Enrique Jordá nació en San Sebastián, España, el 24 de marzo de 1911, y murió en Bruselas, Bélgica, el 18 de marzo de 1996. Director de orquesta.
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ENRIQUE JORDÁ
No es lo mismo iniciarse en la carrera de dirección orquestal en un país de gran tradición musical, como Alemania o Austria, que hacerlo en otro que carezca incluso de formación específica en dicha materia. En este último caso el mérito es mucho mayor para el futuro artista, si cabe. En España, la moderna dirección orquestal se inició con la primera figura de cierto nivel internacional, Enrique Fernández Arbós, famoso violinista que llegó a dirigir en Londres, Moscú y Nueva York y cuyo nombre aparece ligado a la Orquesta Sinfónica de Madrid. Otro gran director de aquella primera época fue el lorquino Bartolomé Pérez Casas, director de la Orquesta Filarmónica de Madrid y más tarde primer titular de la Orquesta Nacional de España. En Barcelona surgieron maestros de la talla de Juan Lamote de Grignon, Pau Casals — refiriéndonos a su labor de director — y Eduard Toldrá. Pero sin duda alguna, el director español que alcanzó mayor dimensión internacional no fue otro que Ataúlfo Argenta. Tras su prematura muerte en 1958, el único director español que mantuvo una considerable relevancia internacional en los años inmediatamente posteriores fue Enrique Jordá, un maestro que decidió buscar nuevos horizontes artísticos fuera de España y que acabó por adquirir la ciudadanía norteamericana. Su figura, pese a estar un tanto olvidada actualmente en España, merece una necesaria y justa reconsideración.
Enrique Jordá nació el 24 de marzo de 1911 en San Sebastián
e inició sus estudios musicales en su ciudad natal para más tarde trasladarse
hasta Madrid, ciudad en donde amplió su formación tanto humanística como
musical en el Conservatorio y en la entonces Universidad Central de la capital
española. De aquí partió hasta la Universidad de la Sorbona y el Conservatorio
de París, en donde estudió bajo la tutela de los profesores Dupré y Ruhlmann.
Sus inicios como director se iniciaron en 1938 al debutar con la Orquesta
Sinfónica de París y posteriormente en Bruselas. En los primeros años de la
posguerra española, un ambiente musical tendente al triunfalismo y ávido de encontrar
figuras benefició sin duda a Jordá, un músico de excelente formación para los
tiempos que entonces corrían por España. Cuando Jordá sólo contaba con 28 años
de edad fue contratado como director ocasional por la Orquesta Sinfónica de
Madrid, obteniendo unos clamorosos éxitos en el Teatro Monumental que le
sirvieron para ser nombrado director titular en 1940. Con todo, la difícil
situación de la formación tras la Guerra Civil unida al hecho de la creación de
la Orquesta Nacional de España provocaron que Jordá no acabara de integrarse
del todo en el ambiente musical español, con lo que en 1945 abandonó la
formación pese a la incontestable realidad de sus éxitos. Desde entonces, Jordá
decidió continuar su trayectoria artística lejos de España y así, en 1948, fue
nombrado director titular de la Orquesta Sinfónica de Ciudad del Cabo, en
Suráfrica. En este exótico destino Jordá logró casi triplicar los abonos para
sus conciertos y se tuvieron que abrir listas de espera ante la enorme demanda.
Jordá además amplió la formación con nuevos efectivos y, según la opinión
unánime de la crítica, la orquesta nunca había sonado tan bien hasta la llegada
del maestro español.
Pero el gran salto de calidad en la trayectoria de Enrique
Jordá sobrevino en 1954, año en que abandonó Suráfrica para asumir la
titularidad de la Orquesta Sinfónica de San Francisco sustituyendo al
legendario Pierre Monteux. Durante la temporada anterior ya había dirigido a la
formación californiana como invitado y su nombramiento como titular fue toda
una sorpresa. Si bien Jordá comenzó de una forma estupenda en su andadura
norteamericana, no es menos cierto que también tuvo a una serie de detractores,
encabezados por el columnista Herb Caen, que no pararon en su empeño de
menospreciar la labor del maestro español. De esta forma, a Jordá se le acusó
de hablar más en los ensayos que de dirigir propiamente. Se dijo también que
era muy desorganizado y que todo lo dejaba a la inspiración momentánea del
concierto. Sin embargo, lo realmente cierto es que Jordá renovó su contrato en
1958 y los profesores de la orquesta llegaron a firmar un manifiesto de apoyo
al maestro ante las crecientes críticas recibidas. En 1963, Jordá renunció a
los dos años que le quedaban de contrato alegando que una pequeña oposición a
su labor en la orquesta había acabado por perjudicar la estabilidad de la
misma. Tras su dimisión, los columnistas Alfred Frankenstein y el ya citado
Herb Caen sostuvieron una fortísima disputa en sus respectivos medios que puso
de manifiesto la campaña de desprestigio que Caen había desarrollado en su
columna de The Chronicle. Un mes después de dirigir su último concierto con la
Sinfónica de San Francisco, habiendo sido sucedido por Josef Krips, Jordá
adquirió la nacionalidad estadounidense.
