lunes, 26 de octubre de 2020

Virginia Hall, la dama sin una pierna que saltó en paracaídas para jaquear a la feroz Gestapo de Hitler

El Diario Clarín, en su edición digital, publicó este artículo.

Historias asombrosas

Virginia Hall, la dama sin una pierna que saltó en paracaídas para jaquear a la feroz Gestapo de Hitler

Fue una espía estadounidense que se infiltró en Francia durante la Segunda Guerra Mundial. Ayudó al éxito del desembarco en Normandía. Los nazis dieron la orden de “encontrarla y destruirla”. Nunca lo lograron.

Virginia Hall, en una de las pocas fotos de su rostro que hay. Nació en Maryland, Estados Unidos. Su trabajo infiltrando líneas alemanas en la Segunda Guerra Mundial fue admirable.

24/10/2020 12:29 

  • Clarín.com
  • Internacional

Actualizado al 24/10/2020 12:31

Klaus Barbie, alto oficial de la Gestapo, conocido como el carnicero de Lyon por las atrocidades que cometió durante la ocupación de Francia, alertó en diversas ocasiones a otros altos cargos de su organización y de las SS: “Virginia Hall debe ser encontrada y destruida”.

Nacida en 1906 en el seno de una familia acomodada de Baltimore, Maryland, a los 19 años ya hablaba con soltura alemán y francés. Cursó sus estudios en Radcliffe, entonces la rama para mujeres de la Universidad de Harvard; en Barnard, la facultad femenina de la Universidad de Columbia; y en la escuela de posgrado de la American University en Washington, donde, además de perfeccionar su francés y alemán, aprendió italiano.

Su voluntad era desarrollar una carrera diplomática y a ello dedicó todos sus esfuerzos. A los 25 años aceptó un puesto en la Embajada de Estados Unidos en Varsovia y, posteriormente, fue transferida a otros lugares como Tallin, Viena y Esmirna. Fue precisamente en esa ciudad turca donde su vida sufrió un giro inesperado. En el transcurso de una cacería se le resbaló la escopeta de las manos y, al recogerla, se disparó accidentalmente en la pierna izquierda. Unas heridas, inicialmente leves, que se convirtieron en muy graves a causa de la tardía atención médica y que desembocaron en gangrena.

Heinrich Himmler, hombre fuerte de las SS y la Gestapo nazis, pasa revista a la tropa. la dfoto es de 1943 y entonces Virginia Hall desorientaba a todos el Reich con sus movimientos en Francia.

Para salvarle la vida hubo que proceder a la amputación del miembro afectado y, desde ese momento, debió utilizar una pierna ortopédica, a la que bautizó como Cuthbert, nombre que después sería su código como espía para los servicios secretos británico y estadounidense.

En aquellos años no estaba permitido que personas con miembros amputados trabajaran para el Departamento de Estado. Así, viendo su carrera diplomática frustrada, se trasladó a París en 1939 para unirse al Servicio Francés de Ambulancias. Sin embargo, al cabo de pocos meses se produjo el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación de Francia por las tropas del Tercer Reich. Cuando París cayó en manos alemanas, huyó en compañía de una amiga con destino a Inglaterra. Pese a su pierna de madera, insistió en pedalear hasta llegar a la costa del Atlántico, donde consiguieron embarcar en uno de los últimos ferris que zarpaba hacia Gran Bretaña.

Establecida en Londres, conoció casualmente a Vera Atkins, espía británica nacida en Rumania que, en aquel momento, se dedicaba a reclutar posibles agentes para la sección F (por la inicial de “France”) del Special Operations Executive (SOE), organización del espionaje británico encargada de enviar agentes a los territorios franceses ocupados para organizar sabotajes, espiar, robar e incluso matar a oficiales nazis.

Los conocimientos de idiomas y sus ideas sobre los peligros del ascenso del totalitarismo en el viejo continente, del que había alertado sin éxito en varias ocasiones a sus superiores en la embajada de Estados Unidos, impresionaron a Vera Atkins, que no dudó en incorporarla al SOE.

En 1944 los soldados estadounidenses liberaron París. Por entonces, Virginia Hall operaba en la zona de Borgogne.

De ese modo, con el nombre clave de Germaine, Hall fue lanzada en paracaídas sobre la Francia ocupada, en 1941, con la misión de estudiar y notificar movimientos de tropas nazis y reclutar a otros agentes. Una vez allí puso en marcha una efectiva red clandestina de miembros de la resistencia con el nombre clave de Heckler. Un grupo que centró sus actividades en garantizar el retorno a Inglaterra de los pilotos británicos abatidos sobre suelo francés, a apoyar a otros grupos de la resistencia, a poner bombas para sabotear puntos importantes de la logística del ejército alemán y a recopilar información que resultó clave para elaborar el plan del llamado Día D, la Operación Overlord de desembarco de las tropas aliadas en las playas de Normandía.

