La creación del Partido Nazi en Argentina:
un monstruo que surgió en la década del 30
Cómo se instaló en nuestro país la ideología que impulsaba Hitler desde Alemania. El rol de un dirigente chileno, el papel fundamental del embajador del régimen nazi y la complacenciade las empresas identificadas con el Tercer Reich.
Con el hallazgo reciente de la larga lista de doce mil contribuyentes alemanes con residencia en Argentina que enviaron dinero a una cuenta en Suiza durante la década del 30, se han disparado las versiones sobre el origen de los fondos y se ha reavivado el interés por conocer el origen del arraigamiento del nazismo en Argentina.
Es bien conocida la historia de los criminales de guerra que se refugiaron en el país luego de la contienda. Eichmann, Mengele, Schwammberger, Priebke, entre otros. Escapados de Europa, llegaron por la Ruta de las Ratas, para encontrar impunidad en estas tierras. “Argentina fue el puerto más seguro, el santuario más sagrado y el refugio más inviolable para los peores asesinos de la primera mitad del siglo XX”, escribió el investigador Jorge Camarassa.
Durante décadas el estado argentino se mostró complaciente. Durante el peronismo se asentaron los nazis fugados que ingresaron clandestinamente pero luego siguieron viviendo con tranquilidad en la sucesión de gobiernos democráticos y militares que siguieron. Esa situación cambió con el regreso de la democracia y el gobierno de Alfonsín. Por primera vez en décadas, Argentina, sus funcionarios y su justicia, respondió con celeridad y eficacia a los pedidos de extradición. Eso sucedió recién a cuarenta años de finalizada la Segunda Guerra Mundial.
También se ha hablado mucho sobre las supuestas vidas de Bormann y Hitler en el Sur argentino. Leyendas con una pátina de verosimilitud, pero sin el menor rigor histórico, que fascinan a grandes públicos.
Pero del origen de la instalación del nazismo en Argentina, de la conformación de una filial local y de su influencia en la vida argentina no se sabe tanto.
En 1931 se formó en Buenos Aires el Partido Obrero Nacionalsocialista Alemán. No se produjo por generación espontáneo, ni porque a un alemán radicado en el país se le ocurrió crear en el lugar dónde vivía una filial o una réplica del partido político por el que simpatizaba en su tierra natal.
Al frente estaba Willy Kohn, un hombre de 32 años que hacía pocos días había llegado desde Santiago de Chile. Había sido trasladado desde el paía trasandino con una misión clara. La orden era conformar ese partido. El recibimiento fue apoteótico por parte de un nutrido grupo de hombres uniformados, severos, con el brazo extendido hacia adelante.
La colonia alemana en Argentina era numerosa. Y cada vez más pujante. Simon Wiesenthal, el cazador de nazis explicó: “Al final de la Primera Guerra Mundial, mientras Austria y Alemania atravesaban la crisis política y económica que siguió a su derrota, muchas personas de ambos países emigraron a la Argentina. Y no era de extrañar que, en su mayoría, los nuevos emigrantes fueran nacionalistas radicales que no querían vivir en la derrota de Alemania ‘esclavizada por las cadenas de Versalles’. Con su acostumbrada diligencia, los nuevos inmigrantes erigieron fábricas, escuelas y empresas; fundaron periódicos y revistas, y ganaron una considerable influencia política”.
Ya en 1931 el grupo se mostró activo. Buscaba nuevos adherentes, organizaba pequeñas reuniones y publicaba avisos en los diarios de la comunidad alemana promocionando sus actividades y procurando sumar adherentes. Para la central del Partido en Berlín, la filial argentina parecía tener su importancia a pesar de ser incipiente. Hans Nieland, el jefe de las divisiones extranjeras del partido, visitó el país a mediados de 1931 para entrar en contacto con la flamante organización.
