte de la Fuerza Expedicionaria
Canadiense como auditor. Después de la contienda, ante la falta de ofertas,
reorientó su profesión entrando a trabajar como crítico musical.
Desempeñó esa labor en publicaciones especializadas como el
diario The Bristish Bandsman o la revista Musical Opinion, de la que llegó a
ser editor en 1927. Se le daba bien escribir y su estilo era sarcástico, lo que
ha llevado a compararle con Bernard Shaw. Ahora bien, su trabajo como crítico
no impidió que continuase componiendo. De hecho, antes de centrarse en las
palabras en vez de en las notas, la guerra le sirvió de inspiración para
componer una ópera, The Tigers; no sería la única porque décadas después
firmaría otras cuatro.
Y es que tras retirarse en 1940 retomó las partituras e hizo
todo tipo de piezas, como conciertos para violín y violonchelo, canciones,
conciertos para piano y orquesta de cámara, suites… Sin embargo, donde
realmente se sintió a gusto fue en la sinfonía, lo que plasmó nada menos que en
treinta y dos de ellas. La mayoría, veintidós, fueron tardías, escritas a
partir de la segunda mitad de los años cincuenta por el éxito que tuvo en 1949
la Sinfonía nº 8 en Si bemol, al ser redescubierta y programada por la BBC.
Pero para entonces las hacía más cortas, de uno o dos movimientos.
Este dato es importante porque, como decíamos al comienzo,
las anteriores eran muy largas. En eso se llevó la palma la primera, la Gótica,
que consta de seis movimientos divididos en dos partes. Trabajó en ella entre
1919 y 1927, después de una conversación con el director de los Proms, Henry
Wood, en la que hablaron de escribir una suite que reviviera instrumentos
musicales en desuso. Para poder escribir todo lo que quería, Brian necesitó
partituras enormes, con pentagramas de mayor tamaño del habitual. Tuvo que
presentar los movimientos por separado y, curiosamente, los tres primeros
resultaron premiados en un concurso.
Y es que, prefigurando el estilo romántico y de ambiciosa
orquestación que caracterizaría al compositor -influencia de la Sinfonía nº 8
de Mahler, apodada De los Mil por la cantidad de instrumentistas que
necesitaba-, la Gótica es una colosal obra coral que alude temáticamente al
estilo artístico homónimo de la Baja Edad Media, el de las grandes catedrales
ojívales, y su repercusión en el desarrollo cultural de la Humanidad. También
es deudora del Fausto de Goethe y al final hay una dedicatoria a Richard
Strauss.
La primera parte es exclusivamente instrumental, a cargo de
una orquesta de un centenar de intérpretes y dura unos tres cuartos de hora
ininterrumpidos, mientras que la segunda, de una hora de duración, incorpora
coros para la interpretación de un imponente Te Deum que además de orquesta
requiere órgano y otros instrumentos que ya no se usaban, al igual que estilos
del pasado como el fabordón o la polifonía medievales. Toda esta desmesura
provoca que la Gótica sea una obra de difícil interpretación y cuando se hace
suele ser reduciendo el número de músicos participantes.
Quizá por eso su estreno tuvo que esperar a 1961, en el
Westminster Central Hall, aunque se trató de una función más bien amateur; la
primera profesional fue cinco años más tarde en el Royal Albert Hall, que
además la BBC transmitió por radio recuperando así del olvido la figura del
autor. La música de éste vivió entonces una segunda edad de oro, con discos,
conciertos, estudios sobre su obra y hasta la publicación de un par de
biografías. Eso sí, un esplendor no generalizado entre el gran público sino
limitado a cierto número de incondicionales.
Entre ellos, sólo un colega de profesión: Leopold Stokowski.
El resto consideraba a Brian un compositor correcto pero poco más, deudor en
exceso de clásicos como Wagner, Mahler, Bach, Bruckner y otros, así como de la
música militar y popular victoriana, aunque en ello siempre por detrás de
Elgar. De todas formas, cuando Brian fue redescubierto en 1966 era ya
nonagenario y es posible que parte de ese éxito postrero se debiera a la
simpatía que despertaba un venerable anciano. De hecho, tras morir en 1972
volvió a segundo plano, aun cuando algunas de sus creaciones todavía se
estrenaban por esas fechas. Pero retiene su récord de sinfonía más larga.
A continuación, lo recordamos en el día de su nacimiento,
con la Sinfonía Nº 1 en Re Menor, Gótica, en la versión de la Orquesta
Sinfónica de la Radio Eslovaca, y el Coro y la Orquesta Filarmónica eslovaca, dirigidos
por Ondrej Lénard.