En un fragmento de la Biblia se cuenta la conmovedora historia de José y sus hermanos y según el relato del Génesis, José es el undécimo hijo de los doce de Jacob y ancestro de dos de las doce tribus de Israel.
Jacob lo amaba más que al resto de sus hijos, porque lo
había tenido en la vejez con Raquel su segunda esposa.
Por esa razón produjo la envidia de sus hermanos mayores y en sus sueños, José aparecía por encima de ellos, prediciendo
lo que iba a suceder en el futuro.
Jacob lo designó como su sucesor y le dió una túnica de
colores que lo distinguía, lo que enfureció aún más a sus hermanos, que
buscaban la ocasión para vengarse.
Un día sus hermanos llevaron a pastar a los animales en un
lugar lejano y pasado el tiempo y ver que no regresaban, Jacob envió a José a
buscarlos y ver que se encontrasen bien.
Al ver desde lejos que José se acercaba, planearon matarlo,
lo que generó una disputa entre ellos.
Rubén, el mayor, intentó convencerlos de que no era buena idea quitarle la vida y cuando llegó lo tiraron a un pozo de agua seco y lo tuvieron atrapado hasta decidir qué hacer con él.
Rubén, el mayor, intentó convencerlos de que no era buena idea quitarle la vida y cuando llegó lo tiraron a un pozo de agua seco y lo tuvieron atrapado hasta decidir qué hacer con él.
Finalmente lo vendieron como esclavo a una caravana de mercaderes
que se dirigían a Egipto.
Los hermanos regresaron al campamento y cuando Jacob
preguntó por su hijo José, le mintieron, diciendo que habían encontrado su
túnica ensangrentada, y le dijeron que José fue atacado por una bestia del
bosque que lo mató ante lo que Jacob lloró la muerte de su hijo querido sin
consuelo.
Los mercaderes en Egipto lo vendieron a Putifar,
administrador del Faraón, y al ver que José sabía leer y manejaba los números,
le confió la administración de su casa y se convirtió en su mano derecha.
Como esclavo trabajaba mucho, se convirtió en un joven fornido, y la
esposa de Putifar, se fijó en él e intentó seducirlo, pero José se resistió, recordando las enseñanzas de rectitud que su
padre siempre le enseñó, además de saber que sería una falta ante
Dios y salió de la habitación dejando su manto en manos de la mujer que lo acusó
de intentar aprovecharse de ella, mostrando el manto como prueba.
Putifar dudaba de la palabra de su mujer, conocía a José y sabía que era incapaz de
ello, pero ante la insistencia del castigo a muerte, decidó enviar a
José a la cárcel.
Allí conoció al copero y al panadero del
Faraón, quienes fueron acusados de robar una copa de oro perteneciente al
Faraón.
Ambos habían tenido sueños muy misteriosos, y José los ayudó a interpretar el significado.
El copero le contó: "Soñé que tenía ante mí una vid con
tres sarmientos, que estaban echando brotes, subían y florecían y maduraban sus
racimos. Tenía en mis manos la copa del faraón, y tomando los racimos, los
exprimía en la copa del faraón y la puse en sus manos".
José le respondió que los tres sarmientos representaban tres
días, y que al cabo de ese tiempo el copero sería declarado inocente y volvería
a servir al Faraón y además le pidió al copero que intercediese por el con el
faraón, para lograr su libertad.
El panadero le pidió que también le interpretara su sueño:
"En el sueño voy caminando con tres canastillas llenas de pan blanco. En
el canastillo de encima había toda clase de pastas de las que hacen para el
Faraón los reposteros, y las aves se las comían del canastillo que llevaba
sobre mi cabeza".
José contestó que las tres canastillas simbolizaban tres
días, al cabo de los cuales el Faraón decapitaría al panadero, lo colgaría de
un árbol y los pájaros picotearían su cuerpo.
Todo se cumplió según lo predicho por José y al tercer día,
en que se celebraba el del cumpleaños del Faraón, éste dio un banquete a sus servidores; se acordó entonces del copero y del panadero, y decidió
restablecer al primero en su puesto y condenar a muerte al segundo. Sin
embargo, el copero se olvidó de José.
Al cabo de un tiempo, el faraón tuvo sueños que lo
inquietaban y que no podía comprender.
Se encontraba nervioso y
atormentado por sus sueños, preguntaba a sus adivinos y a los sabios de Egipto, ninguno sabía cómo interpretarlos.
El copero le contó al faraón sobre José en la cárcel y fue llamado ante su presencia.
El faraón le dijo: "He tenido un sueño y no hay quien
me lo interprete, y he oído hablar de ti, que en cuanto oyes un sueño lo
interpretas".
José respondió: "No yo; Dios será el que dé una
respuesta favorable al faraón".
El faraón dijo entonces a José: "Éste es mi sueño:
estaba yo en la ribera del río, y vi subir del río siete vacas gordas y
hermosas, que se pusieron a pacer en la verdura de la orilla, y he aquí que
detrás de ellas suben otras siete vacas, malas, feas y flacas, como no las he
visto de malas en toda la tierra de Egipto, y las vacas malas y feas se
comieron a las primeras siete vacas gordas, que entraron en su vientre sin que
se conociera que había entrado, pues el aspecto de aquéllas siguió siendo tan
malo como al principio.
Y en otro sueño vi que salían de una misma caña siete
espigas granadas y hermosas, y que salían después de ellas siete espigas malas,
secas y quemadas del viento solano, y las siete espigas secas devoraron a las
siete hermosas. Se lo he contado a los adivinos, y no ha habido quien me lo
explique".
