domingo, 19 de mayo de 2013

Gustav Mahler



Gustav Mahler nació en Kaliště, Bohemia, actualmente República Checa, el 7 de julio de 1860 y murió en Viena, el 18 de mayo de 1911.

Fue compositor y director de orquesta y sus obras están consideradas entre las más importantes del postromanticismo.

Formado en el Conservatorio de Viena del que se graduó en 1878, la carrera de Mahler como director de orquesta se inició al frente de pequeños teatros de provincias como Liubliana, Olomouc y Kassel.

En 1886 fue asistente del prestigioso Arthur Nikisch en Leipzig, en 1888, director de la Ópera de Budapest y en 1891, de la de Hamburgo, puestos en los que tuvo la oportunidad de ir perfilando su personal técnica en la dirección orquestal.

La gran oportunidad le llegó en 1897, cuando le fue ofrecida la dirección de la Ópera de Viena, con la única condición de que apostatara de su judaísmo y abrazara la fe católica.


Así lo hizo, y durante diez años estuvo al frente del teatro; diez años ricos en experiencias dentro del arte, en los que mejoró el nivel artístico de la compañía y dio a conocer nuevas obras, pero también años en los que sufrió la oposición y hostilidad de la prensa antisemita.

Gracias a sus innovadoras producciones y a la insistencia en los más altos niveles de representación, se granjeó el reconocimiento como uno de los más grandes directores de ópera, particularmente como intérprete de las óperas de Richard Wagner y Wolfgang Amadeus Mozart y como compositor, centró sus esfuerzos en la forma sinfónica y en el lied.


Él mismo advertía de que componer una sinfonía era “construir un mundo con todos los medios posibles”, por lo que sus trabajos en este campo se caracterizan por una amplísima heterogeneidad.

Introdujo elementos de distinta procedencia como melodías populares, marchas, fanfarrias militares y mediante un uso personal del acorde, entrecortando o alargando inusitadamente las líneas melódicas, acoplados o yuxtapuestos en el interior del marco formal que absorbió de la tradición clásica vienesa.

Sus obras sinfónicas adquirieron desmesuradas proporciones e incluyó armonías disonantes que sobrepasan el cromatismo utilizado por Wagner en su Tristán e Isolda.


La apariencia del desorden que resultaba, con el esfuerzo extra que demandaba reconocer alguna formalidad “clásica” en su estructura, generó la incomprensión de su música, atrayéndole una hostilidad casi general, pese al apoyo de una minoría entusiasta entre la que se contaban los miembros de la Segunda Escuela de Viena, que lo tenían como su más directo precursor.

Él mismo se autodefinía como un compositor de verano, única estación del año en la que podía dedicarse íntegramente a la concepción de sus monumentales obras.

Casa en la que componía, ubicada frente al lago.
En una ocasión, Mahler manifestó que su música no sería apreciada hasta cincuenta años después de su muerte. 

No le faltaba razón: valorado en su tiempo más como director de orquesta que como compositor, hoy es considerado uno de los más grandes y originales sinfonistas que ha dado la historia del género; más aún, uno de los músicos que anuncian y presagian en su obra de manera más lúcida y consecuente todas las contradicciones que definirán el desarrollo del arte musical a lo largo del siglo XX.



Son diez las sinfonías de su catálogo, si bien la última quedó inacabada a su muerte. 

De ellas, las números 2, 3, 4 y 8, la única que le permitió saborear las mieles del triunfo en su estreno, incluyen la voz humana, según el modelo establecido por Beethoven en su Novena. 

A partir de la Quinta, su música empezó a teñirse de un halo trágico que alcanza en la Sexta, en la Novena y en esa sinfonía vocal que es La canción de la tierra, su más terrible expresión.


Sus principales colecciones de canciones son: Lieder eines fahrenden Gesellen, Canciones de un compañero de viaje; el ciclo Des Knaben Wunderhorn, El cuerno mágico de la juventud, basado en una recopilación de cantos populares alemanes; Kindertotenlieder, Canciones a los niños muertos y las Rückert-Lieder, canciones basadas en ambos casos en los textos del poeta alemán Friedrich Rückert.

En 1907 debido al diagnóstico de una afección cardíaca y la muerte de una de sus hijas lo impulsaron a dimitir de su cargo y aceptar la titularidad del Metropolitan Opera House y de la Sociedad Filarmónica de Nueva York, ciudad en la que se estableció hasta 1911, cuando, ya enfermo, regresó a Viena, donde falleció el 18 de mayo de 1911.


Su revalorización, al igual que la de su admirado Anton Bruckner, fue lenta y se vio retrasada por el advenimiento del nazismo al poder en Alemania y Austria: por su doble condición de compositor judío y moderno, la ejecución de la música de Mahler fue terminantemente prohibida. 

Lo mismo sucedió con otros compositores, caídos en desgracia en el Tercer Reich.


La Entartete Musik, o Música Degenerada, fue la etiqueta que el gobierno de la Alemania Nazi aplicó durante los años 30 y 40 del siglo XX a determinadas formas de música que consideraba perniciosas o decadentes.


La preocupación del gobierno nacional-socialista por este tipo de música formó parte de su conocida campaña contra el arte degenerado o "Entartete Kunst". 

En ambos casos, las autoridades intentaron aislar, desacreditar o prohibir las obras porque se oponían a los fundamentos del régimen en virtud de su contenido o la filiación política o racial de sus compositores e intérpretes.

Ello incluye las obras de compositores judíos o de origen judío, como Felix Mendelssohn, Arnold Schoenberg, Franz Schreker, Walter Braunfels, Erich Wolfgang Korngold, Kurt Weill, Gustav Mahler, David Nowakowsky y Berthold Goldschmidt; las que incluían personajes judíos o de origen africano como las de Ernst Krenek; o los trabajos de compositores considerados simpatizantes del marxismo por ejemplo, Hanns Eisler.


La consideración de "degenarada" se aplicó igualmente a la música de artistas que habían mostrado públicamente su simpatía por oponentes del Régimen Nazi como Anton Webern, quien mantuvo una fuerte amistad con Schoenberg durante su exilio de Alemania. La música modernista, como las obras de Paul Hindemith, Alban Berg, Schoenberg y Webern, era considerada igualmente "degenerada", juzgándose "inferior" a la música clásica pretérita y, por lo tanto, ofensiva hacia el sentido de progreso y civilización nazi y su lealtad hacia determinados compositores alemanes clásicos. 

Finalmente, la música de jazz fue también tachada de "degenerada" a causa de sus raíces y su profunda relación con la cultura afro-americana.


Sólo al final de la Segunda Guerra Mundial, y gracias a la labor de directores como Bruno Walter y Otto Klemperer, y, más tarde, Bernard Haitink o Leonard Bernstein, su música empezó a interpretarse con más frecuencia en el repertorio de las grandes orquestas, encontrándose entre los compositores más destacados en la historia de la música y sus sinfonías empezaron a encontrar su lugar en el repertorio de las grandes orquestas.



A continuación de Gustav Mahler, la Sinfonía Nº 1 en Re Mayor, que fue estrenada el 20 de noviembre en 1889 en Budapest.