lunes, 24 de febrero de 2020

Serguei Diáguilev y la música italiana



SERGEI DIÁGUILEV Y LA MÚSICA ITALIANA

Acerca de Pulcinella de Igor Stravinsky

Por Francisco Torija Zane

Observando a Renoir pintando ante el mar, alguien comentó que había unas mujeres desnudas bañándose en otro sitio mientras él miraba algo indefinible y cambiaba solamente un rinconcito en su tela. Para André Malraux “El azul del mar se había convertido en el arroyo de Las Lavanderas... Su visión, era no tanto una manera de mirar el mar como la secreta elaboración de un mundo al cual pertenecía esa profundidad de azul que él tomaba de la inmensidad”. Esta anécdota, relatada en el libro La Creación Estética, incluye a la creación musical y podría aplicarse a la música como fuente inspiradora de nuevas creaciones. Cabría distinguir entonces una obra como originaria de otra que recurre a temas ya existentes modificándolos o reordenándolos. Ello, desde tiempos inmemoriales se anuncia o descubre en la música llamada clásica con la adopción de temas populares a veces anónimos. Pero también los compositores recurrieron –y recurren- a otros colegas de esa imprecisa denominación. Valgan, para aclarar este concepto y entre muchos otros, algunos ejemplos que fueron motivados por los requerimientos del ballet de la compañía de Sergei Diáguilev.

El primero, un reordenamiento de partes de obras distintas de uno o varios compositores sin mayores modificaciones. El más conocido es el ballet Las Silfides, estrenado en 1904, que reúne distintos pasajes de la obra para piano de Federico Chopin orquestados por varios compositores rusos. Esta orquestación poco se apartó de las partituras originales y, por otra parte, no se dotó al ballet de una línea argumental más allá de la clara referencia a las míticas sylphides del bosque a cargo de las bailarinas junto a un joven señalado como poeta. Con tal antecedente y con aproximada justicia, la música se atribuye directamente a Chopin. Cabe prevenir que no debe confundirse este ballet con el llamado La Silfide, estrenado mucho tiempo antes (1832), con música del noruego Herman Lovenskjold. Tampoco con un antecedente inmediato que se llamó Chopiniana (1892), con orquestación de Alexander Glazunov sobre temas de Federico Chopin que posteriormente fueron incluidos con distinta orquestación en Las Sílfides.

En 1917, la misma compañía encaró de manera similar la realización de un ballet basado en las sonatas para clavicordio de Doménico Scarlatti (na. Nápoles, 1685), encargando la misión al compositor italiano Vincenzo Tommasini (na. Roma, 1878) quien orquestó diversas piezas reuniéndolas bajo el título Las Damas del buen humor. La orquestación agrega sus particularidades propias a la partitura original y las secuencias están unidas por un argumento algo más amplio determinado por el título. En estos casos es frecuente que los programas o las carátulas de las grabaciones atribuyan la autoría a Tommasini-Scarlatti o viceversa.

En 1919 Sergei Diaghilev volvió con su exitosa idea, esta vez concibiendo un ballet en un acto basado en el personaje de la commedia dell'arte napolitana: Pulcinella o Polichinela, jorobado, barrigón y de enorme nariz ganchuda, buen cantor  y orador. En el argumento hay tres parejas: Florindo-Prudenza, Cloviello-Rosetta y Pulcinella-Pimpinella. Luego de algunos enredos, las parejas se casan y tal el final feliz. El libreto y la coreografía fueron obra de Leonide Massine, la escenografía y vestuario de Pablo Picasso y se estrenó en París en 1920 bajo la dirección musical de Ernest Ansermet. 

Ahora bien, la música se encargó a Igor Stravinsky quien debía recurrir a temas de Giovanni Battista Draghi (na en Jesi, Ancona, 1710), llamado Pergolesi, en alusión a su familia que provenía de Pergola, pueblo medieval de Pesaro. Más allá de su escaso gusto por la música de Pergolesi, quien era conocido por su Stabat Mater y su corta ópera bufa La Serva Padrona, Stravinsky revolvió archivos encontrando un amplísimo material de obras que por entonces se atribuían al compositor jesino y realmente lo sedujeron. Gran parte de ellas resultaron sacadas del olvido para buenaventura del arte musical y eran realmente de Pergolesi: las óperas también bufas Il Flaminio y Lo Frate’nnamorato y otros temas no menores. La investigación histórica posterior demostró que algunas obras incluidas en Pulchinella se debían en realidad al compositor Domenico Gallo (na Venezia, 1730), tratándose de distintos movimientos de los doce Tríos Sonatas. 

También se demostró que otras secuencias eran originarias de compositores de distintas épocas: Wilhelm van Wassenaer (na. Delden, Holanda, 1692), Fortunato Chelleri (Na. Parma, 1690), Alessandro Parisotti (na. Roma, 1853) y Carlo Ignazio Monza (na. Milán, 1735). Más allá de las autorías, lo cierto es que tanto las piezas originales, con la frescura de la época, como las resultantes de la intervención de Stravinsky suenan hoy magníficas y pueden escucharse en salas de concierto y en muchísimas grabaciones. De la mano de la coreografía y los cantos seleccionados con sus textos de origen, surge una línea argumental plasmando la idea rectora de la commedia. Resultó así una creación unitaria y distinta de sus antecedentes que sigue siendo reconocida y significó el ingreso del compositor ruso a una etapa neoclásica alejada del fervor rupturista de La Consagración de la Primavera. Redescubriendo ciertos rincones de la inmensidad de la música italiana fue elaborado el pequeño mundo de una nueva obra de arte también imperecedera.

Francisco Torija Zane para El Mirador Nocturno
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