José dijo al faraón: "El sueño del faraón es uno solo.
Dios ha dado a conocer al faraón lo que va a hacer.
Vendrán siete años de gran abundancia en toda la tierra de
Egipto, y detrás de ellos vendrán siete años de escasez, que harán que se
olvide toda la abundancia en la tierra de Egipto, y el hambre consumirá la
tierra.
Busque el faraón un hombre inteligente y sabio,
y póngalo al frente de la tierra de Egipto, nombre intendentes, que visiten la
tierra y recojan el quinto de la cosecha de la tierra de Egipto en los años de
abundancia; reúnan el producto de los años buenos que van a venir, y hagan
acopio de trigo a disposición del faraón, para mantenimiento de las ciudades, y
consérvenlo para que sirva a la tierra de reserva para los siete años de hambre
que vendrán sobre Egipto, y no perezca de hambre la tierra.
El faraón, impresionado, dijo: "Tú serás quien gobierne mi
casa, y todo mi pueblo te obedecerá; sólo por el trono seré mayor que tú".
Dicho esto, el faraón se quitó su anillo y se lo puso a
José, ordenó que lo vistieran con ropas blancas de lino, puso en su cuello un
collar de oro y pasó a llamarse Zafnat Paneaj, que significa aproximadamente "Dios habló y él vino
a la vida".
José tomó por esposa a Asenat, tuvo dos hijos varones, Manasés y Efraím.
Los tiempos de prosperidad finalizaron, llegó el hambre y los pobladores compraban el trigo a José, no sólo de Egipto, sino también de otras tierras, como de Canaán, y en especial Beerseba, donde vivía Jacob con su familia y enterado de que en Egipto había trigo, envió a sus diez hijos mayores a Egipto dejando a Benjamín, el menor de todos, a su lado.
Los hermanos llegaron hasta la corte del Faraón para
pedir ayuda, se presentaron ante José, al que no reconocieron porque estaba
muy cambiado por su indumentaria y por el paso de los años.
José los reconoció y los interrogó por medio de un intérprete, sobre sus origenes y familia, a lo que respondieron que venían de Canaán para
comprar alimentos, pero José los acusó de ser ladrones y espías y les preguntó: “¿Como puede ser un hombre tan rico en hijos?”,
y ellos explicaron que en realidad eran once hermanos, pero que el menor había quedado con su padre.
José los mandó encerrar en la cárcel durante tres
días, período en el que reflexionaron sobre todo el mal que habían causado y al cabo de los tres días, fueron liberados.
José los proveyó trigo para llevar a Canaán, pero para demostrar la veracidad de sus palabras,
deberían volver y traer consigo al hijo menor, Benjamín y tomó a
Simeón como rehén y lo encerró.
Cuando regresaron a Canaán, quedaron
consternados al encontrar en sus alforjas el dinero que habían pagado.
Enterado de lo sucedido Jacob se
entristeció por Simeón, pero les contestó que no iban a volver a Egipto con
Benjamín porque ya había perdido a José y no soportaría perder también a
Benjamín, el único hijo de Raquel que le quedaba.
La sequía y escasez continuaron
y, tras mucho insistir, consiguieron que Jacob transigiera, y los
hijos de Jacob volvieron a Egipto con Benjamín.
Al volver a Egipto, el mayordomo de José, que les dijo que no debían preocuparse por el dinero y los reunió con Simeón.
Todos fueron llevados a la casa de José, a quien
le entregaron regalos y se alegró especialmente de ver a
Benjamín después de tanto tiempo, y los invitó a un banquete, en el que los acomodó por orden de edad.
Se sorprendieron mucho con el órden en la mesa, pero el mayordomo les explicó que José pudo
adivinarlo gracias a su copa mágica y todos comieron y
bebieron felizmente; en especial Benjamín, que recibió más y mejor comida que
sus hermanos.
José decidió ponerlos a prueba e introdujo su copa de plata en
las alforjas de Benjamín y cuando los hermanos ya se marchaban,
fueron alcanzados por los soldados, que los acusaron del robo de la copa.
Éstos
negaron el hecho, y para sorpresa de todos, la copa apareció en la alforja de Benjamín cuando los soldados
anunciaron que los demás podían seguir su camino, pero que el ladrón debía
quedarse.
Ninguno de sus hermanos quiso aceptar esto, y todos volvieron con
José, quien les recriminó que defendiesen a un ladrón y los instó a volver a su
tierra.
Sin embargo, sus hermanos replicaron que preferían morir que ver sufrir
nuevamente a su padre, quien ya sufrió el dolor de la pérdida de un hijo
predilecto y no podría volver a soportarlo.
José quedó a solas con sus hermanos y al ver que habían cambiado y que estaban
dispuestos a dar la vida por su hermano menor, por fin se dio a conocer.
Enmudecieron de asombro y de miedo, pero José los calmó, diciendo “No os
preocupéis, que todo fue obra de Dios, era necesario que yo viniese a Egipto
para que nuestro pueblo, Israel, sobreviviera en este tiempo de escasez y
hambruna”.
Los
hermanos de José volvieron a Canaán, cargados de regalos de Egipto, y le
contaron todo a Jacob; éste, lleno de alegría, partió con toda su familia rumbo
a Egipto.
Al encontrase padre e hijo, Jacob exclamó: “¡Agradezco infinitamente a
Dios porque me ha dado por segunda vez a mi hijo querido, Él obra de manera
misteriosa!”.
Jacob y su familia vivieron entonces en la tierra de Gosén,
un lugar destinado al pastoreo del ganado en el Alto Egipto.