El Partido Nazi en Argentina fue creciendo. En 1933 se produciría el gran cambio. Hitler ganó las elecciones y llegó al poder. En marzo arribó su embajador, Edmund Von Thermann. Al principio, hasta 1936, su título ofical fue “representante de Negocios del Gobierno Alemán”. Un nazi convencido, miembro de las SS y hábil político. No tardó ni siquiera un mes en presentarse en sociedad. Convocó a las empresas de origen alemán, a todas, y obligó a sus dueños y representantes a firmar un manifiesto en el que proclamaban lealtad a Hitler. Hubo quienes no aceptaron hacerlo, quienes prefirieron la independencia. A esos primero se intentó persuadirlos, luego se los presionó. Y por último se los apartó de los negocios de la comunidad.
El clima general de Argentina favorecía. En 1930, luego del golpe de estado de Uriburu, una ola fascista había arrasado con los modos democráticos: La Hora de la Espada.
Von Thermann era un embajador que se tomaba muy en serio su misión. Lo protocolar lo dejaba para los actos oficiales. El resto del tiempo lo dedicaba a aplicar rigor y a disciplinar a los alemanes en Argentina. En especial, a aquellos que tenían dinero. Los que desobedecían -los que no aceptaban someterse a su arbitrio- eran acusados de traidores a la patria. Pero a su patria: Alemania. Un fin superior justificaba cualquier abuso.
Más de un año antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, transmitió a las distintas empresas alemanas un mensaje que recibió desde Berlín: “La industria y el comercio alemán en el exterior deben ver como una cuestión de honor el reemplazar a los representantes extraños a nuestra idiosincrasia por alemanes o descendientes de los mismos”. El mensaje fue entendido, ninguno de sus receptores pidió aclaraciones. La misma semana en que recibían esa circular, los empresarios comenzaron a despedir a parte de su personal. Los que se quedaron sin trabajo no fueron los que no eran descendientes de alemanes. Sólo se despidió a los judíos (en algunos casos también alemanes).
Para tener una dimensión del estado de situación se debe entender que la comunidad alemana era la tercera más numerosa en Argentina después de la italiana y la española. Su poderío económico era enorme. Había al menos dos centenares de empresas radicadas. Y se ocupaban de las más diversas actividades, la gran mayoría de vital importancia estratégica y económica, Algunos de esos rubros eran electricidad, transporte, metalurgia, ganadería, agricultura, construcción, industria química y alimentos.
Se calcula que la comunidad alemana en Argentina a fines de la década del treinta estaba formada por 250 mil personas.
Casi doscientas escuelas eran alemanas. En ellas, además de hablar el idioma natal, había un retrato del Führer en cada aula y todas las mañanas se izaba la bandera argentina junto a la enseña nazi. Se cantaba el Horst Wessel y cuando el que se entonaba era el himno argentino, sus alumnos y docentes lo hacían extendiendo hacia adelante a la altura del hombro su brazo derecho, el saludo nazi. Jorge Camarassa, en Odessa al Sur, cuenta: "A esas escuelas concurrían 13.200 estudiantes. Eran atendidos por maestros que para poder ejercer necesitaban contar con el visto bueno de la Unión de Escuelas Alemanas y cumplimentar ante el embajador la siguiente promesa: “Juro ser fiel y obedecer al Führer del Reich y del Pueblo Alemán, Adolf Hitler, velando por las leyes y cumpliendo exactamente los deberes de mi obligación profesional. Que Dios me ayude”.
Es en ese contexto en que se realiza el célebre acto en Luna Park de 1938. Más de 10 mil personas en el acto nazi de mayor concurrencia fuera de Alemania. Un nuevo récord infame batido.
El Nazi era una especie de estado dentro de otro estado, el argentino. Pero no necesariamente esta organización férreamente liderada por el embajador Von Thermann se mimetizaba con el Partido Nazi local. Muchos de los empresarios y hombres influyentes no estaban afiliado al Partido creado en el país en 1931. Los que habían formado el Partido de Obreros Nacionalsocialista Alemán eran, según lo sostiene el investigador Ronald Newton en su libro El cuarto lado del Triángulo, “marineros en tierra, artesanos y ex trabajadores, ex funcionarios y profesionales amargados por la experiencia argentina, junto con granjeros derrotados. Los unía la condición de germanos y sus reclamos; compartían la voluntad visceral de los nazis de derrocar el sistema de Weimar: el detestado sistema (tanto en la Argentina como en Europa) de judíos, plutócratas, las extravagancias artísticas y sociales grotescas de la nueva era; buscaban venganza en el teatro del mundo para el Volk y el Reich”.