Cuando pensamos en un espía hay algo que parece fundamental: la posibilidad de pasar inadvertido. ¿Cómo podía hacerlo una mujer con una pierna de madera? Hall llegó a ocupar carteles de la Gestapo con el lema “Se busca” junto a su retrato. La dama coja, como la llamaban los nazis, se convirtió en el objetivo principal del contraespionaje de la Gestapo y, concretamente, en una obsesión para Klaus Barbie. Según la prestigiosa Smithsonian Institution, “las órdenes de la Gestapo fueron claras y despiadadas. Es la más peligrosa de todos los espías aliados. Debemos acabar con ella".

Para pasar inadvertida se tiñó el pelo, se sometió a un tratamiento dental y, cuando la ocasión lo requería, conseguía caminar sin cojear, pese a los fuertes dolores que ello le provocaba en la cadera. Con estas y otras estratagemas se instaló sin llamar la atención en una granja del pequeño pueblo de Crozant, donde, disfrazada de anciana, se dedicaba aparentemente a cuidar vacas y hacer queso que vendía a las tropas alemanas. De esta forma, escuchaba las conversaciones de oficiales y transmitía toda información útil a Gran Bretaña y EE.UU. empleando un transmisor alimentado con su bicicleta. Su labor tuvo tal resonancia que varios campesinos de esa localidad fueron interrogados e incluso asesinados por las SS.

En 1942 Barbie y la Gestapo estuvieron a punto de capturarla. Logró escapar cruzando los Pirineos a pie hasta España, en pleno invierno y, una vez más, con la dificultad añadida de su pierna artificial. Al entrar en nuestro país fue detenida por la policía franquista por haber cruzado la frontera de forma ilegal y enviada a la prisión de Figueres, donde permaneció seis semanas, con el riesgo de que su identidad pudiera descubrirse y, en consecuencia, fuera entregada a los nazis. La liberaron después de que otro recluso pasara de contrabando una carta escrita por Hall al cónsul estadounidense en Barcelona, alertándolos sobre su situación.

Pasó los siguientes cuatro meses en Madrid, trabajando como corresponsal del Chicago Times. Sobre ese periodo de tiempo, Hall escribió: "Pensé que podría ayudar en España, pero no estoy haciendo un trabajo", según expone Elizabeth P. McIntosh en su libro Sisterhood of Spies, para concluir: “Estoy viviendo agradablemente y perdiendo el tiempo. No vale la pena y, después de todo, mi cuello es mío”.

A su regreso a Londres, el SOE se negó a enviar a Hall de nuevo a Francia, tal como ella pedía. A pesar de su insistencia, sus superiores consideraron que estaba demasiado expuesta. Por su cuenta, contactó con la Oficina de Servicios Estratégicos estadounidense (OSS). Así, el 21 de marzo de 1944 volvió a Francia, llegando en una lancha a motor a Beg-an-Fry, en Bretaña.

Con vistas al cercano Día D, que tendría lugar el 6 de junio de 1944, Hall se instaló en Cosne, en el departamento de Borgoña. Con una tarjeta de identificación francesa falsificada a nombre de Marcelle Montagne y el nombre clave de Diane, formó parte de varios equipos para armar y entrenar a los grupos de resistencia. Pasaron por su organización unos 1.900 resistentes, divididos en grupos de 25, que se dedicaban a planear y ejecutar actos de sabotaje contra las unidades alemanas establecidas en la región. Puentes, líneas ferroviarias y comunicaciones, así como carreteras, fueron objeto de ataques con la finalidad última de retrasar el avance de las tropas alemanas hacia las playas de Normandía.

Para Hitler y su séquito cercano de espías, el nombre de Virginia Halll se transformó en una pesadilla.

Mujeres como Diana Rowden, Violette Szabo y Lilian Rolfe fueron también claves en estas misiones, cubriendo otras zonas con idéntica finalidad pero, desgraciadamente, fueron capturadas y acabaron sus días en los campos de exterminio de Ravensbrück y Dachau. Después, con el colapso de los nazis, Hall regresó a París en abril de 1945. Escribió informes e identificó a las personas que la habían ayudado y merecían elogios.

Al final del conflicto bélico volvió a Londres, donde fue recibida como una heroína. En EEUU fue distinguida con la Cruz de Servicio Distinguido, la segunda máxima condecoración del ejército de ese país, que se entrega a quienes han efectuado acciones de extraordinario heroísmo contra un enemigo. Aunque el presidente Harry Truman mostró su intención de ser él mismo quien le entregara el galardón, Virginia Hall prefirió que la ceremonia estuviese a cargo del fundador de la OSS, William Joseph Donovan, en un sencillo acto en su despacho, con la única presencia de su madre.

Finalizada la guerra, trabajó para la CIA hasta su jubilación. Falleció en su Maryland natal en 1982, a los 98 años de edad.

El Museo Internacional del Espionaje en Washington D.C alberga una exposición permanente sobre ella, que incluye la radio de maleta que usó para enviar mensajes a Londres en código Morse, la medalla del Imperio Británico y algunos de sus documentos de identificación. Su Cruz de Servicio Distinguido se expone en el Museo de la CIA en McLean, Virginia. A finales de este mes, la editorial Crítica publica su biografía, Una mujer sin importancia, de la escritora y periodista británica, Sonia Purnell.

La Vanguardia.