SERGEI DIÁGUILEV Y LA MÚSICA ITALIANA
Acerca de Pulcinella de Igor Stravinsky
Por Francisco Torija Zane
Observando a Renoir pintando ante el mar, alguien comentó
que había unas mujeres desnudas bañándose en otro sitio mientras él miraba algo
indefinible y cambiaba solamente un rinconcito en su tela. Para André Malraux
“El azul del mar se había convertido en el arroyo de Las Lavanderas... Su
visión, era no tanto una manera de mirar el mar como la secreta elaboración de
un mundo al cual pertenecía esa profundidad de azul que él tomaba de la
inmensidad”. Esta anécdota, relatada en el libro La Creación Estética, incluye
a la creación musical y podría aplicarse a la música como fuente inspiradora de
nuevas creaciones. Cabría distinguir entonces una obra como originaria de otra
que recurre a temas ya existentes modificándolos o reordenándolos. Ello, desde
tiempos inmemoriales se anuncia o descubre en la música llamada clásica con la
adopción de temas populares a veces anónimos. Pero también los compositores
recurrieron –y recurren- a otros colegas de esa imprecisa denominación. Valgan,
para aclarar este concepto y entre muchos otros, algunos ejemplos que fueron
motivados por los requerimientos del ballet de la compañía de Sergei Diáguilev.
El primero, un reordenamiento de partes de obras distintas
de uno o varios compositores sin mayores modificaciones. El más conocido es el
ballet Las Silfides, estrenado en 1904, que reúne distintos pasajes de la obra
para piano de Federico Chopin orquestados por varios compositores rusos. Esta
orquestación poco se apartó de las partituras originales y, por otra parte, no
se dotó al ballet de una línea argumental más allá de la clara referencia a las
míticas sylphides del bosque a cargo de las bailarinas junto a un joven
señalado como poeta. Con tal antecedente y con aproximada justicia, la música
se atribuye directamente a Chopin. Cabe prevenir que no debe confundirse este
ballet con el llamado La Silfide, estrenado mucho tiempo antes (1832), con
música del noruego Herman Lovenskjold. Tampoco con un antecedente inmediato que
se llamó Chopiniana (1892), con orquestación de Alexander Glazunov sobre temas
de Federico Chopin que posteriormente fueron incluidos con distinta
orquestación en Las Sílfides.
En 1917, la misma compañía encaró de manera similar la
realización de un ballet basado en las sonatas para clavicordio de Doménico
Scarlatti (na. Nápoles, 1685), encargando la misión al compositor italiano
Vincenzo Tommasini (na. Roma, 1878) quien orquestó diversas piezas reuniéndolas
bajo el título Las Damas del buen humor. La orquestación agrega sus
particularidades propias a la partitura original y las secuencias están unidas
por un argumento algo más amplio determinado por el título. En estos casos es
frecuente que los programas o las carátulas de las grabaciones atribuyan la
autoría a Tommasini-Scarlatti o viceversa.
En 1919 Sergei Diaghilev volvió con su exitosa idea, esta
vez concibiendo un ballet en un acto basado en el personaje de la commedia
dell'arte napolitana: Pulcinella o Polichinela, jorobado, barrigón y de enorme
nariz ganchuda, buen cantor y orador. En
el argumento hay tres parejas: Florindo-Prudenza, Cloviello-Rosetta y
Pulcinella-Pimpinella. Luego de algunos enredos, las parejas se casan y tal el
final feliz. El libreto y la coreografía fueron obra de Leonide Massine, la
escenografía y vestuario de Pablo Picasso y se estrenó en París en 1920 bajo la
dirección musical de Ernest Ansermet.
Ahora bien, la música se encargó a Igor
Stravinsky quien debía recurrir a temas de Giovanni Battista Draghi (na en
Jesi, Ancona, 1710), llamado Pergolesi, en alusión a su familia que provenía de
Pergola, pueblo medieval de Pesaro. Más allá de su escaso gusto por la música
de Pergolesi, quien era conocido por su Stabat Mater y su corta ópera bufa La
Serva Padrona, Stravinsky revolvió archivos encontrando un amplísimo material
de obras que por entonces se atribuían al compositor jesino y realmente lo
sedujeron. Gran parte de ellas resultaron sacadas del olvido para buenaventura
del arte musical y eran realmente de Pergolesi: las óperas también bufas Il
Flaminio y Lo Frate’nnamorato y otros temas no menores. La investigación
histórica posterior demostró que algunas obras incluidas en Pulchinella se
debían en realidad al compositor Domenico Gallo (na Venezia, 1730), tratándose
de distintos movimientos de los doce Tríos Sonatas.
También se demostró que
otras secuencias eran originarias de compositores de distintas épocas: Wilhelm
van Wassenaer (na. Delden, Holanda, 1692), Fortunato Chelleri (Na. Parma,
1690), Alessandro Parisotti (na. Roma, 1853) y Carlo Ignazio Monza (na. Milán,
1735). Más allá de las autorías, lo cierto es que tanto las piezas originales,
con la frescura de la época, como las resultantes de la intervención de
Stravinsky suenan hoy magníficas y pueden escucharse en salas de concierto y en
muchísimas grabaciones. De la mano de la coreografía y los cantos seleccionados
con sus textos de origen, surge una línea argumental plasmando la idea rectora
de la commedia. Resultó así una creación unitaria y distinta de sus
antecedentes que sigue siendo reconocida y significó el ingreso del compositor
ruso a una etapa neoclásica alejada del fervor rupturista de La Consagración de
la Primavera. Redescubriendo ciertos rincones de la inmensidad de la música
italiana fue elaborado el pequeño mundo de una nueva obra de arte también
imperecedera.
Francisco Torija Zane para El Mirador Nocturno
e-mail: radioteca@gmail.com