Los hombres de negocios no compartían ni esas necesidades, ni ese resentimiento. Pero la nueva realidad los hizo cambiar. Muy rápidamente se mostraron dóciles a las exigencias del embajador Von Thermann. Su pragmatismo era mucho más fuerte que sus convicciones. También su ambición. Todos se afiliaron al primer requerimiento, acudieron a los actos a los que fueron convocados e hicieron los aportes económicos que les exigieron.
“Muy pocos gerentes o funcionarios importantes de las firmas alemanas eran nazis convencidos; muchos, sin embargo, eran oportunistas que seguían la corriente para proteger su posición comercial. Por lo común, los nazis ardientes se encontraban sólo entre los empleados de menor rango y los oficinistas que intentaban usar su afiliación al partido para acelerar su asenso en la firma” contó el embajador Von Thermann después de la guerra.
Esa colisión y el recelo que se generaba entre convencidos y acomodaticios, entre precursores y advenedizos rigió a los nazis en Argentina. El Partido en sí mismo, aquel formado en 1931 por marineros y obreros antes de la llegada de Hitler al poder, fue perdiendo poder e influencia. Von Thermann era la autoridad principal y quien ejecutaba con mano firme las órdenes llegadas desde Berlín.
Era muy importante la publicidad que hacían a través de diarios y demás publicaciones. Se enfrentaban con el problema que los principales periódicos (La Nación, La Prensa, El Mundo, Crítica) estaban en contra de los totalitarismos y empezada la Segunda Guerra Mundial eran abiertamente aliadófilos. A los nazis les quedaban publicaciones de poca tirada pero con inserción en las clases más populares. Se llamaban Clarinada, Bandera Argentina, Pampero, Crisol.
A los grandes medios las empresas de origen alemán más poderosas le quitaron los anuncios. Lo mismo sucedió con las publicaciones dirigidas a la comunidad alemana en el país. Aquellos que se oponían a Hitler fueron ahogados pero sobrevivieron debido a que a principios de los cuarenta empezaron a llegar al país los que lograban escapar del infierno nazi; sumaron esos lectores.
El otro factor que era de relevancia y se organizaba desde la embajada era el espionaje. Contaba con recursos y agentes dispuestos en diferentes estratos que aportaban información importante.
Más allá de las actividades de los alemanes y su organización interna hay otra circunstancia fundamental para lograr entender la posición alemana, su inserción en Argentina y, en especial, la larga (y vergonzante) neutralidad del país durante la Segunda Guerra Mundial. El ejército argentino y los gobernantes se sentían atraídos por la ideología nazi y por los modos fascistas.
Cada vez que el presidente Castillo y sus funcionarios hicieron algún movimiento tendiente a unirse al bloque aliado fueron censurados y presionados. Se los acusaba de imperialistas. Mientras tanto argentina mantenía su neutralidad. Por un lado hacía negocios con Inglaterra y por el otro con Alemania. Estados Unidos toleró la situación un buen tiempo hasta que también empezó a ejercer presión. Con la llegada al poder de Ramírez y luego de Farrell todo empeoró. Representaban al GOU, un grupo de oficiales abiertamente seducidos por los alemanes.
A esto se le debe sumar el poderío económico de sus empresas (traducido en influencia en varias ramas de la vida social) y la excelente organización interna a cargo del embajador alemán. Todo ello explica que la influencia y persistencia de los nazis en Argentina en esos años.
Después llegarían la derrota militar, la declaración de guerra (muy) tardía de Argentina, el conocimiento de las aberraciones cometidas, del genocidio perpetrado. Y luego vendrá la insólita hospitalidad, la complicidad silenciosa de las autoridades de un país que decidió acoger (y esconder) a criminales de guerra.
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