Tras su renuncia a seguir dirigiendo como titular en San
Francisco, Jordá inició una exitosa carrera como director invitado que le llevó
a dirigir las principales orquestas de Europa hasta que en 1970 asumió la
dirección de la Orquesta Filarmónica de Amberes (actualmente conocida como de Filharmonie
o Royal Flemish Philharmonic) hasta 1975. En 1973, Jordá realizó una exitosa
gira europea con la Orquesta Sinfónica de San Francisco que prácticamente
supuso su despedida como director. No obstante, en 1982, al crearse la Orquesta
Sinfónica de Euskadi, el maestro Jordá fue requerido por sus paisanos para
acceder al podio como primer director del conjunto vasco, aunque su labor fue
más de asesoramiento. Tras una transfusión de sangre que se complicó hasta
extremos fatales, Enrique Jordá falleció en su residencia de Bruselas el 18 de
marzo de 1996.
Enrique Jordá fue uno de los más grandes directores de
orquesta surgidos en España y su labor fue reconocida internacionalmente en los
distintos círculos musicales. Hombre de una extraordinaria cultura, Jordá unió
a una seria preparación técnica un temperamento especialmente sensible en su
modo de entender la música. Con especial brillo y energía, Jordá cultivó un
repertorio basado en los clásicos de mayor peso específico y llevó a cabo una
moderada incursión en la música contemporánea, con estrenos de obras de
Milhaud, Harris y Rodrigo. En 1969 sacó a la luz un interesantísimo libro, El
director de orquesta frente a la partitura, en donde realiza un ameno bosquejo
de la interpretación orquestal en base a una muy documentada historia de la
dirección orquestal y de la evolución de la anotación musical. Según sus
propias reflexiones en dicho libro, «para cumplir con su cometido, el director
debe estudiar la partitura y posteriormente comunicar a los ejecutantes su
concepto de la obra, transmitiendo durante el concierto el mensaje de la misma.
La realización de estas tres fases requiere conocimientos que van desde la
composición musical hasta la psicología; desde el dominio de un instrumento
hasta la metafísica; del conocimiento de ciertos fenómenos físicos hasta las
ciencias históricas y las disciplinas estéticas. A diferencia de con las artes
plásticas, la música requiere de un intérprete entre la creación de la obra y
su exposición hacia el público. Para que una obra musical posea vida real es
necesaria una ejecución de la misma. Sin este movimiento, la obra no existe más
que en estado latente e ideal».
De entre la producción discográfica debida a Enrique Jordá
podemos mencionar las siguientes grabaciones. (Advertimos que los distintos
enlaces que vienen a continuación no tienen porqué corresponderse
necesariamente con la versión citada pero sí con la obra mencionada): Preludio
de La damoiselle de Debussy dirigiendo la Orquesta Sinfónica Nacional (DUTTON
B5CZ8); El aprendiz de Brujo de Dukas dirigiendo la Orquesta Sinfónica Nacional
(DUTTON B5CZ8); Danza Andaluza de Granados (versión orquestada) dirigiendo la
Orquesta del Conservatorio de París (DECCA 7755); Sinfonía nº36 de Mozart
dirigiendo la Sinfónica de Londres (BEULAH referencia desconocida); Preludio de
Khovantchina de Mussorgski dirigiendo la Sinfónica de Londres (BEULAH
referencia desconocida); y, finalmente, Concierto del Sur de Ponce, junto a
Andrés Segovia y dirigiendo la Orquesta Sinfónica del Aire (DG 471430). Nuestro
humilde homenaje a este excepcional director español.
A continuación, lo recordamos en el día de su nacimiento,
con su interpretación de El aprendiz de brujo, de Paul Dukas, al frente de la
Orquesta del Conservatorio de París.